viernes, 5 de junio de 2015

GANAR EL TIEMPO PERDIDO

Era octubre de 1998. Se habían celebrado las elecciones autonómicas y Euskadi  se preparaba para la formación de un nuevo gobierno. Fue entonces cuando Xabier Arzalluz,  un magnífico comunicador,  describió el panorama político con especial acierto  en el mensaje. Sin mencionar a una sigla, ni descubrir a los protagonistas, echó mano de una metáfora  que aún se recuerda. Fue la teoría del apareamiento de las aves, según los documentales de la 2 de TVE.

Según Arzalluz, unos “sacaban pecho” con posiciones impostoras de su escuálida debilidad. Otros “hinchaban el garganchón” para hacerse notar. En un espacio contiguo había protagonistas que, incesantemente, “movían las alas”. Y, en el estanque cercano, algunos especímenes nadaban en círculos con “sonoros gorjeos”.  “Son ritos de apareamiento –sentenció el brillante presidente del EBB- . Sonoros y llamativos cortejos en los que, salvo excepciones, todos quieren aparearse”.

Desde que el día 24 pasado la ciudadanía acudiera a las urnas para establecer su representación en ayuntamientos y cámaras territoriales, los partidos políticos –todos- interpretan ese rito en la búsqueda de alianzas.

Cada cual arrastra su veredicto. Unos salieron malparados del plebiscito popular. Y, a pesar del varapalo, pretenden exhibir músculo donde no hay más que debilidad. Otros esconden la tripa para aparentar estilismo, a riesgo perder el sentido por el esfuerzo continuado de aguantar la respiración. Poses fácilmente reconocibles para un observador medio  capaz de interpretar, con un poco de sentido común, quien ha salido fortalecido de las urnas y quien no.

Afortunadamente para todos, en estos últimos días, los juegos de “apareamiento” han trascendido  con mayor transparencia que en tiempos pasados. Las agendas abiertas que presentan encuentros de unos con otros, las explicaciones de los portavoces tras las reuniones, la clarificación de mensajes, posibilitan vislumbrar hacia dónde apuntan  los desenlaces de este proceso que el próximo día 13, con la constitución de los ayuntamientos, deberá tener ya un final conocido.

Alguien puede tener la tentación de creer que detrás de estos movimientos no hay más que el puro interés particular. Que todo se circunscribe al reparto de “poltronas” o al “pasteleo” de distribuir  las porciones de una codiciada tarta.
Quien eso piensa y explicita lo hace, bien por desconocimiento o por una intencionalidad malsana  de descrédito al propio funcionamiento del sistema democrático.

Entender la voluntad de acuerdo como una fórmula material  de reparto de intereses espurios es no comprender que la convivencia se basa en valores positivos tales como el respeto a los demás, la búsqueda del bien común o la necesidad de tejer complicidades para avanzar mancomunadamente en una dirección. Y de eso se trata cuando formaciones políticas distintas, que han competido abiertamente para hacerse con la confianza de la ciudadanía,  buscan alianzas y acuerdos de gobernabilidad.

Desde la muerte de Franco a nuestros días, la fragmentación política ha sido una característica significativa en Euskadi. Bien porque la cuestión nacional ha duplicado las ofertas ideológicas, bien porque el dinamismo social ha hecho aparecer  opciones-bisagra. Sea como fuere, jamás ha prosperado aquí la fórmula de alternancia mayoritaria o el bipartidismo.

Tal característica ha tenido consecuencias evidentes en la política vasca. La primera de ellas y más sintomática, la ausencia de mayorías absolutas en los ámbitos de poder (excepción hecha en algunos gobiernos locales). No ha habido rodillos monocolores que hayan copado el escenario público.  Gracias a ello, durante decenios se ha tenido que cultivar una cultura del acuerdo, del pacto entre diferentes que ha procurado una sana convivencia entre opciones distintas.

A lo largo de la trayectoria democrática y salvo excepciones –el pacto PSE/PP que llevó a Patxi López a la lehendakaritza- siempre ha habido una opción mayoritaria gobernante; el PNV. Y junto a él se han fraguado alianzas y acuerdos de todo tipo que han garantizado estabilidades diferentes.

Socialistas, populares, Ezker Batua, Euskadiko Ezkerra, Euskal Herritarrok... hasta su  propia escisión –Eusko Alkartasuna- han pactado en algún momento con el PNV. Concertación es la palabra clave. Concertación plural.

