El próximo domingo 19 , el PNV escenificará en Gernika el 120
aniversario de su fundación.
Lo hará en
un doble acto no exento de riesgos. Me explico. El PNV exhibirá mañana todo el
poder institucional que le ha conferido la ciudadanía. Y esa
foto podrá ser entendida por algunos como un gesto de prepotencia, de
arrogancia y de monopolio institucional.
Tras los
últimos comicios municipales y forales, el PNV ostenta
(en la CAV) 120 alcaldías –las tres
capitales Bilbao, Donostia y Vitoria Gasteiz-. Suyos son 1017 concejales, 54 apoderados, los tres diputados generales, las tres presidencia
de las Juntas Generales, 27 parlamentarios autonómicos (también la presidencia),
el lehendakari de Euskadi. Y además, en la Comunidad Foral de
Nafarroa, representantes jeltzales ostentan la vicepresidencia del Parlamento foral y la próxima semana y por primera vez, un militante
del PNV ocupará la vicepresidencia del Gobierno de aquel territorio.
Jamás,
en la historia reciente, el PNV había tenido tanta concentración de
responsabilidades en el mapa institucional vasco. De ahí que situar en una
misma tribuna al Lehendakari, a los tres diputados generales, al vicepresidente
navarro, a las presidencias de los
parlamentos y a los alcaldes de Bilbao, Donostia y Vitoria Gasteiz impacte de
manera especial.
Pero
el PNV ha preparado este encuentro no como exhibición de músculo o de reflejo de poder. Su intención es doble.
Por un lado, para significar que detrás
de los hombres y mujeres que allí acudan existe un proyecto
que mantiene su espíritu fundacional. Y, en segundo lugar, como
exigencia a su propio cuerpo de partido de humildad y servicio público.
Empezando
por esto último, el PNV que hoy gobierna en este país, es consciente de que su
liderazgo en Euskadi tiene su fundamento en la cercanía social, en vivir la
política pegada a la calle.
Con gente corriente que, en un momento dado, ha decidido
comprometerse en la defensa de un ideal
y de unas inquietudes. Un activismo que
pese al descrédito bien ganado de
buena parte de la sociedad todavía mantiene reconocidos unos valores intangibles de servicio a la comunidad y al
bienestar colectivo. Política de voluntariado frente a la conocida como
“política profesional”.
Esa
manera de hacer y de actuar exige autenticidad, transparencia, lealtad a los
compromisos y, como no, eficacia.
El
PNV de hoy tiene asimilado que por muchos votos que sus candidaturas hayan
recibido, por muchos electos que tenga
tras la celebración de unas elecciones,
el voto es fruto temporal de la confianza de la ciudadanía. Que
los votos no pertenecen a los partidos
sino a las personas. Que son una especie de crédito que se da a las formaciones
políticas para que éstas gestionen sus
propuestas públicas. Un préstamo con
fecha de caducidad que deberá contar con
una contraprestación si se quiere renovar dicho apoyo en el tiempo.
Así
lo entiende el PNV y lo explicitará a
sus cargos públicos para que todo el mundo sea consciente del margen temporal
de su mandato y de la responsabilidad que asume con su designación.
Además,
el PNV ha aprendido otra lección. Tener una posición predominante en el
escenario institucional, estar avalado por una mayoría de sufragios no es
suficiente para impulsar con certidumbre y seguridad la gobernabilidad de toda
una sociedad. El PNV sabe que su mayoría, aún siendo notable, no es garantía de
estabilidad. Por eso los resultados electorales –ni los autonómicos en su día,
ni los municipales y forales de ahora- se le han subido a la cabeza. De ahí que haya buscado acuerdos en diversas
direcciones. Lo hizo inicialmente Urkullu con las diputaciones que en el
anterior mandato gobernaban el PP y EH Bildu. Lo hizo el propio partido con el PSE para alimentar la recuperación
económica. Y Lo han vuelto a hacer en
diputaciones y municipios con los socialistas para dotar de certidumbre y fortaleza a los
ámbitos más cercanos de gestión.
