Antes de su visionado –en privado y con todos los poros de
mi cuerpo abiertos a recibir múltiples sensaciones-, tomé un pequeño taco de
tarjetas verdes adhesivas. Quería apuntar lo que la película me transmitía.
Como un ejercicio práctico de terapia. Una práctica personal que nos convendría
hacer a todos. Porque, aunque lejana, la injusticia de la violencia, o mejor
dicho, de las violencias, que se han practicado en este Pueblo, nos han
afectado, de una u otra manera a todos. Unos las han padecido con mayor
intensidad. Otros, con menor impacto. Pero, la vulneración de los derechos
humanos básicos que ha habido en Euskadi en los últimos decenios nos ha
marcado globalmente, aunque algunos no
se percaten de su huella.
Hoy, felizmente, esa etapa de perturbación continuada de la
dignidad humana, parece finalizada. Vivimos días balsámicos de ausencia de
violencia, de atentados, de una incipiente forma de vida en la que nadie teme
por su integridad. Es, como una bendición que, cada día que pasa, valoramos menos porque las personas nos
acostumbramos enseguida a lo bueno. Y, si lo bueno se convierte en cotidiano,
dejamos de atender su valor excepcional.
Pero, debajo de la
epidermis de sosiego que hoy nos alimenta,
seguimos manteniendo heridas y cicatrices que nos reflejan el insoportable daño que las violencias nos ocasionaron.
Y, con ellas aún recientes, inicié la visualización del documental dirigido por
Fermín Aio y basado en el ensayo de monseñor Juan Mari Uriarte, titulado
“Reconciliación”.
El planteamiento del filme, elaborado con especial técnica y pulcritud profesional
en el montaje, es sencillo. Víctimas de
las diversas violencias existentes en Euskadi, hablan , cara a cara, sobre el
dolor por la ausencia de sus seres queridos, de la incomprensión y la soledad,
también del vacío, pero sobre todo dialogan del futuro de una convivencia en
nuestra sociedad. Y todo ello, bajo el hilo argumental de las reflexiones del obispo
Uriarte.
Lo primero en
apuntar en mis notas de “pósit”, fue el
nombre de las víctimas comparecientes en el documental. Compartían diálogo por
parejas; Sara Buesa –hija del parlamentario socialista Fernando Buesa- y Josu
Elespe –hijo de Froilán Elespe, concejal del PSE igualmente asesinado por ETA; Leire
Goikoetxea y Jon Doral, hijos de los ertzainas Joseba Goikoetxea y Montxo Doral
asesinados por ETA; Edurne Brouard, hija del dirigente de HB asesinado por los GAL conversaba
con Fernando Garrido, hijo del gobernador militar de Gipuzkoa, Rafael Garrido, asesinado
por ETA junto a su esposa Daniela y uno de sus hermanos, Daniel . Iñaki Garcia
Arrizabalaga, hijo de Juan Manuel García, una víctima de los Comandos Autónomos
Anticapitalistas, e Inés Nuñez, cuyo padre, Francisco Javier Nuñez, fue
asesinado como consecuencia de abusos policiales en 1977, compartían juntos sus
experiencias. También aparecían Andoitz
Korta, hijo del asesinado Presidente de Adegi - Joxe Mari Korta-, que conversaba
con Pili Zabala, hermana de Joxi Zabala, secuestrado, torturado y asesinado por
los GAL en 1983. Y, de manera individual aportaban sus inquietudes Marixabel
Lasa, viuda de Juan Mari Jauregi, asesinado por ETA; Sabino Ormazabal, detenido
y juzgado en el macrosumario 18/98 y el sacerdote claretiano Josu Zabaleta
quien ha desarrollado una enorme labor humanitaria entre los presos de la
denominada “vía Nanclares”.
Fijé los nombres
y apellidos, su parentesco y la procedencia del dolor que les afligía pues, en
el reconocimiento de la memoria, cada historia tiene sus protagonistas y sus
circunstancias. Ninguna es igual y cada
víctima merece ser recordada en su
singularidad.
Sé que en la
película no estaban todas, ni mucho menos. O que, desde algún lugar, alguien
acusará a los realizadores del docudrama
de ser parciales a la hora de seleccionar los protagonistas. Críticas las habrá
siempre, pero el espectro de las voces
incorporadas al documento me resultó suficientemente representativo. A unos
conocía, de manera directa. A otras víctimas, simplemente, las identifiqué. Y,
antes de escuchar lo que tenían que
decir, apunté mi primera impresión de su apariencia.
De Sara Buesa me
quedé con la paz interna que transmitía.
Era una imagen radiante de tolerancia. Con Pili Zabala, su lenguaje no verbal
ponía en evidencia la dureza del sufrimiento prolongado provocado por una
desaparición (secuestro), pero su elocuencia dejó claro que en su casa, no se
vivía con odio.
