El verano es una época que cíclicamente altera la conducta
humana. En esta estación, los seres humanos hacemos cosas que se salen de lo
común en nuestro comportamiento rutinario. A mí, por ejemplo, se me manifiesta
un carácter depredador que en el resto del año pasa desapercibido. Es como si
en lo más profundo de mi hipotálamo cerebral se encendieran ancestrales señales
neandertales que me empujaran, a pequeña escala, a reivindicar ese antepasado
cazador que todos llevamos dentro.
Basta que la temperatura exterior observe un repunte bochornoso
para que rescate del fondo del armario donde guardo los trastos
inverosímiles una varilla de plástico
finalizada en paleta y la utilice como un apéndice flexible del brazo a modo de rudimentaria
arma de destrucción selectiva. Como el hombre de las cavernas que acechaba a
sus presas, inmóvil en el entorno, así actúo yo. Espero que el bicho se pose.
Que nada tema. Que se acerque sin presumir lo que le espera. Es entonces cuando la adrenalina fuerza un latigazo.
Zas!. Otra mosca estampada. El resto de congéneres, muy habituales en estos
tiempos, salen volando. Pero sólo hay que esperar a que el momento del golpe se
olvide para que los insectos en cuestión vuelvan a las andadas. Y ahí, el
matamoscas vuelve a silbar y a impactar contra el elemento sólido sobre el que
el animal en cuestión se ha terminado posando.
Sé que a algún grupo animalista, o a personas muy
identificadas con los derechos de los bichos consideran este comentario una
crueldad. Las moscas, me dirán, no hacen nada. Ni pican ni muerden y además
tienen su objeto social en la naturaleza. Les creo. Pero su especial capacidad
para tocar los cataplines del personal
hace que mi “psique” se embrutezca y
observe a estas pequeñas máquinas voladoras como un objetivo a eliminar. Pido
perdón por ello aunque me sienta como “el señor de las moscas”.
Sí, el verano nos transforma. Estoy convencido que la vieja
que pasea su chucho por delante de la puerta de mi casa, en Madrid, donde
reside, recogerá los excrementos que el can deposita en la calle y no dejará el
mondongo como ahora hace. Sin pudor ni vergüenza torera. El perrote, un tuso
negro manso de gran porte defeca
exactamente igual ahora que en otoño. Vamos que sus excrementos son como los de
un caballo. Pero su dueña, quizá por
efecto de la estacionalidad, consiente en que lo haga estos días en la puerta
del vecino sin inmutarse. Y, lo que es peor,
le acompaña personalmente hasta la vivienda contigua a la suya para que
el animal se alivie cumplidamente.
Habrá que advertir a la desinhibida anciana de su desviada
conducta, haciéndola ver que el verano la está transfigurando en un ser cochino
y maleducado. Y que, además, me está llenando la casa de moscas que luego yo
ejecuto. Causa y consecuencia.
¡Ay el verano!. ¡Cómo nos afecta a todos!. Pobre señora “Bene”. Toda la vida cuidando de su gato,
dejándole raspas de pescado en una lata
y sopas de pan y leche en una esquina de la cocina para que ahora se lo pague
así. El minino, ro-ro-ro-ro, llevaba en casa desde que naciera. Nunca le faltó
de nada. El calor de la lumbre y la comida. Y el otro día –pasados los 35
grados centígrados- el felino se transformó
en fiera arañando y mordiendo a su dueña sin piedad en una pierna.
Primer caso que conozco de estas características. (el ataque de un tigre lo
vimos recientemente en las redes sociales pero
la arremetida de un gato a su dueña, nunca hasta la semana pasada).
Del minino agresor nada se sabe –lo tuvieron que separar
dela pierna de la agredida-. La “Bene” día va y día viene al consultorio médico
para sanar las graves heridas y la infección consiguiente que el felino le
produjo. ¿Qué provocó la irascibilidad del gato? ¿El calor estival?
Probablemente. O, tal vez, que en un descuido la señora “Bene” pisara sin
querer y sin percibirlo la cola de su hasta entonces fiel mascota?. Misterio
sin resolver. Pero esto en invierno no ha pasado. Al menos, que yo lo sepa.
