En la sede del PP, en la madrileña calle Génova, hacía
tiempo que se ignoraba el grado de
descomposición en el que se encontraba su organización política. Sus dirigentes asumían que los casos de corrupción y la
alternativa de Rivera les habían puesto en una situación delicada pero no
pensaron que su crisis fuera para
tanto. Aseguraban tener una “malísima salud
de hierro”, sin percibir, como en la película “El sexto sentido”, que su
protagonista estelar, Mariano Rajoy
-el Bruce Willis de la Moncloa-
era ya un cadáver político. Por más que escucharan aquella presunción de que “en ocasiones veo muertos”,
los populares se empecinaron en mantener
un gobierno zombi. Actuar como si nada pasara. Y sí que pasaba, sobre todo tras
la sentencia de la Audiencia Nacional en
relación al caso Gürtell que reconocía que el Partido Popular se había
beneficiado de un “auténtico
y eficaz sistema de corrupción institucional”.
Hacía tiempo que Rajoy no había leído a Sun Tzu en “el arte
de la guerra” cuando éste advertía que “si tus soldados, tus fuerzas, tu
estrategia y tu valor son menores que las de tu adversario, entonces debes
retirarte y buscar una salida”.
El gallego se confió. Creyó que el auto judicial no sería
determinante. Una gota más en el rosario de actos corruptos llevados a cabo por los equipos surgidos por
el PP de Jose María Aznar. Pero la gota rebosó el vaso. Y la moción de censura
registrada oportunistamente por Pedro Sánchez prosperó. El socialista tuvo
todos los astros alineados en un momento de oportunidad excepcional consiguiendo que una heterogénea
mayoría parlamentaria se posicionara del
mismo modo. No como apoyo a Sánchez, sino como censura, reprobación o castigo
–cada cual lo valoró de forma diferente- al Partido Popular.
El PNV también se sumó a la censura, y aunque apenas unos
días antes hubiese apoyado los presupuestos generales del Estado, el voto de
sus cinco parlamentarios resultó nuevamente determinante. Las respuestas dadas
a presupuestos y a la moción de censura tuvieron motivaciones específicas.
El respaldo a las
cuentas tuvo como sustento los acuerdos
alcanzados en materias tales como el
incremento de las pensiones o el desarrollo de infraestructuras y promoción
económica en Euskadi. Fue un pacto por
el cual el gobierno del Estado se
comprometía, por fin, a llevar adelante
un importante paquete de inversiones en el País Vasco. Construcción de la red ferroviaria de alta
velocidad, modernización en puertos, aeropuertos, en competitividad industrial…
Un consenso que, además,
llevaba implícitamente, la voluntad de favorecer la estabilidad
política, desbaratando los
intereses de Ciudadanos por adelantar las elecciones.
Tal previsión de estabilidad
saltó por los aires apenas dos días
después de la aprobación presupuestaria en el Congreso tras conocerse la primera sentencia del caso
“Gürtell”. La formación de Rivera daba por rotos todos los acuerdos con el PP y
dejaba al gobierno de Mariano Rajoy a la intemperie. Y como ya he señalado, los
populares nada hicieron para salirse del
abismo. Nada, salvo tibias operaciones conspiratorias de última hora, cuando
todo estaba perdido.
Con una mayoría del Congreso volcada en provocar la caída
del PP–salvo Ciudadanos que siguió haciendo un papel acorde a sus propios
intereses-, el PNV hizo lo que debía. Lo que electorado y la propia militancia le pedía. Certificada la
defunción, el “gobierno muerto” tenía que ser “enterrado”.
Ni que decir tiene que las consecuencias en el Partido Popular
tras la censura de Rajoy han sido catárquicas. Se han vivido reacciones depresivas, ataques de
ansiedad y hasta brotes de sectarismo. A
nadie le sienta bien un golpe tan duro como el recibido.
Una vez más, el propio Mariano Rajoy ha sido quien con mayor
serenidad ha gestionado la nueva
coyuntura. Él ha decidido apartarse y favorecer un tiempo distinto con un
renovado liderazgo y una regeneración de
las estructuras de su partido. Él,
aunque tarde, ha entendido la encrucijada y ha apostado por una reforma que
permita a los populares recobrar la
fuerza y el prestigio perdidos.
