viernes, 11 de marzo de 2016

EL TARRO DE LAS ESENCIAS

No sé si será la primera, pero sí una de las iniciativas inaugurales que abran la descabezada legislatura en las Cortes generales. Además se han  presentado y se debatirán la próxima semana tanto en el Congreso como en el Senado. Se trata de sendas mociones avaladas por el Partido Popular y por Ciudadanos. El tema, adivina, adivinanza; la unidad de España. “España es una Nación que cuenta con una historia común, que constituye un patrimonio compartido por todos los españoles y que ha generado vínculos que ahorman nuestra convivencia y fundamentan nuestro progreso colectivo”. Así dice  una referencia de la exposición de motivos. Podrá imaginarse el lector el resto de la literatura. La “unidad” como garantía de “pluralidad”, la “indisolubilidad” de la “Nación” como “esencia de la soberanía” que reside “en todos los españoles”, etc, etc.  Falta hacer una loa a Viriato, Indibil y Mandonio, Don Pelayo, los reyes católicos o el Gran Capitán.

Las mociones, que exaltan a España como “una gran Nación” exigen, en su pase dispositiva la obligación de todos los poderes del Estado a “defender la Constitución” y el “respeto a la soberanía nacional “, “incompatible con cualquier tipo de referéndum o consulta ciudadana sobre lo que es y debe ser España, en la que una parte de españoles decidan por todos los demás”.

En resumen, que la nueva legislatura comienza al grito de “Santiago y cierra España” entonado al unísono por el Partido Popular y sus primos de Rivera que, a buen seguro, contarán también con el beneplácito coral de los socialistas quienes ya han asegurado que sus líneas rojas pasan por la defensa la unidad de la “nación” española.
Rancio comienzo de un nuevo tiempo de quienes siguen sin querer entender  que uno de los principales problemas a los que se enfrenta el Estado es la creciente desafección de miles y miles de personas que no se sienten comprometidos con esa identidad uniforme y que reclaman el reconocimiento explícito de su nacionalidad específica.

Vetusto debut parlamentario que lejos de abordar los problemas pendientes  de convivencia política en  comunidades nacionales como Euskadi y Catalunya, se obstina en perpetuar un sistema jurídico-político de confrontación, de desencuentro y de tensión territorial. PP y Ciudadanos han querido marcar el terreno de esta nueva singladura parlamentaria  destapando su  tarro de las esencias  patrioteras.  
Los partidos españoles se envuelven en la bandera, en la pretendida “unidad”  pero son incapaces de ponerse de acuerdo en lo mínimo; en conformar un gobierno que dé coherencia a su Estado.

Y aquí, la responsabilidad es compartida  por la izquierda, la derecha y los mediopensionistas. Mucho presumir de “España”, de “nación”, de cerrar la puerta a los nacionalistas,  y en lo sustancial mostrarse incapaces para ponerse de acuerdo. El proceso de conformación de gobierno avanza en el despropósito. Cada cual a lo suyo. Vetos, exclusiones, posiciones numantinas, juegos  florales, alianzas  que en lugar de sumar, restan.  Todos hablan de diálogo pero de sordos. Se tiende la mano...para sacudir un guantazo. Se invoca la responsabilidad pero siempre que se hace  la responsabilidad es de los demás.

Causa vergüenza ajena. Y que eso lo diga un vasco nacionalista, tiene bemoles.
 Niegan tu hecho diferencial, te incluyen en su “unidad”, lo quieras o no y, por si fuera poco,  te obligan a soportar su incapacidad de entendimiento en lo básico asistiendo a un espectáculo emitido en abierto en el que se dice lo que no se piensa  y se piensa lo que no se dice. Es como para borrarse. Pero como borrarse es anticonstitucional...

Hablan de gobierno cuando lo que de verdad pretenden es repetir elecciones. Repetir, ¿para qué?. ¿Para que no haya variaciones sustanciales sociopolíticas y el mapa de mayorías-minorías sea similar al que hoy se da?. ¿Para trasladar el problema de la falta de acuerdo a otoño?.

La celebración de las últimas elecciones generales costó a las arcas del Estado –sólo en la logística- unos 130 millones de euros. Me gustaría que Pedro Sánchez, Pablo Iglesias o Albert Rivera explicaran  a esas personas empobrecidas por la crisis a las que tanto apelan y que tanto invocan en sus discursos que su falta de acuerdo y compromiso  costará al Estado 130 millones en la repetición de las elecciones.  Que justifiquen la necesidad de hacer frente a un gasto similar ante los afectados por los desahucios, los parados,  las familias  con pobreza energética o los pensionistas. Que presuman de patriotismo entonces y nos eximan de la responsabilidad del dispendio a los “separatistas” que, según ellos, queremos romper el Estado.

