Hay
días en los que llego a percibir que
algo extraño ocurre. La mayoría de las veces son percepciones, sensaciones no soportadas por evidencias constatables. Es
como si el subconsciente te advirtiera
de algo que puede ocurrir y que te hace
mantener en guardia.
Normalmente
para cuando pongo el segundo pie en el
suelo, tras levantarme de la cama, ya
siento que “algo” va a pasar. En el
momento, no adivino si lo que está por venir será bueno o malo. Pero la incertidumbre,
para un tauro como yo, amante de lo previsible y de la tranquilidad, siempre causa
incomodidad y ciertas dosis de malestar.
Aquel
día, hace ya un tiempo, fue uno de ellos. Algo me perturbaba. No sabía qué. Pero tenía
una sensación rara. Como si me hubiera equivocado de agenda, de tarea, de rutina. Me notaba
fuera de contexto.
La aprehensión
se acrecentó cuando, en la primera reunión
de trabajo de la jornada, me presentaron al director de un medio
periodístico que pretendía compartir impresiones y puntos de vista. Ya en el
saludo sentí el escalofrío de estrechar la mano de alguien que la extendía como
si ésta estuviera muerta. Sin fuerza. Sin vigor. Y pensé; “un blandiblú”. El individuo, que parecía escuchar su propio
discurso, no callaba. Su rostro, como el
de un perro verde, tenía un mal gesto. Me hablaba. Pero sus ojos no me miraban
a la cara. Era como si el cuello se le hubiera roto y la cabeza, ladeada, no tuviera sujeción. De esta guisa tuve la extraña sensación de que
mientras el jefe de la redacción del periódico en cuestión articulaba su discurso, me estuviera mirando a
los genitales. Vamos que hablaba como si
me tocara los huevos. En cierta manera así era ya que lo que decía me parecía
una idiotez. Pero, aquel tío impertinente de aspecto de ameba no era el
único en mirarme raro. Hasta los compañeros de fatigas parecían
observarme de abajo-arriba y, en algún momento me dirigieron un gesto
que no supe interpretar. Aquella
situación comenzó a ponerme nervioso y con la excitación, impertinente.
He
señalado antes que los tauro somos gente tranquila, mansa, previsible. Que aguantamos y aguantamos…hasta que
embestimos. Y cuando lo hacemos –al menos yo- me llevo por delante lo que haya. Como una explosión termonuclear.
El “colega-director”,
que venía a “conocernos mejor” seguía con su perorata. Engreído y maleducado,
su mirada continuaba distraída. Hasta que se me fundieron los plomos y le
interrumpí. “Eso que has dicho es una
gilipollez”. Así lo pensaba y aunque la prudencia aconsejaba
reservarme la opinión, lo que
llamo “efecto sintrom”, o lo que es lo mismo, un ataque de sinceridad
desinhibida, me incitó a no hacerlo. Mi respuesta cortó la conversación
como un cuchillo caliente la mantequilla.
Tanta mirada desviada había terminado por hincharme las partes que creía observadas. Se
acabó el encuentro. Educadamente, mis compañeros me despidieron y continuaron
con la cháchara en otra parte. Ero lo más prudente. Yo estaba ofuscado.
Cabreado como un mono. Sin pensar en la
consecuencia de mi impertinencia.
Cuando
me sosegué, estuve tentado de presentar excusas al invitado –que seguía en la
casa-, pero no lo hice. Terco hasta el final. Tauro auténtico. Al cabo de un
buen rato y olvidado el incidente, el desasosiego no explicable, continuaba.
¿Cuál
era la causa de aquella desazón? La sonrisa contenida de una compañera disipó
mis prejuicios. “ji, ji. Tienes la bragueta abierta”.
Efectivamente.
La cremallera del pantalón estaba bajada y por su apertura asomaba un pliegue de
la camisa. Toda la mañana con la jaula abierta. Jornada de exhibición. “Pájaro muerto” –sonreí
como un imbécil-. “¿Pájaro muerto?”. Patético.
No sé
si Albert Rivera tuvo la misma sensación
la pasada semana. Él, campeón de campeones, había ganado por la mano a
Montoro anunciando el acuerdo presupuestario entre Ciudadanos y el PP. Acuerdo
según el cual, los populares habían “cedido” a todas sus peticiones. Su
partido, esa organización envuelta en una bandera y protagonistas de casting, había vuelto a
ganar en su particular “operación triunfo”. Tenía la “sartén por el mango”. Estaba
eufórico. Las encuestas le sonreían. Los
periodistas le adulaban. Y nadie se acordaba ya
de aquella acusación (cierta creo yo) de haber nacido como invento de
los poderosos magnates de Ibex-35. Era el “Macron español”. La gran “esperanza
blanca” que dosificaba su apoyo al PP como inversión segura de que su pausada descomposición le beneficiaba de cara al
futuro. La prueba, el incesante goteo de cuadros que los populares perdían en
Aragón, en Andalucía, en la Comunidad Valenciana y que terminaban recalando en
las filas del partido naranja.
