Alguien
me dijo una vez que el primer síntoma que identifica que te estás haciendo
viejo se encuentra en la manera en la que lees el periódico. Tengo que decir
que dicha apreciación, en mi caso, ha acertado. Ahora busco las páginas
necrológicas y repaso las esquelas. Hace
unos años tal hábito me resultaba impensable. Además, la información de los
muertos me producía un “yuyu” que me hacía huir de esa sección periodística.
La
configuración de las esquelas en los tabloides da un poco de miedo. Personas
muertas alineadas de izquierda a
derecha. De arriba abajo. Como un puzzle de seres fallecidos que se presentan
al lector a modo de llamada un tanto pavorosa.
Es como si te gritaran; “eh, que sepas que me he muerto y que me
entierran esta tarde a las seis”. Y, el de la columna de al lado, a las siete.
Las
esquelas de hoy en día son como una exposición de zombis con fotos de otros tiempos que te miran y que reclaman tu atención. Lo observes por
donde quieras, los ojos del muerto te
seguirán mirando. Es como si quisieran decirte algo inapelable. Algo así como
que “hoy soy yo pero mañana tú estarás en este espacio. Y lo sabes”.
Lo
confieso, leo las esquelas. No con el interés con que lo hace mi madre. Pero
con mediana asiduidad.
En ese
repaso informativo a los muertos del día me encontré el pasado miércoles con
una cara que se me hacía conocida. También el nombre me sonaba, si bien necesité contextualizarlo; Angela Inés Iturbe.
Era “gure Angelines”, aquella bendita mujer que en Artea nos trató siempre como
si fuésemos sus hijos en la tasca que regentaba, un local que para para muchos jóvenes
de mi generación fue un refugio
entrañable.
En el
corazón de Arratia, el PNV disponía de un amplio local (Alderdi etxea) en el
que celebraba sus asambleas y encuentros formativos. Allí, en Artea, muchos
jóvenes nacionalistas nos curtimos en
militancia y en experiencias vitales de todo tipo. Y en este pueblo de la Bizkaia nuclear se
escondía en un callejón, próxima a la plaza, la taberna “Rojo”. Era la planta baja de una
vivienda familiar, la de Angelines.
La
estancia del bar era alargada con una
barra-mostrador de gran altura y la encimera de madera maciza. Al fondo, en un
hueco en la pared, se hallaba empotrada una rana metálica. La rana con la boca
más grande y abierta que haya conocido y en la que, a pesar del tamaño, nos mostrábamos incapaces de encajar las
fichas.
Al otro
lado del mostrador, donde habitualmente
dormitaba bajo una boina el anciano patriarca, se situaba Angelines que
con su inmensa humanidad nos cautivaba.
Entraba y salía del dispensario sin que te dieras cuenta. Debía atender la
cocina, situada al lado, en la que un gato parecía guardar el orden entre
pucheros. Y en más de una ocasión, multiplicaba sus funciones haciendo de
peluquera, trabajando la permanente a
complacidas convecinas que con sus rulos
a cuesta tenían metida la cabeza en aquellos secadores que parecían
salidos de una nave espacial.
Siempre
dispuesta a agradar, Angelines era mucho más que una tabernera. Era como la amatxu de todos los que en su casa
nos refugiábamos. A deshoras, sin previsión
le cuestionabas si podía preparar algo para comer y enseguida se ponía
manos a la obra. Al rato aparecía con aquellas bandejas con montañas de ensaladilla o huevos fritos,
patatas y lomo que podían alimentar a los cien mil hijos de san Luis. “No os
quedéis con hambre que estasis creciendo” –era su cita favorita- . Llegada la
hora de pagar, con quinientas pesetas se
hacía todo (incluyendo las rondas de cerveza). Así que, en ocasiones algún osado
se permitió dedicarle, a modo de agradecimiento, una canción. “Que
bonitos ojos tienes…” y Angelines lloraba desconsoladamente.
Pasé
mucho tiempo sin volverla a encontrar hasta que un buen día regresé a su casa –hoy convertida
en txoko- . Se emocionó al verme (era una mujer de lágrima fácil). Y me
preguntó por todos. Recordaba los nombres, las anécdotas y las trayectorias
de cada cual. Grande, muy grande, la
emakume de Artea. Hoy la he reconocido por última vez. En una necrológica. Su
corazón no resistió. A los 66 años –pensaba que era mucho mayor- nos ha dejado
“huérfanos” como explicitaba su esquela. Mis ojos se han humedecido
recordándola. Y he pasado página.
