Desde que, a finales de la semana pasada, el lehendakari
Urkullu anunciara la fecha en la que se celebrarán las elecciones autonómicas,
la política vasca ha entrado en una fase cuesta abajo en la que todo se
precipita.
Que los comicios se lleven al 25 de septiembre no supone en sí un
adelanto de las previsiones. Téngase en cuenta que hace cuatro años las urnas
abrieron el 21 de octubre y que , además, a estas alturas, el Parlamento vasco
había cerrado su periodo de sesiones sin posibilidad alguna de que , pasado
agosto, pudiera aprobar iniciativa legislativa alguna. Por lo tanto, la
convocatoria electoral entraba en el calendario previsible. Pero, por si esta
razón no fuera suficiente para entender el momento determinado por el
lehendakari, nos encontrábamos con el impresentable panorama estatal en el que
la inestabilidad y el descrédito han prolongado su acción contaminante,
dejándonos un mes de agosto en barbecho y con el riesgo cierto de retomar
septiembre con el mismo bloqueo e interinidad gubernamental.
Este, por sí mismo, era motivo suficiente para distanciar o
aislar en su ámbito natural a unas elecciones vascas donde la
ciudadanía debe mirarse hacia adentro buscando la inmediatez de la consulta y de sus consecuencias.
Huir de la contaminación tóxica de la irresponsabilidad política de las
formaciones estatales era un objetivo asumido por muchos. Hasta Núñez Feijóo,
presidente de la Xunta, ha decidido
sumarse a la apuesta de Urkullu y hacer coincidir las elecciones gallegas con
las vascas, lejos del escándalo que se cuece y se alimenta en el Estado.
Salirse de la influencia del gallinero madrileño no será
fácil. En primer lugar porque el nivel de cabreo, de desafección y de crítica del electorado –vasco también-
es muy grande. Las elecciones vascas serán la tercera ocasión en un año en el
que la ciudadanía pase por las urnas y aunque , en esta ocasión, la cita era
obligada, la sensación común de quien vaya a votar tendrá un punto de mala uva
(nada que decir si en el Estado siguen por los actuales derroteros y el
bloqueo lleve nuevamente, por tercera
vez, a los colegios electorales).
Esta primera sensación debe tener un punto de sosiego
si las formaciones vascas, las
directamente aludidas para competir electoralmente en septiembre, hacen que
el tránsito estival se desarrolle con
cierta normalidad. Es decir que no se pretenda una sobreactuación o una
crispación del ambiente fuera del
sentido común. La inmediatez de la cita electoral obliga a todas las formaciones, a reagruparse y
reorganizarse para presentar una estrategia, un programa, y una alternativa.
Si algo tiene de bueno la fecha del 25 de septiembre es que
la mayoría de la ciudadanía vasca se verá privada de la precampaña.
Prácticamente no habrá prolegómenos
electorales y serán los quince días
oficiales de libre disputa por el voto
los que, a modo de esprint nos lleve al último domingo de septiembre.
He hablado de “sosiego” y de “normalidad” previa a la
campaña. Pero ya están aquí los primeros indicios, alimentados no sabría decir
por quien, que apuntan a todo lo contrario, a buscar la excepcionalidad desde
el primer día.
Dos son los elementos que despuntan en tal sentido. En
primer lugar, la activación de una campaña que pretende la invalidación como
candidato del cabeza de lista de la Izquierda Abertzale; Arnaldo Otegi. Esta era
una dinámica esperada. Esperada, extemporánea e inútil. Esperada porque desde
amplios sectores del Estado se pedía desde
hace tiempo la inhabilitación efectiva de Otegi como candidato, a tenor de
determinada interpretación legal tras su
anterior condena judicial. Fuera de lugar porque, amén de la jurisprudencia
existente en el caso del ex parlamentario Iker Casanovas, en el nuevo tiempo
político que vive Euskadi la supresión de los derechos civiles de
representación de una persona supone una excepción incompatible con el estado
democrático. Además, perseverar en tal
inhabilitación, incorporará a la campaña electoral una dosis de incertidumbre,
de inseguridad jurídica y de victimismo político que influirá en la opinión
pública. Lo vivido en el pasado con las ilegalizaciones y todos somos
conscientes de la repercusión pública que aquella desgraciada controversia tuvo.
