Hay gente que tiene un don. Hay quienes, por suerte o por
desgracia de sus rasgos faciales o por su lenguaje corporal encuentran con naturalidad la empatía de los
demás. O, por el contrario generan un rechazo emocional difícilmente argumentable.
Lo que de natural existe, hay quien lo trabaja. Se trata de
técnicas de comunicación que cultivan la
“fotogenia” o la “telegenia”. Que la cámara
“te quiera”, que cautives a la audiencia con un solo gesto y que, sin aguardar al mensaje que se
transmita, el espectador ya tenga una
receptividad positiva de quien se presenta ante el público.
En un proceso comunicativo, el 55% de la audiencia retiene las sensaciones del lenguaje
no verbal. El 38% se fija en el tono del
orador y solamente el 7% valora el contenido de lo dicho. Es decir que pese a
que todos nos consideremos muy maduros y
reflexivos, la forma y no el contenido, influye sustancialmente en la
construcción de nuestras percepciones cognoscitivas.
Viene este rollo
a colación de la imagen general que en
torno al grave problema griego nos hemos conformado colectivamente.
Transcurrida una semana desde la celebración del referéndum y a escasas horas
de que expire el plazo para que se clarifique el futuro de aquel país en el
entorno europeo, la gran mayoría de la
opinión pública de nuestro entorno muestra una cierta simpatía hacia la posición griega. Tal vez por su imagen de víctima frente a la poderosa Europa.
Quizá por la
simplificación del mensaje que los medios de comunicación han trasladado en
relación al contencioso. O, a lo mejor, por la simpatía y candidez de la imagen
desprendida por su primer ministro Alexis Tsipras.
La imagen tiene
un valor primordial en la comunicación política y los nuevos dirigentes surgidos
de movimientos populares –aquí y allá- han sabido exprimir estupendamente ese
valor, desatendido injustamente por quienes
representan o han representado el poder tradicional. El porte “casual” de Tsipras, de camisa blanca remangada y americana
(Pablo Iglesias debe tener un ropero repleto de camisas grises) comenzó con
Obama. Siguió con Renzi en Italia y se ha impuesto en todas partes. Pero el
vestuario no lo es todo. Lo que más atrae del dirigente griego es su permanente
aspecto risueño.
Ahora bien, ¿de
qué se ríe Tsipras?.
Por ser justos
habrá que decir que el líder de Syriza poca responsabilidad tiene en el saqueo
público que ha llevado a Grecia al filo mismo del precipicio. Fueron los
gobiernos predecesores de Tsipras los que condujeron al país al desastre. Sin
embargo Tsipras ha tenido ya cinco meses para reconducir la situación y buscar
un acuerdo con quienes han prestado a
los griegos miles de millones de euros de sus propias reservas y lo más que ha hecho es perder el tiempo
hasta que los bancos han tenido que
cerrar por falta de liquidez.
Sonríe porque su
incapacidad para alcanzar un acuerdo
encontró en el regate corto de un referéndum
inservible la estratagema perfecta para eludir su responsabilidad y
traspasarla al conjunto de su ciudadanía. Porque su “cuestión de dignidad
nacional”, convertida en bofetada a la Unión Europea
consiguió un respaldo mayoritario. Y, además, que no es poco, el
aplauso de la extrema derecha. De
“Amanecer dorado”, de sus socios “independientes” homófobos que gestionan el
departamento de defensa. Y también del Frente Nacional de Marie Le Pen, de los
comunistas o del mismísimo Vladimir
Putin.
La tragedia
griega no puede acabar en catástrofe. Porque Europa ni los gobiernos europeos
son enemigos de Grecia. Es cierto que han sido muchos los esfuerzos que la
ciudadanía helena ha tenido que acometer para ajustar el pago de su deuda. Es
cierto que los impuestos han subido, que el paro ronda el 30% pero dicho
desempleo procede del sector privado, no
del gigantesco sector público que hace mucho tiempo que no funciona y ha
devorado cantidades inmensas de recursos económicos dilapidados por el
clientelismo y la
corrupción. Un sector público al que las reformas y el
adelgazamiento no ha llegado.
