viernes, 1 de junio de 2012

LA AVISPA Y LA BANCARROTA ESPAÑOLA

¿Cual es el animal que pone los huevos más grandes?.

La pregunta se las traía. Sobre todo, conociendo a mi padre que siempre buscaba el doble sentido a sus interrogantes.
.- Los huevos más grandes?....ummm. ¿La avestruz acaso?
.- No. La avispa.
.- ¿La avispa? –repetía yo con extrañeza-.
.- Sí. Que te pique una avispa en los huevos y ya verás cómo se te ponen de grandes.

Lo cierto es que mi curiosidad no daba para tanto como para experimentar si lo que decía Donato era verdad o no. Debía serlo, pero, a ver quien era el guapo que se atravía a desafiar tal conclusión. Por fortuna, no me he visto obligado a contrastar la relación entre los huevos y las avispas, pero, por cercanía y similitud, hace un par de años, tuve una experiencia “sui géneris” con una abeja.

No fue por propia voluntad. Ocurrió fortuitamente. Por no estar a lo que se debe estar. Era una tarde de fin de semana del mes de julio. Tórrida. Deslumbrante. Sin brizna de viento que refrescara el ambiente. Acomodado en el sofá, veía en la televisión la etapa correspondiente del Tour de Francia. El pelotón, como yo, sufría de amodorramiento. La carrera y yo languidecíamos bajo el tedio de una veraniega tarde. De cuando en vez, un sorbito de brebaje reparador. Un cafecito enriquecido con una dosis –siempre generosa- de coñac para contrarrestar la cafeína. Traguito va, traguito viene. Y la “serpiente multicolor” aletargada en un tropel de corredores que parecían no avanzar un kilómetro. Así que ocurrió lo inevitable; me rendí. Cautivo y desarmado, me entregué al sueño.

La siesta no fue larga. Apenas veinte minutos y los ciclistas seguían, dale que te pego, en el último tramo de la etapa. Pausadamente me fui incorporando. Tomé el “katilu” –el tazón, al ser opaco, es el mejor recipiente que hay para que nadie sepa lo que bebes- y me apresté a apurar los restos de aquella mezcla. Llené la boca del licor cafeinado y noté que algo extraño se había colado con el líquido. Un primer sobresalto, y su secuela inmediata. “Algo” me picaba en la lengua. Escupí –puse la estancia hecha un cristo-, pero no se desprendía. Expectoré de nuevo y nada. Saqué la lengua y con los dedos pude arrancarme aquello que se aferraba a mi apéndice bucal. Era una abeja cuyo aguijón seguía firme en la masa muscular.

El revuelo consiguiente fue monumental. “Qué ha pasado? Qué ha pasado?”. “Nada –contesté al momento- , que me ha picado una abeja en la lengua. “Dónde?”. “En la lengua”. “Pues, para las picaduras de abeja, lo mejor es el amoniaco”. “Amoniaco?. Sólo me faltaba aplicarme amoniaco en la lengua”. “Ten cuidado, no se te vaya a hinchar”. Y , entonces, me acordé de los huevos y las avispas.
.-Tranquilos, que estoy bien. Que eztoy fien. quezzdoy fffien. ¿Bien? (mecaggüen lazz avizzpaz de los huevozzz).
En unos minutos, la lengua no me cabía en la boca.

Ya se sabe, en boca cerrada, no entran mosas. Ni abejas.


Mariano Rajoy y su ministro de economía , Luis De Guindos, deben tener una sensación similar a la que yo tuve aquella tarde. Por no estar a lo que debían, ahora pagan las consecuencias. El déficit público, mayor del declarado. Las comunidades autónomas gobernadas por su partido, las que más agujero ocultaron. La caja-banco dirigida por sus militantes , en quiebra. El resto del sistema financiero, en entredicho. La credibilidad exterior, por los suelos. La prima de riesgo, por las nubes. La bolsa, en picado. Las inversiones extranjeras , en retirada acelerada. Y Rajoy, en lugar de callar, se obstina en repetir que “no habrá rescate”. Ni intervención. Un traguito más de amargo brebaje. Hasta enmudecer finalmente por una picadura dolorosa; la insolvencia.

España tiene el honor de ser el primer país de la historia en arruinarse. Desde finales del siglo XVI no ha podido hacer frente a sus deudas en más de una decena de veces, siendo Felipe II el primer mandatario en presentar un `concurso de acreedores´. La última vez que el Estado español suspendió pagos fue el siglo pasado tras la Guerra Civil. La bancarrota siempre ha sido un terreno conocido por España. La falta de emprendedores y los grandes eventos, desde el imperio donde no se ponía el sol, hasta el paraíso del ladrillo y la especulación, han forjado el carácter de una economía inestable, insolvente y fluctuante, incapaz de encontrar la estabilidad y un modelo de crecimiento sostenible.

Ahora toca pagar los platos rotos de un globo hinchado por el endeudamiento alocado. Por el crédito insensato. Por la teoría de “gastemos que ya pagará el siguiente”. Se ha vivido del “rendimiento rápido”, el “esfuerzo cero”, de apuntar lo que se debe en la barra de hielo. Pero ha llegado el momento en el que ni la deuda pública – la generada por las administraciones- , ni la privada (esa que al final se la han quedado las entidades financieras en el “debe” hasta hacerlos quebrar), admiten vivir más tiempo en la ficción. Los tiempos de las verdades a medias, de la ocultación de activos “toxicos”, del engaño en el déficit, de las facturas en el cajón, ha terminado. España se caerá del guindo y reeditará una nueva bancarrota en su historia. Deberá ser rescatada desde el exterior. Y el coste de esa ayuda hará que, por primera vez, las nuevas generaciones se vean abocadas a vivir peor que sus predecesores. Algo que en el desarrollo humano jamás concebimos. Pero así será. Serán más pobres mañana que hoy.

Los vascos, si no andamos listos, si no recuperamos pronto el rigor y los valores que cimentaron en los últimos treinta años el diferencial competitivo de nuestro país, nos veremos arrastrados por la decadencia. Espabilemos, no vaya a ser que la avispa quiera demostrarnos en carne propia que es el animal que pone los huevos más grandes.







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