Cuando
un dirigente político es mediocre y sus planteamientos no alcanzan el interés deseado su tentación es exagerar. Y cuando, ni así
logra el punto de atención pretendido, el siguiente escalón en su guion argumental será advertir de
cataclismos, males generalizados, vulneración de derechos, persecución, etc. Así, se agita la bandera del miedo para acongojar al
personal e intentar condicionar sus reacciones.
Blandir
como estandarte la amenaza del miedo,
sacudir las conciencias buscando la
reacción por temor, es una vieja técnica de manipulación. Y, cuando además, la
supuesta amenaza no se sustente en bases reales, la acción política se
convierte en una engañifa peligrosa, desintegradora y disolvente.
Todos
recordamos las apelaciones del entonces
secretario vizcaino Ricardo García Damborenea (autoinculpado más delante
de participación en los GAL), incitando a
los vascos de origen español a defenderse de la amenaza “excluyente” de
los nacionalistas vascos. Aquella tesis
fue reforzada por Nicolás Redondo, por el discurso de las “maletas” y el
frente tejido por Sabater, Juaristi y
compañía, para con Mayor Oreja, derrotar al “sectarismo” nacionalista.
Esfuerzos
baldíos todos ellos por partir de premisas falsas. Y por la cohesión de una
sociedad en la que las nuevas
generaciones de vascos, herederas de aquellas masas de trabajadores inmigrantes
que se habían refugiado en Euskadi en
busca de un mejor provenir, se identificaron
decididamente con este país y vincularon su destino personal y familiar
al de su comunidad; la comunidad vasca.
Hoy, la
secretaria general del PSE, Idoia Mendia –con indisimulado apoyo de medios de
comunicación como “El Correo”- viene insistiendo en que de las
aportaciones hechas llegar por el PNV y EH Bildu a la ponencia de
autogobierno, se colige que el nuevo
estatus propuesto por la mayoría abertzale promueve una distinción entre
ciudadanos de primera y de segunda, “nacionales” y “foráneos”. “Se nos
plantea que en el futuro de la Euskadi que algunos sueñan – ha asegurado
Mendia- va a haber distintas categorías ciudadanas. Todos tendríamos los mismos
derechos sociales, pero se reservan establecer otros derechos para los llamados
nacionales”.
El argumento de la
secretaria general de los socialistas vascos cae por sí mismo acudiendo a las
fuentes originales. El texto sobre esta
materia aprobado por PNV y EH Bildu dice literalmente lo siguiente:
“Ciudadanía vasca: El
nuevo estatus político anudará la ciudadanía vasca con la vecindad
administrativa en alguno de los municipios del Sujeto/Comunidad Política.
Se establecerá que
todas las ciudadanas y ciudadanos vascos, sin ningún tipo de discriminación,
dispondrán de los derechos y deberes que les reconozcan el nuevo Estatus
Político y el ordenamiento jurídico vigente.
El reconocimiento de la ciudadanía vasca y la utilización de
la vecindad administrativa como punto de conexión posibilitan el acceso a los
servicios públicos a las personas que vivan en Euskadi con independencia de
cual sea su procedencia o nacionalidad.
Nacionalidad vasca: Habida
cuenta del carácter plurinacional del Estado Español y las características del nuevo modelo de relación
con el Estado contenida en el Nuevo
Estatus Político se reconocerá la nacionalidad vasca a la ciudadanía vasca en
los términos regulados por una ley aprobada por el Parlamento Vasco.”
¿Dónde está la discriminación? ¿En qué párrafo o cita se
sostiene la existencia de ciudadanos de primera y de segunda? ¿Cuándo se
garantiza a los “nacionales” más
derechos que a los que se consideren solamente “españoles”?
En ningún lado. Es más, en capítulo aparte, la mayoría
representada en la ponencia de autogobierno desarrolla los “derechos de la
ciudadanía” en los que se establece un
epígrafe singular a los que denomina
“derechos de las mujeres”. El PSE de Idoia Mendia no ha dicho al respecto nada. Nada. Quizá porque nada tenga que decir.
Sólo parece importarles el reconocimiento oficial de la
“nacionalidad vasca”. Si el nuevo texto jurídico que se pretende aprobar
reconoce a Euskadi como “nación”, ¿cómo no conceder a quienes convivan
en dicho marco su “nacionalidad” vasca?
Además, cabe la posibilidad de que
a quien no le guste ser englobado en dicha nacionalidad renuncie a ella y siga
ostentando únicamente –como hasta ahora- la nacionalidad española. ¿Qué hay de malo en ello?
