sábado, 13 de agosto de 2016

ME RÍO DE JANEIRO



El verano es una época que cíclicamente altera la conducta humana. En esta estación, los seres humanos hacemos cosas que se salen de lo común en nuestro comportamiento rutinario. A mí, por ejemplo, se me manifiesta un carácter depredador que en el resto del año pasa desapercibido. Es como si en lo más profundo de mi hipotálamo cerebral se encendieran ancestrales señales neandertales que me empujaran, a pequeña escala, a reivindicar ese antepasado cazador que todos llevamos dentro.

Basta que la temperatura exterior observe un repunte bochornoso para que rescate del fondo del armario donde guardo los trastos inverosímiles  una varilla de plástico finalizada en paleta y la utilice como un apéndice  flexible del brazo a modo de rudimentaria arma de destrucción selectiva. Como el hombre de las cavernas que acechaba a sus presas, inmóvil en el entorno, así actúo yo. Espero que el bicho se pose. Que nada tema. Que se acerque sin presumir lo que le espera. Es entonces  cuando la adrenalina fuerza un latigazo. Zas!. Otra mosca estampada. El resto de congéneres, muy habituales en estos tiempos, salen volando. Pero sólo hay que esperar a que el momento del golpe se olvide para que los insectos en cuestión vuelvan a las andadas. Y ahí, el matamoscas vuelve a silbar y a impactar contra el elemento sólido sobre el que el animal en cuestión se ha terminado posando.

Sé que a algún grupo animalista, o a personas muy identificadas con los derechos de los bichos consideran este comentario una crueldad. Las moscas, me dirán, no hacen nada. Ni pican ni muerden y además tienen su objeto social en la naturaleza. Les creo. Pero su especial capacidad para tocar los cataplines  del personal hace que mi “psique” se  embrutezca y observe a estas pequeñas máquinas voladoras como un objetivo a eliminar. Pido perdón por ello aunque me sienta como “el señor de las moscas”.

Sí, el verano nos transforma. Estoy convencido que la vieja que pasea su chucho por delante de la puerta de mi casa, en Madrid, donde reside, recogerá los excrementos que el can deposita en la calle y no dejará el mondongo como ahora hace. Sin pudor ni vergüenza torera. El perrote, un tuso negro manso de gran porte  defeca exactamente igual ahora que en otoño. Vamos que sus excrementos son como los de un caballo.  Pero su dueña, quizá por efecto de la estacionalidad, consiente en que lo haga estos días en la puerta del vecino sin inmutarse. Y, lo que es peor,  le acompaña personalmente hasta la vivienda contigua a la suya para que el animal se alivie cumplidamente.

Habrá que advertir a la desinhibida anciana de su desviada conducta, haciéndola ver que el verano la está transfigurando en un ser cochino y maleducado. Y que, además, me está llenando la casa de moscas que luego yo ejecuto. Causa y consecuencia.

¡Ay el verano!. ¡Cómo nos afecta a todos!. Pobre señora  “Bene”. Toda la vida cuidando de su gato, dejándole raspas  de pescado en una lata y sopas de pan y leche en una esquina de la cocina para que ahora se lo pague así. El minino, ro-ro-ro-ro, llevaba en casa desde que naciera. Nunca le faltó de nada. El calor de la lumbre y la comida. Y el otro día –pasados los 35 grados centígrados- el felino se transformó  en fiera arañando y mordiendo a su dueña sin piedad en una pierna. Primer caso que conozco de estas características. (el ataque de un tigre lo vimos recientemente en las redes sociales pero  la arremetida de un gato a su dueña, nunca hasta la semana pasada).

Del minino agresor nada se sabe –lo tuvieron que separar dela pierna de la agredida-. La “Bene” día va y día viene al consultorio médico para sanar las graves heridas y la infección consiguiente que el felino le produjo. ¿Qué provocó la irascibilidad del gato? ¿El calor estival? Probablemente. O, tal vez, que en un descuido la señora “Bene” pisara sin querer y sin percibirlo la cola de su hasta entonces fiel mascota?. Misterio sin resolver. Pero esto en invierno no ha pasado. Al menos, que yo lo sepa.

