Pudo ser una tragedia. Pero afortunadamente se quedó en un susto. El pasado lunes, 23, madrugué, como suele ser habitual. El “ciclón génesis” que diría Patxi López, comenzaba a asomarse por Euskadi. Aún sin su fuerza explosiva que más tarde demostró. Pero hacía viento, mucho viento. Eran apenas las siete de la mañana y yo conducía mi coche en dirección a Bilbao por el recorrido de costumbre. De repente, noté que de un tercer piso caía algo a la calzada. Como un fardo se precipitó al asfalto justo delante de mi vehículo. Frené en seco y salí del automóvil con cierta zozobra y para comprobar de qué se trataba. Al lado de las ruedas delanteras estaba, ni más ni menos, que el Olentzero, o, al menos, una de esas réplicas que se han puesto de moda colgadas en las balconadas.
Jodé, pensé. Si le llego
a atropellar, me cargo las navidades. Sólo me hubiera faltado ser el culpable de arrollar a Olentzero y
destrozar las expectativas de miles de familias. Así que, ni corto ni perezoso,
retiré al carbonero de la vía y lo situé al borde de un portal. “Si has subido
hasta la repisa una vez, subirás otra”– le dije mientras reemprendía la marcha-
.”Y si no puedes, que te ayude Maridomingi”
Lo cierto es que la
figura de Olentzero no ha estado muy arraigada en mi imaginario. En mi niñez no
tuve noticias de él. Quizá porque, por ser del país estuviera en el exilio, o
represaliado en alguna cárcel franquista. La primera vez que tuve constancia de
su existencia yo ya era un incrédulo resabiado. O lo que es lo mismo, tenía ya la edad del acné pavo. Además, aquel personaje
jatorra, comenzó a desfilar en mi pueblo encima de un carro de bueyes cagones
que dejaban a su paso un resbaladizo rastro oloroso que precedía a una manifa
pro amnistía. Todo menos glamuroso. Es
decir, lo contrario que aquellos sofisticados magos de Oriente que año tras año
paseaban en camello lanzando caramelos al personal en estas fechas.
Aunque sólo el
evangelista Mateo hubiera advertido en sus escritos de su existencia en el Nuevo
Testamento, para los niños de mi generación, sólo aquellos personajes eran los
mágicos en Navidad. Santa Claus fue un invento de la Coca Cola y Olentzero
estaba en paradero desconocido. Magos, magos, los de Oriente. Sobre todo, el
rey negro, Baltasar. Quizá por exótico, o tal vez porque tenía los mismos
gustos que mi padre. En la noche fantástica,
junto a los zapatos limpios, Baltasar se bebía, una copita de Cointreau.
Ni anís, ni coñac. Cointreau. El mismo paladar que Donato. Casualidades de la
vida. Su camello, por el contrario, jamás debía tener sed, porque el vaso con
agua de aprovisionamiento siempre
amanecía lleno.
Aquel personaje debía ser
un superhéroe. Visitar tantas casas en una noche, tomando una copita en cada
una, sólo lo podía hacer alguien
sobrenatural. En el mejor de los casos, Baltasar compartía trabajo y pimple con
Melchor y Gaspar, mientras que Olentzero debía afanarse en hacer su labor en
solitario. Demasiada labor y trasiego. De ahí su fama popular –“begi gorri”- y
su desaliñada estampa.
Tras haber salvado a
Olentzero de un fatal atropello, la divinidad tuvo a bien concederme el privilegio de tener un
encuentro personal con Baltasar. Fue una cita casual pero emocionante. Fue en
la terraza de un bar, al albur de un txakoli
disfrutado en alegre tertulia. Llegó improvisadamente. Portaba tres sacos de
plástico y saludó como cualquiera en estas fechas; “Zorionak eta urte berri
on”. Lo siguiente que dijo fue “Galtzerdiak, merkeak bainan onak”. Negué con la cabeza mostrando mi desinterés,
pero aquel hombre insistió; “Ikutu, ikutu. Oso gozoak dira”. El rey negro
continuó con su muestrario; “Orkatilako galtzerdiak, zapiak, larruzko
zinturoiak...”. Interrumpimos su discurso con una pregunta: “Euskalduna zara?”.
“Bai, noski” –erantzun zigun-. Eta non ikasi duzu euskeraz?”. “Kalean, jende artean entzuten”. “Non , kalea?”. “Bai,
begira...” Y acto seguido sacó del bolsillo de su pantalón varios papeles
arrugados en los que podían leerse diversas frases manuscritas. “Hauek dira
txuletak. Begira, “Atsegin haundiz- con mucho gusto-“, “alferrik” , inutilmente, “ados naiz
zurekin”, estoy de acuerdo contigo”.
