viernes, 31 de julio de 2015
UNA MIRADA DISTINTA
Hoy quisiera iniciar estas
líneas reconociendo el impacto me causó
el visionado de un espacio televisivo. Fue el pasado lunes en el segundo canal
de Euskal Telebista. Dos jóvenes, Iñigo y Urtzi acercaban hasta el
telespectador su mirada especial y su
pasión por
Los protagonistas son dos amigos que confiesan haber vivido
juntos momentos tristes y alegres. Dos mozos simpáticos, formales, un poco
gamberros y tremendamente humanos. Sólo
les diferencia del resto de los mortales –además de su genuina personalidad- que tienen una alteración genética en un
cromosoma duplicado por así decirlo. Ambos protagonizan “DownTown”, un espacio
en el que las barreras mentales se desvanecen. En el que todos mis prejuicios
no reconocidos ante el síndrome de down
se vieron desarmados por la inocencia y la autenticidad de Iñigo y Urtzi.
Muchas veces nuestros miedos
atávicos a la diferencia encorsetan nuestra forma de pensar. Nos hacen ser,
quizá sin pretenderlo, sectarios, intransigentes y conservadores ante
realidades distintas a las propias.
Desde siempre conocí a una niña
llamada Delfina –Delfi para todos- que pertenecía a ese colectivo englobado en
el “síndrome de down”. La he visto
crecer (ella me ha visto a mí pues es un años mayor que quien esto
escribe). Nació en un entorno humilde y
rural. Su familia se estableció en Bilbao
donde encontró trabajo y certidumbre. Y con el sacrificio y el amor que sólo padres y hermanos pueden
alimentar, dieron a Delfi los estímulos,
la formación y la vida autónoma que hoy
disfruta.
Este verano espero volver a
verla. Con su bolso en bandolera camino
de
El pasado lunes, me sentí
reconciliado con ETB y con su labor de servicio público. Entre tanto “reality”,
tanto friqui investido de
“superviviente”, ante tanta mediocridad de estrellas de la caspa, encontré un
espacio entretenido que me hizo darme cuenta de lo importante que es reconocer
la dignidad de todas las personas. Tengan los cromosomas que tengan o sea cual
fuere su condición.
Sigo por el mismo camino. El Gobierno vasco y los principales grupos
parlamentarios representados en la Cámara de Gasteiz se opusieron a la
tramitación de la iniciativa legislativa popular que reclamaba el
endurecimiento de los requisitos para acceder a la renta de Garantía de
Ingresos o RGI.
El rechazo a tal propuesta tenía como base su origen viciado, pues pese
a haber sido presentada por más de treinta y cinco mil firmantes, surgió como arma electoral auspiciada por Javier
Maroto en la parte final de su mandato como primer edil gasteiztarra.
En democracia no todo vale y
menos la utilización de argumentos
populistas que incidan en la fragmentación social, en la satanización de
colectivos inmigrantes o en el odio. Y detrás de esta propuesta, arropada por
firmas individuales, se encontraba la cada vez más habitual tendencia de
dirigir a la opinión pública hacia “enemigos externos” en los que
encontrar la causa de todos sus males.
La renta de Garantía de Ingresos,
en la cual se cobijan unas 65.000 familias vascas para encontrar un umbral de
dignidad, es un elemento distintivo de
las políticas públicas vascas. Que su
aplicación no sea todo lo eficiente que se deseara no significa que quepa denostar en su conjunto el enorme
esfuerzo que su gestión significa. Y
rechazar la utilización política de su
reforma era lo único que cabía en las actuales circunstancias.
Rozar el abismo de la xenofobia
es una tentación que debemos eliminar de
raíz. Aunque se pague con votos. Plegarse al discurso sectario, a la fractura
social, es alimentar a la bestia de una derecha extrema que como Le Pen en
Francia propaga el odio como levadura del éxito en las urnas. El PP parece
haberse convencido de que ese es su camino. Con Maroto a un lado o García
Albiol en Catalunya. Ambos ex alcaldes.
Y ambos, igualmente, desplazados del gobierno por la suma de las fuerzas
de oposición. Peligrosa deriva por la que se desliza la política porque el odio
sólo engendra odio y nada más.
Injusticia, desigualdad, riesgo
de exclusión, discriminación, son elementos contra los que las sociedades
democráticas avanzadas como la nuestra deben poner todos los medios y su empeño
para minimizar su impacto en
El diario cabecera de “Vocento”,
“El Correo”, nos sacaba los colores a principios de mes con un reportaje
titulado “Euskadi, la comunidad más machista de España”. En su
informe se decía con acierto que “en casi 40 años de democracia, nunca ha habido una
mujer al frente de los ayuntamientos de las capitales, de las diputaciones o
del Gobierno vasco. Una situación sólo comparable a Cantabria”. Acto seguido,
se pasaba revista al largo listado de cargos electos que en los años de democracia, han sido elegidos
en
Tal situación llevó al periódico a utilizar el término “machista” en su
titular. Según
Me apunto a la necesidad de
potenciar la presencia de mujeres en todos los ámbitos de
Pero hecho este acto de
constricción –muy propio de la religión católica y, por ende de la cultura
dominada por los hombres- me apresto a pedir que no sólo miremos a la política
o a la esfera institucional para
reconocer nuestra culpa. Miremos también a otros ámbitos, como, por
ejemplo, la empresa.
Y sin ir más lejos, a la propia
empresa editora del reportaje. Si tomamos una mancheta cualquiera –el compendio
de cargos directivos que soporta la edición del periódico - llegaremos a la
conclusión de que para encontrar a una mujer
en su máximo organigrama de responsabilidades, tendríamos que ir al
puesto decimonoveno para encontrarla.
Por delante, dieciocho hombres hechos y derechos.
Es cierto que en el camino de la
igualdad se ha transitado mucho. En el reconocimiento legal, en la
incorporación de la mujer al mercado laboral...Pero lo que resta es aún mayor.
Apliquémonos cada uno en su ámbito porque
solamente desde la implicación de cada cual podrán superarse buena parte de las
barreras que impiden una equidad real
entre géneros. Comencemos a conciliar este principio en lo privado. En el
ámbito íntimo. Hagamos de lo pequeño grande.
Olvidémonos, por un momento de las cosas de la política para
protagonizar las política de las cosas.
Para lo primero, ya están
quienes, como Georgi Dann, pretende
imponer su canción del verano. El pasado año nos entretuvieron con la
financiación de los batzokis. Éste, han empezado a denunciar presuntas ilegalidades aquí y allá. Ruido y
más ruido a la búsqueda de la notoriedad perdida. Serpientes de verano. Como
Frank de la jungla, pero en política.
Lo dicho, frente al show, me
quedo con “DownTown”.
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