Era octubre de 1998. Se habían
celebrado las elecciones autonómicas y Euskadi se preparaba para la
formación de un nuevo gobierno. Fue entonces cuando Xabier Arzalluz, un
magnífico comunicador, describió el panorama político con especial
acierto en el mensaje. Sin mencionar a una sigla, ni descubrir a los
protagonistas, echó mano de una metáfora que aún se recuerda. Fue la
teoría del apareamiento de las aves, según los documentales de la 2 de TVE.
Según Arzalluz, unos “sacaban
pecho” con posiciones impostoras de su escuálida debilidad. Otros “hinchaban el
garganchón” para hacerse notar. En un espacio contiguo había protagonistas que,
incesantemente, “movían las alas”. Y, en el estanque cercano, algunos especímenes
nadaban en círculos con “sonoros gorjeos”. “Son ritos de apareamiento
–sentenció el brillante presidente del EBB- . Sonoros y llamativos cortejos en
los que, salvo excepciones, todos quieren aparearse”.
Desde que el día 24 pasado la
ciudadanía acudiera a las urnas para establecer su representación en
ayuntamientos y cámaras territoriales, los partidos políticos –todos- interpretan
ese rito en la búsqueda de alianzas.
Cada cual arrastra su veredicto.
Unos salieron malparados del plebiscito popular. Y, a pesar del varapalo,
pretenden exhibir músculo donde no hay más que debilidad. Otros esconden la
tripa para aparentar estilismo, a riesgo perder el sentido por el esfuerzo
continuado de aguantar la
respiración. Poses fácilmente reconocibles para un observador
medio capaz de interpretar, con un poco
de sentido común, quien ha salido fortalecido de las urnas y quien no.
Afortunadamente para todos, en
estos últimos días, los juegos de “apareamiento” han trascendido con mayor transparencia que en tiempos pasados.
Las agendas abiertas que presentan encuentros de unos con otros, las
explicaciones de los portavoces tras las reuniones, la clarificación de
mensajes, posibilitan vislumbrar hacia dónde apuntan los desenlaces de este proceso que el próximo
día 13, con la constitución de los ayuntamientos, deberá tener ya un final
conocido.
Alguien puede tener la tentación
de creer que detrás de estos movimientos no hay más que el puro interés
particular. Que todo se circunscribe al reparto de “poltronas” o al “pasteleo”
de distribuir las porciones de una codiciada
tarta.
Quien eso piensa y explicita lo
hace, bien por desconocimiento o por una intencionalidad malsana de descrédito al propio funcionamiento del
sistema democrático.
Entender la voluntad de acuerdo
como una fórmula material de reparto de
intereses espurios es no comprender que la convivencia se basa en valores
positivos tales como el respeto a los demás, la búsqueda del bien común o la necesidad
de tejer complicidades para avanzar mancomunadamente en una dirección. Y de eso
se trata cuando formaciones políticas distintas, que han competido abiertamente
para hacerse con la confianza de la ciudadanía,
buscan alianzas y acuerdos de gobernabilidad.
Desde la muerte de
Franco a nuestros días, la fragmentación política ha sido una característica
significativa en Euskadi. Bien porque la cuestión nacional ha duplicado las
ofertas ideológicas, bien porque el dinamismo social ha hecho aparecer opciones-bisagra. Sea como fuere, jamás ha
prosperado aquí la fórmula de alternancia mayoritaria o el bipartidismo.
Tal característica
ha tenido consecuencias evidentes en la política vasca. La primera de ellas y
más sintomática, la ausencia de mayorías absolutas en los ámbitos de poder
(excepción hecha en algunos gobiernos locales). No ha habido rodillos
monocolores que hayan copado el escenario público. Gracias a ello, durante decenios se ha tenido
que cultivar una cultura del acuerdo, del pacto entre diferentes que ha procurado
una sana convivencia entre opciones distintas.
A lo largo de la
trayectoria democrática y salvo excepciones –el pacto PSE/PP que llevó a Patxi
López a la lehendakaritza- siempre ha habido una opción mayoritaria gobernante;
el PNV. Y junto a él se han fraguado alianzas y acuerdos de todo tipo que han
garantizado estabilidades diferentes.
Socialistas,
populares, Ezker Batua, Euskadiko Ezkerra, Euskal Herritarrok... hasta su propia escisión –Eusko Alkartasuna- han
pactado en algún momento con el PNV. Concertación es la palabra clave.
Concertación plural.
