Escuchaba el otro día a un grupo de tertulianos hablar de la
crisis griega. Las opiniones eran más de lo mismo, ese discurso complaciente,
pretendidamente progre que satanizaba a
la “troika”, a las autoridades europeas y al Fondo Monetario Internacional por
el “cruel” ensañamiento al que sometían
a los depauperados helenos. Era una escena a la que ya estamos acostumbrados.
Aburguesados opinadores impartiendo
doctrina moralista sobre las injusticias del sistema, diseccionando las sociedades entre “buenos” y “malos”,
entre “opresores” y “oprimidos”. Sin mirar más allá de un relato falsario e impostado
en el que se pone toda la carga de la prueba en la burocracia de unas
instituciones sin alma.
La simpatía hacia Grecia y los griegos es algo inherente a
todos nosotros. No en vano fue cuna de la civilización occidental y de su
legado se ha forjado buena parte de la
realidad social, política, ideológica, artística y cultural sobre la que se sedimenta el
universo humano que hoy disfrutamos.
Pero esa afinidad, que comparto y me cautiva, nada tiene que
ver con la objetividad con la que debe ser contemplada la calamitosa situación
que hoy nos afecta y de manera especial a los griegos contemporáneos.
Es cierto que cuatro de cada diez griegos viven hoy al filo
de la exclusión social. Y que su tasa de paro supera el 27%. Pero no es menos
cierto que durante años, los sucesivos gobiernos helenos ocultaron el déficit y
la deuda real del país para, con mentiras, poder entrar en el sistema euro.
También es real que la quiebra de su banca fue causada por el Estado y no a la
inversa pues el despilfarro público tuvo que ser sufragado por el sistema
financiero hasta su bancarrota final.
Despilfarro,
sí, en un país que en el año 2007 tenía al 10% de sus habitantes funcionarizados (el 20% del total de la
población activa). Disparate de ser el país de la UE que más presupuesto
destinaba a gasto militar (el 4% del PIB).
Sinsentido de tener un Producto Interior Bruto menor que el de España manteniendo
un salario mínimo un 50% superior. Despropósito de ser la administración que mayor fraude y
elusión fiscal generó con una economía
sumergida galopante (sólo 5.000 griegos declaraban a Hacienda ingresos anuales
superiores a los 100.000 euros). Absurdos como que el principal hospital de
Atenas tuviera en nómina a 45 jardineros, que algunos organismos públicos
contaran con 50 conductores por cada coche oficial o que se estableciera la jubilación anticipada (50 años para las mujeres y 55 para
los hombres).
No extrañará a nadie que toda esta epopeya de ambrosía y
bacanal terminara en catarsis con la zozobra de un estado a quien los países
del entorno se veían obligados a rescatar
de su ruina con miles de millones de euros de sus fondos propios. Miles de
millones de euros sacados de las reservas estatales de la eurozona. Es decir de las huchas propias
de los alemanes, italianos, franceses...Préstamos que ahora quieren, como
corresponde, recuperar en buena lid.
Me gustaría ver la reacción de los compasivos
tertulianos ante un préstamo hecho de su propio bolsillo y no devuelto por
quien hubiera sido el beneficiario del mismo. Seguro que cuando la cartera perjudicada fuera la de
ellos se acabaría con la mojigatería
discursiva y se valoraría de forma distinta el impago del dinero
adelantado. Se abandonaría la pose
ideológica para reclamar que al césar hay que darle lo que es del césar.
Más allá de la crisis griega, de sus orígenes y de las
consecuencias de los diversos rescates, lo que me ha movido a escribir estas
líneas tiene por objeto hacer una reflexión que el conjunto de la sociedad
debería formularse con mayor frecuencia. La mayoría de la ciudadanía quiere que
el futuro, para sí y para los demás, sea
mejor, más próspero y con mayor bienestar común. Pero, ¿a qué precio?.
Todos queremos que las necesidades básicas de las personas
sean cubiertas por los servicios públicos. Que los gobiernos garanticen empleo
para todos. Que el disfrute de una vivienda sea un derecho reconocido. Que
quien no tenga recursos económicos o que
los que disponga sean precarios,
pueda contar con una renta de garantía de ingresos que le permita
sobrevivir. Que el acceso a la sanidad, a la educación, sea universal, gratuito
y de calidad. Que cuando se acabe el ciclo laboral se disponga de una pensión suficiente. Que
haya atención a los colectivos sociales
más vulnerables. Que haya seguridad en
las calles. Que disfrutemos de medios de transporte, de infraestructuras, de
equipamientos... Sí, todos queremos eso y más.
Pero, ¿alguien tiene en cuenta cómo hacer frente
económicamente a ese desideratum colectivo?.
Nuestras necesidades sociales
siempre van por delante de la capacidad económica de hacerlas frente. Pese a
que la recuperación económica parece ser real, pese a que volvemos a tasas de
crecimiento de PIB efectivas, pese a que se haya endurecido el sistema
fiscal, los recursos económicos
obtenidos por las administraciones públicas siguen sin cubrir, de lejos, las
previsiones de gasto derivadas de tanta
demanda. El solo hecho de la aprobación de una ley de vivienda, sancionada sin memoria económica que acompañe
su aplicación, implica que el Gobierno vasco se vea obligado a reservar
anualmente cerca de 80 millones de euros para atender sus previsiones. 80
millones más que, ni por asomo, surgirán de la reforma tributaria recientemente
aprobada. Y que deberán ser consignados
restando de otras partidas de las
cuentas públicas.
