Suelen decir que la alegría dura poco en la casa del pobre.
Que los momentos de felicidad suelen ser efímeros y que en esa brevedad reside el disfrute de esas placenteras dosis de buenos momentos.
La verdad es que esos
pellizcos de placidez valen su peso en
oro. Aunque resulten fugaces. Y, en ocasiones, generen, por reacción situaciones pendulares que compensen el
sosiego con el dolor
El otro día pude experimentar uno de esos momentos gozosos.
Arrastraba desde hace días un cierto cansancio y mental. Múltiples factores
acumulados me tenían un tanto abotargado.
. Mi respuesta fue la de dormir. Decidí adelantar el horario
de descanso – ni “prime time” televisivo ni otras distracciones- y sin más
objetivo que reposar, me metí al catre. Nueve horas de un tirón. Sin recuerdos
de sueños recurrentes ni reclamos
prostáticos. Como un lirón. Y entonces llegó el momento.
Descansé tan bien que a la hora del desvelo hice algo que,
en tiempo, no había practicado. Estiré mis brazos y mis piernas en un gesto gozoso. ¿quién no se ha desperezado al despertar de un profundo sueño?
Según los expertos el estiramiento galvaniza el metabolismo del cuerpo y eleva el nivel del
ánimo. Además durante ese ejercicio, los
músculos que se contraen empujan a la sangre hacia el corazón y llena de
oxígeno a los pulmones. El pecho se expande con más aire y se refresca el
cerebro que, a su vez, libera endorfinas
estimulando la misma parte de la masa
gris que cuando se produce un orgasmo, pero a menor escala. Eso da al cuerpo
una ligera sensación generalizada de euforia.
Ahí estaba yo.
Estirándome como un oso recién salido de la hibernación. Gozando
de un momento irrepetible. Segundos de gloria bendita.
Estaba tan
bien, que pretendí repetir. Y, ya me lo decía mi madre, la avaricia, rompe el
saco.
Puños arriba,
pies en tensión....y se jodió. Se me subieron las bolas. Bueno las bolas, yo
creo que se me contrajeron hasta los músculos de las pestañas. En lugar de
gemelos tenía trillizos en las piernas,
y, por si fuera poco, me dio un tirón en la espalda.
Como un
resorte, salté de la cama, me incorporé y, apunté los dedos de los pies hacia
arriba para eliminar el calambre.
A los
neandertales escasamente evolucionados como es mi caso, durante le sueño, el
cerebro se nos licua y necesitamos no
hacer movimientos bruscos para recuperar
la posición de erguidos a la espera de
que el seso se vaya solidificando. En caso contrario corremos el riesgo de
sufrir mareos y desequilibrios por el bamboleo de mi masa gris líquida
golpeándose con las paredes craneales, lo que unido a las contracturas
musculares provocadas por el
estiramiento, casi me generan una caída brutal, amortiguada contundentemente
por la cómoda contra la que mi brazo hizo de parachoques.
Endorfinas,
placer, bienestar...sensación fugaz frente al desgarrado dolor de la contractura. Recuperé
mi dignidad en unos minutos tras caminar como un pato mareado. Me comí un
plátano (perdón dos), para aumentar mis dosis de potasio corporal y retomé, con
harto dolor, la rutina de la
agenda. Con resentimiento, vuelta a la normalidad aunque
todavía, de vez en cuando, me muevo como si pisara huevos.
En la política,
aunque algunos crean lo contrario, los momentos de placidez son igualmente
escasos. Y duran lo que tarda un diario digital en refrescar sus noticias de
portada. Es una sensación ingrata en la que pasar de la euforia a la depresión
y viceversa tarda un rato. Perdón, un instante.
De perder una
votación en el Parlamento, porque tu grupo parlamentario, aun siendo el
mayoritario, sólo alcanza los 27 de 75 escaños,
y porque la oposición al completo suma a pesar de sus diferencias, a
empatar –que no es perder- o salir airoso, es cuestión de que algún
representante de quien no apoya al gobierno no haya oído el timbre que anuncia
el refrendo y se quede fuera del hemiciclo haciendo aguas menores. O que cada
grupo vote por separado sus propuestas evitando la concentración de sufragios
haciendo decaer todas las iniciativas, dejando la confrontación en combate nulo.
