sábado, 9 de junio de 2018

VENGANZA O RESILENCIA


En la sede del PP, en la madrileña calle Génova, hacía tiempo que se ignoraba  el grado de descomposición en el que se encontraba su organización política.  Sus dirigentes  asumían que los casos de corrupción y la alternativa de Rivera les habían puesto en una situación delicada pero no pensaron  que su crisis fuera para tanto.  Aseguraban tener una “malísima salud de hierro”, sin percibir, como en la película “El sexto sentido”, que su protagonista estelar, Mariano Rajoy  -el  Bruce Willis de la Moncloa- era ya un cadáver político. Por más que escucharan aquella  presunción de que “en ocasiones veo muertos”, los populares  se empecinaron en mantener un gobierno zombi. Actuar como si nada pasara. Y sí que pasaba, sobre todo tras la sentencia de la Audiencia Nacional  en relación al caso Gürtell que reconocía que el Partido Popular se había beneficiado de un “auténtico y eficaz sistema de corrupción institucional”.

Hacía tiempo que Rajoy no había leído a Sun Tzu en “el arte de la guerra” cuando éste advertía que “si tus soldados, tus fuerzas, tu estrategia y tu valor son menores que las de tu adversario, entonces debes retirarte y buscar una salida”.

El gallego se confió. Creyó que el auto judicial no sería determinante. Una gota más en el rosario de actos corruptos  llevados a cabo por los equipos surgidos por el PP de Jose María Aznar. Pero la gota rebosó el vaso. Y la moción de censura registrada oportunistamente por Pedro Sánchez prosperó. El socialista tuvo todos los astros  alineados  en un momento de oportunidad  excepcional consiguiendo que una heterogénea mayoría parlamentaria se posicionara  del mismo modo. No como apoyo a Sánchez, sino como censura, reprobación o castigo –cada cual lo valoró de forma diferente- al Partido Popular.

El PNV también se sumó a la censura, y aunque apenas unos días antes hubiese apoyado los presupuestos generales del Estado, el voto de sus cinco parlamentarios resultó nuevamente determinante. Las respuestas dadas a presupuestos y a la moción de censura tuvieron motivaciones  específicas.

El  respaldo a las cuentas tuvo como sustento los  acuerdos alcanzados en materias  tales como el incremento de las pensiones  o  el desarrollo de infraestructuras y promoción económica en Euskadi.  Fue un pacto por el cual  el gobierno del Estado se comprometía, por fin,  a llevar adelante un importante paquete de inversiones en el País Vasco.  Construcción de la red ferroviaria de alta velocidad, modernización en puertos, aeropuertos, en competitividad industrial…

Un consenso que, además,  llevaba implícitamente, la voluntad de favorecer la estabilidad política, desbaratando  los intereses  de Ciudadanos por  adelantar las elecciones.

Tal  previsión de estabilidad saltó por los aires apenas  dos días después de la aprobación presupuestaria en el Congreso  tras conocerse la primera sentencia del caso “Gürtell”. La formación de Rivera daba por rotos todos los acuerdos con el PP y dejaba al gobierno de Mariano Rajoy a la intemperie. Y como ya he señalado, los populares nada hicieron  para salirse del abismo. Nada, salvo tibias operaciones conspiratorias de última hora, cuando todo estaba perdido.

Con una mayoría del Congreso volcada en provocar la caída del PP–salvo Ciudadanos que siguió haciendo un papel acorde a sus propios intereses-, el PNV hizo lo que debía. Lo que electorado y  la propia militancia le pedía. Certificada la defunción, el “gobierno muerto” tenía que ser “enterrado”.

Ni que decir tiene que las consecuencias en el Partido Popular tras la censura de Rajoy han sido catárquicas. Se han vivido  reacciones depresivas, ataques de ansiedad  y hasta brotes de sectarismo. A nadie le sienta bien un golpe tan duro como el recibido.

Una vez más, el propio Mariano Rajoy ha sido quien con mayor serenidad  ha gestionado la nueva coyuntura. Él ha decidido apartarse y favorecer un tiempo distinto con un renovado liderazgo  y una regeneración de las estructuras  de su partido. Él, aunque tarde, ha entendido la encrucijada y ha apostado por una reforma que permita a los populares  recobrar la fuerza y el prestigio perdidos.