Todo el mundo quiere
que cuando se pulse un
interruptor se encienda la luz.
O funcione la calefacción. Queremos
energía barata, que nos permita competir en la producción industrial. Pero, al
tiempo, nos negamos en rotundo al “franking” por el impacto medioambiental que
las actuales técnicas extractivas de hidrocarburos tienen. Tenemos razón en salvaguardar el medio
natural y en requerir las mayores medidas
que palien el impacto ambiental. Pero esa prevención lleva a algunos a
prohibir no ya la explotación de los yacimientos, sino su exploración y hasta
la investigación de los mismos. Si hay gas, si hay recursos energéticos
¿debemos renunciar a ellos? . ¿Aunque las técnicas de extracción se modernicen y garanticen seguridad, es
lógico mantener la prohibición?. ¿Es nuestro sino comprar energía cara al
exterior?. O ¿deberemos renunciar al desarrollo?.
Todos queremos modernos servicios de transporte. Y ampliar
las redes aunque cuesten un potosí. Queremos que el transporte público sea
gratuito para los jubilados. ¿También para los jubilados de Neguri?. ¿No será
mejor aplicar las bonificaciones
dependiendo de las rentas de cada cual?.
Queremos fondos públicos para indemnizar a las víctimas del
amianto o para quienes no pagan las pensiones alimentarias de los hijos en
casos de divorcios. ¿ Fondos públicos?.
Queremos bonificar las matrículas universitarias. ¿También para quienes
hacen “quinto de primero”?.
Y, por si fuera poco, nos olvidamos de los problemas
estructurales en los que la decisión política
poco tiene que ver como son el
envejecimiento de la población, el incremento de nuevas dolencias vinculadas al
incremento de la expectativa de vida o la ausencia de natalidad que nos deja
sin reservas humanas que sostengan el
empleo futuro y las cotizaciones sociales. Un panorama objetivamente
preocupante que deberemos interpretar
bien para acertar en las políticas públicas que adoptemos. Para hoy,
pero, fundamentalmente, para mañana.
Vivir mejor, que duda cabe, es lo que queremos, Pero para
ello, la política vasca debe seguir contando con un ingrediente sustancial que nos posibilite un marco
estable y de certidumbre. Ese ingrediente se llama responsabilidad. Cada
acuerdo que pactemos, cada nueva ley que aprobemos, cada decreto o cada
programa que pretendamos incorporar al presente deberá responder a esa
responsabilidad. Alejada de la demagogia, del populismo, del aplauso fácil o de
la progresía mal entendida. Nuestra sociedad tiene que saber y ser consciente
de que alcanzar el bienestar de hoy a
cambio de la ruina del mañana no es una
opción razonable. Ahora que se renuevan gran parte de nuestras
instituciones bueno sería que, sin la
tentación electoral de la promesa
convertida en subasta, se hiciera un
esfuerzo por parte de todos para que esa
reflexión que como país necesitamos, se llevara cabo con objetividad y vocación de eficacia. De lo contrario,
perderemos el tiempo y quizá, a lo peor, el futuro. Y quien no se lo crea, que mire a Grecia.
Si Grecia no es expulsada directamente, en mi opinión, es por las inversiones que los bancos alemanes y franceses tienen. Para ello crearon un fondo de liquidación . Para que cuando ocurra el próximo "Bankia" lo pague ese fondo y no los ciudadanos alemanes.
ResponderEliminarEn cuanto a las preguntas que plantea, tiene mucha razón, y me voy a tomar la libertad de responderlas. Sin ánimo de ofender a nadie, ahí voy:
"¿También para los jubilados de Neguri? "
Por supuesto que sí. ¿No han cotizado como los demás o su dinero vale menos, o se pretende que en el futuro defrauden al fisco? El que más tiene ya tiene que pagar más IRPF, que es progresivo.
¿No será mejor aplicar las bonificaciones dependiendo de las rentas de cada cual?.
En este caso ¿no será mejor revisar la vida laboral de cada cual y ver qué vida ha llevado? Conozco casos en los que han ganado auténticas millonadas y se lo han fundido. ¿Tienen que seguir viviendo los que han tenido cabeza peor que los que no la tienen?, ...
Queremos bonificar las matrículas universitarias. ¿También para quienes hacen “quinto de primero”?.
No, por supuesto que paguen la matrícula entera (seguro que tendrán, la mayoría, razones para ello). Pero que tampoco se permita la manipulación de notas por pena, para que les de la media para que al "pobre" de turno no le quiten la beca. Ni que se le facilite una oportunidad laboral con mayor facilidad ¿el derecho a trabajar de lo tuyo no existe? Debería existir incluso antes que el de la vivienda ... porque la vivienda hay que mantenerla y conservarla.
¿Sabe que en el programa alokabide exigen a los propietarios la instalación de placa vitrocerámica? Cosa de la que ciertos propietarios de cierta edad no disponen en su propia casa. ¿Sabe cómo devuelven las viviendas?
Grecia, ha estado gobernada por un Pp disfuncional durante mucho tiempo. Nada que ver con el PNV. Por eso ha sido el partido más votado.
Luego también existe o ha existido una clase especial de estudiante universitario. Los "independizados" para la beca y la RGI. Es decir, sus padres cuentan con recursos de sobra pero por las razones que fuesen / sean prefieren que sea el Gobierno Vasco el que pague el curso y la propina mensual. Esos Sí que eran / son list@s. Y están bien vistos.
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