Hace tiempo ya que la política en el Estado español ha perdido su carácter de actividad humana destinada a la búsqueda del bien común. La política se ha convertido en una lucha por el poder en la que todo vale. Todo menos los principios y el sentido común. Y si ese panorama desolador no fuera suficiente, al conflicto permanente vinculado a los intereses de parte se le suman las conductas personales inmorales, la corrupción, las prácticas cainitas.
En esas circunstancias, con un parlamento atomizado y enfrentado generar mayorías resulta un ejercicio casi imposible puesto que la rivalidad entre marcas y la vocación ganar terreno al adversario invalida cualquier intento de consenso. La denominada “izquierda” mira a sus componentes de reojo como caníbales hambrientos. Cada cual observa al de su lado no para sumar fuerzas sino para comerle en cuanto se ponga a tiro.
En la derecha, la opción gobernante se descompone por impudicia mientras que su posible recambio sociológico, en lugar de provocar la regeneración de un proyecto común, se dedica, por impaciencia de ocupar su espacio de liderazgo, a desgastar y a minar al gobernante. Impaciencia de quien sin ideológica y sin escrúpulos, parece haber encontrado en el españolismo más rancio y en el populismo ramplón el abono más eficaz para crecer.
En la derecha, la opción gobernante se descompone por impudicia mientras que su posible recambio sociológico, en lugar de provocar la regeneración de un proyecto común, se dedica, por impaciencia de ocupar su espacio de liderazgo, a desgastar y a minar al gobernante. Impaciencia de quien sin ideológica y sin escrúpulos, parece haber encontrado en el españolismo más rancio y en el populismo ramplón el abono más eficaz para crecer.
En la vida, hay decisiones complicadas de tomar. Sobre todo cuando las consecuencias de tu determinación no dependen en exclusiva de ti. Y cuando el corazón, o las tripas te pedirían hacer algo muy distinto a lo que la cabeza, o la inteligencia te dictan. Lo cierto es que acertar o equivocarse es consustancial al ser humano.
La decisión a adoptar estos pasados días por el PNV no era sencilla. No era justo que sobre las espaldas de cinco diputados se cargara todo el peso de la “responsabilidad” de garantizar la estabilidad o provocar una nueva crisis de confianza. Entre otras razones porque en el hemiciclo se daban cita otros 345 parlamentarios que habían sido incapaces de llegar a un acuerdo mayoritario que evitara el caos. ¿Patriotas españoles? Ja, ja, ja.
Además, esos escasos cinco diputados vascos nunca tuvieron ni el mínimo interés en gobernar España. Su presencia en las Cortes no está vinculada al presente o al futuro de España. Su presencia está supeditada, únicamente, a la defensa de los intereses de Euskadi. Ni a la tutela del Estado, ni del gobierno de turno ni de la corona. Están allí como representación activa del Pueblo Vasco.
Sea como fuere, la aritmética parlamentaria surgida de las urnas, y el posicionamiento tribal de cada cual en la cámara dejaban al PNV y a sus cinco votos el papel decisorio de inclinar la balanza hacia un lado u otro. Además, el tracto presupuestario permitía a los nacionalistas poner de relieve su influencia en dos tiempos. El primero, el ahora acontecido, correspondía al momento de votar las enmiendas a la totalidad del presupuesto. Bastaba que el PNV se abstuviera en la petición de devolución de las cuentas para que el proyecto presupuestario decayera y el gobierno de Rajoy fuera derrotado.
El segundo momento decisivo llegará en la votación de los dictámenes finales –los días 23 y 24 de mayo- . Entonces será cuando concluyentemente los presupuestos generales del Estado serán aprobados o no.
La primera determinación pasaba por la devolución o no de las cuentas. La aprobación o no de unos presupuestos generales conducía, bien a la finalización de la legislatura –con la convocatoria de unas elecciones anticipadas- o, en su caso, a posibilitar un tiempo suficiente en el que poder dar la oportunidad de corregir parte de los muchos problemas políticos que hoy en día nos afectan.
Si la legislatura se acababa en ese momento, opción que solamente contemplaba Ciudadanos, las elecciones podrían adelantarse a otoño. O en el peor de los casos, estirando de agonía, en mayo del próximo año coincidiendo con europeas, municipales, forales y también autonómicas en buena parte del Estado. Un escenario contaminado y abiertamente hostil al nacionalismo vasco. Máxime, si las previsiones demoscópicas se cumplieran, porque Rivera y su ultraespañolidad, podría llegar a la Moncloa.
