Más de cinco millones y medio de catalanes estaban
llamados a las urnas el pasado jueves para elegir a sus representantes en las
instituciones autonómicas. Al amparo de la excepcionalidad, de un artículo 155
de la Constitución al que dotaron de
contenido desde la Moncloa, se llamaba a
la sociedad catalana a retornar a la legalidad. Para ello, se invocaba a una
supuesta “mayoría silenciosa” para que
se desplazara hasta los colegios electorales y allí dejara constancia de
su voluntad, supuestamente oculta. Se
decía, intencionadamente, que la masa callada
e inactiva respondía al
“unionismo” español y que de su movilización dependería el vuelco político de
Catalunya.
Los conspicuos observadores españoles se frotaban
las manos al observar , a lo largo del día, que la participación ciudadana era
masiva rompiendo el récord y alcanzando
el 82% cuando los colegios electorales cerraron sus puertas a las ocho de la
tarde.
Pero el mito de la “mayoría silenciosa” se
desvaneció en cuanto se conocieron los resultados. 2,4 millones de catalanes votaban a opciones que defendían el derecho a
decidir. De ellos, dos millones optaron abiertamente por formaciones que apoyaban
la República catalana. Otros 2,2 millones de electores depositaban papeletas de
formaciones contrarias a la independencia. Pluralidad en estado puro. Un primer
partido unionista y una mayoría parlamentaria soberanista.
Si alguna consecuencia puede extraerse de manera
objetiva de los resultados finales de
las elecciones catalanas es la larga lista de damnificados que el paso por las urnas ha generado.
La principal damnificada de estos comicios ha sido
la política de excepcionalidad española contra Catalunya. El artículo 155 y las
medidas de intervención institucional y política. Toda la política de “palo y
tentetieso” fracasó. Negar solución a los problemas no los hacía desaparecer.
Al contrario, los avivaba como quedó demostrado con la mayoría independentista
surgida de las urnas.
Damnificado, igualmente el “procés” soberanista. Aún
cuando la suma de escaños de las tres
formaciones soberanistas volvía a tener una mayoría absoluta en el Parlament,
la denominada “vía catalana unilateral ” hacia la República descarrilaba. En primer lugar por los
errores cometidos en los meses precedentes. En segundo término, porque la suma
de escaños no se compadecía con el
número global de votos –no consiguieron mayoría absoluta de sufragios-, lo que
imposibilitaba una acción unilateral legitimada. En tercera
consideración, porque los
enfrentamientos observados entre Esquerra, JxCatalunya (PDCAT) y las CUP han
hecho que hasta las relaciones personales de sus dirigentes se hayan
resquebrajado. Ya no hay confianza recíproca. Y así es imposible liderar
mancomunadamente nada.
Damnificado, aunque no lo parezca, también Puigdemont. Aunque el President en funciones ganara
en su pugna con ERC, su situación de prófugo a la justicia le hace perder. Si
algo está claro, más allá del “procés”, o de la aplicación del artículo 155 es
que la política y la actividad judicial tienen vidas independientes. Los
sumarios y los procedimientos
judiciales nada tienen que ver con la
política y su coyuntura y aunque unas elecciones revelen el apoyo popular a un candidato, si éste se encuentra encausado, procesado o investigado por la administración
de justicia, su acción y consecuencias le perseguirán sin desmayo.
El President en funciones sabe que tarde o temprano,
si quiere ocupar su acta parlamentaria y optar a la investidura deberá volver a
casa. Cuando así lo haga, se enfrentará
con las consecuencias de una orden de detención contra su persona. Damnificado,
malogrado y creo que, por desgracia, sucumbido.
Damnificado, y mucho, el PDCAT. Pese al éxito de
JxCatalunya, -la marca electoral encabezada por Puigdemont- el nuevo partido
que sustituyó a Convergencia, se
encuentra desvencijado, sin perfil. Sin contenido. La candidatura de
Puigdemont le favoreció aire y éxito electoral.
Pero el haber cedido las llaves del autobús al President , su gestión personal
y personalista – el PDCAT no intervino ni en la elaboración de sus listas
electorales- ha vaciado de carácter, de impronta y de ideología al que debería
haber sido la organización líder de Catalunya. Esa falta de rasgos de identidad
llevarán al PDCAT a una difícil travesía para encontrar el lugar en el que la formación nacionalista se
encuentre cómoda y representada.
