viernes, 1 de mayo de 2015

ESTIRAMIENTOS



Suelen decir que la alegría dura poco en la casa del pobre. Que los momentos de felicidad suelen ser efímeros  y que en esa brevedad reside el disfrute  de esas placenteras dosis de buenos momentos.

La verdad  es que esos pellizcos de placidez  valen su peso en oro. Aunque resulten fugaces. Y, en ocasiones, generen, por reacción  situaciones pendulares que compensen el sosiego con el dolor

El otro día pude experimentar uno de esos momentos gozosos. Arrastraba desde hace días un cierto cansancio y mental. Múltiples factores acumulados me tenían un tanto abotargado.
. Mi respuesta fue la de dormir. Decidí adelantar el horario de descanso – ni “prime time” televisivo ni otras distracciones- y sin más objetivo que reposar, me metí al catre. Nueve horas de un tirón. Sin recuerdos de sueños recurrentes  ni reclamos prostáticos. Como un lirón. Y entonces llegó el momento.
Descansé tan bien que a la hora del desvelo hice algo que, en tiempo, no había practicado. Estiré mis brazos y mis piernas  en un gesto gozoso.  ¿quién no se ha desperezado  al despertar de un profundo sueño?

Según los expertos el estiramiento galvaniza el metabolismo del cuerpo y eleva el nivel del ánimo. Además  durante ese ejercicio, los músculos que se contraen empujan a la sangre hacia el corazón y llena de oxígeno a los pulmones. El pecho se expande con más aire y se refresca el cerebro que, a su vez,  libera endorfinas estimulando la misma  parte de la masa gris que cuando se produce un orgasmo, pero a menor escala. Eso da al cuerpo una ligera sensación generalizada de euforia.

Ahí estaba yo. Estirándome como un oso recién salido de la hibernación. Gozando de un momento irrepetible. Segundos de gloria bendita.
Estaba tan bien, que pretendí repetir. Y, ya me lo decía mi madre, la avaricia, rompe el saco.
Puños arriba, pies en tensión....y se jodió. Se me subieron las bolas. Bueno las bolas, yo creo que se me contrajeron hasta los músculos de las pestañas. En lugar de gemelos  tenía trillizos en las piernas, y, por si fuera poco, me dio un tirón en la espalda.
Como un resorte, salté de la cama, me incorporé y, apunté los dedos de los pies hacia arriba para  eliminar el calambre.

A los neandertales escasamente evolucionados como es mi caso, durante le sueño, el cerebro se nos licua y necesitamos  no hacer movimientos bruscos para  recuperar la posición de erguidos  a la espera de que el seso se vaya solidificando. En caso contrario corremos el riesgo de sufrir mareos y desequilibrios por el bamboleo de mi masa gris líquida golpeándose con las paredes craneales, lo que unido a las contracturas musculares  provocadas por el estiramiento, casi me generan una caída brutal, amortiguada contundentemente por la cómoda contra la que mi brazo hizo de parachoques.

Endorfinas, placer, bienestar...sensación fugaz frente al desgarrado dolor de la contractura. Recuperé mi dignidad en unos minutos tras caminar como un pato mareado. Me comí un plátano (perdón dos), para aumentar mis dosis de potasio corporal y retomé, con harto dolor, la rutina de la agenda. Con resentimiento, vuelta a la normalidad aunque todavía, de vez en cuando, me muevo como si pisara huevos.

En la política, aunque algunos crean lo contrario, los momentos de placidez son igualmente escasos. Y duran lo que tarda un diario digital en refrescar sus noticias de portada. Es una sensación ingrata en la que pasar de la euforia a la depresión y viceversa tarda un rato. Perdón, un instante.

De perder una votación en el Parlamento, porque tu grupo parlamentario, aun siendo el mayoritario, sólo alcanza los 27 de 75 escaños,  y porque la oposición al completo suma a pesar de sus diferencias, a empatar –que no es perder- o salir airoso, es cuestión de que algún representante de quien no apoya al gobierno no haya oído el timbre que anuncia el refrendo y se quede fuera del hemiciclo haciendo aguas menores. O que cada grupo vote por separado sus propuestas evitando la concentración de sufragios haciendo decaer todas las iniciativas, dejando la confrontación en combate nulo. Es algo que ocurre todas las semanas en la Cámara de Gasteiz donde el ejecutivo del lehendakari Urkullu y el grupo que le apoya, el PNV vive en un suspiro permanente. La causa fundamental, la minoría mayoritaria, pero en segunda derivada, la conjunción del resto de formaciones políticas, incapaces de ponerse de acuerdo más allá de provocar la derrota del ejecutivo.