El
periódico me ha llevado entonces a la
actualidad, una sección siempre abierta a los cambios que se producen a nuestro
alrededor.
Cuando
el año finaliza se tiende a hacer balance. A mirar el pasado próximo y subrayar
lo más relevante. Yo hoy prefiero fijar la vista en lo que se
nos viene encima.
El año 2018 promete. Hay ámbitos que,
seguramente, estarán en la agenda. En ella encontraremos la mejoría económica
de Euskadi. Muchos son los indicios que apuntan a un despegue de la situación
de crisis vivida en ejercicios anteriores. El crecimiento global de nuestro PIB
estará por encima del 2,5% y eso, en condiciones normales tendrá como
consecuencia directa la creación neta de empleo. El ciclo expansivo no genera
nuevo empleo como antaño pero ha detenido la sangría del paro y no es
descartable que para finales de año la tasa registrada pueda estar por debajo
del 10%, objetivo estratégico que se había marcado el Gobierno que lidera el
lehendakari Urkullu. Un empleo fruto de la fortaleza industrial, un sector que
vuelve a estar pujante en Euskadi.
En materia de convivencia
y aunque el horizonte siempre resulte difuso y envuelto en el ruido,
2018 será un año crucial para poner el punto y final a ETA. El debate interno
parece avanzado y aunque todos quisiéramos que sus efectos se produjeran a
mayor velocidad, para el próximo verano ETA se habrá disuelto o como gustan en
calificar quienes utilizan el lenguaje como una herramienta totémica, su
militancia habrá decidido “desmovilizarse”. A partir de ahí, ETA habrá dejado
de ser una excusa para que el gobierno español utilice las políticas de excepción en materias
propias como la gestión penitenciaria, los presos enfermos, la no transposición
de la normativa europea en la acumulación de penas, etc. Sin ETA en el
escenario ya no habrá “razón política” que ampare el inmovilismo. Sólo
quedará sobre la mesa una acción de
derechos básicos que respetar y aplicar. Política de convivencia. De
resocialización. Sin épica y con inteligencia.
Y en el plano político puramente dicho, 2018 será el año en
el que el Parlamento Vasco siente las bases de un nuevo estatus de autogobierno
para Euskadi. Será en este próximo ejercicio o no será porque el ejercicio
siguiente será electoral –municipales,
forales—y difícil parece buscar
consensos básicos cuando de reojo se mira a las urnas.
La ponencia de autogobierno constituida en el
Parlamento ultima la metodología para
afrontar la fase decisiva de la
actualización del autogobierno. Durante el próximo mes de enero, se elaborará
un informe que recoja las principales bases aportadas por las formaciones
políticas, sus puntos de proximidad y los elementos sustantivos que deberán
tenerse en cuenta de cara a elaborar un texto articulado. Entraremos entonces en una dinámica de aproximaciones y
conversaciones bilaterales o multilaterales que busquen hacer posible un mínimo
común denominador entre las propuestas de los partidos. Y con esa aproximación
se facultará a un ámbito externo todavía
no definido ara que en el plazo de ocho meses presente en la Cámara Vasca un
texto articulado.
Si algo resulta evidente de los pronunciamientos producidos
por las formaciones políticas es que nadie –tampoco EH Bildu- plantea en este
momento una opción de independencia para Euskadi. El nuevo estatus es, en ese
sentido una nueva oportunidad para alcanzar un acuerdo de convivencia entre la
Comunidad Vasca y el Estado. Un punto de encuentro avanzado que sirva para afianzar el bienestar y el
desarrollo de una nueva generación de vascos. Un marco de coexistencia que
reconozca el hecho nacional de Euskadi, que blinde los derechos y los poderes
públicos, que contemple el respeto de soberanías de Euskadi y del Estado y que
en esa línea establezca unas garantías mínimas de no interferencia en sus
decisiones propias. Un compromiso que sea ratificado por la voluntad directa y democrática de la
sociedad vasca.
La empresa no es sencilla . De ahí la necesidad de
posiciones claras pero cerebrales, alejadas del discurso de consigna o la
demagogia. Sin renuncias pero posibilitando soluciones jurídicas que expriman al máximo perchas como los derechos históricos y su
actualización.
Crecimiento económico, paz y autogobierno. Certidumbre.
Estabilidad. Bienestar. Oportunidad. Acuerdo. Convivencia. Esperanza. Estas son
las citas ineludibles para el año que ahora empieza que esperemos se cumplan.
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