viernes, 19 de octubre de 2012

LAS MADRES Y LAS CABEZAS DE PESCADO

Estaba equivocado. Yo creía que a las madres, por lo menos a la mía, les gustaba comer las cabezas de los pescados. Creía que era un efecto secundario provocado por la maternidad. Como si la modificación hormonal tras los partos les hubiera afectado al metabolismo y su paladar se especializara en ese tipo de ingestas un tanto al límite. Por eso estaba en el convencimiento de que a todas las madres les gustaba relamer espinas, comer las sobras del día anterior o alimentarse con esas tortillas francesas un tanto caóticas surgidas de freír el huevo batido excedente de los rebozados.


Siempre me pareció una rareza, puesto que donde esté una rodaja de merluza que se quite la cabeza del pescado. Pero –pensaba-, las madres son como son. Fenómenos humanos de extrañas costumbres vinculadas a la manutención de la prole.

Hasta cuando los calzoncillos o las bragas se estropeaban les encontraban un uso alternativo. En mi casa unas veces servían para untar el betún de los zapatos y otras para limpiar los cristales.

Estaba convencido de ello. De que la maternidad las había hecho evolucionar genéticamente. Pero no. Para mí fue todo un descubrimiento averiguar que sus gustos culinarios coincidían con los míos y que, cuando el pescado era suficientemente grande para abastecer al conjunto de la unidad familiar, Mari Tere comía merluza como los demás. ¿Sería que con la edad el efecto maternal perdía consistencia y las papilas gustativas ganaban en refinamiento?. Que va. Ni mucho menos. Los “hondakines” alimenticios siguen siendo buena parte de su dieta habitual. En eso es como los del “zero zabor”. En su casa, no se tira nada que sea comida. El pan que sobra, se congela y hasta la mínima pizca de resto comestible se guarda para otro día.

Alguna vez he pensado que podía tratarse de un síntoma incipiente del “síndrome de Diógenes”, pero también estaba equivocado.

Un experto –de esos que ahora proliferan analizando mercados, primas de riesgo y calificaciones de agencias- me abrió los ojos. “Tu madre, las madres en general, hacen eso porque viven en la economía real”. “Economía real”, que concepto tan revolucionario. Ahora me llego a explicar yo lo de los pantalones cortos, la ropa de herencia generacional, el par de botas en invierno y las playeras en verano.

Sin embargo ¿y los “cachetes cariñosos”, la “zapatilla veloz” o los castigos sin salir a jugar a la calle? ¿Cómo explicarlos?. El “consultor” también aclaró estos extremos. “Todos esos sacrificios son como los ajustes ante la desviación en el cumplimiento del déficit. Puro rigor presupuestario. Disciplina en la gestión “.

.- Ya, como Ángela Merkel con la España de Rajoy. Pero Merkel no es madre. No tiene hijos.
.- Sí pero vivió muchos años en la RDA, en el antiguo bloque comunista y eso curte más que un natalicio.
.- Otra pregunta. Los especuladores del “ladrillo”, los banqueros de los bonus millonarios, los artífices del “pelotazo”, ¿acaso no tuvieron madres?.
.- Sí, madres sí que tuvieron pero no se criaron en el principio de la “economía real” sino que crecieron bajo otro fundamento un tanto machista.
.- ¿Cual?.
.- “Cuando seas padre, comerás huevos”.
.- ¿Y eso es machismo o pura soberbia?.
.- Ambas cosas, porque mientras los padres se aplicaba el derecho de comer huevos, las madres, en cambio les tocaba las raspas de pescado.

Lo de la economía real y los huevos no es nuevo. Siempre ha habido hormigas y cigarras. Gastar irresponsablemente por encima de lo que se tiene, pasando luego el débito a otros, no es un hecho singular de Patxi López. Lo realmente innovador en su caso es que, además de ser el causante del malgasto, el derrochador apremie a quien puede ser su relevo para que aclare qué recortes ejecutará y dónde los hará para compensar el descuadre. Vamos, una sinvergonzonería.

Como estrategia electoral o fórmula de despiste, el alegato no está mal. Siempre un buen ataque resulta, en ocasiones, ser la mejor defensa. Pero más allá del juego de artificio, queda el agujero económico acumulado. Un quebranto que puede obligar al próximo gobierno vasco no ya a la austeridad de la economía real, sino a la administración inicial de unas cuentas catastróficas. Y eso, por muchos chistes que haga Patxi López, no tiene gracia.

Mucho me temo que pasaremos tiempo rebañando raspas. Mi madre lo ha hecho toda la vida. Y, de vez en cuando, con los esqueletos del pescado, prepara unas patatas en salsa verde maravillosas. Buen menú para un día de reflexión.





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