Damnificada, igualmente, ERC. Descabezada, como
diría Soraya Sáez de Santamaría. Con su
secretario general y líder indiscutible,
Oriol Junqueras, injustamente encarcelado. Y con la amenaza latente de que Marta Rovira,
la “segunda “ en el escalafón pueda seguir los pasos de Junqueras , a tenor de
las filtraciones de las supuestas investigaciones judiciales. La “decapitación” de sus dirigentes podría
ser una pérdida en sí misma para ERC. Pero esta formación está, extrañamente,
acostumbrada a ver cómo sus principales dirigentes son fagocitados. ¿Alguien se
acuerda de Puigcercós? ¿De Carord Rovira? O de ¿Àngel Colom?. Todos ellos
fueron secretarios generales de ERC.
Deglutidos. Como Saturno devoraba a sus propios hijos.
Además, la situación actual les tiene
entrampados. Pretendían ocupar la zona
alta del vaso comunicante independentista y tampoco lo consiguieron. La
“legitimidad” del president “exilado” pudo más que la coherencia del líder
encarcelado. Y por pocos votos, ERC no consiguió el “sorpasso”.
Ser terceros en disputa les ha dejado deprimidos,
aunque exterioricen lo contrario. Ahora
deberán optar. Seguir la senda planteada de una nueva transversalidad –bajar un
escalón en sus reivindicaciones- o seguir la rueda de Puigdemont, y las
pretensiones de las CUP –de quienes no se fían y hacen bien- .
En el otro eje ideológico, las elecciones también
han desnudado a posiciones que, pese a su discurso público de éxito por
paralizar el “procés” tendrán muy poco que celebrar de puertas adentro a sus
organizaciones.
Damnificado número 1; el PP de Albiol. El PP de
Rajoy. Los populares, ejecutores de la intervención constitucional del 155 han
obtenido sus peores resultados electorales en Catalunya. Más allá de haber
presentado al menos valorado de los candidatos en liza –García Albiol- su discurso extremo ha dejado todo el espacio
del españolismo “útil” a Ciudadanos, el partido-bandera. Rajoy pensaba que con las elecciones, en
aplicación del 155, acababa con el independentismo. Ha acabado con el PP en Catalunya y lo que
nadie sabe es si el PP estatal, o la derecha política y sociológica aceptará
por más tiempo el liderazgo del registrador pontevedrés o forzará su relevo.
Aunque parezca inverosímil, damnificada será
igualmente Inés Arrimadas. Pese a ser la ganadora de las elecciones. Pese haber
conseguido un incremento de voto y escaños espectacular, no podrá gobernar. Y lo sabe. Ciudadanos y su líder Rivera, no han sabido
hacer ni un solo amigo en el panorama político. Y eso, pese a su ascenso, les traerá consecuencias. Especialmente del
PP, cuyos dirigentes se esforzarán en los próximos tiempos en buscar las
cosquillas de la formación naranja y
provocar su caida. Ciudadanos se ha
convertido, tras estos comicios, en el adversario a eliminar y su fragilidad
organizativa puede hacerle un blanco fácil.
Damnificado “Podemos”.
La formación morada no ha cumplido sus expectativas. De ganar los comicios generales en Catalunya a perder
toda influencia. Pese a la imagen de Ada Colau o del propio Xavier
Domènech. Damnificado Iceta, que no ha
conseguido su objetivo de catapultar el PSC pese a su propuesta de diálogo
transversal. Y damnificados igualmente las CUP. Aunque eso a ellos les importe
un bledo. Porque lo suyo no es la
política. Lo suyo es el “mambo” y la revuelta.
Esta es la
foto que a mi parecer ha trasladado la sociedad catalana tras los comicios del
pasado jueves. Quizás la instantánea necesite reposar un poco más para identificar mejor los
contornos dibujados. Pero, errores o aciertos de percepción a un lado, una cosa
resulta evidente; lo hecho hasta ahora
para afrontar el contencioso catalán no ha valido para nada. Es tiempo
de una nueva política. Política con mayúsculas. De hacer frente a los problemas
y tratar de resolverlos. No de
esquivarlos o negarlos. Y mucho menos de pretender zanjarlos mediante medidas excepcionales o de fuerza que hoy más
que nunca se han demostrado ineficaces y perniciosos para la convivencia y la
democracia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario