El avance de la edad, que no perdona, y la ingesta de
líquidos provocada por el sofoco de la ola de calor, me hizo
levantarme de noche a aliviar la vejiga. Interrumpir
un sueño para dar respuesta a necesidades físicas irrefrenables calma el cuerpo
pero solivianta al espíritu. Pasar de la inconsciencia a la activación
sensorial plena necesita, al menos en mi caso, un tránsito gradual que me
permita, poco a poco, recobrar la lucidez Es
el tránsito de tener el cerebro licuado a su solidificación.
Tras la necesaria micción liberadora, y activados todos los
sensores corporales, comencé a notar una cierta sensación de calor y bochorno.
No era para menos. Pese a tener todas
las ventanas de la casa abiertas la temperatura era excepcional. Así que, como
cualquier homínido sofocado, decidí echar un buen trago de agua fresca para
saciar y atemperar mi calentura.
A tientas, sin gafas –a oscuras no son necesarias-, me
dirigí hasta la cocina, abrí la puerta de la nevera y, de la botella, propiné dos largos tragos de líquido
elemento. Que sensación más agradable de frescor. Parecí despertar totalmente.
Y, en esa estimulación, recobré la curiosidad. ¿Que hora será? .
Sin pensarlo dos veces pulsé el interruptor e hízose la luz. Las tres y cuarto de
la madrugada. Allí
estaba yo. En paños menores mirando cuan
miope las manecillas del reloj.
Entonces ocurrió. Por una de las ventanas abiertas de la
estancia, entró un ovni.
En el momento no supe identificarlo pero por su tamaño
parecía un dron. El ruido que producía alimentaba esa tesis. Tras dos vueltas
para reconocer el terreno, el objeto
volador se instaló en el tubo de la fluorescente. Sin
tiempo a reaccionar, por la misma ventana, entró un segundo bicho. Más pequeño
que el anterior, pero igualmente espeluznante. ¿Me invadían?. No. Eran
insectos. Polillas nocturnas. Una de ellas, la madre de todas las polillas.
Inicialmente pretendí darles caza en el aire pero mi
“agilidad” fue sorteada una y otra vez. La segunda tentativa quiso tranquilizar a los animales para
posibilitar que se posicionaran en lugares accesibles donde atizarles. Pero las
polillas no son tontas. Buscaban el foco de la luz, lejos de una guantada.
Cabía apagar la lámpara. ¿Para qué?. ¿Para que se durmieran?. ¿Para que
desaparecieran y , más tarde irrumpieran en el espacio aéreo cuando estuviera
presente el resto del personal de la casa y tuviéramos una escena de caos?.. Ni hablar. Aguardé. Dejé que el
sudor fluyera y me armé de paciencia. Y
de un trapo de cocina. Los golpes no servían. Así que utilicé la tela como red.
Lanzamientos aquí y allá. La mariposa más liviana fue la primera en caer. No
acabé con su vida. La tomé por una de las alas
y la defenestré.
Sí , la tiré por la ventana cerrándola después para que no
tuviera la tentación de regresar. Quedaba la caza mayor.
Casi pierdo la paciencia pero un golpe de suerte hizo que el
trapo impactara en la
fluorescente. El bicho se movió. Sin saber cómo, acerté con
un manotazo al vuelo y la polilla cayó al suelo. Llegaba su fin. La pisé sin
compasión.
La refriega se saldó
con un insecto cadáver. Marcas de polvo despedido por el animal en el embaldosado. Un tubo de la iluminación
parpadeante – para mayor tortura- y un
sofoco de gota gorda que me llevó a la ducha.
Nada expliqué del incidente a la mañana siguiente. Que había
dormido mal por el calor y nada más.
“Claro –me replicaron al instante-. Si dejamos las ventanas cerradas
impidiendo que haya corriente, claro que hace calor”. Asentí. No tenía otro
remedio. Sólo pronuncié una cita que se entendió como un
desvarío. “Sí, sí. Abre las ventanas y prepárate. Que cuando menos lo esperas,
salta la liebre”.
Quien dice conocer a Mariano Rajoy afirma que el presidente
español no es hombre dado a sobresaltos. Ni a sorpresas. Dicen de él que su única estrategia es
esperar. Esperar que el tiempo pase y que los problemas, o se pudran, o se
olviden por la trascendencia mayor de otros nuevos.
Su quietud ha quedado de manifiesto en numerosas ocasiones.