Hay cosas previsibles en el verano. No. No hablo de las cervezas que ávidamente se trasiegan en esta temporada. Ni el amodorramiento vespertino tras la comida que deviene en siesta. No. Me refiero a cuestiones específicas de la estación. Por ejemplo, que escriba estas líneas con una tortícolis del demonio. Sólo ocurre en estas fechas. Pasa por mirar horas y horas al cielo esperando aparecer a las “perseidas”, esos meteoros que cruzan el firmamento como estela de un cometa que se acerca a la tierra en la noche de San Lorenzo. Todos los años la misma historia. ¿Dónde está “Perseo”?. A la derecha de la osa menor. ¿Y ésta formación?. Multiplicas por cuatro el eje de la “osa mayor” y allí la encuentras. Bueno, que es más fácil encontrar a Padro Sánchez en estos tiempos vacacionales que el cuadrante del firmamento. 

Fijado el punto donde mirar, permaneces atento. Casi sin respirar y esperas. Entonces, la persona que está a tu lado te dice; “¿Ya la has visto?. Ha cruzado por allí” –a 180 grados de donde tú dirigías la mirada- . “Otra”. “¿Otra? ¿Dónde?.” “Por allí, por allí”.  Y tú retuerces el pescuezo sin conseguir ver nada. Así, que de tanto estirar el cuello consigues que las lágrimas  te cieguen de dolor cuando Lorenzo está en el punto más alto al día siguiente.

Otro elemento recurrente en los veranos, aunque sólo pase cada cuatro años,  es la celebración de los juegos olímpicos. Este año, al celebrarse en Brasil, los horarios de las competiciones nos han venido un poco a desmano. He de decir que el deporte me apasiona. El deporte visto siempre desde el sofá. Butaca que no siendo tuya es casi tan incómoda como la cama donde reposan tus huesos para intentar dormir.

En estos inicios de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro me he tragado  casi de todo. Entre mosca y mosca he visto de madrugada un partido de hockey sobre hierba femenino, una eliminatoria de tiro con arco, rugby 7 (no sabía ni que existía), un encuentro de bádminton y hasta un encuentro de waterpolo. Apasionante. Insomnio multideporte.

De lo visto hasta ahora me quedo  con tres sensaciones. La primera, la medalla de oro conseguida por la judoca de Kosovo, Majlinda Kelmendi. Primer metal para una deportista de un país que España todavía no reconoce como tal. Soberbia hispánica.

Segundo momento; los triunfos obtenidos por Mireia Belmonte y Maialen Chourraut ( a quien conocimos en la última gala de los premios concedidos por la Fundación Sabino Arana). El  mérito, trabajo y esfuerzo de ambas mujeres se ha visto recompensado. Y tercer instante de emoción; la gran carrera contra el crono de Castroviejo. Lástima de cuatro segundos pero magnífica competición y resultado.

“Altius, citius, fortior” –más alto, más rápido, más fuerte- es el lema que refleja el espíritu deportivo olímpico. Detrás de cada marca, de cada singladura, cada competición hay historias humanas apasionantes que merecen ser conocidas y consideradas. Así me lo propongo en los días  que restan de este magno evento veraniego. Si la cacería de moscas a látigo no me lo impide.

Frente a todas estas historias relevantes, el verano también nos ha dejado episodios políticos de los que poco se puede decir. Euskadi avanza, cuesta abajo hacia las elecciones autonómicas de septiembre.
Afortunadamente, los partidos vascos no nos están empachando estas jornadas con una actividad frenética. Pero todo se andará.

Agosto suele ser un mes pródigo en declaraciones estúpidas y  en culebrones artificiales que sólo ponen en evidencia a quienes las promueven como un intento desesperado de notoriedad sin sentido. Recuerdo que el pasado año, el Partido Popular cometió en tales fechas aquella desmesurada campaña contra el PNV y los batzokis. No lo hemos olvidado. De momento, aquella insensatez no se ha repetido aunque siempre nos quedará Calos Urquijo  como pródigo autor de episodios futuros. Al tiempo.

Por lo demás, algunos andan enredando en torno a una posible inhabilitación de Otegi. No se dan cuenta de su torpeza pues perseverar en la materia solo hace  victimizar a la Izquierda Abertzale ofreciéndole una campaña gratuita. La mayoría de los protagonistas políticos vascos aguardan a desplegar su oferta en las próximas fechas. Nos quedan, como mucho, dos semanas de tregua, antes de que los partidos desplieguen sus propuestas.

Y, de España, que vamos a decir. Nada. Que al contrario que los deportistas olímpicos los líderes de los principales partidos no se merecen ni la medalla que colgaba de las ristras de chorizo. España sigue a su bola. A su ritmo. Esos no cambian ni en verano. ¡Zas, otra mosca!
Me río por no llorar. Me río de Janeiro. Que veranito nos espera.  

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