Especialmente
emotivo fue el encuentro entre Inés Núñez e Iñaki García Arrizabalaga. La joven,
que aún conserva el dolor de haber padecido a escondidas y en casi en
clandestinidad, el asesinato de su aita a manos de la policía, no pudo contener
las lágrimas recordando el drama, siendo consolada instantáneamente por el compañero de tertulia
con un beso y un abrazo reparadores. Iñaki, con quien he compartido durante
años espacio en el Consejo de Administración de EITB, relató con crudeza el
instante en el que encontró el cuerpo de
su padre;“sentado en el suelo, encadenado, con una capucha y un tiro en la
nuca”. Espeluznante.
El dúo más
“rocoso” del testimonial lo conformaban Edurne Brouard y Fernando Garrido. A pesar del ellos, son los herederos más “genuinos” del escarnio. Ella, hija de un dirigente
político de la
Izquierda Abertzale. Él, descendiente de un militar. Quisieron mirar más hacia delante que hacia
atrás. Lógico. El pasado representa lo antagónico y librarse de las ataduras de
donde se proviene no es fácil. Dirigirse hacia Ítaca es más llevadero que
recordar Troya.
El abrazo último,
punto final del encuentro, fue la imagen destacada de una amable y correcta conversación.
Miro mis apuntes
y observo un punto de admiración. “Es Montxo”. Sí, el vivo reflejo de aquel
jóven ertzaintza al que ETA segó la vida
con una bomba lapa bajo su coche. Sus rasgos, sus ojos...Todo en él me recordó a su aita.
Jon Doral y Leire
Goikoetxea representaron la inocencia en estado puro. Con ellos, la nueva Euskadi será
posible.
Monseñor Uriarte,
con su sabiduría y visión ética de la vida desarrolló su tesis de reencuentro, de
reconciliación. Pero una de las conclusiones extraídas de los múltiples
debates recogidos en la película me hizo
ver que, pese a los esfuerzos del obispo en conquistarla, la reconciliación está lejana. Pasarán generaciones antes de
alcanzarse. Las víctimas, de una manera u otra,
creen que el objetivo inicial es mucho más limitado; la convivencia. Josu Elespe lo
resumió bien; si metes en una batidora las violencias de ETA, del GAL, de los
abusos policiales ...obtienes víctimas y
victimarios diferentes. Él, y otros, no se sienten parte de conflicto alguno y,
por lo tanto, no encuentran necesidad de conciliarse con nadie. Lo fundamental
pasa por vivir juntos, una nueva oportunidad, convivir.
Marixabel Lasa lo
clarificó con esa elocuencia tan propia del
país. Tras su experiencia de compartir encuentro
con un preso de ETA le confesó a éste: “Prefiero ser la viuda de Jáuregui que
no tu madre”. Demoledor.
El documental
“Reconciliación”, podrá verse próximamente en ETB y animo vivamente a
contemplarlo. Sin apriorismos ni complejos. Su contenido es un ejercicio que la
gran mayoría de este país debiera asimilar y compartir. Sus protagonistas han
accedido a pasar por las aulas para dar testimonio a las nuevas generaciones de
vascos del sufrimiento padecido y de la liberación que supone vivir sin rencor ni alimentados por el motor
del odio. Es la mejor fórmula para que las desgracias del pasado no vuelvan a
repetirse en el futuro. Y para que establezcamos las barreras de una sociedad
fundamentada en los derechos humanos,
una premisa prepolítica que jamás debió ser franqueada.
Cuando escuchamos
los dimes y diretes de las formaciones políticas que hablan de suelo ético recuperando la cal viva en sus mensajes,
cuando se dice buscar el acuerdo utilizando
los compromisos éticos como arma arrojadiza, la posibilidad de reconciliación se esfuma. Paz no es simplemente ausencia de
violencia. Es mucho más.
Josu Zabaleta, con lágrimas en los ojos, afirma en el film de Fermín Aio que “creo en
el cambio de todas las personas”. Todos queremos creer en que es cambio va a
ser posible. Pero la meta de la reconciliación vasca aún está lejana en el camino emprendido. Mejor aceptar
una estación término más modesta. Recon....Convivencia.
Koldo llevo tiempo leyéndote y este escrito, que no articulo, me ha encantado. Sin haber tenido ocasión de ver ese documental , solo con tu escrito he sentido emoción. Digo emoción si, tengo algo que enseñar a los incrédulos de la pluralidad vasca y los que no quieren una convivencia en paz. Pero sobre todo para que mi hija lo vea conmigo y decirle que esto ocurrió y que no debe volver a pasar. Eskerrik asko al director, los participantes y a ese hombre desconocido para muchos ex director de Askartza y a ti por el relato.
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