Si el artículo 2 de la Constitución española en vigor
reconoce la existencia de la “nacionalidades” en el Estado ¿cómo negar un reconocimiento oficial de dicha
nacionalidad?
El sinsentido es mayúsculo si elevamos un poco la
perspectiva. Al día de hoy, España reconoce la identificación de una doble
nacionalidad con veinticuatro países. (Andorra, Argentina, Bolivia, Brasil,
Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, República Dominicana, Guinea Ecuatorial,
Ecuador, Filipinas, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay,
Perú, Portugal, Puerto Rico, El Salvador, Uruguay y Venezuela).
Resulta chocante sí, que cualquier persona hoy
residente en el Estado pero originaria de los países antes mencionados,
pueda conseguir la mal llamada nacionalidad española (que, en realidad, se
debería denominar ciudadanía española) manteniendo su propia nacionalidad de
origen (es decir, un reconocimiento jurídico-político de su propia identidad) mientras que los pueblos aborígenes que
vivimos en el mismo Estado nos veamos obligados a portar un documento que
niega, precisamente, nuestra identidad nacional originaria. Absurdo ¿verdad?
Totalmente.
En consonancia con estas críticas sin sentido, se han
planteado otras realmente lamentables
como la que señala que los nacionalistas diseñan un país sólo para ellos, para
los nacionalistas. O que sin los socialistas “no hay pluralidad”. Tal concepto,
también pródigamente utilizado en el tiempo, no es sino un ardid para
justificar supuestamente un veto. Si en
el acuerdo están los socialistas, el acuerdo será bueno. Si los socialistas
quedan fuera el acuerdo no será
democrático. Maniqueísmo puro.
Y toda esta impostura se celebra con el alborozo y el patrocinio del grupo “Vocento”, empeñado
en presentar el proceso de actualización
del autogobierno como un riesgo de
inestabilidad por la suma de fuerzas
nacionalistas. Así, un día se
subraya que entre las inquietudes sociológicas de los vascos no está el
incremento del autogobierno. Otro se intenta demostrar la supuesta incoherencia
que supuestamente tiene apoyar al gobierno de Sánchez y en paralelo pactar con EH
Bildu las bases parlamentarías. Y cada día que pasa se buscan las aristas más agudas de los textos presentados para que
la opinión pública empiece a temer por una “deriva independentista”. Sólo le
falta a “El Correo”, para poner lazo al paquete, alimentar la teoría de las diferencias
internas en el PNV. Entre el Lehendakari y el partido. Entre Ortuzar y Egibar,
etc. Tiempo al tiempo.
Por otra parte, y en un alarde de escenificación –ya estamos
acostumbrados- EH Bildu, a través de su coordinador general Arnaldo Otegi,
valoró como “acuerdo histórico” el grado
de consenso alcanzado entre su formación y el PNV en la elaboración de las
bases de actualización del autogobierno vasco. ¿Histórico? El calificativo resulta excesivo si bien su utilización se suelo prodigar en demasía. Es cierto que
el grado de sintonía resulta llamativo, pero lo es aún más el hecho de que la izquierda abertzale haya
atemperado sus reivindicaciones hasta
hacerlas coincidir con las del PNV. Un “aggiornamento” positivo, necesario y valioso que por primera
vez ha hecho que EH Bildu comience
a ejercitar política de verdad.
Y tal hecho, relevante en el momento que vivimos, no ha sido
ni tan siquiera tenido en cuenta por
quienes a diario interpretan todo lo interpretable.
El calificativo de “histórico” utilizado por Otegi tiene
además un valor táctico. Se pretende subrayar la importancia del acuerdo
alcanzado con el PNV para presionar a éste e impedir que en la siguiente fase
parlamentaria –la decisiva- dé marcha atrás en sus posiciones. El problema al
que nos enfrentamos no es retroceder sino buscar nuevos puntos de aproximación a otras
organizaciones que refuercen el proyecto jurídico-político. Y ahí no sólo el PNV, sino que también EH
Bildu tendrán que volver a hacer un ejercicio de “finura política” para
aquilatar sus planteamientos a los de
otras formaciones. Un diálogo resolutivo
sincero en el que Elkarrekin Podemos y el PSE de Mendia no podrán esconderse
por más tiempo. Ni refugiarse en el tremendismo. A ellos también les tocará mojarse. Solo si
se busca un acuerdo se podrá encontrar.
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