sábado, 16 de junio de 2018

QUE NO SE APAGUE LA LUZ

No es oro todo lo que reluce. No todo lo nuevo, lo renovado tiene  por qué  ser tenido como maravilloso. Es cierto que cuando un bien –material o inmaterial- se sanea o moderniza  se hace para su mejora. Pero no siempre el resultado obtenido alcanza esa excelencia precisada.

Sin ir más lejos, la pasada semana asistí a la apertura tras  remodelación de un local cuyas instalaciones, espaciosas  y con grandes posibilidades, se habían ajado de un tiempo a esta parte. La falta de cuidados, una explotación comercial deficiente  y el paso del tiempo habían llevado al inmueble –y lo que en él se desarrollaba- a una cierta decadencia. 

Extinguido el contrato de arrendamiento, los propietarios del local decidieron reformarlo. La decisión, a tenor de lo que vi, resultó acertada. La estancia  cobraba un nuevo volumen. En el exterior, la terraza, una superficie inmejorable para el ocio, había ganado en claridad. La eliminación de setos y lonas permitía  integridad con la trama urbana. Sin perder  intimidad pero con mayor transparencia.  

En el interior, la nueva iluminación, la pintura, la supresión de  elementos que recargaban las paredes, habían  generado un nuevo ambiente. Mucho más “limpio” y desahogado. La zona destinada al bar, sin perder  parte de su fisonomía original, tenía otro “aire”. Mucho más saludable y acogedor que el local que guardaba en mi memoria. Además, se había invertido en la extracción de olores y esa desagradable  sensación de que el aroma a comida se impregnaba en la ropa había, afortunadamente, desaparecido. 

El cambio me pareció alentador. Una buena solución que deberá ser acompañada por un nuevo servicio de hostelería profesional  y riguroso. En ello confían los responsables del  inmueble, orgullosos de la transformación integral que han conseguido dar a su sede.  

Mi “inspección”  estaba a punto de acabar con muy  buena nota.  Y para celebrarlo, que menos que trasegar unas cervecitas. No fueron más que dos pero  su efecto fue inmediato. Mi vejiga pedía evacuar.  Eso me dio pie a visitar la única zona aún no explorada; el baño.   El excusado  de antaño daba un tanto de repelús. El simple olor a ambientador barato que pretendía camuflar  otro tipo de efluvios  más insoportables, echaba para atrás. Ahora no. Aseos de verdad. Amplios. Adaptados. Inodoros auténticos. Iluminación intensa. Alicatado rejuvenecido  ¡Que maravilla!

Pero  hete aquí que cuando menos lo esperas…se apaga la luz. La instalación era tan moderna que la luminaria funcionaba gracias a un sensor de movimiento. (Se supone que para economizar).

El problema estribaba en que el tiempo de encendido era ridículo. Vamos, a mí justo me dio tiempo a comenzar a miccionar cuando la oscuridad  me capturó.. Y la escena no pudo ser más patética. Con una mano  dirigía el chorrito hacia el retrete y con la otra, brazo en alto, buscaba a un lado y otro para que la bombilla volviera a encenderse. Así ocurría. Al movimiento del brazo se prendía la luz, pero a los escasos cuatro segundos, el foco  se volvía a apagar lo que me obligaba por un lado a “apuntar” a duras penas mientras, por otro,  agitaba la otra mano al aire  como saludando a un público inexistente. De programa televisivo de  cámara oculta.  O de videos de primera.

Como se sabe que los hombres somos incapaces de hacer dos cosas a la vez, aquella disfunción  en la iluminación tuvo sus consecuencias. Húmedas secuelas, diría yo, en mis pantalones.  Y el sobresaliente que iba a poner a la renovación del batzoki de Ondarreta se quedó, por el aciago incidente, en un notable.  Seguro que a estas alturas, lo del temporizador lumínico  se habrá corregido ya.  Opinar a ciegas, como acto de fe, es una cosa. Mear a ciegas otra bien distinta. 

Lo que ocurre en España es de nota. En  una semana se pasa de la aprobación presupuestaria a la censura gubernamental. De ser un líder fracasado a presidir un gobierno de éxito. De ser una alternativa “inviable” a convertirse en “un ejemplo  para Europa”. De cero a cien en tres segundos.  Y la opinión publicada recalentada. Quienes hasta hace dos días  avalaban la alternativa de Ciudadanos ahora están enamorados con Sánchez y su “consejo de ministras y ministros”.  Hasta las encuestas han padecido un vuelco espectacular. 