Hay cosas previsibles en el verano. No. No hablo de las
cervezas que ávidamente se trasiegan en esta temporada. Ni el amodorramiento
vespertino tras la comida que deviene en siesta. No. Me refiero a cuestiones
específicas de la estación. Por ejemplo, que escriba estas líneas con una
tortícolis del demonio. Sólo ocurre en estas fechas. Pasa por mirar horas y
horas al cielo esperando aparecer a las “perseidas”, esos meteoros que cruzan
el firmamento como estela de un cometa que se acerca a la tierra en la noche de
San Lorenzo. Todos los años la misma historia. ¿Dónde está “Perseo”?. A la
derecha de la osa menor. ¿Y ésta formación?. Multiplicas por cuatro el eje de
la “osa mayor” y allí la encuentras. Bueno, que es más fácil encontrar a Padro
Sánchez en estos tiempos vacacionales que el cuadrante del firmamento.
Fijado el punto donde mirar, permaneces atento. Casi sin
respirar y esperas. Entonces, la persona que está a tu lado te dice; “¿Ya la
has visto?. Ha cruzado por allí” –a 180 grados de donde tú dirigías la mirada-
. “Otra”. “¿Otra? ¿Dónde?.” “Por allí, por allí”. Y tú retuerces el pescuezo sin conseguir ver
nada. Así, que de tanto estirar el cuello consigues que las lágrimas te cieguen de dolor cuando Lorenzo está en el
punto más alto al día siguiente.
Otro elemento recurrente en los veranos, aunque sólo pase
cada cuatro años, es la celebración de
los juegos olímpicos. Este año, al celebrarse en Brasil, los horarios de las
competiciones nos han venido un poco a desmano. He de decir que el deporte me
apasiona. El deporte visto siempre desde el sofá. Butaca que no siendo tuya es
casi tan incómoda como la cama donde reposan tus huesos para intentar dormir.
En estos inicios de los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro
me he tragado casi de todo. Entre mosca
y mosca he visto de madrugada un partido de hockey sobre hierba femenino, una
eliminatoria de tiro con arco, rugby 7 (no sabía ni que existía), un encuentro
de bádminton y hasta un encuentro de waterpolo. Apasionante. Insomnio
multideporte.
De lo visto hasta ahora me quedo con tres sensaciones. La primera, la medalla
de oro conseguida por la judoca de Kosovo, Majlinda Kelmendi. Primer metal para
una deportista de un país que España todavía no reconoce como tal. Soberbia
hispánica.
Segundo momento; los triunfos obtenidos por Mireia Belmonte
y Maialen Chourraut ( a quien conocimos en la última gala de los premios
concedidos por la Fundación Sabino Arana). El mérito, trabajo y esfuerzo de ambas mujeres se
ha visto recompensado. Y tercer instante de emoción; la gran carrera contra el
crono de Castroviejo. Lástima de cuatro segundos pero magnífica competición y
resultado.
“Altius, citius, fortior” –más alto, más rápido, más fuerte-
es el lema que refleja el espíritu deportivo olímpico. Detrás de cada marca, de
cada singladura, cada competición hay historias humanas apasionantes que
merecen ser conocidas y consideradas. Así me lo propongo en los días que restan de este magno evento veraniego. Si
la cacería de moscas a látigo no me lo impide.
Frente a todas estas historias relevantes, el verano también
nos ha dejado episodios políticos de los que poco se puede decir. Euskadi
avanza, cuesta abajo hacia las elecciones autonómicas de septiembre.
Afortunadamente, los partidos vascos no nos están empachando
estas jornadas con una actividad frenética. Pero todo se andará.
Agosto suele ser un mes pródigo en declaraciones estúpidas
y en culebrones artificiales que sólo
ponen en evidencia a quienes las promueven como un intento desesperado de
notoriedad sin sentido. Recuerdo que el pasado año, el Partido Popular cometió
en tales fechas aquella desmesurada campaña contra el PNV y los batzokis. No lo
hemos olvidado. De momento, aquella insensatez no se ha repetido aunque siempre
nos quedará Calos Urquijo como pródigo
autor de episodios futuros. Al tiempo.
Por lo demás, algunos andan enredando en torno a una posible
inhabilitación de Otegi. No se dan cuenta de su torpeza pues perseverar en la
materia solo hace victimizar a la
Izquierda Abertzale ofreciéndole una campaña gratuita. La mayoría de los
protagonistas políticos vascos aguardan a desplegar su oferta en las próximas fechas.
Nos quedan, como mucho, dos semanas de tregua, antes de que los partidos desplieguen
sus propuestas.
Y, de España, que vamos a decir. Nada. Que al contrario que
los deportistas olímpicos los líderes de los principales partidos no se merecen
ni la medalla que colgaba de las ristras de chorizo. España sigue a su bola. A
su ritmo. Esos no cambian ni en verano. ¡Zas, otra mosca!
Me río por no llorar. Me río de Janeiro. Que veranito nos
espera.
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