¿Se ha acabado el tiempo del bipartidismo?. Son muchos los
que en sus últimos análisis apuntan a esta teoría. En Euskadi no se ha acabado
el tiempo del “bipartidismo”. Y no lo ha hecho porque tal no ha existido en ningún
caso.
Desde la muerte de Franco a nuestros días la fragmentación política
ha sido una característica significativa. Bien porque la cuestión nacional haya
duplicado las ofertas ideológicas, bien porque el dinamismo social ha hecho
aparecer opciones-bisagra. Sea como
fuere, jamás ha prosperado la fórmula de alternancia mayoritaria o el
“oligopolio” partidario.
Tal característica ha tenido consecuencias evidentes en la
política vasca. La primera de ellas y más sintomática, la ausencia de mayorías
absolutas en los ámbitos de poder (excepción hecha de los gobiernos locales).
No ha habido rodillos monocolores que hayan copado el escenario público. Gracias a ello, durante decenios se ha tenido
que cultivar una cultura del acuerdo, del pacto entre diferentes que ha
procurado una sana convivencia entre opciones distintas.
Bien es cierto que a lo largo de la trayectoria democrática
y salvo excepciones –el pacto PSE/PP que llevó a Patxi López a la
lehendakaritza- siempre ha habido una opción mayoritaria gobernante; el PNV. Y
junto a él se han fraguado alianzas y acuerdos de todo tipo que han garantizado
estabilidades diferentes.
Concertación es la palabra clave. Concertación plural.
Socialistas, populares, Ezker Batua, Euskadiko Ezkerra, Euskal Herritarrok...
hasta su propia escisión –Eusko
Alkartasuna- han pactado en algún momento con el PNV.
Los efectos de tal práxis han sido múltiples, y por lo
general positivos para el conjunto de la sociedad vasca. La obligación de
entenderse ha provocado que la transparencia haya sido mayor que en gobiernos
monocolores. Dicha claridad ha impedido, igualmente, tentaciones sistémicas de corrupción o de
utilización del poder en beneficio propio. De ahí que, pese a que la corrupción
sea un mal al que nadie es indemne, Euskadi la haya padecido en mucha menor
medida –sideralmente diría yo- que en el Estado. En menor medida y comúnmente
en todas las formaciones políticas protagonistas aquí.
La ausencia de monopolio político ha dejado en Euskadi, una
capacidad de diálogo mayor entre todos. Pese al
efecto devastador del terrorismo, la interlocución entre formaciones
políticas es y ha sido amplia, lo que ha hecho posible que, pese a las
diferencias, haya habido opciones de encuentro y puesta en común de
planteamientos.
Como efecto negativo, la fragmentación partidaria ha tenido
y tiene una consecuencia directa; la incertidumbre y, en momentos, cierto
equilibrio inestable de las instituciones. Un riesgo que, en el momento
presente, debería ser sorteado en el
conjunto de Euskadi con la fórmula contrastada del acuerdo plural, del diálogo
y el compromiso compartido.
Gozar de unas instituciones fuertes que puedan afrontar la
oportunidad de superar la crisis económica y recuperar el pulso del crecimiento
y el bienestar debe ser la premisa básica sobre la que las formaciones políticas
deberán ser capaces de interiorizar. Instituciones sólidas que se centren en
permitirnos tener unos años de sosiego que nos permita, como país, recuperar la
confianza para revertir las consecuencias devastadoras de la crisis que hemos
padecido. Y que aleje la tentación de convertir la política en una guerra de
guerrillas permanente en la que las energías se pierden en tácticas para desgastar al adversario, en
lugar de centrarse en sumar esfuerzos sobre las “cosas de comer”.
Hay que volver a sacar músculo y afrontar con garantías los
retos pendientes; reactivación económica y empleo, consolidación de la paz y la
convivencia y acordar un nuevo futuro político para Euskadi.
Este panorama de negociación permanente fruto de la ausencia
de mayorías absolutas no ha tenido su correspondencia en el Estado. Desde el
triunfo del socialismo en 1982 y salvo puntuales circunstancias en la que los “partidos periféricos”
–catalanes y vascos fundamentalmente- sirvieron para apuntalar los escasos
márgenes que llevaban a los partidos gobernantes en España a la mayoría
absoluta, la alternancia entre las dos
grandes formaciones –PP y PSOE- ha sido el signo permanente de un sistema sin ventilación ni aire fresco.
Las graves dolencias de nepotismo, soberbia, enriquecimiento
ilícito, clientelismo, etc, provocadas un sistema sin regeneración han abonado
un descrédito mayúsculo a la política y a los políticos españoles a quienes
buena parte de la población ve no como servidores públicos sino como unos
saqueadores del erario. Todo ello unido
a las consecuencias de la crisis económica, a la legión de parados, a los
recortes de servicios y prestaciones, ha traído consigo el afloramiento de
nuevas formaciones políticas abrigadas por la insatisfacción e indignación de
buena parte de la población.
Las últimas elecciones municipales y autonómicas (en el
Estado) han supuesto una notable factura para los partidos hegemónicos
tradicionales. Pero tampoco ha colmado las expectativas de quienes se creían ya
a las puertas del “Palacio de invierno”. El bipartidismo en España no ha
muerto, pero sí la forma de gobernar que ha imperado en los últimos decenios.
PP y PSOE gozan todavía de un importante colchón de votos y de representantes.
Pero sus aspiraciones de mayoría absoluta quedan ya lejanas. Se impone un
cambio de talante, de criterio participativo.
Como en Euskadi, ahora deberá practicarse el diálogo y la concertación. Una
nueva cultura de entendimiento. En ella deberán darse cita no sólo PP y PSOE
sino los noveles agentes que deberán
pasar del discurso a los hechos. A los
unos y a los otros les toca aprender. Vivir buscando puntos de confluencia. Sin
la insolencia de quien no debía dar cuentas a nadie de sus decisiones. Con la responsabilidad de no solo predicar,
sino de además, dar trigo. Tiempo de oportunidad. O de colapso.
Y en esa “nueva transición” que parece aguardarse, también
deberán tenerse en cuenta los problemas no abordados de estructuración jurídico-política
del Estado. Y el reconocimiento de la plurinacionalidad y la necesidad de
asumir soberanías compartidas deberán estar encima de la mesa de quienes
pretendan una regeneración democrática que rompa con un modelo que hace aguas
por todas partes. Veremos. Tiempo al tiempo.
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