sábado, 19 de mayo de 2012

LA “BAJA” PARLAMENTARIA DEL CONSEJERO ARES

Yves Salaberry 'Xala' no jugará el partido manomanista que mañana tenía previsto contra Juan Martínez de Irujo. Una gripe le ha dejado fuera de combate y el pelotari de Lekuine, tras presentar el correspondiente parte médico, solicitó el pasado miércoles el aplazamiento del mano a mano por causa de de fuerza mayor. Una desgracia, imprevisible, que nos privará mañana de un bonito reto deportivo.


El absentismo laboral ha sido siempre centro de atención pública. Unos (los de la “puta patronal”) han pretendido imputar a los trabajadores una cierta indolencia frente a sus obligaciones en el tajo –“ siempre que pueden se escaquean para no pegar ni clavo”-. Otros (los representantes de los “parias de la tierra”) han basculado el fiel de la balanza en “la explotación del capitalismo” y en el estress generado por un sistema económico de acumulación de capital para justificar la ausencia de los trabajadores de sus puestos de trabajo.
Seguro que entre ambas posiciones hay ámbitos intermedios razonables y justificables de absentismo y que nada es blanco o negro sino que es portador de matices.


Yo conozco a un compañero al que se le murieron tres abuelas en un mismo curso para eludir disntintas pruebas lectivas. Y , también he visto sanciones arbitrarias –incluso despidos- por inauditas causas de enfermedad plenamente justificadas.

Mi tío José padeció una cadena desafortunada de lesiones y dolencias que le provocaron múltiples bajas. Desde hernias discales hasta , finalmente, un ictus. Jamás se quedó en casa por gusto. Es más, muchas veces cumplió con su compromiso laboral, en precarias condiciones. El trabajo era sagrado y había que cumplir (ese valor nos ha identificado especialmente en Euskadi, sin embargo, la picarsesca, común a la realidad humana, provoca notorias excepciones)

Para combatir el fraude en el absentismo laboral, la empresa en la que trabajaba José, una multinacional especializada en neumáticos, tenía un sistema férreo de control . Eran los “vigilantes”. En cualquier momento, cualquier día de la semana, , aquellos personajes sacados de una sórdida novela negra , aparecían por sorpresa. Sonaba el timbre de la casa y , tras la puerta, como un “secreta” de la brigada político-social, aguardaba el vigilante. Atenderle era obligatorio, inexcusable. El supervisor, reclamaba la presencia del trabajador enfermo a quien hacía firmar en una cartilla de expediente presencial. Y, tras la huella que certificaba que el “bajista” estaba a buen recaudo, desaparecía hasta una nueva ocasión.

El vigilante que “perseguía” a osaba José tenía un apodo familiar. Le conocíamos como el “cara”. No sé si porque la tenía muy dura –podía irrumpir en el domicilio cuando él quisiera- o porque su rostro nos recordaba a un inspector de policía. Lo cierto que aquel hombre, con gabardina y aire siniestro, nos resultaba tremendamente antipático. Su labor de rastreo y certificado de la autenticidad del “bajista” no se limitaba a la casa. Merodeaba los bares y comercios del perímetro, a horas indeterminadas, buscando tramposos de taberna y “convalecientes” resucitados.

José se guardaba la ropa con él. Le miraba con la desconfianza de quien sabe que un descuido podría traerle graves consecuencias. El control era una cosa pero estar sometido a la arbitraria decisión de un supervisor de moral frági, otra muy distinta. Sobre todo, cuando en el ambiente circulaba el rumor de que aquellos “vigilantes” eran fácilmente corrompibles. No puedo afirmar que aquel hombre sin nombre, vamos, el “cara”, entrara en dicha tipología, pero que acojonaba su sola presencia sí puedo certificarlo.
Afortunadamente, las relaciones laborales fueron modernizándose y democratizaándose en nuestras empresas, y la figura del “supersivor de bajas” desapareció pasado un tiempo (creo que en algun caso se ha vuelto a recuperar).


Ayer, viernes, el Parlamento Vasco celebró una nueva sesión de control al Gobierno. Una semana antes, ajustándose al reglamento, el parlamentario del PNV, Mikel Martínez registró una interpelación al Consejero de Interior, Rodolfo Ares, para que , de una vez por todas, dejara de ocultarse y explicara ante la Cámara , su verdad en relación a la desgraciada muerte de Iñigo Cabacas.

Pero Ares no compareció. Utilizando una prerrogativa que le asiste al Gobierno, envió días atrás un escrito en el que anunciaba que por compromisos institucionales previos (la celebración del Congreso de la Memoria), le resultaba imposible asistir a la cita en la Cámara legislativa. Así que la interpelación debió aplazarse y trasladarse al próximo pleno de control, a celebrar dentro de quince días. Quince días más haciendo el “avestruz”.

Desde que Ares compareciera en el Parlamento el día 12 de abril para dar las primeras explicaciones sobre las circunstancias que concurrieron en la muerte del joven seguidor del Athletic club, se ha producido un autentico apagón informativo auspiciado por el propio Consejero. Más de un mes de plantón, de absentismo político intencionado, de escaqueo vergonzoso. Y ya, la actitud huidiza del Consejero de Interior comienza a ser intolerable. Porque lo que Ares debe esclarecer no es ni una decisión ni la conveniencia o no de una medida. Debe aclarar qué desgracia causó la muerte de un chaval y qué responsabilidades asume en tal fatal desenlace.

Por lo pronto, Ares sigue desaparecido. Confiemos en que su “baja” en el Parlamento no sea de larga duración. Y, para cuando allí comparezca –si es que lo hace- tendremos despejado la incógnita de quien jugará la semifinal de pelota; Xala o Marínez de Irujo. Una gripe se cura rápido. La desvergüenza no.

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