Roberto Uriarte, dirigente de “Podemos” en la Comunidad Autónoma
Vasca ha cometido en las últimas horas varios errores de bulto
que evidencian su falta de sintonía con la realidad política y con la
responsabilidad del servicio público.
Afirmar, como lo ha hecho, que “Podemos” no formará parte de gobierno alguno ya que su
vocación es la de estar en la oposición es burlarse de los electores. Para eso,
que no se hubieran presentado a los comicios. Todo partido y organización se
somete al examen de la ciudadanía para obtener su confianza y poder llevar a
cabo unas propuestas propias, un programa,
pensadas en el bien común. Abdicar del gobierno, quedarse en la
oposición como única opción, es optar por la pose, por el pataleo gratuito. Por
la demagogia y el postureo, en lugar de mojarse, de estar a las duras y a las
maduras y contrastar eficientemente lo
que se desea y lo que realmente se puede hacer.
Es querer cambiar el mundo viendo la televisión. Es
decir, tener la comodidad de criticar sin aportar un solo gramo de carne al
asador.
No querer ser gobierno es algo incomprensible en alguien que
pretende cambiar la
sociedad. Pero , aún es peor desacreditar el diálogo y el
debate entre diferentes para formar estructuras de gobierno tildando dicho
esfuerzo de “pasteleo”. De esa manera, “pasteleo”, descalificó Uriarte,
cualquier tentativa de diálogo entre partidos de cara a conformar gobiernos
locales y territoriales estables. “Pasteleo”, como si todo fuera un conjuro de
intereses particulares. Un reparto del botín, de las poltronas.
Ni que decir tiene que la búsqueda de alianzas nada tiene
que ver con la desafortunada opinión de Uriarte. ¿Acaso las posibilidades de
Manuela Carmena de ser alcaldesa de Madrid pasan también por el
“pasteleo”?.
Uriarte gana más callado. Sus silencios, al menos, pueden
interpretarse de distinta manera, pero
cada vez que abre la boca sube el pan.
Mucho me temo que el desdén de Uriarte sea común en buena
parte de quienes con él participan de esta propuesta electoral. Los pocos
momentos que se han vivido en esta campaña en los que los candidatos del círculo
han compartido con el resto de partidos,
hasta la relación personal entre ellos ha sido inquietante y rozando la desconsideración. Ellos
son los “limpios” y, los demás, “morralla” con la que no quieren “contaminarse”.
Sectarismo en estado puro. Tan solo son primeras apreciaciones que esperemos no
se reafirmen cuando las nuevas instituciones comiencen a caminar. De lo
contrario, hasta la más elemental convivencia entre electos será una locura.
Los resultados electorales del pasado domingo han dejado
huella. El ejercicio democrático del voto siempre lo hace. Ganar o perder la
confianza de la ciudadanía es una prueba determinante para todas las
formaciones política. Aceptar dicho veredicto demuestra la talla democrática de
los partidos políticos y de sus dirigentes.
Quienes han ganado –en Euskadi el PNV- deben saber, y así lo
han dicho, que los votos que hoy obtienen no son suyos. Son de los ciudadanos.
Y su asignación de hoy es una especie de crédito cuya duración es temporal.
Mantenerla en el tiempo dependerá del grado de cumplimiento de sus compromisos
contraídos con el conjunto de la sociedad. Conservar ese crédito durante treinta
años consecutivos, ampliarlo, a pesar del desgaste y las condiciones externas
de crisis, es un fenómeno insólito en las democracias occidentales. Un prodigio
fuera de lo común que debiera ser reconocido por propios y extraños. El PNV se siente reconfortado por ello, pero
perdería la cabeza si el éxito continuado transformara su complacencia en soberbia o
prepotencia.
Otros, que se han visto penalizados por la soberanía
popular depositada en las urnas deberían
reconocer abiertamente su fracaso. Sin hacerse trampas. Aunque, en
ocasiones, su despotismo ilustrado sea
incapaz de constatar la realidad, culpando a la ciudadanía de sus males en
lugar de confrontarse en el espejo. Reacciones tan extemporáneas como las
pronunciadas por Esperanza Aguirre o Yolanda Barcina constatan que ambas, además de perder han certificado
su inhabilitación política definitiva. Y no muy lejos de ese punto de no
retorno se encuentran quienes para argumentar
su fracaso han confundido la velocidad con el tocino. Su problema no ha
estado en que la ciudadanía no entendía el ritmo de su proyecto. Decir eso es muy
parecido a lo que Aznar dijera con aquello de “la sociedad vasca no está madura”.
No, no ha sido un problema de velocidad, ni de ritmos. Ha
sido un problema de dirección. De caminar en dirección opuesta a lo que la
ciudadanía deseaba.
Y esa reflexión, todavía les queda por hacer y asumir.
Con Podemos lo flipo un rato largo!
ResponderEliminarPablo Iglesias decía el otro día que Podemos estaba ahí para propiciar el cambio y no para pillar sillón. En Aragón Echenique quiere el sillón y en caso contrario no propiciará ningún cambio. Y en Euzkadi no van a propiciar, ni apoyar nada ... tan sólo se van a oponer... ¿a lo que sea... ?Más bien me suena a: "si no hacemos nada solo nos pueden criticar esa nada" o puede que en Euzkadi tengan poco que cambiar y que cualquier cambio sería a peor y por eso, honestamente, se quedan en la oposición
para vigilar que nada empeore...
Euzkadi is different por mucho que el Euskobarómetro se empeñe y tal...
Los círculos de Podemos, además, cada vez me recuerdan más a los tentáculos de un pulpo (y al propio pulpo en sí mismo) ... los del lado derecho no saben lo que hacen los del izquierdo -carecen de unidad de acción- mientras tanto la cabeza sigue desgarbada y sin su forma definitiva -carecen de personalidad propia-. Pero eso sí, antes de empezar de los tres corazones que tenía ya le han dejado sin uno y con otro tocado.
En cuanto a Bildu... pufff! Qué pereza! Después de haberles aguantado cuatro años... que concluyan solitos!!