España está como una montaña rusa. Imprevisible. Sometida a vaivenes telúricos que hacen temblar  toda la estructura del Estado, y de la alegría se pasa al llanto y viceversa en un santiamén. 

El éxito en la moción de censura a Rajoy fue una conjunción astral. De ahí en adelante  el nuevo inquilino de la Moncloa ha ido acertando en sus decisiones. Su gabinete ha sorprendido para bien por la solvencia de sus componentes. Aunque a algunos, determinados nombres nos chirríen notablemente. 

En mi caso, conocer la identidad del ministro de Interior  me ha generado  una extraña sensación de desafecto. Asociado a su quehacer  profesional, su designación me ha recordado con dolor el sufrimiento causado a nuestro Gorka Agirre. No es fácil olvidar aquello por lo injusto  que fue. Y por la exposición pública a la que un rutilante togado sometió a aquel hombre de paz. El poder omnímodo de un juez puede hacer estragos a las personas. Y en este caso los hizo. Confío en que, pasado el tiempo,  también Marlaska sea capaz de enmendarse y de haber aprendido de sus actos pasados. Mi confianza en  la condición humana me hace, tal vez ingenuamente, creer que la historia le ha brindado al juez bilbaíno, hoy ministro de Interior,  una oportunidad  para demostrarnos lo equivocados que estábamos con su actitud de antaño.

Que los articulistas, editorialistas y opinadores de medio pelo estén hoy entusiasmados con el nuevo gobierno de España no significa que pasado mañana no cambien de actitud. Está visto que la inestabilidad política en el Estado, como la climatológica,  hace verosímil lo improbable simplemente con un giro de viento. 

Sánchez ha guiado sus primeros pasos  a través de medidas efectistas que le han posibilitado  un aplauso público. Pero cuando la acción política se convierte en un juego de magia, los malos trucos pasan factura rápidamente.

Dicen los mentideros que el nombramiento de Maxim Huerta  como ministro de cultura fue  uno de esos “golpes de efecto”  pretenciosos. Una jugada de ajedrez más  del experto brujo de la comunicación  que tan eficazmente acompaña al presidente socialista.  Su incorporación al equipo fue un guiño postmoderno a toda una comunidad creativa  que se había sentido huérfana durante años. 
Un independiente transgresor  y mediático.  Que, como diría Esperanza Aguirre, le salió rana.

La dimisión-cese de  Huerta, el “efímero”,  era la única salida válida para no echar por la borda  toda la credibilidad ganada. Espero que Sánchez haya aprendido de este episodio volviendo a la realidad de sus únicos 85 apoyos parlamentarios.  Tener ilusión y coraje no significa vivir en matrix o en un efecto de “realidad aumentada”.

La gestión  de la llegada de los refugiados del “Aquarius” a Valencia será una nueva piedra de toque para conocer si  la medida  de acogimiento fue una operación cosmética o, por el contrario, el  alumbramiento de  una nueva política en relación a la inmigración.  También la apertura del diálogo en Catalunya espera  algo más que buenas palabras, y el acercamiento de los políticos presos a su entorno (no voy a hablar de su deseada puesta en libertad) debiera ser una medida inmediata  que certificara el nuevo tiempo. 

Y para con nosotros, para con Euskadi, confiamos en el cumplimiento de los compromisos adquiridos con el ejecutivo anterior y el reinicio de la colaboración institucional con el Gobierno vasco. Contamos con ello, señor Sánchez. 

Si los pasos  que se vayan a dar  en el futuro inmediato siguen esta senda, podremos hablar  con fundamento de un cambio positivo. Así  la nota con la que se le puntúe  será en consecuencia. Si la luz se apaga enseguida y sólo se enciende por medio de  golpes de efecto,   estaremos en el camino de  unas inevitables elecciones anticipadas.  Y eso, además de no quererlo casi nadie, no es bueno  ni para Euskadi, ni para España. 

Por sus desvelos para con el PNV, termino parafraseando a Aitor Esteban;  un saludo al sargento Povedilla y al cabo Romerales. 

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