Los efectos de esa
cultura del acuerdo han sido múltiples, y por lo general positivos para el
conjunto de la sociedad vasca. La obligación de entenderse ha provocado que la
transparencia haya sido mayor que la
habida en gobiernos monocolores. Claridad porque eran varios los agentes
participantes en la acción de gobierno y esa pluralidad, en cierta medida,
impedía tentaciones sistémicas de corrupción o de utilización del poder en
beneficio propio. De ahí que, pese a que la corrupción sea un mal al que nadie
es indemne, Euskadi la haya padecido en mucha menor medida –sideralmente diría
yo- que en el Estado. En menor medida y comúnmente en todas las formaciones
políticas protagonistas aquí.
La ausencia de
monopolio político también ha dejado en Euskadi, una capacidad de diálogo mayor
entre todos. Pese al efecto devastador
del terrorismo, la interlocución entre formaciones políticas es y ha sido
amplia, lo que ha hecho posible que, pese a las diferencias, haya habido
opciones de encuentro y puesta en común de planteamientos. Y, fruto de ese
diálogo, han sido posibles acuerdos integradores que han definido un modelo
educativo, sanitario, lingüístico, inclusivo que ha perdurado más allá de los
gobiernos de turno o de las mayorías y minorías del momento.
Como efecto
negativo, la fragmentación partidaria ha tenido y tiene una consecuencia
directa; la incertidumbre y, en momentos, cierto equilibrio inestable de las
instituciones. Un riesgo que, en el momento presente, debería ser sorteado en el conjunto de Euskadi con la
fórmula contrastada del acuerdo plural, del diálogo y el compromiso compartido.
Gozar de unas instituciones fuertes que
puedan afrontar la oportunidad de superar la crisis económica y recuperar el
pulso del crecimiento y el bienestar debe ser la premisa básica sobre la que
las formaciones políticas deberán ser capaces de interiorizar. Instituciones
sólidas que se centren en permitirnos tener unos años de sosiego que nos hagan,
como país, recuperar la confianza para revertir las consecuencias devastadoras
de la crisis que hemos padecido. Y que aleje la tentación de convertir la
política en una guerra de guerrillas permanente en la que las energías se
pierden en tácticas para desgastar al
adversario, en lugar de centrarse en sumar esfuerzos sobre las “cosas de comer”.
El “modelo Euskadi” de acuerdo político
tiene en el Estado una situación antagónica. Mayorías absolutas con alternancia
bipartidista. Los resultados de tal práctica están a la vista. Un proceso
viciado de decisiones unilaterales que, cuando cambia el mandatario son
alteradas en sentido contrario. Excesos de poder. Corrupción. Ausencia de
diálogo, de autocrítica. Acumulación de conflictos. Crisis de sistema.
Los resultados del 24-M no han acabado con
el bipartidismo en España pero, con la entrada de nuevos partidos en el tablero
de juego sí ha roto con una forma de hacer y practicar la política.
Si en Euskadi hemos estado acostumbrados desde el principio a la búsqueda de acuerdos
entre diferentes, lo que Arzalluz
identificó con la imagen del “rito de apareamiento de las aves”, en España
deberán aprender a asumirlo en tiempo
récord. Y su cultura política, visto el caos que se nos ha presentado en días
pasados, no parece estar aún a la altura de las circunstancias.
Ahí, también en Euskadi llevamos ventaja.
Aprovechemos esta circunstancia. El valor,
el potencial, del acuerdo
político debe ser palanca para que, renovada la estabilidad y la certidumbre,
seamos capaces de dejar atrás la crisis económica y recuperar los niveles de
bienestar y de prosperidad perdidos. Desde el 2008 Euskadi ha padecido un
paréntesis de declive y dificultad en el que muchos vascos han sufrido en carne
propia las consecuencias de la
crisis. Ahora , si somos capaces de conformar mayorías
estables –y sin la pesada rémora de la violencia en nuestras vidas, no lo
olvidemos- podremos disponer la oportunidad magnífica para ganar el tiempo
perdido.
"Alguien puede tener la tentación de creer que detrás de estos movimientos no hay más que el puro interés particular. Que todo se circunscribe al reparto de “poltronas” o al “pasteleo” de distribuir las porciones de una codiciada tarta."
ResponderEliminarDependiendo del sujeto activo, sí. Y en el caso de estudio del Pp siempre y en todo caso salvo excepciones que confirman la regla (poquísimos). Creo que la mala intención en el Pp, a estas alturas, se presupone.