A mí no me da igual lo que les pase a los
presos de ETA. A Arantza Quiroga quizá sí. Así lo ha explicitado en una
entrevista a la cadena radiofónica de la Conferencia Episcopal. Un
contrasentido, perder el sentimiento de la reconciliación y la compasión de una
católica en una radio clerical. “Aquí,
el que la hace, la paga”, ha sentenciado
la ferviente presidenta del PP vasco quien ha confesado sentirse "muy reconfortada" por la decisión del
Tribunal Supremo que impedirá a los presos de ETA descontar de sus condenas los
años cumplidos en otros países de Europa.
Yo, un
impío pecador, cada vez más descreído, pienso lo contrario. Ni el Talión, ni la
venganza, y mucho menos el odio. Pienso que la obligación de un sistema penal
ajustado a derecho es redimir a los culpables,
hacerles pagar un precio por sus delitos y resocializarlos,
reinsertarlos en una sociedad generosa,
capaz de dar a todo ser humano una nueva oportunidad de rehacer su vida.
No lo
digo yo, lo dice la propia Constitución que tanto dice venerar Arantza Quiroga.
Sus
declaraciones me han provocado tristeza. Cuanta falsedad de “sepulcros
blanqueados”. Y, en segundo término, observo el cálculo político de quien no
tiene duda en subvertir los derechos fundamentales –que también asisten a la
población reclusa- en una dádiva de quita y pon.
Como a la
presidenta del PP vasco, me aborrecen los abominables crímenes cometidos por el
terrorismo de ETA. Me horroriza su
inhumanidad. Su crueldad y el dolor intenso por ellos provocados. Pero dicho
esto, creo que ya está bien de vincular esta repulsa con la sed de venganza. Con la manipulación
política de las víctimas. Con el retorcimiento de la ley.
No creo
equivocarme al pensar que como yo, hay muchos vascos que están decididos a apostar
por una nueva convivencia. Sin olvidos. Pero también sin odio. Con la legalidad
en la mano. Sin viciarla. Ni excepcionarla.
Durante
esta pasada semana hemos vuelto a vivir un “déjà vu”, una escena repetida del
pasado trasladada al presente. Una concatenación de acciones judiciales y
policiales con un indudable impulso político. Bien por el contexto
–movilización contra la dispersión, atentados de París, inicio de un nuevo
macrojuicio en la Audiencia Nacional, manifestación de las asociaciones más
politizadas de víctimas del terrorismo- o por el interés del partido en el gobierno para afianzar su
electorado más extremo.
El
resultado, ha vuelto a ser un despropósito, un gratuito tensionamiento de la
convivencia con balance desastroso.
El mismo
juez que hace un año y cinco meses
articulara una amplia redada policial contra los responsables del
colectivo “Herrira”, saldada con dieciocho detenciones – todos los arrestados
fueron posteriormente puestos en libertad- , el mismo magistrado que a escasas veinticuatro horas de su
celebración prohibiera la manifestación del pasado año en favor de los derechos
de los presos, el mismo representante de
la judicatura, movilizaba a la Guardia Civil en una nueva operación de amplio impacto mediático en la que se procedía
a la detención de 16 personas -12 de ellas abogados de presos- de las que, finalmente, tres –tesoreros de
Herrira- han terminado en prisión..
Como
decía el periodista Iñaki Gabilondo, algo de esta operación “olía a chamusquina”.
Por más
que el ministro de Interior se afanara en presentar la acción judicial y
policial como un golpe a “un tentáculo de ETA”,
ni las imputaciones de delitos, ni la contundencia de los argumentos
esgrimidos desde el gobierno convencieron de la objetividad de la actuación y
del dispositivo policial desplegado. Más bien al contrario.
La
acusación de “fraude fiscal” no se compadecía con el hecho de que las Haciendas
vascas, de las que los detenidos eran “obligados tributarios” nada supieran, ni
fueran informadas, de dicha presunta ilegalidad.
Para que
un fraude fiscal se convierta en delito es necesario que un contribuyente
eluda, con dolo, más de 120.000 euros en un ejercicio y en una figura
tributaria concreta. Y hasta donde se ha podido saber, ninguna de las haciendas
forales había detectado –y nadie lo había comunicado-tales situaciones.
Por otro
lado, la actuación contra los letrados –todos ellos puestos en libertad tras su
aparatosa detención- ha encendido la crítica
de estamentos tan poco sospechosos de complicidad con el terrorismo como
el Consejo General de la Abogacía española o el Colegio de Abogados de Bizkaia.