Otros han preferido afrontar la crisis buscando culpables a
los que transferir su malestar. Una
advertencia general; no permitirán ni un segundo de sosiego al nuevo gobierno
“ilegítimo”. Harán una oposición a “degüello”. ¡Venganza! Clamaban las baronías
desatadas. En el centro de su ira, los “rojos” de Podemos, los “filoetarras”, los “separatistas catalanes” y, por supuesto,
los “traidores” del PNV. Esos que, como
dijera la “sacerdotisa” del periodismo, Ana Rosa Quintana, “clavaron una puñalada intercostal, donde más
duele, en el corazón” del PP.
¿Traidores?. Traidores al PP habrán sido los propios; Mayor Oreja, Aznar y cuantos chupópteros han minado la credibilidad y el prestigio del
PP. “Traidores” serán los Zarzalejos de
turno (ese que tiene tanto “cariño” a
los “aldeanos” nacionalistas) que han
vendido su corazón a Rivera en
detrimento de los suyos.
“Se impone un castigo”, dicen desde el PP. Y aunque Alfonso Alonso templa
gaitas, su lenguaje no verbal nos hace
adivinar una “vendetta” sonora. Su
primer acto se consumó en el municipio de Getxo, donde los populares se desdijeron de su apoyo presupuestario calificando a los jeltzales de “cobardes”,
“mercenarios” e impulsores de una
modificación estatutaria que reconoce la “la nacionalidad vasca, que otorgarán
ellos a los que crean cumplen sus cánones de raza aria" (sic). ¿Se puede
ser más bestias?.
Está claro que los actuales
dirigentes populares vascos no conocen tampoco la cita de la “venganza”
servida en “plato frío”.
Mucho me temo que esto no ha hecho sino empezar. El próximo
lunes sabremos hasta que punto los senadores del PP enmiendan su propio
presupuesto. Algunos –vuelvo a Ana Rosa
Quintana- ya pidieron que los 540 millones pactados con el PNV se desviaran
ahora a Extremadura o Andalucía. De
confirmarse la intención de suprimir los
compromisos presupuestarios destinados a
Euskadi habrá que ver con qué cara
Maroto, Oyarzabal, Alonso y compañía justifican el “castigo”. Habrá que escuchar sus argumentos para explicar una bofetada al conjunto de la
sociedad vasca, que no al PNV.
Habrá que estar atentos de igual manera cual es la actitud
de la mayoría absoluta popular en el Senado. Si la oposición a “degüello”
anunciada pasa por boicotear e impedir
la acción del nuevo gobierno español utilizando el filtro de la Mesa del
Congreso o la opción paralizante de la Cámara Alta. Habrá que ver si la tan reivindicada “responsabilidad” de
Estado se la lleva el inodoro por un
comportamiento macarra y vengativo.
De ser así, que no lo descarto, el PP debería saber que quien ahora tiene el
“botón nuclear” es Pedro Sánchez. Y que ese “botón nuclear” dispone de un artículo constitucional (el
115-1) que permite al presidente del
gobierno español, “bajo su exclusiva responsabilidad” “proponer la disolución
del Congreso, del Senado o de las Cortes Generales” –también de una única
cámara-. Tan legal y legítimo como otros
artículos (el infausto 155 incluido). Tal opción puede ser considerada inaudita,
pero cosas peores hemos visto.
Una de las lecturas
que el nuevo gobierno de Sánchez ha aportado es que el presidente socialista
no está pensando en un mandato corto sino en perdurar todo lo posible.
Aprovechar la coyuntura para ganar músculo y respaldo electoral de cara al
futuro. Para ello necesitará ser humilde, reconocerse en minoría y obligarse a
múltiples acuerdos que le permitan el equilibrio y la continuidad deseada.
Y quienes propiciaron el cambio deberemos ser conscientes de
que su éxito también será, un parte, el
nuestro propio.
El Partido Popular tiene dos opciones; dilapidar lo poco que le queda haciendo caso a las vísceras, lo que
implicará una temporada de crispación,
de mandobles y de tensión (interna y externa) o, por el contrario, marcar
perfil propio de una oposición dura pero
respetuosa, tejiendo el nuevo traje que
la derecha española necesita para hacer olvidar
la rémora de la corrupción y el despotismo que les llevó a la censura.
Venganza o resilencia. Esa es la disyuntiva. El lunes
veremos por dónde van los tiros.
Y, a todo esto, Rivera
una vez más en “belén con pastores”. Descolocado. De estrella a
estrellado. De protagonista a irrelevante. Es lo que más me divierte.
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