Cuarenta y una personas directamente golpeadas por la
violencia –ejercida por procedencias distintas- recibieron el reconocimiento
público del Gobierno vasco el pasado miércoles. Cuarenta y una personas con su
historial respectivo de sufrimiento y de daño injusto padecido. Víctimas de
todo tipo de crueldades. Cuarenta y una experiencias de dolor, de padecimiento.
La una con la otra, juntas en un mismo escenario que, como elemento simbólico, representaba
el mapa global de de la secuela
destructiva de la vulneración de derechos humanos que este país ha soportado en
los últimos decenios. Cuarenta y un testimonios de la herida provocada por la
brutalidad de la fuerza inhumana.
Para una mayoría, la foto de los galardonados en el certamen
René Cassin de los derechos humanos, representaba la esperanza en el inicio de
un nuevo tiempo de convivencia de la sociedad vasca. Sin desdeñar la causa del
encuentro, ni las historias particulares
que, pese a ellas, elevó a cada una de las personas allí presentes a ser
protagonistas del acto.
Unas fueron heridas cruelmente por la violencia terrorista
de ETA. De sus diferentes fracciones o
de los Comandos Autónomos. Otras, padecieron en carne propia la brutal agresión
del “contraterrorismo” amparado por los aparatos del Estado. Y también
compartieron estrado quienes sufrieron
los desmanes y el abuso por actuaciones
policiales incompatibles con el estado de derecho. Violencia, violencias
siempre injustas. Reprobables, condenables, irreparables.
Paro más allá de la procedencia de su dolor, aquellas
cuarenta y una personas, que no tuvieron inconveniente en exhibir juntas su
experiencia, posaron ante la sociedad vasca como reivindicación firme de que jamás se repita en Euskadi su tortura. Que nos
merecemos una oportunidad para editar un espacio de respeto a convivir desde la diferencia de cada cual. Sin temor.
Iguales en derechos, y en deberes. Libres de la amenaza de cualquier
articulación de fuerza que coarte los derechos de las personas.
Hay momentos en el devenir de las sociedades en los que una
instantánea, un gesto, una coincidencia, merece ser interpretado con mayor
atención que muchos de los acontecimientos que se califican de “históricos”. La
foto de los premiados en la edición de este año de los premios René Cassin de
derechos humanos, contiene esa categoría de excepcional.
Por eso no puedo entender que una fuerza política como el
Partido Popular, a la que se le supone un papel relevante en la conformación de
una nueva convivencia en paz, estuviera
ausente en dicho momento. No hay argumento posible que lo explique, y mucho
menos la ridícula justificación de incompatibilidad de agenda.
He escuchado en Onda Vasca a la portavoz del PP vasco, Laura
Garrido, tratar de argumentar su no asistencia. Encuentro entendible que la portavoz popular se viera
sobresaltada ante la falta de argumentos para
explicar la ausencia de sus representantes en el acto de reconocimiento
a las víctimas, pero, desconocer el porqué
no debe conducir al error de enmendar la tacha
con una razón todavía menos justificable.
Lo dicho por Laura Garrido a este respecto no tiene un pase. Vamos, que es de vergüenza
ajena. ¿Cómo justificar su ausencia porque "no se puede equiparar a todas las víctimas"?. ¿Cómo se puede decir sin sonrojarse que “no
se puede caer en la ceremonia de la confusión y equiparar a todas las víctimas
porque, sin duda, no contribuye a un relato real de lo ocurrido"?
¿Acaso la
portavoz popular quiso decir que el sufrimiento de unos fue peor que el de
otros? ¿Es que hay violencias
condenables y otras no tanto?. ¿A qué relato “real” se refiere la
portavoz del PP?. ¿A la memoria selectiva?. ¿A esa que dota con recursos
económicos y reconocimiento a las fundaciones amigas y niega el mínimo apoyo a
sacar de las cunetas y dar sepultura justa y digna a quienes fueron asesinados impunemente tras la sublevación fascista?.
El PP no sólo
estuvo ausente del acto institucional de reconocimiento a las víctimas de la violencia. Lleva fuera
del escenario de la política de conciliación en este país demasiado tiempo.