Hemos visto como el presidente español no ha movido ficha ante el proceso
catalán. Y pese a que el riesgo de
fractura ha llegado a inquietar a todo el mundo, no ha cedido ni un milímetro
en su tesis de que “la legalidad está para cumplirse” en referencia a la
imposibilidad constitucional de un referéndum sobre el futuro de Catalunya.
Rajoy y su inmovilismo ha quebrado la paciencia del más
paciente. El Lehendakari Urkullu reclamó durante años en el desierto de la Moncloa, un
entendimiento sobre diversas materias pendientes. Una de ellas la pacificación. Ni
el lehendakari, ni Euskadi estaban en la agenda
de Rajoy. “Laissez faire, laissez
passer. Le monde va de lui même” (dejad hacer, dejad pasar que el mundo
funciona por sí mismo).
Ni la inquietante irrupción de nuevas formaciones políticas,
alimentadas por la frustración de la sociedad española ante la crisis y la
corrupción, ha provocado en el
presidente español una reacción que haga despertar cambio alguno de su
política y estrategia.
Solo el batacazo electoral de mayo, y, sobre todo, la
pérdida de ámbitos de poder tradicionales del PP (capitales y comunidades
autónomas) deslizó la sospecha de que, al fin, Rajoy se movería. Fueron los
ámbitos internos de su partido quienes sacudieron la necesidad de cambios. Y Rajoy
titubeó. Haciendo gala de su galleguidad dijo aquello de cambios no, luego sí,
más tarde “se verá” y finalmente “sí
pero no”.
Cuando todo el mundo esperaba una “crisis de gobierno”,
Rajoy alteró su equipo en Génova. Pero solo parcialmente pues los relevos exclusivamente
afectaron a su infantería electoral. Y
en el Gobierno, la cacareada “crisis” se solventó con la salida nocturna de
Wert por la puerta de atrás, anunciada mediante comunicado de prensa y motivada estrictamente por razones
personales. Una vez más, agua de
borrajas. Rajoy el previsible.
Sin embargo, en las últimas semanas, en los ámbitos políticos, se ha instalado la
idea de que el presidente español, rompiendo su
reputación, prepara una “emboscada” y se apresta a adelantar las elecciones
generales para el próximo mes de septiembre.
Dos han sido los rumores-fuente que han alimentado el
supuesto. Por un lado, que convocados unos comicios legislativos no se podrían
celebrar legalmente más elecciones hasta
un plazo ulterior de dos meses (abortando la consulta plebiscitaria catalana
pactada entre Mas y Junqueras) y , por otro,
que el Gobierno español habría
dado orden de no disolver las Juntas
electorales provinciales, constituidas tras los comicios municipales y
autonómicos, con lo que estos organismos
mantendrían sus funciones en previsión de una nueva cita con las urnas en el
plazo de 90 días.
Analizadas ambas premisas, podemos hablar de “leyendas
urbanas”. La prohibición legal de coincidencia
de elecciones sólo es aplicable al concepto de referéndum y a ámbitos
territoriales idénticos. Es decir que lo
que no podría hacerse es convocar elecciones generales y municipales a la vez o que se emplazara el
mismo día unos comicios legislativos y un referéndum.
Lo del mantenimiento de las juntas electorales también es un
libelo. Según la ley en vigor, las juntas electorales “provinciales” tienen un
plazo de cien días de vigencia desde que
se votara en los comicios para las que fueron constituidas. Luego, las que se fraguaron para las consultas locales todavía tienen
recorrido.
Cosa distinta a lo anterior es que Rajoy y sus asesores,
ante la coyuntura económica y política, pretendan, en una jugada táctica, retar
a Artur Mas a mantener su fecha de elecciones, en coincidencia con unas
elecciones generales. Un desafío que, seguramente, llevaría al president de la
Generalitat a modificar sus previsiones y aplazar la consulta catalana. Una
decisión que Rajoy podría “vender” a su electorado como una victoria frente a
la amenaza independentista.
Sea como fuere, todos los partidos políticos – el PNV
también- han adelantado sus perspectivas
internas de elaboración de listas y
candidaturas. No vaya a ser que la
“libre” salte cuando menos se lo esperen. Y Rajoy aparezca de repente
y nos diga “sorpresa, sorpresa”. La rebaja en diversos tramos del IRPF
anunciada el pasado jueves, la posible habilitación de agosto en las Cortes
para la aprobación del presupuesto y la rotunda declaración de Rajoy a que no
adelantará los comicios hace pensar que la legislatura se prolongará hasta el
final. O no.
Veremos –antes del 2 de agosto- si Tancredo se baja de la
peana y hace un movimiento. Ver para creer. Por si acaso, todos preparados.
Hasta en esto, será previsible.
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