Otegi tiene derecho a ser candidato. A presentar sus
propuestas, su programa y sus iniciativas. Es más, quienes somos adversarios
políticos de su proyecto electoral, reclamamos que Arnaldo Otegi esté presenta
en los comicios. Que contraste abiertamente, con normalidad democrática, para
que sea la ciudadanía la que libremente le exprese su adhesión o desapego. Que
no haya excusa para la clarificación o el sufragio popular y que sea la ciudadanía vasca la que le quite o dé su
confianza. Tanto a él como a la organización política legal a la que
representa.
El segundo caso en el que
se observan preocupantes indicios de sobreactuación es en la indisimulada presión mediática dirigida a
la recién elegida candidata de Podemos a la lehendakaritza; Pili Zabala.
Saltar al escenario político ex novo tiene sus riesgos y en
cierta medida es lógico el interés de los medios de comunicación por conocer en
profundidad el perfil y las ideas de la nueva aspirante. Pero lo razonable
tiene un límite. Pili Zabala –para ella
todos mis respetos- es candidata de Podemos porque así lo han determinado sus
bases. No por ser víctima –que lo es-. Y mucho menos por la apelación a la “cal
viva” como ha señalado desafortunadamente algún periodista indigno.
A ella, a Zabala, le
asiste el derecho a hablar o a guardar silencio. Y si prefiere no pronunciarse
sobre la independencia de Euskadi, el abertzalismo de sus ideas o cualquier
otra cuestión , está en su legítimo derecho. Lo requiera “El Mundo”, la cadena
“SER” o cualquier otro medio de comunicación. Hoy, Zabala representa a una formación
política que, se quiera o no, cuenta con un notable respaldo popular en
Euskadi, y se merece el respeto democrático de todos.
Vista con perspectiva la presión ejercida contra esta
candidata parece como si, de partida, se pretendiera someterla a un
encasillamiento premeditado que la identifique con esos estereotipos con los que
determinados opinadores simplifican la realidad política vasca.
Convertirla en un fetiche más no es
propio de la sociedad vasca y sí de la
cultura política de estercolero que se prodiga en la “capital del reino”. Así
que, es exigible un poco de respeto.
Pili Zabala y Arnaldo Otegi, cada cual en su proyecto, deben
poder presentar sus credenciales libremente a la ciudadanía vasca. Libres de
presiones y sin que contra ellos se forme premeditadamente estados de opinión
que coarten sus palabras o sus silencios.
Las elecciones vascas deben ser lo que siempre fueron, un
escaparate transparente de ideas y de proyectos. No un campo embarrado en el que competir con
descalificaciones estériles. Porque si lo importante es buscar la adhesión y el
respaldo del electorado, también resulta fundamental no derribar puentes ni cerrar
puertas que permitan, pasado el momento de votar, tejer afinidades que conciten acuerdos amplios
en beneficio de la ciudadanía.
Si los partidos políticos vascos se hubieran comportado como
lo están haciendo los españoles en su ámbito, Euskadi no habría tendido un
gobierno desde el año 1986, fecha en la que comenzaron los pactos entre
diferentes que han perdurado hasta nuestros días.
Preservar esa singularidad de diálogo, de acuerdo, es
responsabilidad de todos. De los nuevos y de los antiguos. A todos, una vez
más, bienvenidos al contraste
democrático. Un contraste soberano en el que el nacionalismo aspira a reeditar
liderazgo mientras que otros vienen con
la legítima aspiración de desalojarlo del
Gobierno vasco. Unos son nuevos en el intento y otros lo ansían desde
hace años, sin éxito.
Que cada cual presente su aval y su compromiso. En igualdad
de oportunidades.
El PNV no abonará esta
deriva. Su propuesta será reconocible e
intentará centrar la atención del electorado en Euskadi. El vigor de su experiencia,
la eficacia de quien ha navegado en
aguas agitadas y siempre ha conducido la embarcación a puerto, le hacen fiable.
Pero quien le espere anclado en el rédito pasado se equivoca. El PNV, como
Ulises en su viaje a Ítaca, sabe que para llegar lejos hay que mirar adelante y
huir de los cantos de sirena.
El ruido de alrededor no
debe despistarnos ni confundirnos. Es hora de centrarse exclusivamente en
Euskadi. Miremos a Euskadi.
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