viernes, 17 de julio de 2015

HUMILDAD Y PROYECTO DE FUTURO

El próximo domingo 19 , el PNV escenificará en Gernika el 120 aniversario de su fundación.
Lo hará en un doble acto no exento de riesgos. Me explico. El PNV exhibirá mañana todo el poder institucional que le ha conferido la ciudadanía. Y esa foto podrá ser entendida por algunos como un gesto de prepotencia, de arrogancia y de monopolio institucional.

Tras los últimos comicios municipales y forales, el PNV ostenta  (en la CAV) 120 alcaldías –las tres capitales Bilbao, Donostia y Vitoria Gasteiz-.  Suyos son 1017 concejales, 54 apoderados, los  tres diputados generales, las tres presidencia de las Juntas Generales, 27 parlamentarios autonómicos (también la presidencia), el lehendakari de Euskadi. Y además, en la Comunidad Foral de Nafarroa, representantes jeltzales ostentan la vicepresidencia  del Parlamento foral y  la próxima semana y por primera vez, un militante del PNV ocupará la vicepresidencia del Gobierno de aquel territorio.

Jamás, en la historia reciente, el PNV había tenido tanta concentración de responsabilidades en el mapa institucional vasco. De ahí que situar en una misma tribuna al Lehendakari, a los tres diputados generales, al vicepresidente navarro,  a las presidencias de los parlamentos y a los alcaldes de Bilbao, Donostia y Vitoria Gasteiz impacte de manera especial.

Pero el PNV ha preparado este encuentro no como exhibición de músculo  o de reflejo de poder. Su intención es doble. Por un lado, para  significar que detrás de los hombres y mujeres que allí acudan existe un  proyecto  que mantiene su espíritu fundacional. Y, en segundo lugar, como exigencia a su propio cuerpo de partido de humildad y servicio público.

Empezando por esto último, el PNV que hoy gobierna en este país, es consciente de que su liderazgo en Euskadi tiene su fundamento en la cercanía social, en vivir la política pegada a la calle. Con gente corriente que, en un momento dado, ha decidido comprometerse  en la defensa de un ideal y de unas inquietudes. Un activismo que  pese al descrédito bien ganado  de buena parte de la sociedad todavía  mantiene  reconocidos unos valores  intangibles de servicio a la comunidad y al bienestar colectivo. Política de voluntariado frente a la conocida como “política profesional”.

Esa manera de hacer y de actuar exige autenticidad, transparencia, lealtad a los compromisos y, como no, eficacia.
El PNV de hoy tiene asimilado que por muchos votos que sus candidaturas hayan recibido, por muchos electos que tenga  tras la celebración de unas elecciones,  el voto es fruto temporal de la confianza de la ciudadanía. Que los votos no  pertenecen a los partidos sino a las personas. Que son una especie de crédito que se da a las formaciones políticas para que éstas gestionen  sus propuestas públicas.  Un préstamo con fecha de caducidad  que deberá contar con una contraprestación si se quiere renovar dicho apoyo en el tiempo.

Así lo entiende el PNV y lo explicitará  a sus cargos públicos para que todo el mundo sea consciente del margen temporal de su mandato y de la responsabilidad que asume con su designación.

Además, el PNV ha aprendido otra lección. Tener una posición predominante en el escenario institucional, estar avalado por una mayoría de sufragios no es suficiente para impulsar con certidumbre y seguridad la gobernabilidad de toda una sociedad. El PNV sabe que su mayoría, aún siendo notable, no es garantía de estabilidad. Por eso los resultados electorales –ni los autonómicos en su día, ni los municipales y forales de ahora- se le han subido a la cabeza. De ahí que  haya buscado acuerdos en diversas direcciones. Lo hizo inicialmente Urkullu con las diputaciones que en el anterior mandato gobernaban el PP y EH Bildu. Lo hizo el propio partido  con el PSE para alimentar la recuperación económica. Y Lo han vuelto a hacer  en diputaciones y municipios con los socialistas para  dotar de certidumbre y fortaleza a los ámbitos más cercanos de gestión.