El PNV tiene claro que la mejor acción política es la compartida. La que
se establece en amplias bases. La que contrasta, dialoga y llega a
acuerdos. Ya en diciembre de 2013, con
motivo del primer aniversario del Gobierno liderado por Urkullu lo anunció el
Euzkadi Buru Batzar; “la sociedad vasca va a encontrar el PNV más flexible, más
dinámico, más dialogante y más proclive al acuerdo que en los últimos años se
haya conocido.” “Diálogo, consenso, interlocución y flexibilidad son los valores que el PNV está dispuesto a
exhibir en este nuevo tiempo”.
Y en esa vocación va a continuar. En parte porque la fragmentación
política en Euskadi lo hace necesario, pero, también, por convencimiento de que
la magnitud de los problemas que nos aquejan como sociedad exige consensos
amplios y entre diferentes.
Humildad, es el primer valor que quiere representar el PNV en el acto que mañana
desarrollará en Gernika. Y, en segundo término, la constatación de que el
nacionalismo es un proyecto vivo y con mucho recorrido todavía.
El PNV
surgió hace 120 años como una herramienta para construir una Euskadi libre,
prospera y justa.
La Euskadi de hoy poco tiene que ver con la que existía a
finales del siglo XIX. Hemos sido testigos
de acontecimientos históricos que nos han dejado huella. Y de manera
especial en la forma de ser de nuestra sociedad. Movimientos migratorios,
poblaciones represaliadas, colectivos perseguidos, victimizados por la acción del terrorismo. Hemos
tenido una sociedad convulsionada cuando
no fragmentada. Pero el horizonte
parece, por fortuna, estabilizarse. En el siglo XXI la quiebra de las “dos
comunidades” parece haber desaparecido
al fin. Ya sólo hay nuevas generaciones de vascos cuyo futuro está unido al de este Pueblo. Vascos de
arraigo donde el origen de sus antecesores ya no implica una ambición
migratoria de retorno. Vascos que se identifican como tales y que amplían la
base social de un nacionalismo más flexible, más heterodoxo si se quiere pero
más extenso como lo demuestra la paulatina pérdida de peso específico de las
fuerzas políticas de obediencia española en Euskadi. Ya no hay reductos ni “cinturones
rojos”. Solo una nueva ciudadanía que pretende buscar su felicidad personal o
familiar en este país. Y esto constituye
una esperanza por construir una
comunidad nacional con todos los que pretendan unir su destino al porvenir de este pequeño país. Un país que no pretende
ser ni mejor ni peor que los demás, sino ser él mismo.
En ese “ser”, el PNV
de hoy entiende la identidad vasca como factor de desarrollo humano; desarrollo
de un futuro en solidaridad frente a un individualismo que desprotege a las
personas; desarrollo de una comunidad de valores que apuesta por el bien común,
por el crecimiento económico, cultural, social y político. Por la solidaridad,
por el respeto a los derechos de todas las personas. Una ambición cuyo sinónimo
es el autogobierno. Hacer por nosotros
mismos. Ser dueños de nuestra voluntad y nuestro destino.
La única fragmentación social que todavía permanece es la
provocada por los años de violencia y
por sus dolorosas consecuencias. A tres años vista del cese definitivo de la
violencia por parte de ETA la reconciliación parece todavía una quimera. Pero
en la medida que la convivencia en paz se vaya asentando, y que se vayan dando
pasos hacia la normalización política, las heridas abiertas irán sanando. La
culpabilización ideológica del nacionalismo
racionalizará sus tesis, y las posiciones radicales deslegitimadoras del sistema democrático,
también. El odio irreconciliable
reducirá espacios y permitirá abrir un nuevo espectro social de mayor
entendimiento y tolerancia en el que lo identitario no sea tenido como
contrapuesto a los derechos humanos.
En el siglo XXI caminamos hacia esa sociedad extensa y llena
de nuevos matices. Y el PNV, siendo fiel a su característica centenaria de
permeabilidad a los cambios sabrá adecuar su estructura y su mensaje. Eso es
precisamente lo que, en Gernika pretende explicitar. Que su proyecto de
Nación Vasca sigue en construcción. Una
Nación edificada en la voluntad de sus gentes y que vincula su éxito al
progreso, al bienestar y a la solidaridad. Una Nación
distinta, con perfiles culturales e
identitarios genuinos, pero al mismo tiempo multicultural y abierta al mundo.
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