No sé si será la primera, pero sí una de las iniciativas
inaugurales que abran la descabezada legislatura en las Cortes generales.
Además se han presentado y se debatirán
la próxima semana tanto en el Congreso como en el Senado. Se trata de sendas
mociones avaladas por el Partido Popular y por Ciudadanos. El tema, adivina,
adivinanza; la unidad de España. “España es una Nación que cuenta con una
historia común, que constituye un patrimonio compartido por todos los españoles
y que ha generado vínculos que ahorman nuestra convivencia y fundamentan
nuestro progreso colectivo”. Así dice
una referencia de la exposición de motivos. Podrá imaginarse el lector
el resto de la
literatura. La “unidad” como garantía de “pluralidad”, la
“indisolubilidad” de la “Nación ”
como “esencia de la soberanía” que reside “en todos los españoles”, etc, etc. Falta hacer una loa a Viriato, Indibil y
Mandonio, Don Pelayo, los reyes católicos o el Gran Capitán.
Las mociones, que exaltan a España como “una gran Nación”
exigen, en su pase dispositiva la obligación de todos los poderes del Estado a
“defender la Constitución” y el “respeto a la soberanía nacional “,
“incompatible con cualquier tipo de referéndum o consulta ciudadana sobre lo que
es y debe ser España, en la que una parte de españoles decidan por todos los
demás”.
En resumen, que la nueva legislatura comienza al grito de
“Santiago y cierra España” entonado al unísono por el Partido Popular y sus
primos de Rivera que, a buen seguro, contarán también con el beneplácito coral
de los socialistas quienes ya han asegurado que sus líneas rojas pasan por la
defensa la unidad de la “nación” española.
Rancio comienzo de un nuevo tiempo de quienes siguen sin
querer entender que uno de los principales
problemas a los que se enfrenta el Estado es la creciente desafección de miles
y miles de personas que no se sienten comprometidos con esa identidad uniforme
y que reclaman el reconocimiento explícito de su nacionalidad específica.
Vetusto debut parlamentario que lejos de abordar los
problemas pendientes de convivencia
política en comunidades nacionales como
Euskadi y Catalunya, se obstina en perpetuar un sistema jurídico-político de
confrontación, de desencuentro y de tensión territorial. PP y Ciudadanos han
querido marcar el terreno de esta nueva singladura parlamentaria destapando su tarro de las esencias patrioteras.
Los partidos españoles se envuelven en la bandera, en la
pretendida “unidad” pero son incapaces
de ponerse de acuerdo en lo mínimo; en conformar un gobierno que dé coherencia
a su Estado.
Y aquí, la responsabilidad es compartida por la izquierda, la derecha y los
mediopensionistas. Mucho presumir de “España”, de “nación”, de cerrar la puerta
a los nacionalistas, y en lo sustancial mostrarse
incapaces para ponerse de acuerdo. El proceso de conformación de gobierno
avanza en el despropósito. Cada cual a lo suyo. Vetos, exclusiones, posiciones
numantinas, juegos florales,
alianzas que en lugar de sumar,
restan. Todos hablan de diálogo pero de
sordos. Se tiende la mano...para sacudir un guantazo. Se invoca la
responsabilidad pero siempre que se hace
la responsabilidad es de los demás.
Causa vergüenza ajena. Y que eso lo diga un vasco nacionalista,
tiene bemoles.
Niegan tu hecho
diferencial, te incluyen en su “unidad”, lo quieras o no y, por si fuera
poco, te obligan a soportar su
incapacidad de entendimiento en lo básico asistiendo a un espectáculo emitido
en abierto en el que se dice lo que no se piensa y se piensa lo que no se dice. Es como para
borrarse. Pero como borrarse es anticonstitucional...
Hablan de gobierno cuando lo que de verdad pretenden es
repetir elecciones. Repetir, ¿para qué?. ¿Para que no haya variaciones
sustanciales sociopolíticas y el mapa de mayorías-minorías sea similar al que
hoy se da?. ¿Para trasladar el problema de la falta de acuerdo a otoño?.