El PNV tiene claro que la mejor acción política  es la compartida. La que se establece en amplias bases. La que contrasta, dialoga y llega a acuerdos.  Ya en diciembre de 2013, con motivo del primer aniversario del Gobierno liderado por Urkullu lo anunció el Euzkadi Buru Batzar; “la sociedad vasca va a encontrar el PNV más flexible, más dinámico, más dialogante y más proclive al acuerdo que en los últimos años se haya conocido.” “Diálogo, consenso, interlocución y flexibilidad son  los valores que el PNV está dispuesto a exhibir en este nuevo tiempo”.
Y en esa vocación va a continuar. En parte porque la fragmentación política en Euskadi lo hace necesario, pero, también, por convencimiento de que la magnitud de los problemas que nos aquejan como sociedad exige consensos amplios y entre diferentes.

Humildad, es el primer valor que quiere  representar el PNV en el acto que mañana desarrollará en Gernika. Y, en segundo término, la constatación de que el nacionalismo es un proyecto vivo y con mucho recorrido todavía.

El PNV surgió hace 120 años como una herramienta para construir una Euskadi libre, prospera y justa.

La Euskadi de hoy poco tiene que ver con la que existía a finales del siglo XIX. Hemos sido testigos  de acontecimientos históricos que nos han dejado huella. Y de manera especial en la forma de ser de nuestra sociedad. Movimientos migratorios, poblaciones represaliadas, colectivos perseguidos,  victimizados por la acción del terrorismo. Hemos tenido una sociedad  convulsionada cuando no fragmentada.  Pero el horizonte parece, por fortuna, estabilizarse. En el siglo XXI la quiebra de las “dos comunidades”  parece haber desaparecido al fin. Ya sólo hay nuevas generaciones de vascos cuyo futuro  está unido al de este Pueblo. Vascos de arraigo donde el origen de sus antecesores ya no implica una ambición migratoria de retorno. Vascos que se identifican como tales y que amplían la base social de un nacionalismo más flexible, más heterodoxo si se quiere pero más extenso como lo demuestra la paulatina pérdida de peso específico de las fuerzas políticas de obediencia española en Euskadi. Ya no hay reductos ni “cinturones rojos”. Solo una nueva ciudadanía que pretende buscar su felicidad personal o familiar en este país.  Y esto constituye una esperanza  por construir una comunidad nacional con todos los que pretendan unir su destino al porvenir  de este pequeño país. Un país que no pretende ser ni mejor ni peor que los demás, sino ser él mismo.

En ese “ser”,  el PNV de hoy entiende la identidad vasca como factor de desarrollo humano; desarrollo de un futuro en solidaridad frente a un individualismo que desprotege a las personas; desarrollo de una comunidad de valores que apuesta por el bien común, por el crecimiento económico, cultural, social y político. Por la solidaridad, por el respeto a los derechos de todas las personas. Una ambición cuyo sinónimo es  el autogobierno. Hacer por nosotros mismos. Ser dueños de nuestra voluntad y nuestro destino.

La única fragmentación social que todavía permanece es la provocada  por los años de violencia y por sus dolorosas consecuencias. A tres años vista del cese definitivo de la violencia por parte de ETA la reconciliación parece todavía una quimera. Pero en la medida que la convivencia en paz se vaya asentando, y que se vayan dando pasos hacia la normalización política, las heridas abiertas irán sanando. La culpabilización ideológica del nacionalismo  racionalizará sus tesis, y las posiciones radicales  deslegitimadoras del sistema democrático, también.  El odio irreconciliable reducirá espacios y permitirá abrir un nuevo espectro social de mayor entendimiento y tolerancia en el que lo identitario no sea tenido como contrapuesto a los derechos humanos.

En el siglo XXI caminamos hacia esa sociedad extensa y llena de nuevos matices. Y el PNV, siendo fiel a su característica centenaria de permeabilidad a los cambios sabrá adecuar su estructura y su mensaje. Eso es precisamente lo que, en Gernika pretende explicitar. Que su proyecto de Nación Vasca sigue en construcción.  Una Nación edificada en la voluntad de sus gentes y que vincula su éxito al progreso, al bienestar y a la solidaridad. Una Nación distinta, con perfiles  culturales e identitarios genuinos, pero al mismo tiempo multicultural y abierta al mundo.

Quien no lo entienda así, quien solo vea la foto de la exhibición de poder, habrá desenfocado la instantánea. 

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