domingo, 31 de mayo de 2015

¿BIPARTIDISMO O UNA NUEVA FORMA DE HACER POLÍTICA?

¿Se ha acabado el tiempo del bipartidismo?. Son muchos los que en sus últimos análisis apuntan a esta teoría. En Euskadi no se ha acabado el tiempo del “bipartidismo”. Y no lo ha hecho porque tal no ha existido en ningún caso.

Desde la muerte de Franco a nuestros días la fragmentación política ha sido una característica significativa. Bien porque la cuestión nacional haya duplicado las ofertas ideológicas, bien porque el dinamismo social ha hecho aparecer  opciones-bisagra. Sea como fuere, jamás ha prosperado la fórmula de alternancia mayoritaria o el “oligopolio” partidario.

Tal característica ha tenido consecuencias evidentes en la política vasca. La primera de ellas y más sintomática, la ausencia de mayorías absolutas en los ámbitos de poder (excepción hecha de los gobiernos locales). No ha habido rodillos monocolores que hayan copado el escenario público.  Gracias a ello, durante decenios se ha tenido que cultivar una cultura del acuerdo, del pacto entre diferentes que ha procurado una sana convivencia entre opciones distintas.

Bien es cierto que a lo largo de la trayectoria democrática y salvo excepciones –el pacto PSE/PP que llevó a Patxi López a la lehendakaritza- siempre ha habido una opción mayoritaria gobernante; el PNV. Y junto a él se han fraguado alianzas y acuerdos de todo tipo que han garantizado estabilidades diferentes.

Concertación es la palabra clave. Concertación plural. Socialistas, populares, Ezker Batua, Euskadiko Ezkerra, Euskal Herritarrok... hasta su  propia escisión –Eusko Alkartasuna- han pactado en algún momento con el PNV.

Los efectos de tal práxis han sido múltiples, y por lo general positivos para el conjunto de la sociedad vasca. La obligación de entenderse ha provocado que la transparencia haya sido mayor que en gobiernos monocolores. Dicha claridad ha impedido, igualmente,  tentaciones sistémicas de corrupción o de utilización del poder en beneficio propio. De ahí que, pese a que la corrupción sea un mal al que nadie es indemne, Euskadi la haya padecido en mucha menor medida –sideralmente diría yo- que en el Estado. En menor medida y comúnmente en todas las formaciones políticas protagonistas aquí.

La ausencia de monopolio político ha dejado en Euskadi, una capacidad de diálogo mayor entre todos. Pese al  efecto devastador del terrorismo, la interlocución entre formaciones políticas es y ha sido amplia, lo que ha hecho posible que, pese a las diferencias, haya habido opciones de encuentro y puesta en común de planteamientos.

Como efecto negativo, la fragmentación partidaria ha tenido y tiene una consecuencia directa; la incertidumbre y, en momentos, cierto equilibrio inestable de las instituciones. Un riesgo que, en el momento presente, debería ser  sorteado en el conjunto de Euskadi con la fórmula contrastada del acuerdo plural, del diálogo y el compromiso compartido.

Gozar de unas instituciones fuertes que puedan afrontar la oportunidad de superar la crisis económica y recuperar el pulso del crecimiento y el bienestar debe ser la premisa básica sobre la que las formaciones políticas deberán ser capaces de interiorizar. Instituciones sólidas que se centren en permitirnos tener unos años de sosiego que nos permita, como país, recuperar la confianza para revertir las consecuencias devastadoras de la crisis que hemos padecido. Y que aleje la tentación de convertir la política en una guerra de guerrillas permanente en la que las energías se pierden en  tácticas para desgastar al adversario, en lugar de centrarse en sumar esfuerzos sobre las “cosas de comer”.

Hay que volver a sacar músculo y afrontar con garantías los retos pendientes; reactivación económica y empleo, consolidación de la paz y la convivencia y acordar un nuevo futuro político para Euskadi.

Este panorama de negociación permanente fruto de la ausencia de mayorías absolutas no ha tenido su correspondencia en el Estado. Desde el triunfo del socialismo en 1982 y salvo puntuales circunstancias  en la que los “partidos periféricos” –catalanes y vascos fundamentalmente- sirvieron para apuntalar los escasos márgenes que llevaban a los partidos gobernantes en España a la mayoría absoluta,  la alternancia entre las dos grandes formaciones –PP y PSOE- ha sido el signo permanente  de un sistema sin ventilación ni aire fresco.

Las graves dolencias de nepotismo, soberbia, enriquecimiento ilícito, clientelismo, etc, provocadas un sistema sin regeneración han abonado un descrédito mayúsculo a la política y a los políticos españoles a quienes buena parte de la población ve no como servidores públicos sino como unos saqueadores del erario.  Todo ello unido a las consecuencias de la crisis económica, a la legión de parados, a los recortes de servicios y prestaciones, ha traído consigo el afloramiento de nuevas formaciones políticas abrigadas por la insatisfacción e indignación de buena parte de la población.

Las últimas elecciones municipales y autonómicas (en el Estado) han supuesto una notable factura para los partidos hegemónicos tradicionales. Pero tampoco ha colmado las expectativas de quienes se creían ya a las puertas del “Palacio de invierno”. El bipartidismo en España no ha muerto, pero sí la forma de gobernar que ha imperado en los últimos decenios. PP y PSOE gozan todavía de un importante colchón de votos y de representantes. Pero sus aspiraciones de mayoría absoluta quedan ya lejanas. Se impone un cambio de talante, de criterio participativo.  Como en Euskadi, ahora deberá practicarse el diálogo y la concertación. Una nueva cultura de entendimiento. En ella deberán darse cita no sólo PP y PSOE sino los noveles agentes  que deberán pasar del  discurso a los hechos. A los unos y a los otros les toca aprender. Vivir buscando puntos de confluencia. Sin la insolencia de quien no debía dar cuentas a nadie de sus decisiones.  Con la responsabilidad de no solo predicar, sino de además, dar trigo. Tiempo de oportunidad. O de colapso.

Y en esa “nueva transición” que parece aguardarse, también deberán tenerse en cuenta los problemas no abordados de estructuración jurídico-política del Estado. Y el reconocimiento de la plurinacionalidad y la necesidad de asumir soberanías compartidas deberán estar encima de la mesa de quienes pretendan una regeneración democrática que rompa con un modelo que hace aguas por todas partes. Veremos. Tiempo al tiempo.

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