sábado, 26 de enero de 2013

LA HONESTIDAD DEL “JEFE” Y DEL “INDIO”

Ser jefe es muy difícil. Ser un jefe honesto, claro está. Quizá una de las cosas más complicadas que he podido experimentar. Sobre todo cuando conoces tus carencias (si no lo admitieras serías un inconsciente gilipollas) y sabes que, cualquier error que cometas por incompetencia te puede costar el puesto.

Para algunos, los que interpretan el liderazgo en clave de supervivencia, lo importante para ser un jefe con vocación de seguir siéndolo es mantener la alerta permanente para no perder su condición. Eso ocurre cuando profesionalmente no se es una lumbrera. Vamos, más bien del montón. Digo esto aplicándolo al género masculino porque en el caso de las mujeres, llegar a la cúspide es casi misión imposible. Ser mujer y triunfar en la vida profesional es, en este mundo de genitalina, un poco de “misión imposible”.¿Seremos capaces, por poner un ejemplo, de dar la oportunidad a una mujer para dirigir las riendas de un partido político?. Yo espero que sí y que sea pronto.

Tȟatȟaŋka Iyotȟaŋka. "Toro sentado"
Pero sigamos con el ejercicio supuesto de género masculino. Quien ha llegado a la jefatura por depredación, tiene una meta única; han llegado arriba y quieren permanecer allí. A cualquier precio.

Uno de los principales consejos que suelen dar para mantener la estabilidad en ese estatus es tener un equipo (siempre por debajo) consistente y solvente. Las ideas de los subordinados siempre pueden servir. Para hacerlas propias o para responsabilizarles de un fracaso si las cosas se dan mal. Hay que ser eficaz en la rentabilización del éxito, aunque no deben comportarse como el “Magic Andreu” colocando por si mismos las medallas. Que sean otros las que se las pongan.

Si alguno de sus colaboradores despunta por brillantez; ojo, puede disputarle el puesto y, seguramente, le echará del pedestal. Por méritos propios o por insuficiencias impropias. Si, por el contrario, dispone de un subordinado que compita con él en la mediocridad; éstos son los que deben ser promocionados. Siempre he dicho que en esta sociedad de lo aparente, hay que promocionar a los maulas. Primero, para ganar en comparación. Y en segundo lugar, para poder disparar a alguien cuando se busquen víctimas propiciatorias del fiasco.

Si alguien les pide consejo sobre algún colaborador para elevarlo en categoría, no lo dudan; siempre hay que apuntar al inepto. Los comprometidos y los brillantes en el trabajo deben estar a su servicio porque son los que le sacan y sacarán las castañas del fuego. Ahí es donde se ejecuta un sistema de promoción de difícil explicación objetiva; la fórmula “PLA”. ¿Qué es la “PLA”?. Es la “Patada lateral ascendente”. Una opción de “ascenso” por incompetencia.

En ese supuesto, el mediocre ascenderá. Flotará por incapacidad. Y, en el súmmum de la inercia insolvente llegará al cuadro de honor de la estulticia por elevación; “master cum laude en excelencia a la estupidez”.

Todos hemos conocido a “honoris causa” de la nada. Sí, esos que hablan y hablan y cuanto más dicen, más se les reconoce su estructura de cartón piedra. Son los especialistas en “hacer que hacen” o lo que es lo mismo, no hacen nada, pero a toda hostia.

El problema de este perfil de “triunfadores” de pacotilla –que se da en todas las actividades humanas- es que cuando se llegan a creer amos del calabozo cometen tropelías indecentes sin mayor rubor. Un ex jefe de los empresarios españoles, Fernando Díaz Ferrán, guardaba en su casa un kilo de oro y cientos de miles de euros mientras se declaraba insolvente y pedía a los demás que trabajaran más por menos salario. El jefe de la dinastía borbónica pedía a sus súbditos sacrificio y esfuerzo para salir de la crisis mientras cazaba elefantes en Botswana en un safari patrocinado no se sabe bien por quien. O el tesorero fiel amasaba durante años una pequeña-gran fortuna de 22 millones de euros que ahuchaba en Suiza al resguardo del fisco confiscatorio.

Son muchos y renombrados los ejemplos de conductas insolentes y obscenas. Pero no hace falta acudir a la banca, a la política o a las altas instancias para quedar perplejos ante tanto truhanismo desbocado. Conocí a un colega periodista, martillo de corruptos y desmanes, que a su nómina de empresa se le unían sobresueldos opacos en vales de “El Corte Inglés”. Y el “figura”, que obtuvo el mérito de varios PLAs (patadas laterales ascendentes) subió al cosmos de la comunicación como un meteoro. Hasta que desapareció en el universo.

Otros, sin ir más lejos, explotan su éxito en la protesta social y encabezan manifestaciones en cueros vivos alardeando de que nunca han pegado un palo al agua viviendo, de continuo, de las ayudas públicas de protección.
Hay, también, quien tiene el descaro de ejercer la portavocía de colectivos damnificados por los desahucios, siendo partícipe de los mismos por haber tenido la poca vergüenza de no haber hecho frente ni al primer pago de su hipoteca cuando todavía contaba con ingresos suficientes para hacerlo. Y ahora esconde su irresponsabilidad junto a personas que realmente necesitan el apoyo y la comprensión de todos al haber tenido la mala fortuna de ser golpeados por la vida.

Hay de todo en la viña del señor. Antiguos etarras, detenidos en un control policial con 200.000 euros en el maletero. ¿Para qué?. Para comprar angulas. Peor hubiera sido que el dinero estuviera destinado a comprar pistolas. ¡200.000 euros para angulas!

Y, un ejemplo más, paradigma de esos valores emergentes que “despuntaron” por currículum y fueron presentados en el “fotocol” público como la encarnación de la profesionalidad. Iñaki Prego, consejero delegado de “Metro Bilbao”, ex gerente del Consorcio de Transportes y artífice de una etapa negra de conflictos e irregularidades en la gestión de la sociedad del suburbano bilbaino.

Prego, que está a punto de abandonar –o ser abandonado- la sociedad pública, acaba de percibir de ésta más de 140.000 euros de “bóbilis bóbilis” Y no ha sido el único en obtener una gratificación tan generosa en el ocaso de su mandato. Deben ser los “bonus” por los objetivos incumplidos. Espero que alguien ponga freno a tanta satrapería y recupere, no sólo el dinero, sino la sensatez y la seriedad que requiere una entidad mantenida con recursos públicos. Con el dinero de todos.

Con tanto mangante arriba y abajo, a izquierda y derecha, no es de extrañar que la corrupción se haya colado entre una de las principales preocupaciones de la ciudadanía según revelan estudios sociológicos recientes. Pero el hecho de que haya evidencias tan funestas y visibles en todos los ámbitos de la vida, no nos debe hacer olvidar que, por el contrario, la inmensa mayoría de quienes dirigen lo público y lo privado, mantienen conductas honestas y ejemplares. Hay jefes, y muchos, que son los primeros en dar el callo. Líderes que se han ganado su condición a pulso. Nuevos gestores que han aceptado el reto de ejercer nuevas responsabilidades por compromiso. Perdiendo dinero y estatus profesional en el tránsito (y en el nuevo gobierno hay ejemplos palmarios de esta situación). Hay capital humano, desde la base a la cumbre, que merece toda nuestra confianza. Y eso nos debe hacer optimistas.



Decía al principio que ser jefe es difícil. Lo es más ser jefe o “indio” honesto. No caigamos en la desesperanza. La inmensa mayoría lo es. Lo somos. O eso pretendemos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario