sábado, 17 de febrero de 2018

EL RETORNO DE ROBERTO ALCÁZAR


No eran de mi época. No soy tan antiguo. Pero, por extrañas razones conocí en la infancia los primeros tebeos en casa de la abuela Eulalia. Probablemente aquellos comics pertenecían a mis tíos. Pero  se conservaban muy bien. Pese a su rústica publicación en blanco y negro, aquellos cuadernillos apaisados gozaban de una portada a todo color sumamente atractiva. Hay que tener en cuenta que por entonces todo era distinto y que lo que hoy puede resultar decadente, en aquel tiempo era tenido como un avance.  Por poner un ejemplo, hoy afortunadamente, nadie se acuerda del papel higiénico “el elefante”.  Era un rollo envuelto por un celofán amarillo  en el que estaba impreso un paquidermo rojo. Tenía, según expresaba el producto, ni más ni menos que 400 hojas con una textura que, de solo recordarla, se te quitan las ganas de defecar.

Pero vuelvo a los tebeos. En aquella caja de cartón guardada en el mueble-bar del comedor, podía encontrar  varios títulos reconocidos. “Hazañas bélicas” y el “sargento Gorila”. “El guerrero del antifaz”. “Roberto Alcázar y Pedrín” y las ediciones más novedosas de “El capitán trueno”. ¿Decadente?. Hoy lo parece, pero entonces  era, junto a las novelas de vaqueros de Marcial Lafuente Estefanía o el “couché” de Corín Tellado, la biblioteca más popular que existía.

Eran historietas de un contexto. Tiempos de “nacional-catolicismo”. De “Santiago y cierra España” o de “héroes”  encorbatados con porte joseantoniano que combatían el crimen organizado a mamporros bajo la moral y la filosofía falangista. Un intento del “régimen” por  modernizar la imagen de una dictadura oscura y tenebrosa.

A muchos jóvenes de hoy aquellas ilustraciones de antaño no les dicen nada. Ni tan siquiera las conocen. Así que, en un ejercicio práctico, he mostrado un dibujo del “intrépido aventurero español” con apellido vindicativo de la “gesta” del general Moscardó, para conocer la primera reacción  que su vista provocaba. Y, ¡bingo! A la primera. El apuesto arquetipo del tebeo  era asimilado, en un primer vistazo, con Albert Rivera. ¡Ostras Pedrín!.

Alguno pensará que es una maldad –que también- pero las semejanzas, por frívolas que parezcan, me inducen a pensar que el “fenómeno” que esconde la opción de “Ciudadanos”  nos lleva a participar en un futuro con aires de “vintage” del “movimiento”.

La “nueva política” del partido naranja no es sino una copia adaptada de secuencias de un patriotismo pasado, esencialista y uniformador  que auguran tiempos de tensión centralizadora. Su auge tras el procés catalán ha hecho despertar viejas pasiones, haciendo del “a por ellos”  una política populachera que sale de las tripas mismas de muchos españoles..

“Ciudadanos” no tiene ideología. Es un partido objeto. Una organización envuelta en una bandera rojigualda que agita por despecho. En su origen fue un experimento que alguien alimentó para “despertar” al PP.  Y, más concretamente para mover la silla de Rajoy. Fracasó en primera instancia. Pero  con el desafío  de Catalunya y la crisis institucional, el ensayo ha caído en tierra abonada para la demagogia y el populismo.  Sin más cuadros que una estructura de aluvión, de “rebotados” de un lado y otro, el partido naranja, configurado como una organización de casting, de diseño y de apariencia,  ha observado que apurando su estrategia españolista puede hacer aún más daño al PP. Y disputarle el liderazgo en la bancada de la derecha.

De ahí que Rivera y sus primos hayan abandonado los pactos que tenían cerrados con Rajoy para atacarle como si no hubiera mañana. Han dejado en el limbo su compromiso de apoyar los presupuestos generales para 2018 y amenazan con romper y rasgar  con el PP si no se aparta de la actividad pública a presuntos investigados por la justicia en casos de corrupción. Pero los amagos de ruptura han ido más allá.   Sus posicionamientos en relación a las lenguas cooficiales del Estado – han pedido que no sean tenidas en consideración en las ofertas públicas de empleo en las comunidades autónomas- han vuelto a sacar su perfil más jacobino y en un ejercicio de partido “destroyer”  ha acusado al PP de ser blando y permisivo con los nacionalista, y especialmente con el PNV, una formación, que según palabras del portavoz Girauta, a la que “regalaron un cuponazo” que les ha permitido , además, “bajar el impuesto de sociedades para hacer dumping a las empresas españolas” en un “pasteleo” que “pagamos todos los españoles”.

