martes, 25 de octubre de 2011

DEL ESTATUTO A UN NUEVO ESTATUS PARA EUSKADI

Fue lo primero que voté en mi vida. Recién cumplidos la mayoría de edad legal y tras dos años de militancia política, podía, por primera vez, ejercitar mi derecho a voto. Y voté “Bai”.



Desde tiempo atrás, había participado en el activismo político que reclamaba un Estatuto. Un primer paso en el autogobierno como impulso a la independencia de Euskadi. Pegué carteles, pinté y embadurné paredes, repartí pasquines, asistí a actos multitudinarios y a encuentros a pie de calle. Me curtí en aquella dinámica infernal de enfrentamiento con una Izquierda abertzale que nos demonizaba, pero que no presentaba alternativa (todavía estamos esperando el Estatuto Nacional que preconizaban como alternativa al texto de Gernika). Su opción era la “ruptura”, el enfrentamiento con el Estado. La nuestra –la de los nacionalistas del PNV-, el posibilismo, la consecución gradual de metas, subir al monte en zig-zag, con inteligencia, sin desfallecer, para, algún día, alcanzar la cumbre.


En aquella juventud me paré muy poco en los contenidos estatutarios. Mi lectura iba de los tres primeros artículos directamente a la disposición adicional.


“El Pueblo Vasco o Euskal-HerrIa, como expresión de su nacionalidad, y para acceder a su autogobierno, se constituye en Comunidad Autónoma dentro del Estado Español bajo la denominación de Euskadi o País Vasco”. Enlazaba este artículo con la territorialidad ; “Alava, Guipúzcoa y Vizcaya, así como Navarra tienen derecho a formar parte de la Comunidad Autónoma del País Vasco”. Y en el supuesto navarro se incluía la reserva contenida en la “disposición transitoria cuarta de la Constitución”.


Y mi reduccionista lectura de aquel texto finalizaba con: “La aceptación del régimen de autonomía que se establece en el presente Estatuto no implica renuncia del Pueblo Vasco a los derechos que como tal le hubieran podido corresponder en virtud de su historia, que podrán ser actualizados de acuerdo con lo que establezca el ordenamiento jurídico.”.


El resto, las “tripas” de aquella Ley Orgánica, refrendada por la sociedad vasca, me importó poco. Ni las competencias exclusivas o compartidas, ni el modelo de país, ni la institucionalización del mismo, me cautivaron entonces. Y me equivoqué en despreciar el contenido. El envoltorio era sugerente y llenaba mi apetito político, pero el contenido de dicho texto legal me ha demostrado, pasado el tiempo, que ha resultado vital en la construcción de una nación vasca emergente. Gracias a la sustancia que escondía el articulado y su ulterior gestión, hemos levantado un país que estaba en la ruina. Hemos modernizado sus infraestructuras, hemos consolidado un estado de bienestar, dando vida a derechos subjetivos y universalizando servicios públicos de primer nivel. Hemos podido hacer frente a crisis, a desastres naturales. Hemos conformado el armazón institucional bajo el que se rigen dos terceras partes de los vascos que habitan este país.


Es cierto que no han faltado las zancadillas y los intentos pertinaces de rebajar nuestra capacidad de decisión. Y que se nos ha intentado cerrar puertas y ventanas de cara al futuro. Pero no es verdad – y entono el mea culpa- que el Estatuto esté muerto, como en alguna ocasión hemos manifestado.


El Estatuto de Gernika ha cumplido una etapa. Ha servido de punto de partida y de convivencia para una generación de vascos. Nos ha hecho disfrutar, tras la abolición foral, del momento de mayor autogobierno de nuestra historia reciente. Ha sido nuestro éxito. Un acierto al que hoy se suman quienes hace ya más de treinta años nos tiraban piedras y nos acusaban de traición.


Ha sido el primer peldaño de una escalera que estamos dispuestos a subir con el mismo compromiso con el que abordamos en 1979.


Nuestro inconformismo y la falta de perspectiva ha hecho que, en ocasiones, no hayamos sabido valorar la potencialidad de lo que teníamos entre manos. Y minusvaloramos la capacidad estatutaria. ¿Cómo entender que se nos pretendiera recortar permanentemente algo que nosotros denunciábamos y que, al mismo tiempo devaluábamos con nuestras declaraciones?. Por eso reivindico hoy el Estatuto de Gernika. Pero no quiero quedarme ahí.


Llega el momento de concitar un nuevo acuerdo. Si es posible, que aglutine a una mayoría social superior que la rodeó el texto de Gernika. Un nuevo estatus que “actualice” nuestros derechos y que cuente en la voluntad de la ciudadanía como última expresión. Un nuevo jersey que nos resguarde del frío y que supla al que se nos ha quedado pequeño con nuestro crecimiento institucional y social.


Una nueva referencia que tenga como base el pacto y la concertación en el ámbito político, y la bilateralidad y las garantías en el ámbito jurídico. Un nuevo estatus en el que la decisión, la voluntad de la ciudadanía vasca y su expresión efectiva, sea el principio y el final de un recorrido democrático.


El año 79 voté por primera vez. Fue a favor del Estatuto de Gernika. En la próxima legislatura vasca volveré a depositar mi voto en una urna para respaldar un proyecto que nos acerque a la libertad. Que nos haga menos dependientes. Un proyecto en el que la primera y la última palabra la tengamos los vascos y las vascas. Estoy seguro de ello.

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