Tsipras apareció risueño
en el Parlamento Europeo. Su discurso, otra vez, fue más dirigido a sus
compatriotas que a la
eurocámara. Pero allí el contenido del discurso fue más tenido en cuenta que la pura imagen. Y
el primer ministro griego tuvo que oír lo que no quería; Acabar con el sistema clientelista,
reducir el sector público y transformar banca pública en banca privada, abrir
los mercados, liberalizar sectores, acabar con los privilegios de determinados
sectores: armadores, militares, partidos políticos, iglesia ortodoxa etc.
La voz más nítida
escuchada en Estrasburgo fue la del líder de los liberales y demócratas
europeos, Guy Verhofstadt. “Durante
cinco años nos hemos encaminado como sonámbulos hacia un Grexit [salida de Grecia de la zona euro] con
la ayuda y el apoyo de la extrema derecha", advirtió. “Y durante los
últimos meses –apuntó al líder de Syriza- hemos corrido hacia un Grexi" con su
protagonismo. No es usted ni nosotros quienes vamos a pagar la factura, son los
ciudadanos griegos normales los que correrán con la factura de un Grexit. Sea usted, señor
primer ministro, un verdadero revolucionario y termine con los privilegios en
su país”.
Ningún estadista democrático
desea someter a sus administrados al sufrimiento. Ni los mandatarios propios,
ni los ajenos. No es cierto que Merkel
pretenda el desconsuelo y la angustia de los ciudadanos helenos. Grecia necesita un nuevo rescate de fondos
europeos. Pero nadie está en disposición de ofrecer más crédito si no hay una
firme voluntad y un compromiso de que las autoridades de Atenas devolverán en tiempo y forma parte de la deuda pendiente
de pago. Para ello, Grecia necesita comenzar a crecer económicamente eliminando
gastos inútiles y aplicando reformas
estructurales que incentiven la
iniciativa privada. Para pasar del subsidio al empleo. No es tarea fácil. Pero
es la única vía. Salirse del euro supondría una catástrofe añadida. Un
aislamiento y un empobrecimiento insoportable. Manejar esa hipótesis ya no es una mueca o una impostura. Es,
simplemente un suicidio. Por eso, no sé bien de qué se ríe Tsipras.
El impago griego, la petición
socorrida a la solidaridad ajena sin atender los problemas estructurales que provocan la inviabilidad de
proyectos políticos, nos acerca también al horizonte vasco y al conjunto del
Estado.
Desde hace tiempo venía
larvándose en el conjunto de España el
discurso de que los vascos éramos
insolidarios con las comunidades autónomas de menor PIB que la nuestra. Que nuestros
“privilegios” – el Concierto y el Convenio-
desatendían las necesidades “comunes” de un Estado igualitario.
Este ruido soterrado comienza
a tener aire articulado y ya han sido varias las formaciones políticas – en su
día UPyD, ahora Ciudadanos, el PP de Cifuentes y hasta algunos círculos de
“Podemos”- que han cuestionado
abiertamente la legalidad del Concierto Económico.
El ministro Montoro ha
matizado. El Concierto no está en riesgo.
De lo que “hay que hablar” es del Cupo.
Y vuelve la burra al trigo. Que los vascos paguen más. Que para eso son
más ricos, tienen menos paro, están más saneados...
¿Por qué?. ¿Porque el sistema
es injusto?. ¿Porque el Estado invierte en Euskadi por las competencias no
asumidas más que el 6,24% establecido? (ja, ja). ¿Porque tenemos que contribuir
a reducir el déficit que no hemos creado?.
Con todas las
distancias, uno entiende mejor a Merkel
y a los alemanes cuando escucha determinados alegatos que se pronuncian en
España.
Ya no es simple imagen o
postureo. Cuando se oye hablar de reforma constitucional, de “federalismo
igualitario” o de una nueva financiación para todos, a los vascos nos va a tocar sacar los sacos
terreros para defender lo que es nuestro. Que nadie olvide que el Concierto Económico (el Convenio
navarro) es, quizá, el último punto de soldadura que nos mantiene en convivencia con el
Estado. Los hilvanes de unas costuras frágiles que sostienen el actual encaje institucional.
Espero que el mensaje se
entienda. Aunque se tenga que explicar estilo “casual” o con uniforme de
campaña.
Koldo:
ResponderEliminarHay que hacer público con mucha fuerza ese concepto de 'último punto de soldadura', 'hilvanes de unas costuras frágiles'.
Perfecto!