La celebración de las últimas elecciones generales costó a
las arcas del Estado –sólo en la logística- unos 130 millones de euros. Me
gustaría que Pedro Sánchez, Pablo Iglesias o Albert Rivera explicaran a esas personas empobrecidas por la crisis a
las que tanto apelan y que tanto invocan en sus discursos que su falta de
acuerdo y compromiso costará al Estado
130 millones en la repetición de las elecciones. Que justifiquen la necesidad de hacer frente
a un gasto similar ante los afectados por los desahucios, los parados, las familias
con pobreza energética o los pensionistas. Que presuman de patriotismo
entonces y nos eximan de la responsabilidad del dispendio a los “separatistas”
que, según ellos, queremos romper el Estado.
Romper no es la palabra apropiada. Me adhiero a la
definición que el pasado sábado hiciera Otegi en Anoeta. Nos gustaría hacer un
Estado “decente”. La mayor parte de los mensajes lanzados desde su salida de la
cárcel han tenido un evidente destino de consumo interno. Lógico. Lo de un “Estado decente” fue de lo poco innovador
que hemos podido escuchar.
La idea, manifestada como una señal de renovación, compadece muy poco con el tarro de las esencias destapado en
paralelo por Pernando Barrena. Cada vez que interviene el dirigente navarro de
la Izquierda abertzale, sube el pan. Y
se incendia el discurso político. Como en el pasado. Esencias de “Oldartzen”.
De tiempos de confrontación, de crispación, de áspera dialéctica de combate.
Para construir un Estado decente, Otegi necesitará limpiar
la indecencia que todavía se cobija en sus aledaños. Esa inmundicia que cada
vez que se prodiga públicamente destila
odio y que sigue dividiendo el mundo político entre compañeros y enemigos.
Hacer un Estado decente implica amortizar esa dialéctica, dejar fuera de la
circulación a quien sólo sabe insultar y poner piedras en el camino del
entendimiento.
Espero la autocrítica anunciada por el dirigente de
Elgoibar. Llevamos aguardando un mensaje de sinceridad mucho tiempo. Aunque
Pernando Barrena boicotee cada vez que hable tal esperanza. Las esencias en las que tanto él
como algunos de sus compañeros
resistentes de la antigua
Herri Batasuna sustentan su dialéctica
deberían volver al tarro, y éste ser cerrado para siempre. Su contenido resulta
tóxico para todos, pero en primer lugar y de manera especial para el nuevo
proyecto político “decente” que Otegi ha declarado perseguir.
En contraposición al talante de Pernando Barrena, esta
semana EH Bildu y el PNV han llegado a
un nuevo acuerdo político en torno al proyecto de ley municipal que se debate
en el Parlamento Vasco. Es el segundo
compromiso de calado que ambas formaciones han alcanzado en aras a
fortalecer la arquitectura institucional de este país y que como bien señalara
Hasier Arraiz compromete a la construcción nacional de Euskadi.
El acuerdo entre diferentes
es un valor en sí mismo. Revitaliza la política y la reconcilia con la ciudadanía. Con
más motivo como contraste al bloqueo y la división que se observa en el Estado
español. En Euskadi, a pesar de todas las dificultades hemos vuelto a demostrar
que somos diferentes. Acordamos para construir, para consolidar a nuestras instituciones,
y en este caso a los municipios. Cuando hay un bien superior en liza, sabemos
negociar, ceder y acordar.
Este nuevo acuerdo, alcanzado tras un largo tiempo de vivir
de espaldas lo unos de los otros, demuestra que el entendimiento no solo es posible sino que,
cuando el pacto es bueno para el conjunto del país, el entendimiento se hace
imprescindible.
En esta vía nos queda mucho camino por explorar. Las
esencias que han de acompañarnos en esta cita
deberán ser la del respeto, el reconocimiento mutuo, la asunción de las
diferencias, la responsabilidad, el compromiso en defensa del bien común y la
audacia de compartir decisiones en un
acuerdo final. Guardémoslas en el tarro adecuado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario