No eran
de mi época. No soy tan antiguo. Pero, por extrañas razones conocí en la
infancia los primeros tebeos en casa de la abuela Eulalia. Probablemente
aquellos comics pertenecían a mis tíos. Pero
se conservaban muy bien. Pese a su rústica publicación en blanco y
negro, aquellos cuadernillos apaisados gozaban de una portada a todo color
sumamente atractiva. Hay que tener en cuenta que por entonces todo era distinto
y que lo que hoy puede resultar decadente, en aquel tiempo era tenido como un
avance. Por poner un ejemplo, hoy afortunadamente,
nadie se acuerda del papel higiénico “el elefante”. Era un rollo envuelto por un celofán
amarillo en el que estaba impreso un
paquidermo rojo. Tenía, según expresaba el producto, ni más ni menos que 400
hojas con una textura que, de solo recordarla, se te quitan las ganas de
defecar.
Pero
vuelvo a los tebeos. En aquella caja de cartón guardada en el mueble-bar del
comedor, podía encontrar varios títulos
reconocidos. “Hazañas bélicas” y el “sargento Gorila”. “El guerrero del
antifaz”. “Roberto Alcázar y Pedrín” y las ediciones más novedosas de “El
capitán trueno”. ¿Decadente?. Hoy lo parece, pero entonces era, junto a las novelas de vaqueros de
Marcial Lafuente Estefanía o el “couché” de Corín Tellado, la biblioteca más
popular que existía.
Eran
historietas de un contexto. Tiempos de “nacional-catolicismo”. De “Santiago y
cierra España” o de “héroes” encorbatados con porte joseantoniano que
combatían el crimen organizado a mamporros bajo la moral y la filosofía
falangista. Un intento del “régimen” por modernizar la imagen de una dictadura oscura y
tenebrosa.
A
muchos jóvenes de hoy aquellas ilustraciones de antaño no les dicen nada. Ni
tan siquiera las conocen. Así que, en un ejercicio práctico, he mostrado un
dibujo del “intrépido aventurero español” con apellido vindicativo de la
“gesta” del general Moscardó, para conocer la primera reacción que su vista provocaba. Y, ¡bingo! A la primera.
El apuesto arquetipo del tebeo era
asimilado, en un primer vistazo, con Albert Rivera. ¡Ostras Pedrín!.
Alguno
pensará que es una maldad –que también- pero las semejanzas, por frívolas que
parezcan, me inducen a pensar que el “fenómeno” que esconde la opción de
“Ciudadanos” nos lleva a participar en
un futuro con aires de “vintage” del “movimiento”.
La
“nueva política” del partido naranja no es sino una copia adaptada de
secuencias de un patriotismo pasado, esencialista y uniformador que auguran tiempos de tensión
centralizadora. Su auge tras el procés catalán ha hecho despertar viejas
pasiones, haciendo del “a por ellos” una
política populachera que sale de las tripas mismas de muchos españoles..
“Ciudadanos”
no tiene ideología. Es un partido objeto. Una organización envuelta en una bandera
rojigualda que agita por despecho. En su origen fue un experimento que alguien
alimentó para “despertar” al PP. Y, más
concretamente para mover la silla de Rajoy. Fracasó en primera instancia.
Pero con el desafío de Catalunya y la crisis institucional, el ensayo
ha caído en tierra abonada para la demagogia y el populismo. Sin más cuadros que una estructura de
aluvión, de “rebotados” de un lado y otro, el partido naranja, configurado como
una organización de casting, de diseño y de apariencia, ha observado que apurando su estrategia
españolista puede hacer aún más daño al PP. Y disputarle el liderazgo en la
bancada de la derecha.
De ahí
que Rivera y sus primos hayan abandonado los pactos que tenían cerrados con
Rajoy para atacarle como si no hubiera mañana. Han dejado en el limbo su
compromiso de apoyar los presupuestos generales para 2018 y amenazan con romper
y rasgar con el PP si no se aparta de la
actividad pública a presuntos investigados por la justicia en casos de corrupción.