Es algo que ocurre todas las semanas en la Cámara de Gasteiz donde el ejecutivo
del lehendakari Urkullu y el grupo que le apoya, el PNV vive en un suspiro
permanente. La causa fundamental, la minoría mayoritaria, pero en segunda
derivada, la conjunción del resto de formaciones políticas, incapaces de
ponerse de acuerdo más allá de provocar la derrota del ejecutivo.
Estos pasados
días han sido testigos de esta endiablada situación. Dos iniciativas “trampa”
han sido el centro de atención. Por un lado, la que pretendía forzar al
Gobierno a presentar, de forma urgente una modificación de la LTH. Las razones
argumentales de unos y otros, tan distintas y tan poco equiparables, provocó
que ninguna suscitara una mayoría de votos, imposibilitando su salida adelante.
La segunda
propuesta, presentada por EH Bildu, pretendía fechar una cita límite para que
en Euskadi se desarrollara una consulta popular en la que se validara el
derecho a decidir. Ni que decir tiene que dicha propuesta mantenía un tufillo
electoral poco deseable en una cuestión de tamaña trascendencia. Las
formaciones constitucionalistas habían adelantado su esperado rechazo. La
cuestión es que EH Bildu aguardaba la posición del PNV para que éste se
retratara y enviara una señal que la izquierda abertzale pudiera utilizar en su
contra en plena campaña. Pero el PNV supo maniobrar con inteligencia. Presentó
una enmienda alternativa, ratificando sus principios y su decidido apoyo al
“derecho a decidir” pero prescindiendo
de plazos concretos. Los jeltzales se abstuvieron en la proposición de EH Bildu
y esta decayó por lo que los parlamentarios de esta formación, para no quedar
en entredicho, tuvieron que votar a favor de dos de los tres puntos de la
enmienda del PNV, que esta vez sí, resultó mayoritaria en su parte fundamental.
Pero derrotas o
victorias, con la actual fragmentación y sin alianzas estables a la vista
seguirán dejando el marco parlamentario en un suspiro, o lo que es lo mismo, en
las ganas del monoparlamentario Maneiro por desestabilizar, presentando
nuevamente ante la Cámara propuestas que, por peregrinas que resulten, vuelvan
a convulsionar el avispero. Eso, esperemos que pueda solventarse tras el 24 de
mayo y la búsqueda de una estabilidad institucional que beneficie a todos. Pero
ya se verá.
Por otro lado,
quienes más están siendo afectados por los altibajos emocionales son los
emergentes que hasta hace dos días se comían el mundo a bocados. Alimentados
por la indignación ciudadana habían surgido en el caldo de cultivo apropiado
para el éxito. Su mensaje rompedor, claro y contundente, les había llevado a la
cresta de la ola política, subiendo como la espuma en las encuestas
demoscópicas como una alternativa poderosa y que las formaciones políticas
tradicionales deberían temer.
Pero no se
puede vivir siempre en la espuma de la ola. El baño con la realidad ha hecho
que el fulgor de “Podemos” se haya resentido notablemente. Su opacidad frente a
la transparencia que presumía, su “centralismo democrático” frente a la
libertad abierta, su indisimulado afán de poder, les está pasando una notable
factura que veremos hasta dónde deshincha sus expectativas de voto.
En Euskadi, el
espectáculo que están dando de luchas fratricidas, de control centralizador, de
dependencia de los órganos estatales, acentúan aún más, las dudas sobre su
proyecto. A esto hay que incorporarle la competencia que le ha surgido desde la
derecha, donde otra formación también rompedora en las formas, pero con ideas
conservadoras o, en algún caso de derecha extrema, ha irrumpido con el
beneplácito y el apoyo expreso del universo mediático.
La marcha de
Monedero de “Podemos”, sus reproches a la formación de la que fue ideólogo promotor, su acusación de
“traición” a los principios, abona la tesis de que también a los soñadores
utópicos les afecta la insoportable levedad del ser. Y sus contradicciones
acabarán con ellos, salvo que evolucionen y se conviertan en parte de lo que en
principio criticaron y combatieron. Pablo Iglesias, en palabras de David
Gistau, evolucionará como lo hacen los políticos como él según las leyes
naturales de adaptación al medio. Si necesitara branquias para sobrevivir, le
saldrían.
Pero , cada vez que le veo, de puntillas, puño en alto y erguirse
como si fuera a desperezarse, pienso
para mis adentros; “estírate, estírate, Pablo Iglesias. Que ya verás cómo a ti también
se te subirán las bolas”
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