La vulneración del “derecho de defensa”, argumentado por el colectivo de
juristas, cobra especial incidencia habida cuenta de que varios de los
detenidos fueran arrestados horas antes de que se iniciara el macrojuicio 04/08
en la Audiencia Nacional contra ex
dirigentes de ANV, EHAK y Batasuna. Varios de esos abogados formaban parte del equipo de defensa de los
35 procesados, acusados de pertenecer a ETA –una vez más “todo es ETA”- en un
sumario en el que se juzgan actividades políticas
desarrolladas entre los años 2005 y 2007.
No. No
parece simple coincidencia. Ni tampoco el hecho de que el Tribunal Supremo rechazara, al día siguiente de la “operación
mate”, la excarcelación de Kepa Pikabea,
recluso acogido a la denominada “vía Nanclares”
que había instado a la justicia española la aplicación de la decisión marco 675/2008 del Consejo de la Unión Europea, referida a
cómo deben computarse las penas y
valorar las sentencias emitidas por
otros países miembros.
Después de que el locuaz Fernández Díaz ,
Soraya Sáenz de Santamaría y hasta nuestra Arantza Quiroga hubieran reclamado
de la judicatura española, una vez más como ingerencia impresentable, la no
utilización de la doctrina comunitaria en materia de acumulación de penas para su cómputo global, el Tribunal Supremo
accedió a tal propósito. Aunque seis de sus quince miembros, ante la duda
razonable de la prevalencia de normas, planteara, sin éxito, una consulta prejudicial de
urgencia ante el Tribunal
de la Unión Europea.
Ni dudas, ni consultas. Leña al
mono. Aunque se roce el estrambote y, a sabiendas, pasado un tiempo –el tiempo del recurso- venga
otra vez la Corte de Luxemburgo a tirar de las orejas a la cúpula togada
española. “Marca España” en estado puro.
Todo raya el esperpento. Lo único
que faltaba era poner una imagen grotesca como colofón al fiasco. Y llegó. La
escena de los guardias civiles encapuchados contando dinero en una mesa con una montaña de monedas resulta propia del espacio televisivo “Vaya
semanita”. No me cabe duda de que los guionistas de la imagen captada en la
sede del sindicato LAB son de la misma escuela
cinematográfica de quienes nos brindaron
aquel otro video irrepetible. El espot del desarme, las pistolas y los
verificadores. Un nuevo género documental; el ridículo.
El desaguisado judicial y policial
vivido esta semana nos lleva a concluir que al Gobierno español no tiene una
política de paz. Ni de convivencia. Tiene una política de Interior basada en el
impacto mediático. De ahí la sobreactuación, la excepcionalidad.
Creen que les va bien sostener la
ficción de la batalla contra el terrorismo
etarra. Aunque el “enemigo” ya no exista. Es algo así como buscar
réditos de la nostalgia del ayer. Para contentar a su electorado extremo. Para
acallar a las voces de la caverna que ponen en valor su “firmeza democrática”. Y con esa
práctica se desentiende de la
responsabilidad que tiene de apagar la luz
y cerrar la página de un libro que está acabado.
Tanto cálculo político comienza a
resultar infame. Sobre todo cuando utiliza, para alimentarse, el tensionamiento de la normal convivencia en
Euskadi.
Hace ya un tiempo, Iñigo Iruin
advirtió a la Izquierda Abertzale de que
los tiempos que estaban por venir serían para ellos peores de lo que auguraba.
Que debían hacer un ejercicio de realismo para, con valentía, asumir decisiones
arriesgadas pero necesarias. Aquellos consejos todavía no han encontrado
respuesta. Y, mientras los meses pasan, los augurios se hacen realidad. Si de
verdad les preocupan los presos, sus familiares y las “consecuencias del
conflicto”, que no pierdan más tiempo. Que se pongan el buzo y, sin mayor
dilación, lleven a la práctica las decisiones que han asumido para poner fin a
su tragedia. En caso contrario, Fernández Díaz siempre tendrá una excusa para
justificar su ley de excepción. A él, como a Arantza Quiroga, no les importa
perpetuar el escenario.
A los que queremos inaugurar una
nueva Euskadi en paz y convivencia, sí.
Gran artículo. Totalmente de acuerdo salvo en la utilización de la expresión "el que la hace paga". Debería utilizarse con los Bárcenas, los Botines y aquellos que se dedican a jorobar -directa o indirectamente- vidas ajenas. Fuera de lugar cuando existe condena judicial por medio.
ResponderEliminarPor lo general la gente solo hace lo correcto cuando se cree observada o cuando tendrá un precio.