Pero los amagos de ruptura han ido más allá. Sus posicionamientos en relación a las
lenguas cooficiales del Estado – han pedido que no sean tenidas en
consideración en las ofertas públicas de empleo en las comunidades autónomas-
han vuelto a sacar su perfil más jacobino y en un ejercicio de partido
“destroyer” ha acusado al PP de ser
blando y permisivo con los nacionalista, y especialmente con el PNV, una
formación, que según palabras del portavoz Girauta, a la que “regalaron un
cuponazo” que les ha permitido , además, “bajar el impuesto de sociedades para
hacer dumping a las empresas españolas” en un “pasteleo” que “pagamos todos los
españoles”.
Ciudadanos,
al igual que determinados medios de comunicación estatales,
está intentando utilizar al PNV como chivo expiatorio para,
indirectamente, atacar al PP. Les va de gratis porque la formación de Roberto
Alcázar no sabe de moral o de
responsabilidad. Si así fuera les preocuparía mantener un país sin presupuesto,
en permanente inestabilidad. Pero su única preocupación, hoy por hoy, es arañar
poder. Modificar, si es posible, la ley electoral para buscar una mayor
rentabilidad a sus votos. Aunque para
hacerlo posible se tengan que aliar con el “demonio” venezolano de
“Podemos”. Para buscar su beneficio
propio no han dudado, ni han hablado de vetos, líneas rojas o
descalificaciones. Y, si de paso, impiden
a los nacionalistas vascos y catalanes tener capacidad de influencia en
el Estado, mejor que mejor.
Lo han
dicho; con los “nacionalistas (vasco y catalán se supone) no se puede construir
nada”. Ergo, lo mejor es destruirlos. (ellos no deben ser nacionalistas
españoles. Simplemente “patriotas”).
La
modificación de la ley electoral puede ser el factor que desequilibre el actual
escenario. Para poder ejecutar tal cambio –sin modificación constitucional- ,
Ciudadanos necesita del partido de Iglesias y de los socialistas. Éstos están
fuera de combate. Desaparecidos una vez
más. Nadie sabe qué piensa Sánchez al respecto, aunque, en buena lógica debería
ser refractario a cualquier cambio legal que perjudicara su posición en el
bipartidismo. Pero vaya usted a saber. Sánchez no parece hablar con nadie. Ni
con Felipe González quien en una de sus habituales “perlas discursivas”
reconoció recientemente que no mantiene contacto con su secretario general. Al
contrario que con Albert Rivera, con quien “conversa últimamente”. Éramos pocos
y parió la abuela.
Rajoy
jamás ha congeniado con Rivera. Ni personal ni químicamente. El gallego es muy consciente de que el
producto naranja fue construido desde las bambalinas de determinados poderes económicos para
desgastarle y, si era posible, derribarle políticamente. Hasta ahora, ha
soportado las andanadas que le han dedicado los primos de Rivera. Pero no
creo que esté por la labor de aguantar
mucho más.
Quien
conoce al inquilino de la Moncloa afirma que si Rajoy ve riesgo cierto en la
pretendida reforma de la ley electoral, no dudará; disolverá las Cortes y convocará
elecciones. Y, lo que venga, vendrá.
El
periodista Iñaki Gabilondo vaticinaba desde su comentario habitual que el
futuro político en ciernes nos traería “la idea de España reforzada en su
sentido más esencialista y centralista. El Estado autonómico se releerá como un
error a corregir o, al menos, como un modelo desmadrado que tiene que ser
reconducido. Regresaremos al año 81. Se avecina una especie de LOAPA, segunda
edición, más o menos declarada.” “La esperanza de cualquier tipo de acuerdo
político –proseguía Gabilondo- se ha esfumado y nada digo de la discusión sobre
el concepto de plurinacionalidad, que si nunca estuvo cerca hoy está en la
estratosfera. En definitiva, seremos gobernados o por un Ciudadanos que se
parecerá al PP de Aznar o por un PP retocado que se parecerá a Ciudadanos, o
sea, al PP de Aznar”.
Esperemos
que se equivoque, pero mucho me temo, por desgracia, que vuelven los tiempos de
Roberto Alcázar. La bravuconería tabernaria de Rivera lo confirma. "Que sepan los chicos de Sabino Arana
que si Ciudadanos gana las próximas elecciones se les acabarán los chanchullos
como el `cuponazo´".
¡Ahí queda eso!. Patrioterismo
hispánico en clave bocachancla.
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