Los efectos de esa cultura del acuerdo han sido múltiples, y por lo general positivos para el conjunto de la sociedad vasca. La obligación de entenderse ha provocado que la transparencia haya sido mayor que la  habida en gobiernos monocolores. Claridad porque eran varios los agentes participantes en la acción de gobierno y esa pluralidad, en cierta medida, impedía tentaciones sistémicas de corrupción o de utilización del poder en beneficio propio. De ahí que, pese a que la corrupción sea un mal al que nadie es indemne, Euskadi la haya padecido en mucha menor medida –sideralmente diría yo- que en el Estado. En menor medida y comúnmente en todas las formaciones políticas protagonistas aquí.

La ausencia de monopolio político también ha dejado en Euskadi, una capacidad de diálogo mayor entre todos. Pese al  efecto devastador del terrorismo, la interlocución entre formaciones políticas es y ha sido amplia, lo que ha hecho posible que, pese a las diferencias, haya habido opciones de encuentro y puesta en común de planteamientos. Y, fruto de ese diálogo, han sido posibles acuerdos integradores que han definido un modelo educativo, sanitario, lingüístico, inclusivo que ha perdurado más allá de los gobiernos de turno o de las mayorías y minorías del momento.

Como efecto negativo, la fragmentación partidaria ha tenido y tiene una consecuencia directa; la incertidumbre y, en momentos, cierto equilibrio inestable de las instituciones. Un riesgo que, en el momento presente, debería ser  sorteado en el conjunto de Euskadi con la fórmula contrastada del acuerdo plural, del diálogo y el compromiso compartido.

Gozar de unas instituciones fuertes que puedan afrontar la oportunidad de superar la crisis económica y recuperar el pulso del crecimiento y el bienestar debe ser la premisa básica sobre la que las formaciones políticas deberán ser capaces de interiorizar. Instituciones sólidas que se centren en permitirnos tener unos años de sosiego que nos hagan, como país, recuperar la confianza para revertir las consecuencias devastadoras de la crisis que hemos padecido. Y que aleje la tentación de convertir la política en una guerra de guerrillas permanente en la que las energías se pierden en  tácticas para desgastar al adversario, en lugar de centrarse en sumar esfuerzos sobre las “cosas de comer”.

El “modelo Euskadi” de acuerdo político tiene en el Estado una situación antagónica. Mayorías absolutas con alternancia bipartidista. Los resultados de tal práctica están a la vista. Un proceso viciado de decisiones unilaterales que, cuando cambia el mandatario son alteradas en sentido contrario. Excesos de poder. Corrupción. Ausencia de diálogo, de autocrítica. Acumulación de conflictos. Crisis de sistema.

Los resultados del 24-M no han acabado con el bipartidismo en España pero, con la entrada de nuevos partidos en el tablero de juego sí ha roto con una forma de hacer y practicar la política.

Si en Euskadi hemos estado acostumbrados  desde el principio a la búsqueda de acuerdos entre diferentes,  lo que Arzalluz identificó con la imagen del “rito de apareamiento de las aves”, en España deberán aprender  a asumirlo en tiempo récord. Y su cultura política, visto el caos que se nos ha presentado en días pasados, no parece estar aún a la altura de las circunstancias.

Ahí, también en Euskadi llevamos ventaja. Aprovechemos esta circunstancia. El valor,  el potencial,  del acuerdo político debe ser palanca para que, renovada la estabilidad y la certidumbre, seamos capaces de dejar atrás la crisis económica y recuperar los niveles de bienestar y de prosperidad perdidos. Desde el 2008 Euskadi ha padecido un paréntesis de declive y dificultad en el que muchos vascos han sufrido en carne propia las consecuencias de la crisis. Ahora, si somos capaces de conformar mayorías estables –y sin la pesada rémora de la violencia en nuestras vidas, no lo olvidemos- podremos disponer la oportunidad magnífica para ganar el tiempo perdido.  


1 comentario:

  1. "Alguien puede tener la tentación de creer que detrás de estos movimientos no hay más que el puro interés particular. Que todo se circunscribe al reparto de “poltronas” o al “pasteleo” de distribuir las porciones de una codiciada tarta."

    Dependiendo del sujeto activo, sí. Y en el caso de estudio del Pp siempre y en todo caso salvo excepciones que confirman la regla (poquísimos). Creo que la mala intención en el Pp, a estas alturas, se presupone.

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