Romper no es la palabra apropiada. Me adhiero a la definición que el pasado sábado hiciera Otegi en Anoeta. Nos gustaría hacer un Estado “decente”. La mayor parte de los mensajes lanzados desde su salida de la cárcel han tenido un evidente destino de consumo interno. Lógico. Lo de  un “Estado decente” fue de lo poco innovador que hemos podido escuchar.

La idea, manifestada como una señal de renovación,  compadece muy poco  con el tarro de las esencias destapado en paralelo por Pernando Barrena. Cada vez que interviene el dirigente navarro de la Izquierda abertzale, sube el pan.  Y se incendia el discurso político. Como en el pasado. Esencias de “Oldartzen”. De tiempos de confrontación, de crispación, de áspera dialéctica de combate.
Para construir un Estado decente, Otegi necesitará limpiar la indecencia que todavía se cobija en sus aledaños. Esa inmundicia que cada vez que se prodiga públicamente  destila odio y que sigue dividiendo el mundo político entre compañeros y enemigos. Hacer un Estado decente implica amortizar esa dialéctica, dejar fuera de la circulación a quien sólo sabe insultar y poner piedras en el camino del entendimiento.

Espero la autocrítica anunciada por el dirigente de Elgoibar. Llevamos aguardando un mensaje de sinceridad mucho tiempo. Aunque Pernando Barrena boicotee cada vez que hable tal  esperanza. Las esencias en las que tanto él como algunos de sus compañeros  resistentes de la antigua Herri Batasuna sustentan su dialéctica deberían volver al tarro, y éste ser cerrado para siempre. Su contenido resulta tóxico para todos, pero en primer lugar y de manera especial para el nuevo proyecto político “decente” que Otegi ha declarado perseguir.

En contraposición al talante de Pernando Barrena, esta semana  EH Bildu y el PNV han llegado a un nuevo acuerdo político en torno al proyecto de ley municipal que se debate en el Parlamento Vasco. Es el segundo  compromiso de calado que ambas formaciones han alcanzado en aras a fortalecer la arquitectura institucional de este país y que como bien señalara Hasier Arraiz compromete a la construcción nacional de Euskadi.

El acuerdo entre diferentes  es un valor en sí mismo. Revitaliza la política y la reconcilia con la ciudadanía. Con más motivo como contraste al bloqueo y la división que se observa en el Estado español. En Euskadi, a pesar de todas las dificultades hemos vuelto a demostrar que somos diferentes. Acordamos para construir, para consolidar a nuestras instituciones, y en este caso a los municipios. Cuando hay un bien superior en liza, sabemos negociar,  ceder y acordar.
Este nuevo acuerdo, alcanzado tras un largo tiempo de vivir de espaldas lo unos de los otros, demuestra que el  entendimiento no solo es posible sino que, cuando el pacto es bueno para el conjunto del país, el entendimiento se hace imprescindible.

En esta vía nos queda mucho camino por explorar. Las esencias que han de acompañarnos en esta cita  deberán ser la del respeto, el reconocimiento mutuo, la asunción de las diferencias, la responsabilidad, el compromiso en defensa del bien común y la audacia  de compartir decisiones en un acuerdo final. Guardémoslas en el tarro adecuado.


La abuela Eulalia guardaba en un bote de cristal unos condimentos que jamás supe  identificar en su totalidad. Eran especias polvoreadas  que desprendían un aroma característico que aún retengo en mi memoria. Laurel, pimienta, clavo y no sé cuantos aditivos más. La mezcla secreta, añadida a un arroz  en proporción,  tiempo  y forma programada  hacía de un guiso sencillo y tradicional un manjar irrepetible. Era su “tarro de las esencias”.  Aquella mujer, curtida en la escasez y en el  sacrificio de sacar una prole adelante con lo poco que tenía, sabía administrar con prudencia un sustrato delicado y genuino. Unas esencias hechas para gustar y enriquecer. Era su toque particular. Una impronta singular aplicada con mesura para conseguir el agrado de todos. Una lección al servicio del bienestar común. Lección de gente decente. 

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