viernes, 27 de diciembre de 2013

BALTASAR EUSKALDUNA


Pudo ser una tragedia. Pero afortunadamente se quedó en un susto. El pasado lunes, 23, madrugué, como suele ser habitual. El “ciclón génesis” que diría Patxi López, comenzaba a asomarse por Euskadi. Aún sin su fuerza explosiva que más tarde demostró. Pero hacía viento, mucho viento. Eran apenas las siete de la mañana y yo conducía mi coche en dirección a Bilbao por el recorrido de costumbre. De repente, noté que de un tercer piso caía algo a la calzada. Como un fardo se precipitó al asfalto justo delante de mi vehículo. Frené en seco y salí del automóvil con cierta zozobra y para comprobar de qué se trataba. Al lado de las ruedas delanteras estaba, ni más ni menos, que el Olentzero, o, al menos,   una de esas réplicas que se han puesto de moda colgadas en las balconadas.



Jodé, pensé. Si le llego a atropellar, me cargo las navidades. Sólo me hubiera faltado  ser el culpable de arrollar a Olentzero y destrozar las expectativas de miles de familias. Así que, ni corto ni perezoso, retiré al carbonero de la vía y lo situé al borde de un portal. “Si has subido hasta la repisa una vez, subirás otra”– le dije mientras reemprendía la marcha- .”Y si no puedes, que te ayude Maridomingi”



Lo cierto es que la figura de Olentzero no ha estado muy arraigada en mi imaginario. En mi niñez no tuve noticias de él. Quizá porque, por ser del país estuviera en el exilio, o represaliado en alguna cárcel franquista. La primera vez que tuve constancia de su existencia yo ya era un incrédulo resabiado. O lo que es lo mismo,  tenía ya la edad  del acné pavo. Además, aquel personaje jatorra, comenzó a desfilar en mi pueblo encima de un carro de bueyes cagones que dejaban a su paso un resbaladizo rastro oloroso que precedía a una manifa pro amnistía.  Todo menos glamuroso. Es decir, lo contrario que aquellos sofisticados magos de Oriente que año tras año paseaban en camello lanzando caramelos al personal en estas fechas.



Aunque sólo el evangelista Mateo hubiera advertido en sus escritos de su existencia en el Nuevo Testamento, para los niños de mi generación, sólo aquellos personajes eran los mágicos en Navidad. Santa Claus fue un invento de la Coca Cola y Olentzero estaba en paradero desconocido. Magos, magos, los de Oriente. Sobre todo, el rey negro, Baltasar. Quizá por exótico, o tal vez porque tenía los mismos gustos que mi padre. En la noche fantástica,  junto a los zapatos limpios, Baltasar se bebía, una copita de Cointreau. Ni anís, ni coñac. Cointreau. El mismo paladar que Donato. Casualidades de la vida. Su camello, por el contrario, jamás debía tener sed, porque el vaso con agua de aprovisionamiento siempre  amanecía lleno.



Aquel personaje debía ser un superhéroe. Visitar tantas casas en una noche, tomando una copita en cada una, sólo lo podía hacer  alguien sobrenatural. En el mejor de los casos, Baltasar compartía trabajo y pimple con Melchor y Gaspar, mientras que Olentzero debía afanarse en hacer su labor en solitario. Demasiada labor y trasiego. De ahí su fama popular –“begi gorri”- y su desaliñada estampa.



Tras haber salvado a Olentzero de un fatal atropello, la divinidad tuvo a bien  concederme el privilegio de tener un encuentro personal con Baltasar. Fue una cita casual pero emocionante. Fue en la terraza de un bar,  al albur de un txakoli disfrutado en alegre tertulia. Llegó improvisadamente. Portaba tres sacos de plástico y saludó como cualquiera en estas fechas; “Zorionak eta urte berri on”. Lo siguiente que dijo fue “Galtzerdiak, merkeak bainan onak”.  Negué con la cabeza mostrando mi desinterés, pero aquel hombre insistió; “Ikutu, ikutu. Oso gozoak dira”. El rey negro continuó con su muestrario; “Orkatilako galtzerdiak, zapiak, larruzko zinturoiak...”. Interrumpimos su discurso con una pregunta: “Euskalduna zara?”. “Bai, noski” –erantzun zigun-. Eta non ikasi duzu euskeraz?”. “Kalean,  jende artean entzuten”. “Non , kalea?”. “Bai, begira...” Y acto seguido sacó del bolsillo de su pantalón varios papeles arrugados en los que podían leerse diversas frases manuscritas. “Hauek dira txuletak. Begira, “Atsegin haundiz- con mucho gusto-“,  “alferrik” , inutilmente, “ados naiz zurekin”, estoy de acuerdo contigo”.