La
victoria era cuestión de tiempo. E invertir en ello era prolongar la agonía de
Rajoy. Tiempo para, como en la liga de las estrellas, fichar cabezas de lista como si de futbolistas se
tratara. Manuel Vals, Vargas Llosa…Chequera, fama y celebrities. Un “de luxe”
monotemático: “España, España, España”.
Y al socaire de la crisis catalana, leña a los nacionalistas. Así emergió “Ciudadanos” y aquel chico, Alberto Carlos Rivera Díaz,
waterpolista, maestro en oratoria y asesor jurídico de la Caixa. Su irrupción
en política la hizo en pelota picada. Márketing
al servicio de un proyecto anti nacionalista. "Superar la obsesión identitaria que
ahoga el dinamismo de la sociedad catalana", corregir las
"distorsiones engendradas por el nacionalismo" y rechazar la
"imposición" del catalán como lengua "única" del sistema de
enseñanza.
El
fenómeno unionista cuajó en Catalunya y los padrinos de aquella operación
decidieron trasladarla al conjunto del Estado. Tenían cuentas que saldar con
Rajoy y la mejor manera de cobrarlas era
enfrentarle a un “alter ego” más guapo, moderno, más locuaz y de discurso más
duro. Cuña joven de la misma madera.
Rivera
cumplió el guion y las expectativas. En
su última apuesta fijó su foco en el
PNV. Los “egoístas” vascos del “cuponazo”. Sabía que dar leña al PNV le rentaba en simpatía de voto en España. Al
mismo tiempo incomodaba a los nacionalistas de cara a un hipotético apoyo a
Rajoy. Miel sobre hojuelas. Así que
orquestó el doble bulo de que el PNV reclamaba romper la caja única de la
seguridad social y que, igualmente,
pretendía obtener beneficios penitenciarios para los presos de ETA.
A nadie
se le escapa que el PNV sigue reclamando el cumplimiento íntegro del Estatuto
de Gernika en lo relacionado con la transferencia de la gestión de la seguridad
social y que apoyará e impulsará la desaparición de la excepcionalidad
penitenciaria. Pero ambas cuestiones no estaban incluidas en el orden del
día de la decisión jeltzale a los presupuestos.
A Rivera, esto le daba igual. Ufano y engreído, como
el King-kong que golpeaba el pecho con sus puños, amenazó a Rajoy con no votar
las cuentas si cedía ante los insolidarios nacionalistas. Henchido de soberbia –como la mayoría de sus tuits-
Albert no supo “leer” lo que realmente
pasaba.
Aitor
Esteban le despertó de su sueño. Los “insolidarios” nacionalistas habían
arrancado de Rajoy el compromiso –para 2018 y 2019- de incrementar las
pensiones según el IPC. Llevar el factor
de sostenibilidad hasta el 2023 –donde estaba antes de la última reforma
unilateral- y aumentar la base
reguladora de la pensión de viudedad hasta el 60%. El PNV no solo había oído
las reivindicaciones justas de los pensionistas sino que las había escuchado y
requerido al presidente español para que las aprobara. Rajoy lo hizo y el PNV permitió el primer pase del trámite
parlamentario. Cinco “diputadillos” de 350, los “insolidarios” “sectarios” y
“privilegiados” nacionalistas, habían conseguido con su “influencia decisiva”
que todos –todos- los pensionistas del Estado (8,7 millones) vieran incrementadas
sus jubilaciones en base al IPC, dando cauce a la principal reivindicación de
las asociaciones movilizadas estas pasadas semanas.
A
Albert Rivera se le “mudó la color”. Percibió entonces que no tenía la bragueta abierta sino que esta
vez su desnudez era integral. Se había quedado con las “vergüenzas” al
aire. ¿Pájaro muerto? No. Simplemente
desplumado.
El
clamoroso ridículo ha alimentado su “sed de venganza”. No admitirá ninguna
concesión más de Rajoy al PNV. Tumbará los presupuestos al menor indicio de
compensación. Así lo ha asegurado. ¡Cómo son los “patriotas” españoles de nuevo cuño! La ira le ciega. Habla
en serio. De ahí la necesidad de la prudencia. Y de la inteligencia. Gu,
gurera! Ya habrá tiempo, una vez más, de poner a cada cual en su sitio. Arranque de corcel jerezano… parada de burro
manchego. Con la bragueta abierta. O en pelota picada.
Las reivindicaciones de los PENSIONISTAS en ORIGEN (en las que he participado y participo), la petición consistía, en: Fuera el 0,25% y que las actualizaciones anuales, si hicieran, sobre el I.P.C.
ResponderEliminarAhora conseguido por el EAJ-PNV, la subida de las PENSIONES al I.P.C., se esgrimen otras reivindicaciones de los que no han movido, ni un dedo, para "salir en la foto", como son Podemos y Eh Bildu....