viernes, 9 de marzo de 2012

DEL CSI PERRUNO A LOS “COPROLITES”

El “Cepi” era un orondo fraile que pretendía, entre otras cosas, alimentar nuestra curiosidad en la investigación pétrea. Y sí, eran piedras –minerales y fósiles- los que llevaba hasta las aulas para tormento de muchos e inquietudes de los menos. Entre esos estaba yo.



Se llamaba Ángel y era ya longevo (entonces diría que era un “viejo” pero a mi edad actual matizaría el calificativo). Impartía una asignatura asimilada a las Ciencias naturales. El hombre era poco comunicativo. Situado al borde de la tarima, se balanceaba amenazando con atropellar a los primeros pupitres y su exceso de salivación impactaba inmisericordemente con los alumnos de la vanguardia, más ocupados en defenderse del peligro de arrollamiento humano que de la perdigonada escupitera.

La asignatura era tediosa. Hasta que llegaron las piedras. Las calcitas, aragonitos, espatos de islandia, piritas, calcopiritas, azuritas, malaquitas, sideritas botroideas, galenas, talcos, cuarzos, geodas…Un mundo alucinante que me mantuvo entretenido. Durante meses acompañé al “Cepi” en sus salidas de fin de semana a “capturar minerales”. Una mochila, un martillo, un cincel y a la Arboleda a por goetitas (también malaquitas, blendas y piritas). A Karrantza, monte arriba y monte abajo hasta encontrar aquellas formaciones que cristalizaban en el sistema hexagonal o a por las masas cúbicas de galena (plomo).

Me hice un entendido en minerales -en piedras-. En un examen oral en el que había que descubrir cual era el elemento que se nos presentaba y sus características, el “Cepi” sacó de su bolsillo un guijarro verde parduzco y de carácter irregular. Mi compañero, que debía descubrir cual era aquel elemento, evidenciando su ignorancia, pero no sin desparpajo susurró: “piedrita”.”¿Qué?” –dijo el fraile-. “Piedrita” –respondió con un poco más de fuelle-. Yo que había visto aquel elemento como drenaje en las vías del tren, desde atrás, resoplé en su oreja; “Basalto, es basalto”. “¿Cómo dice jóven? –le espetó el Cepi-“. Yo repetí, “basalto, basalto”. Mi amigo me miró, asintió y a pleno pulmón repitió; “PIE-DRI-TA, PIE-DRI-TA!!!”. Qué suspenso más sonoro y cuanto atrevimiento.

Con un poco de dedicación y muchas salidas al monte conseguí hacer una magnífica colección de minerales. Mi madre, tan sabia como siempre, dijo que mi casa no era una cantera, y poco a poco, aquella compilación elementos rocosos fue desapareciendo del armario camino del vertedero, o de dios sabe dónde. Pero mi curiosidad por las piedras no desfalleció- Durante los veranos, en la ancha Castilla, en una zona yerma, repleta de carrascos, me aprovisionaba de fósiles. Eran mejillones, almejas, caracolas, y hasta restos de troncos arbóreos hechos piedra. Pero, más allá de los “ammonites”, siempre encontraba unas formaciones de tamaño y diseño característico.

Tenía ya media caja de zapatos de esos elementos cuando acudí a un experto para conocer su origen. ¿Qué son?-pregunté-. “Muy sencillo – me respondió. Son `coprolites´”. ¿Coprolites?. En román paladino; mierda. Defecaciones prehistóricas.


Una caja entera de heces de bichos variados. Afortunadamente no olían, pero cuéntale a tu madre que lo que guardas en una caja de zapatos en el armario son cagadas antediluvianas.

Suena asqueroso de verdad pero gracias a este tipo de restos, los científicos han llegado a comprender el comportamiento de los grandes saurios y de las especies desaparecidas que habitaron nuestro entorno hace miles de años.

Lo que no resulta tan edificante es lo concerniente al problema que tienen los propietarios de perros en Hernani. No soy yo un especial defensor de los canes y su problemática en el medio urbano. Sobre todo cuando mis zapatos han padecido la incívica proliferación de sus excrementos en la vía pública. Pero, una cosa es que se conciencie a los propietarios de los animales para que recojan y eliminen los excrementos y otra que se les persiga o acose.


La anterior corporación de Hernani, presidida por la hoy directora de comunicación de la Diputación guipuzcoana, Marian Beitialarrangoitia, aprobó modificar la ordenanza municipal de tenencia de animales, cuya novedad más polémica fue crear un banco de ADN que serviría para identificar las heces de los perros. Con esa normativa, los dueños de los canes se veían obligados a realizar una prueba de ADN a sus mascotas (con un coste económico próximo a los 70 euros), y entregar los resultados al Consistorio. Negarse a realizar esta prueba acarrearía una multa de entre 60 y 300 euros.


De este modo, cada vez que los agentes municipales encontraran una deyección abandonada en la vía pública, recogerían una muestra que la enviarían al banco de ADN ubicado en la UPV/EHU para que la entidad universitaria analizara las pruebas pertinentes para identificar a la mascota responsable de la deposición. Con esa identificación, el dueño del perro debería abonar los gastos del análisis, además de la correspondiente multa.


El “zafarrancho” social que provocó el CSI perruno fue mayúsculo y la nueva corporación hernaniarra, resultante de los comicios municipales del pasado año, dejó en suspenso la ordenanza inquisitorial canina. Sin embargo, los propietarios de perros en Hernani continúan en un sinvivir. Los cívicos dueños de mascotas siguen recogiendo las cacas de los animales, pero no saben qué hacer con ellas. El sistema “puerta a puerta” establecido en la localidad ha dejado el pueblo sin papeleras y las defecaciones deben ser tenidas en los domicilios como materia orgánica no reciclable u opción “rechazo”. Si las guardan en una caja de cartón y dejan pasar el tiempo –estilo Bildu-, seguro que terminan por fosilizarse. “Coprolites” atez-ate.

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