Estos pasados días han sido testigos de esta endiablada situación. Dos iniciativas “trampa” han sido el centro de atención. Por un lado, la que pretendía forzar al Gobierno a presentar, de forma urgente una modificación de la LTH. Las razones argumentales de unos y otros, tan distintas y tan poco equiparables, provocó que ninguna suscitara una mayoría de votos, imposibilitando su salida adelante.

La segunda propuesta, presentada por EH Bildu, pretendía fechar una cita límite para que en Euskadi se desarrollara una consulta popular en la que se validara el derecho a decidir. Ni que decir tiene que dicha propuesta mantenía un tufillo electoral poco deseable en una cuestión de tamaña trascendencia. Las formaciones constitucionalistas habían adelantado su esperado rechazo. La cuestión es que EH Bildu aguardaba la posición del PNV para que éste se retratara y enviara una señal que la izquierda abertzale pudiera utilizar en su contra en plena campaña. Pero el PNV supo maniobrar con inteligencia. Presentó una enmienda alternativa, ratificando sus principios y su decidido apoyo al “derecho a decidir”  pero prescindiendo de plazos concretos. Los jeltzales se abstuvieron en la proposición de EH Bildu y esta decayó por lo que los parlamentarios de esta formación, para no quedar en entredicho, tuvieron que votar a favor de dos de los tres puntos de la enmienda del PNV, que esta vez sí, resultó mayoritaria en su parte fundamental.

Pero derrotas o victorias, con la actual fragmentación y sin alianzas estables a la vista seguirán dejando el marco parlamentario en un suspiro, o lo que es lo mismo, en las ganas del monoparlamentario Maneiro por desestabilizar, presentando nuevamente ante la Cámara propuestas que, por peregrinas que resulten, vuelvan a convulsionar el avispero. Eso, esperemos que pueda solventarse tras el 24 de mayo y la búsqueda de una estabilidad institucional que beneficie a todos. Pero ya se verá.

Por otro lado, quienes más están siendo afectados por los altibajos emocionales son los emergentes que hasta hace dos días se comían el mundo a bocados. Alimentados por la indignación ciudadana habían surgido en el caldo de cultivo apropiado para el éxito. Su mensaje rompedor, claro y contundente, les había llevado a la cresta de la ola política, subiendo como la espuma en las encuestas demoscópicas como una alternativa poderosa y que las formaciones políticas tradicionales deberían temer.

Pero no se puede vivir siempre en la espuma de la ola. El baño con la realidad ha hecho que el fulgor de “Podemos” se haya resentido notablemente. Su opacidad frente a la transparencia que presumía, su “centralismo democrático” frente a la libertad abierta, su indisimulado afán de poder, les está pasando una notable factura que veremos hasta dónde deshincha sus expectativas de voto.

En Euskadi, el espectáculo que están dando de luchas fratricidas, de control centralizador, de dependencia de los órganos estatales, acentúan aún más, las dudas sobre su proyecto. A esto hay que incorporarle la competencia que le ha surgido desde la derecha, donde otra formación también rompedora en las formas, pero con ideas conservadoras o, en algún caso de derecha extrema, ha irrumpido con el beneplácito y el apoyo expreso del universo mediático.

La marcha de Monedero de “Podemos”, sus reproches a la formación de la que  fue ideólogo promotor, su acusación de “traición” a los principios, abona la tesis de que también a los soñadores utópicos les afecta la insoportable levedad del ser. Y sus contradicciones acabarán con ellos, salvo que evolucionen y se conviertan en parte de lo que en principio criticaron y combatieron. Pablo Iglesias, en palabras de David Gistau, evolucionará como lo hacen los políticos como él según las leyes naturales de adaptación al medio. Si necesitara branquias para sobrevivir, le saldrían.

Pero , cada vez que le veo, de puntillas, puño en alto y erguirse como si fuera a desperezarse,  pienso para mis adentros; “estírate, estírate,  Pablo Iglesias. Que ya verás cómo a ti también  se te subirán las bolas”

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