Ausente –por voluntad propia- de la ponencia de paz y convivencia. Ausente de
cualquier diálogo constructivo que afiance la paz. Ausente de una
visión crítica del pasado. Ausente del contraste,
del necesario ejercicio de entender la “verdad” de los demás, no sólo la propia. Y , si esa
“soledad” voluntariamente buscada fuera poco, en lo que respecta a Euskadi, el
PP sigue huérfana de liderazgo.
Los populares van
a ser los últimos en proclamar su candidatos municipales y forales –salvo De
Andrés y Maroto, sólo se conoce quienes no encabezarán listas-. Quizá siempre
haya sido así y la tardanza en las nominaciones obedezca a que “necesitan la
bendición” interna de Génova. Pero, dirigismos
o dedazos aparte, en los últimos años no
habíamos notado esa sensación de vértigo que hoy trasciende en la formación de Arantza Quiroga.
Es, como la premonición de un cataclismo en ciernes. Y, en esa zozobra, en la
que se cometen errores de bulto tan notables como el relatado de las víctimas, cuando las voces autorizadas
enmudecen, irrumpen actores inesperados. Meritorios ventajistas que actúan con
desparpajo para dejar su impronta personal. Así, libres de marca en el terreno
interno, se denuncia a la fiscalía al adversario político. O se busca
estérilmente la controversia y la tensión. Sin
más motivo que medrar o por situarse en posiciones visibles de cara a futuras
nominaciones.
Cuando la
ausencia de liderazgo –como en el momento actual- se hace nítida, es cuando los
francotiradores cobran protagonismo. Y su acción, lejos de ayudar a poner
orden, no hace sino enfangar aún más el terreno político en el que se mueve el
PP vasco que, si nadie de dentro lo remedia, les llevará a un sonado descalabro
en Euskadi en los próximos comicios municipales y forales. Una marginalidad que
se la está ganando a pulso.
Quienes no están
ausentes, y debían haber abandonado la
escena hace tiempo, son los que añoran los tiempos de capucha y algarada.
La pasada semana,
un grupo de nostálgicos de la “borroka”,
decidió “inaugurar” la nueva sede que el PNV ha abierto en la localidad
vizcaina de Galdakao. La “ekintza” no
fue más allá de la pintada y del
embadurnamiento de la fachada del local.
Con bandera española en ristre – la misma enseña que por imperativo
legal ondean en las instituciones que gobiernan- un grupo de activistas disfrazados
advirtieron a los jeltzales que era tiempo de elegir; “autonomia edo independentzia”.
La indeseable “gesta”
fue grabada en video y subida a las redes sociales como prueba evidente de la inadaptación
social que aún vive una parte –espero
que mínima- de la llamada izquierda abertzale. Atacar sedes, dañar su
patrimonio, sabotear su imagen no cuadra
ni con la democracia ni con el respeto al derecho básico de la pluralidad. Además ,
para expresar unas ideas políticas es más efectivo utilizar los canales
tradicionales que violentando la
propiedad ajena. El ejemplo más evidente son las declaraciones que el portavoz parlamentario
de EH Bildu hizo en el diario Deia -9 de diciembre de 2014- . “El PNV debe optar por la soberanía vasca o
anclarse en actitudes estatutarias”. Sin necesidad de pintura, de disfraz ni de
bandera española. Urruzuno dijo lo mismo que quienes sabotearon el batzoki de
Galdakao. Pero a él nadie le puede ni debe
reprochar nada.
Afortunadamente
para todos, irrupciones como las protagonizadas por los cafres de Galdakao, son
cada vez más esporádicas y puntuales. Confiemos en que pronto desaparezcan para
siempre. Como dijera en su tiempo un dirigente sindical, “sobran y estorban”. A
la sociedad vasca en general y, sobre todo, a una Izquierda Abertzale a la que
reconocemos sus esfuerzos por normalizar su actividad política a través de
cauces exclusivamente pacíficos y democráticos.
En un tiempo
nuevo como el que construimos, los ausentes deben volver a escena y recobrar
protagonismo. Y quienes, en ocasiones
nos soliviantan con su presencia encapuchada, deben hacer ya mutis y abandonar el escenario.
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