Ciudadanos, al igual que determinados medios de comunicación  estatales,  está intentando utilizar al PNV como chivo expiatorio para, indirectamente, atacar al PP. Les va de gratis porque la formación de Roberto Alcázar  no sabe de moral o de responsabilidad. Si así fuera les preocuparía mantener un país sin presupuesto, en permanente inestabilidad. Pero su única preocupación, hoy por hoy, es arañar poder. Modificar, si es posible, la ley electoral para buscar una mayor rentabilidad  a sus votos. Aunque para hacerlo posible se tengan que aliar con el “demonio” venezolano de “Podemos”.  Para buscar su beneficio propio no han dudado, ni han hablado de vetos, líneas rojas o descalificaciones. Y, si de paso, impiden  a los nacionalistas vascos y catalanes tener capacidad de influencia en el Estado, mejor que mejor. 

Lo han dicho; con los “nacionalistas (vasco y catalán se supone) no se puede construir nada”. Ergo, lo mejor es destruirlos. (ellos no deben ser nacionalistas españoles. Simplemente  “patriotas”).

La modificación de la ley electoral puede ser el factor que desequilibre el actual escenario. Para poder ejecutar tal cambio –sin modificación constitucional- , Ciudadanos necesita del partido de Iglesias y de los socialistas. Éstos están fuera de combate. Desaparecidos  una vez más. Nadie sabe qué piensa Sánchez al respecto, aunque, en buena lógica debería ser refractario a cualquier cambio legal que perjudicara su posición en el bipartidismo. Pero vaya usted a saber. Sánchez no parece hablar con nadie. Ni con Felipe González quien en una de sus habituales “perlas discursivas” reconoció recientemente que no mantiene contacto con su secretario general. Al contrario que con Albert Rivera, con quien “conversa últimamente”. Éramos pocos y parió la abuela. 

Rajoy jamás ha congeniado con Rivera. Ni personal ni químicamente.  El gallego es muy consciente de que el producto naranja fue construido desde las bambalinas  de determinados poderes económicos para desgastarle y, si era posible, derribarle políticamente. Hasta ahora, ha soportado las andanadas que le han dedicado los primos de Rivera. Pero no creo  que esté por la labor de aguantar mucho más.

Quien conoce al inquilino de la Moncloa afirma que si Rajoy ve riesgo cierto en la pretendida reforma de la ley electoral, no dudará;  disolverá las Cortes y convocará elecciones.  Y, lo que venga, vendrá.

El periodista Iñaki Gabilondo vaticinaba desde su comentario habitual que el futuro político en ciernes nos traería “la idea de España reforzada en su sentido más esencialista y centralista. El Estado autonómico se releerá como un error a corregir o, al menos, como un modelo desmadrado que tiene que ser reconducido. Regresaremos al año 81. Se avecina una especie de LOAPA, segunda edición, más o menos declarada.” “La esperanza de cualquier tipo de acuerdo político –proseguía Gabilondo- se ha esfumado y nada digo de la discusión sobre el concepto de plurinacionalidad, que si nunca estuvo cerca hoy está en la estratosfera. En definitiva, seremos gobernados o por un Ciudadanos que se parecerá al PP de Aznar o por un PP retocado que se parecerá a Ciudadanos, o sea, al PP de Aznar”.

Esperemos que se equivoque, pero mucho me temo, por desgracia, que vuelven los tiempos de Roberto Alcázar. La bravuconería tabernaria de Rivera lo confirma. "Que sepan los chicos de Sabino Arana que si Ciudadanos gana las próximas elecciones se les acabarán los chanchullos como el `cuponazo´".  

¡Ahí queda eso!. Patrioterismo hispánico  en clave bocachancla.   

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