Otros han preferido afrontar la crisis buscando culpables a los que transferir su malestar.  Una advertencia general; no permitirán ni un segundo de sosiego al nuevo gobierno “ilegítimo”. Harán una oposición a “degüello”. ¡Venganza! Clamaban  las baronías  desatadas. En el centro de su ira, los “rojos” de Podemos, los  “filoetarras”,  los “separatistas catalanes” y, por supuesto, los “traidores” del PNV.  Esos que, como dijera la “sacerdotisa” del periodismo, Ana Rosa Quintana,  “clavaron una puñalada intercostal, donde más duele, en el corazón” del PP.

¿Traidores?. Traidores al PP habrán sido los propios;  Mayor Oreja, Aznar  y cuantos chupópteros  han minado la credibilidad y el prestigio del PP.  “Traidores” serán los Zarzalejos de turno  (ese que tiene tanto “cariño” a los “aldeanos” nacionalistas) que  han vendido su corazón a Rivera  en detrimento de  los suyos.

“Se impone un castigo”, dicen  desde el PP. Y aunque Alfonso Alonso templa gaitas, su lenguaje no verbal  nos hace adivinar una “vendetta”  sonora. Su primer acto se consumó en el municipio de Getxo, donde los populares  se desdijeron de su apoyo presupuestario  calificando a los jeltzales de “cobardes”, “mercenarios”  e impulsores de una modificación estatutaria que reconoce la “la nacionalidad vasca, que otorgarán ellos a los que crean cumplen sus cánones de raza aria" (sic). ¿Se puede ser más bestias?.

Está claro que los actuales  dirigentes populares vascos no conocen tampoco la cita de la “venganza” servida en “plato frío”. 

Mucho me temo que esto no ha hecho sino empezar. El próximo lunes sabremos  hasta que punto  los senadores del PP enmiendan su propio presupuesto.  Algunos –vuelvo a Ana Rosa Quintana- ya pidieron que los 540 millones pactados con el PNV se desviaran ahora a Extremadura o Andalucía.  De confirmarse  la intención de suprimir los compromisos presupuestarios  destinados a Euskadi  habrá que ver con qué cara Maroto, Oyarzabal, Alonso y compañía justifican el “castigo”.  Habrá que escuchar sus argumentos  para explicar una bofetada al conjunto de la sociedad vasca, que no al PNV.

Habrá que estar atentos de igual manera cual es la actitud de la mayoría absoluta popular en el Senado. Si la oposición a “degüello” anunciada pasa por  boicotear e impedir la acción del nuevo gobierno español utilizando el filtro de la Mesa del Congreso o la opción paralizante de la Cámara Alta.  Habrá que ver si la  tan reivindicada “responsabilidad” de Estado  se la lleva el inodoro por un comportamiento macarra y vengativo.

De ser así, que no lo descarto,  el PP debería saber que quien ahora tiene el “botón nuclear” es Pedro Sánchez. Y que ese “botón nuclear”  dispone de un artículo constitucional (el 115-1)  que permite al presidente del gobierno español, “bajo su exclusiva responsabilidad” “proponer la disolución del Congreso, del Senado o de las Cortes Generales” –también de una única cámara-.  Tan legal y legítimo como otros artículos (el infausto 155 incluido).  Tal opción puede ser considerada inaudita, pero cosas peores hemos visto.

Una de las lecturas  que el nuevo gobierno de Sánchez ha aportado es que el presidente socialista no está pensando en un mandato corto sino en perdurar todo lo posible. Aprovechar la coyuntura para ganar músculo y respaldo electoral de cara al futuro. Para ello necesitará ser humilde, reconocerse en minoría y obligarse a múltiples acuerdos que le permitan el equilibrio y la continuidad deseada.

Y quienes propiciaron el cambio deberemos ser conscientes de que  su éxito también será, un parte, el nuestro propio.

El Partido Popular tiene dos opciones; dilapidar  lo poco que le queda  haciendo caso a las vísceras, lo que implicará  una temporada de crispación, de mandobles y de tensión (interna y externa) o, por el contrario, marcar perfil propio de una oposición  dura pero respetuosa, tejiendo el nuevo traje  que la derecha española necesita para hacer olvidar  la rémora de la corrupción y el despotismo que les llevó a la censura.

Venganza o resilencia. Esa es la disyuntiva. El lunes veremos por dónde van los tiros.

Y, a todo esto, Rivera  una vez más en “belén con pastores”. Descolocado. De estrella a estrellado. De protagonista a irrelevante. Es lo que más me divierte.

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