Espero que esta sea la última vez que dedique un espacio a escribir sobre ETA. Lo deseo firmemente. Significará que su historia, sus secuelas y su dolorosa intervención se acabaron para siempre. Es mi propósito; dar carpetazo a una de las páginas más negras que en este país ha sido.
No será fácil. Son muchas las heridas que permanecen aún frescas en la sociedad vasca como para pretender borrar de nuestro imaginario a la organización terrorista que, en nombre del Pueblo Vasco, sembró nuestro país de odio, destrucción y sufrimiento. Pero, sin olvidar el pasado creo conveniente que volquemos nuestro ímpetu en construir un futuro sin hipotecas.
El pasado viernes, ayer, los diarios Gara y Berriak se hacían eco de un comunicado firmado por ETA en el que la todavía organización desarmada reconocía el “daño causado” por su actividad y mostraba su compromiso “con la superación definitiva de las consecuencias del conflicto y con la no repetición”.
La nota pública de ETA se enmarca en el proceso de debate interno que ha concluido con la necesidad de certificar el final de una organización que nacida a comienzos de los años sesenta del pasado siglo ha practicado la actividad violenta de intencionalidad política hasta octubre del pasado año 2011.
El reconocimiento del daño causado es un apartado más del epílogo previsto por ETA. Ya el pasado aberri eguna, la organización ETA hacía público un comunicado –cuya repercusión ha pasado desapercibida- en el que reivindicaba su historia y el compromiso de su militancia. Ahora, en su última comunicación, ETA asume su responsabilidad en el sufrimiento padecido en Euskadi por sus actos.
Analizada la literalidad del escrito cabe señalarse que el lenguaje utilizado en esta ocasión por ETA resulta más transparente que su retórica habitual. ETA habla de su “responsabilidad directa” en el dolor. De “daños que no tienen solución”. De “errores o decisiones erróneas” y que “nada de todo ello debió producirse jamás”.
En tal sentido, la última notificación realizada por ETA tiene además un valor añadido, el acompañamiento de un apunte aclaratorio a su proclama. Una contextualización de su posición.
No todo el contenido del argumentario publicado en relación al “daño causado” es reseñable por clarificador. Existen elementos que enturbian la pretensión de una autocrítica sincera. Por ejemplo, la diferenciación entre víctimas “colaterales”, sin “responsabilidad en el conflicto” en contraposición a las que, sin decirlo, sí imputan participación y protagonismo en el mismo. A las primeras ETA pide “perdón”. A las segundas, simplemente muestran su sentimiento veraz.
La estructura del escrito se asemeja mucho al manifiesto que el 17 de julio de 2002 y con la firma de P. O'Neill, responsable de la oficina de comunicación republicana en Dublín, el Ejército republicano Irlandés, IRA, hacía público en relación a los asesinatos del “viernes sangriento” (21 de julio de 1972), fatídico día en el que una secuencia de atentados terroristas en Belfast dejaron nueve víctimas mortales y más de 130 heridos.
Hoy, como ayer en Irlanda, ETA ha necesitado tiempo, mucho tiempo, para reconocer las graves consecuencias provocadas por su actividad. Atrás parecen quedar los múltiples intentos frustrados por asumir su responsabilidad en la tragedia que en Euskadi y fuera de ella han vivido miles de personas.
Atrás quedan las palabras “prohibidas”, el “enroque” en el léxico, la búsqueda de alambicadas fórmulas discursivas que no conducían a ningún lado. ¡Cuánto tiempo perdido en buscar significados secretos a las palabras! ¡Cuantas líneas rojas que imposibilitaron que lo hoy dicho se hiciera con anterioridad! ¡Cuanta esfuerzos estériles por “acompañar” a una decisión que sólo les tocaba a ellos asumir!
Cabría valorar el pronunciamiento hoy conocido como “insuficiente”. Tal vez lo sea, pero no sería justo poner en evidencia las carencias observadas sin sopesar en su conjunto el significado que la última manifestación pública de ETA tiene. Y su valor es fácilmente reconocible. Hasta el Gobierno español, tan reacio a tasar cualquier cuestión vinculada al terrorismo fuera de su estrategia y su relato de “vencedores y vencidos”, ha sido capaz de encontrar puntos positivos en el comunicado publicado por Gara y Berria.
Tampoco podemos olvidar que este pronunciamiento, más allá de su sinceridad o de la espontaneidad de su expresión crítica obedece también a una necesidad imperiosa por amparar a una militancia –presa fundamentalmente- que en breve, si las decisiones asumidas se cumplen, quedará huérfana del paraguas organizativo. Los que hoy son “presos de ETA” serán simplemente “presos” en breve tiempo. Su futuro, de cara a su resocialización se vinculará exclusivamente a itinerarios personales e individuales. Y en ese trayecto, cada uno en su proceso deberá asumir su responsabilidad y el daño ejercido en el pasado, ratificando el compromiso de actuar, en lo sucesivo, desde el escrupuloso respeto a los derechos humanos. Tal pronunciamiento tiene ya una percha, un discurso que reconoce desde hoy la responsabilidad y el sufrimiento provocado por ETA y su “lucha armada”.
Faltan aún, según fuentes conocedoras del proceso de extinción de la organización, dos pronunciamientos públicos más que se producirán en los próximos días. El último certificará el “final del ciclo”, la desaparición de unas siglas y la disolución de una estructura clandestina. Se apagará la luz y se cerrará definitivamente la persiana. Lo hemos deseado tanto que nos resulta difícil de reaccionar ante un acontecimiento de estas características. Solo deseamos que tal estertor se haga con nitidez. Sin enmascarar términos. Sin citas a la “desmovilización” que signifiquen en verdad “disolución”. Sin aspavientos.
ETA se acaba por fin. Sin épica. Sin conseguir ni uno solo de los objetivos que se marcó a lo largo de su prolija y truculenta vida. Apaga la luz sin pena ni gloria. Para poner fin a su historia necesitará escenificar el funeral. Lo rodeará de elementos supuestamente simbólicos. De “mediadores internacionales”. Reeditará otra cumbre, como la de Aiete. Y, al socaire del pasado desarme y su parafernalia buscará en Euskadi norte, una ceremonia “popular” del evento. Olvidándose que la realidad sociológica del norte nada tiene que ver con el sur, donde dejó su infausta cosecha de víctimas y desgracias.
El pasado pasó. Y ETA quedará sepultada. Esperemos que su ocaso sea fulminante y sin aleluyas. Aunque, ya se sabe, en este país, hasta los funerales terminan en una taberna o alrededor de una mesa y una sesión gastronómica.
Ahora queda el futuro. Abordar una nueva convivencia. En paz. En libertad. Respetando los derechos humanos.
Habrá que hablar de las consecuencias dramáticas de su legado. De las víctimas. De los presos. Habrá que recomponer muchas cosas. Encauzar y buscar vías de solución a tantos años de desencuentro. Ahora sí empieza un nuevo tiempo. Adiós ETA. Hasta nunca.
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