Nadie duda que con el PP en el poder se haya producido una evidente recentralización en el Estado. Que su política centralista y su mayoría absoluta en tiempos pasados han erosionado sensiblemente el autogobierno vasco. Por no hablar de los recortes, de las leyes de base o la falta de voluntad política para abordar el fin ordenado del terrorismo, el cumplimiento del Estatuto de Gernika o el nulo diálogo institucional con el Gobierno vasco (y el ejecutivo foral navarro tras la caída de UPN).
No, la opción del PP no es simpática en Euskadi. Quizá por eso su representación en la Comunidad Autónoma Vasca se sitúe en el último lugar del espectro parlamentario.
Pero si el PP da repelús, la alternativa de Ciudadanos nos hace pensar que su previsible victoria electoral en España nos devolvería a los años duros del aznarato. A la España “una, grande y libre”. Así lo advierten las soflamas de Rivera contra el Concierto Económico, contra el “invento” de los derechos históricos o contra los “privilegios” de los nacionalistas vascos. Ciudadanos, un partido sin ideología, envuelto en la bandera rojigualda, impulsado desde el interés de las grandes corporaciones económicas, supone una amenaza cierta para con las nacionalidades vasca y catalana. Un riesgo constatable de confrontación y de negación de nuestro autogobierno.
La primera respuesta a esa decisión pendiente tenía un primer condicionante; había que ganar tiempo y evitar, si fuera posible que Rivera tuviera el camino expedito a la Moncloa.
Ganar tiempo, igualmente, para que la crisis catalana que sigue abierta en canal, encontrara una oportunidad que devuelva las instituciones de autogobierno a sus legítimos gestores y deshabilite la excepcionalidad de la intervención constitucional que jamás debiera haberse producido.
Todas las formaciones soberanistas catalanas (con las que el PNV mantiene un fluido contacto) han manifestado su inequívoca voluntad de promover una candidatura efectiva que permita constituir un nuevo Govern de la Generalitat antes del 22 de mayo, fecha en la que, de no producirse tal hecho, se convocarían automáticamente nuevos comicios en Catalunya, hipótesis que ningún partido nacionalista desea. De ser así, si para antes del 22 del mes entrante Catalunya dispusiera de un nuevo president, los efectos de la aplicación del artículo 155 de la Constitución quedarían eliminados. Así lo especificó Mariano Rajoy en el gesto público que el PNV le exigió como premisa para evitar la inicial devolución del presupuesto. Era la segunda consideración que soportaba la decisión de no devolver inicialmente los presupuestos. Ante un calendario dislocado, el PNV pidió un gesto a Rajoy. Y Rajoy lo hizo.
El presidente español, a su entrada en el Congreso de los diputados el pasado miércoles dijo textualmente; “formar un nuevo Gobierno supone el final del artículo 155, tal y como acordó el Senado en su momento; formar un Gobierno supone y debe suponer abrir una etapa de diálogo, primero entre catalanes y luego entre instituciones; y formar un Gobierno supone también cumplir la ley e iniciar una etapa de relación institucional, económica y social que creo que todos los ciudadanos de Catalunya, independientemente de cuál sea su forma de pensar, desean fervientemente en este momento”.
Por lo tanto, si las previsiones se cumplen, la crisis catalana debiera estar encauzada y en vías de abrir una oportunidad de diálogo y de solución. Todo ello, contando con que en este camino no se produzcan interferencias ni voluntades oscuras de mantener el actual bucle de enfrentamiento.
Y la tercera consideración que provocó la primera decisión del PNV en relación a los presupuestos, fue arrancar el compromiso del Gobierno español para dar respuesta satisfactoria a las reivindicación planteadas por los pensionistas.
Estas tres premisas sustentaron la decisión del PNV de no derribar en primera instancia los presupuestos generales del Estado 2018. Romper puentes y enfrentarse a las consecuencias o ganar tiempo para deshabilitar el 155, para abrir una oportunidad en Catalunya y consensuar un nuevo marco para las pensiones. Guatemala o gautepeor. La primera respuesta es conocida. El 23-24 de mayo, dependiendo de la evolución de los acontecimientos, el PNV tomará la decisión definitiva.
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