El joven muchachote
subsahariano continuaba repitiendo “esaldiak irakasteko”, pero la curiosidad podía a quienes estábamos a
su alrededor. “Nongoa zara?”. “Senegalen jaio nintzan bainan hamahiru urte
daramat Euskadin”.
Cada pregunta revelaba
una respuesta insospechada. “Eta oso pozik bizi naiz hemen”.
“Zein da zure izena?.”
“Oso erraza da. Yoro nauzue. Yoro, con “Y” griega, bainan ez negarrez”.
Le cuestionamos por las
ventas, por su forma de vida y sin perder la sonrisa nos dijo que se conformaba
con lo que tenía. “Salmenta ez da haundia. Haundia da krisialdia eta jendeak ez
du dirurik gastatzeko”.
Terminamos comprando unos
calcetines. “Gizonezkoak urdinak dira eta emakumeenak larrosak. Politak bezain berotsuak. Bi paregatik,
hiru euro”. Tres euros por dos pares.
Yoro, con “Y”, volvió a cerrar sus bolsas de plástico azul y
se despidió educadamente.
“Zorionak eta urte berri
on Yoro”. “Jaungoikoak nahi badu” nos contestó. “Si Dios quiere”. Y se fue.
Entonces comprendí que aquel joven negro era
el Baltasar en el que creía. Un ser mágico, venido del sur en
condiciones infrahumanas. Arrastrado por la búsqueda de un porvenir. Trabajando
de sol a sol. Con respeto, y con el compromiso de compartir las raíces del
pueblo que le acogía. Un mago de verdad.
En nuestras calles y
plazas hay centenares de hombres y mujeres que como Yoro han hecho, además del
sacrificio inmenso de dejar su familia y su hogar, el ejemplo impagable de
integrarse en Euskadi e incorporar el euskera a su vida. Con la normalidad de
saber adaptarse a una nueva realidad con signos de identificación específicos.
Es por ello que cuando se
observan actuaciones tan miserables como las que en Navarra protagonizan los poderes públicos,
demonizando el euskera –linguae navarrorum-, un tesoro no sólo vasco sino
universal, mi inteligencia se solivianta. El idioma, la lengua, jamás debe ser
tratada como un elemento político. Ni para imponerla, ni para impedirla. La
lengua, el idioma, es un valor cultural de enriquecimiento en sí mismo. Un
tesoro a preservar y a utilizar. Por propios y por foráneos. Porque es la expresión genuina de la comunicación humana. Y sin
comunicación, sin diálogo, no
encontraremos entendimiento alguno.
Otro rey, esta vez de linaje y de mandato legal, se ha cruzado
en el calendario semanal. Juan Carlos I ha vuelto a la actualidad programada de
televisiones, radios y tabloides. Su discurso de Navidad ha sido el menos
seguido en los últimos años. No era de extrañar. Los antecedentes que acompañan al monarca español invitan poco
a prestar atención a sus palabras. Suenen vacías. Hablar de “regeneración
política”, de “unidad”, de “construir juntos nuestro futuro” cuando el ejemplo
propio desalienta la moral, cuando se
vapulea la posibilidad de que la ciudadanía
sea democráticamente consultada, no es sino un estéril ejercicio
retórico, carente de legitimidad y de crédito.
Él también ha pronunciado
la palabra “diálogo”. Pero no ha convencido a nadie. Creer hoy en la “gran
nación” del rey Juan Carlos es una cuestión de fe, una fe que algunos no
compartimos.
Por suerte, Olentzero se
recuperó del percance matutino. E hizo su trabajo de Gabon repartiendo ilusiones
por doquier. Buena falta hacía. Baltasar
le acompañará en lo que pueda para restablecer una esperanza colectiva que ni
los monarcas terrenales son capaces de concitar. El año nuevo comenzará con la
posibilidad de que el Parlamento Vasco, desde el necesario consenso, alumbre
una realidad política distinta que nos cobije a los vascos. Que haga posible un
mayor bienestar colectivo. Eso es el autogobierno. Y que decidamos por nosotros
mismos qué queremos ser hoy y mañana. Sin que nadie imponga, ni tampoco impida
un acuerdo. Así lo espero. Jaungoikoak nahi badu.
Yoro hori oso tipo HAUNDIA. Bai Jauna bai
ResponderEliminarBenetako haundia da . Algortako kaleetan dabil orain bere galtzerdiak eta larruzko zinturoiak saltzen
ResponderEliminarBai horixe. El otro dia me paso algo que también me sorprendio y concretamente en las Arenas. Un txikitxu con rasgos de latinoamerica gritaba en un tienda Aitatxu , aitatxu al no contestarle empezó Amatxu, amatxu , otro niño a la par llamaba Papa, papa, este con pinta de nativo, el Aitatxu atendió a su hijo, un señor boliviano y el Papa también atendió al suyo, de Las Arenas de toda la vida. No quiero ofender pero dude de quien era el emigrante.
ResponderEliminar