viernes, 9 de septiembre de 2011

COMO A NADAL, SE ME SUBE LA BOLA

Sirvan estas líneas para solidarizarme con Rafa Nadal. No por su última victoria en el Open Usa donde disputará los cuartos de final del torneo americano. Mi apoyo y cercanía tiene que ver con esas imágenes de sufrimiento que miles de internautas han visto repetidamente en la red.

Calambres. El deportista manacorí sufrió como un perro. En medio de una rueda de prensa, un mal gesto, una postura incómoda, le hizo pasar un rato de especial agobio. Qué dolor. Su imagen desencajada, reclamando insistentemente la presencia de un fisioterapeuta, me estremeció. Si hubiera sido Fernando Alonso hubiera disfrutado. Me cae fatal el piloto asturiano. No me ha hecho nada pero cuando uno te resulta antipático sin saber por qué, se prodigan estos bajos instintos inconfesables e inexplicables.

Rafa Nadal no me sugiere lo mismo. Tirado en aquella butaca, con la cara desencajada, a puro grito, y sin un plátano que llevarse a la boca. Aquella escena me genero ternura y comprensión. Al tenista se le habían contraído los gemelos.


A mí también me pasa. Pero mi definición del momento no es tan finamente definida. A mí, se me sube la bola. Me ocurrió de víspera. A la noche. En la cama. Mientras dormía plácidamente y soñaba, cómo no, en un río y en pleno lance de pesca.


Recogía la presa al borde de una escollera cuando en un estiramiento de relajo, zas!, un primer síntoma. El dedo gordo del pie se puso enhiesto, firme, tenso. Y traté, con un movimiento espontáneo de la articulación de rebajar su tensión. Y aquello empeoró.

Fue entonces cuando se me subió la puta bola. Salí del río y de la cama al mismo tiempo. Casi de un salto. A oscuras. Pretendí incorporarme y casi rompo con la cabeza el espejo de la cómoda. Ya en pie, estiré la pierna y pisé fuerte (el dedo gordo seguía mirando hacia arriba) . No encendí la luz. No era cuestión de despertar a todo el mundo por la puta bola. Y me apresté a dar unos pasos por el pasillo, la cocina, el salón… hasta que aliviado, volví al catre.

El riesgo de no encender la luz suele llevarte a no medir bien las distancias, y aunque conozcas perfectamente por dónde te mueves siempre hay “trampas” que acechan tu movimiento.

Siendo joven y en esas noches de amigos y cubatas en las que llegabas a casa perjudicado, el trayecto entre la puerta de la calle y la cocina para acceder al dormitorio era una auténtica chicana cargada de obstáculos. Cuando no era una puerta entreabierta con la que de te dabas de bruces, era una silla estratégicamente colocada en mitad del pasillo. La peor de las trampas que alguien urdió – mi madre era especialista- casi despierta a todo el vecindario. Tras superar todas las trabas habituales (hasta una puerta entreabierta de la despensa que, en condiciones normales, habría golpeado a un acechador nocturno en pleno rostro), llegué a la cocina. Salvé las sillas descolocadas y hasta libré unos zapatos fuera de su rincón habitual. Fue entonces, cuando enfilé la salida y me di de bruces con un colgador de ropa de esos de tijera que se extendían en el interior cuando llovía. El ruido de los alambres golpeando aquí y allí puso en pie a toda la familia. Una vez más, mi hora de llegada era descubierta, y mi nivel vaporoso, también.


Que se te suba la bola es una putada que te deja magullado y dolorido por un tiempo. Nadal se ha recuperado en un pis-pas, pero quienes no tenemos su condición física necesitamos un plazo adecuado y suficiente para la reparación.


Si el calambre en un gemelo es doloroso, peor es que el espasmo se produzca en los dos músculos de ambas extremidades. Bueno, eso es ya el acabose.

Eso es lo que le debió pasar el otro día al vicesecretario de Comunicación del PP, Esteban González Pons. En pleno acto de agitación política comenzó a coger aire, arremetió contra Rubalcaba, contra Zapatero, contra todo bicho viviente. Se fue animando, se vino arriba y esprintó. “Aspiramos –afirmó el dirigente popular en pleno estiramiento- a que se creen en la próxima legislatura 3,5 millones de puestos de trabajo”.

Fue entonces, en ese preciso instante, en el que se le subieron las bolas. Las dos a la vez. Desde ese momento, Esteban González Pons no es la misma persona.

Los excesos pasan factura y ni estar en campaña o plena trifulca política justifican la frivolidad, máxime cuando más de cuatro millones de personas sufren el desaliento y la miseria del desempleo. Prometer lo imposible es un gesto muy humano. Como echar la culpa a los demás de lo que pasa. Así les va en “Celtiberia show”, un país de chiste en el que, situados al borde del precipicio económico, quienes pretenden gobernar se dedican a la chanza y al cachondeo.
Van más ejemplos; “La Vanguardia” 23 de agosto; “Aena mantiene el Aeropuerto de Huesca pese a que sólo acogió a 15 viajeros en julio”. ¿Aeropuerto de Huesca?.

Otra de aeropuertos. “New York Times “ 29 de junio. “El aeropuerto de Castellón, inaugurado en marzo, ha sido punto de partida de un campeonato de ciclismo y todavía están esperando su primer vuelo" (No hay aviones y ha costado más de 150 millones de euros).Un último dato para abonar el panorama. Extremadura tiene una tasa de paro del 30% y de la población activa, el 23,5% de la misma son funcionarios (83 funcionarios por cada mil habitantes).

Rajoy y González Pons pueden reírse todo lo que quieran. A mí, con estas cosas, se me subirían las bolas. Pero de vergüenza.



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