El joven muchachote subsahariano continuaba repitiendo “esaldiak irakasteko”,  pero la curiosidad podía a quienes estábamos a su alrededor. “Nongoa zara?”. “Senegalen jaio nintzan bainan hamahiru urte daramat Euskadin”.

Cada pregunta revelaba una respuesta insospechada. “Eta oso pozik bizi naiz hemen”.

“Zein da zure izena?.” “Oso erraza da. Yoro nauzue. Yoro, con “Y” griega,  bainan ez negarrez”.

Le cuestionamos por las ventas, por su forma de vida y sin perder la sonrisa nos dijo que se conformaba con lo que tenía. “Salmenta ez da haundia. Haundia da krisialdia eta jendeak ez du  dirurik gastatzeko”.



Terminamos comprando unos calcetines. “Gizonezkoak urdinak dira eta emakumeenak  larrosak. Politak bezain berotsuak. Bi paregatik, hiru euro”. Tres euros por dos pares.

Yoro, con “Y”,  volvió a cerrar sus bolsas de plástico azul y se despidió educadamente.

“Zorionak eta urte berri on Yoro”. “Jaungoikoak nahi badu” nos contestó. “Si Dios quiere”. Y se fue. Entonces comprendí que aquel joven negro era  el Baltasar en el que creía. Un ser mágico, venido del sur en condiciones infrahumanas. Arrastrado por la búsqueda de un porvenir. Trabajando de sol a sol. Con respeto, y con el compromiso de compartir las raíces del pueblo que le acogía. Un mago de verdad.



En nuestras calles y plazas hay centenares de hombres y mujeres que como Yoro han hecho, además del sacrificio inmenso de dejar su familia y su hogar, el ejemplo impagable de integrarse en Euskadi e incorporar el euskera a su vida. Con la normalidad de saber adaptarse a una nueva realidad con signos de identificación específicos.



Es por ello que cuando se observan actuaciones tan miserables como las que en Navarra  protagonizan los poderes públicos, demonizando el euskera –linguae navarrorum-, un tesoro no sólo vasco sino universal, mi inteligencia se solivianta. El idioma, la lengua, jamás debe ser tratada como un elemento político. Ni para imponerla, ni para impedirla. La lengua, el idioma, es un valor cultural de enriquecimiento en sí mismo. Un tesoro a preservar y a utilizar. Por propios y por foráneos. Porque  es la expresión  genuina de la comunicación humana. Y sin comunicación, sin diálogo,  no encontraremos entendimiento alguno.



Otro rey, esta vez  de linaje y de mandato legal, se ha cruzado en el calendario semanal. Juan Carlos I ha vuelto a la actualidad programada de televisiones, radios y tabloides. Su discurso de Navidad ha sido el menos seguido en los últimos años. No era de extrañar.  Los antecedentes  que acompañan al monarca español invitan poco a prestar atención a sus palabras. Suenen vacías. Hablar de “regeneración política”, de “unidad”, de “construir juntos nuestro futuro” cuando el ejemplo propio desalienta la moral, cuando  se vapulea la posibilidad de que la ciudadanía  sea democráticamente consultada, no es sino un estéril ejercicio retórico, carente de legitimidad y de crédito.



Él también ha pronunciado la palabra “diálogo”. Pero no ha convencido a nadie. Creer hoy en la “gran nación” del rey Juan Carlos es una cuestión de fe, una fe que algunos no compartimos.  



Por suerte, Olentzero se recuperó del percance matutino. E hizo su trabajo de Gabon repartiendo ilusiones por doquier. Buena falta hacía.  Baltasar le acompañará en lo que pueda para restablecer una esperanza colectiva que ni los monarcas terrenales son capaces de concitar. El año nuevo comenzará con la posibilidad de que el Parlamento Vasco, desde el necesario consenso, alumbre una realidad política distinta que nos cobije a los vascos. Que haga posible un mayor bienestar colectivo. Eso es el autogobierno. Y que decidamos por nosotros mismos qué queremos ser hoy y mañana. Sin que nadie imponga, ni tampoco impida un acuerdo. Así lo espero. Jaungoikoak nahi badu. 

3 comentarios:

  1. Yoro hori oso tipo HAUNDIA. Bai Jauna bai

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  2. Benetako haundia da . Algortako kaleetan dabil orain bere galtzerdiak eta larruzko zinturoiak saltzen

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  3. Bai horixe. El otro dia me paso algo que también me sorprendio y concretamente en las Arenas. Un txikitxu con rasgos de latinoamerica gritaba en un tienda Aitatxu , aitatxu al no contestarle empezó Amatxu, amatxu , otro niño a la par llamaba Papa, papa, este con pinta de nativo, el Aitatxu atendió a su hijo, un señor boliviano y el Papa también atendió al suyo, de Las Arenas de toda la vida. No quiero ofender pero dude de quien era el emigrante.

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