Si lo
hubiera dicho Gila me habría “partido la caja”. Como cuando escenificaba aquel monólogo telefónico en el que preguntaba por el
enemigo y le interpelaba a qué hora iba a atacar. O en aquel otro en el que parodiaba una
reclamación del ejército a un ingeniero
ya que de los seis últimos cañones que
les habían llegado, dos no tenían
agujero y “los estamos disparando con la bala por fuera. O sea, al mismo tiempo
que uno aprieta el gatillo, otro corre con la bala. Claro, pero se cansa y la
suelta. No sabemos dónde porque nunca vuelven”. Humor absurdo y desternillante.
Pero no
fue el genial cómico quien se refirió a
las bombas que el gobierno español había
vendido a Arabia Saudí. Primero fue Josep Borrell quien desautorizó a la
titular de Defensa que se había negado a
remitir los artefactos al régimen de
Riad. Pero la guinda la puso la portavoz del gabinete Sánchez, Isabel Celaá. Con
su aplomo habitual y sin titubeo alguno, afirmó que las armas dispensadas a la monarquía absoluta arábiga "son
láser de alta precisión y si son de alta precisión no se van a equivocar
matando yemenís".
Si no
supiéramos del drama humanitario que
desde hace años se viene provocando en aquella parte del mundo las palabras de la portavoz socialista podrían
resultar hasta pintorescas o
graciosas. Pero no. La señora Celaá,
cuya soberbia los vascos ya conocíamos tras su paso por el Gobierno de Patxi
López, se pasó de frenada y de sobrada.
Lejos de reconocer la difícil decisión
asumida por el ejecutivo español que en el dilema de la ética y la
responsabilidad de estado había optado por esta última, Celaá pretendió inventarse una versión ridícula e
inapropiada. Como si la gente fuera tonta de baba.
Luego
le tocó a su presidente Sánchez aclarar las razones reales que cimentaban la decisión de remitir a Arabia Saudí los cuatrocientas artefactos.
Se trataba de un contrato cerrado por el
anterior gobierno y su ruptura unilateral
podía haber tenido para el Estado español graves consecuencias económicas, políticas y diplomáticas. Sí, una mierda
monumental.
En
política – y creo que en todas las facetas humanas- es mucho más sencillo
reconocer un error, explicar dónde se falló y su posterior enmienda que
parchear la pifia maquillándola para intentar
que pase inadvertida. Entre asumir un fallo o hacer el ridículo negándolo, siempre es mejor admitir el
desatino que perder la dignidad diciendo
tonterías. Como lo hizo la ministra Celaá.
Como
muy bien diría Mikel Mancisidor –un vasco en el Comité de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales de Naciones Unidas- en la disyuntiva existente entre “el ‘buenismo’ inútil
y el cinismo práctico”, el gobierno español ha tenido que enmendarse, dejando a
un lado las buenas intenciones para
plegarse a los límites de la realidad. “Las buenas intenciones –dice nuestro
hombre en la ONU-, son válidas cuando se está en la oposición y no se tienen
responsabilidades. Las segundas, las exigencias de la realidad, se reconocen
cuando uno llega al poder y afronta sus complejidades”.
El fondo de la cuestión de la venta de armas a Arabia Saudí
es mucho más denso que este dilema y atinar en su adecuada respuesta debería
tener en cuenta elementos
sustanciales como los derechos humanos, la diplomacia y el respeto a los
compromisos internacionales. Todo ello, contando con una planificación adecuada
de las políticas industriales y de las
prioridades de la acción exterior, objetivos
mucho más sólidos que el dar
respuesta a una polémica de tertulia o evitar el impacto de un titular
periodístico crítico.
Del “ruido” generado alrededor de los contratos
armamentísticos del Gobierno español con Arabia Saudí, ha habido un altavoz que
ha chirriado más de la cuenta. Se ha tratado de la posición que al respecto ha mantenido “Podemos”. Su
alcalde de Cádiz, Jose María González “Kichi”, no tuvo dudas a la hora de pedir a la Moncloa que no pusiera en riesgo las relaciones con los sauditas y blindara los contratos firmados con aquel
país para construir cinco corbetas en
los astilleros públicos de Navantia. El
alcalde de Podemos, líder de los “anticapitalistas”
morados reconoció sin tapujos que "el contrato me parece necesario. Significa trabajo y
nosotros somos constructores de barco, lo hemos hecho desde a época de los
fenicios. En Arabia Saudí los derechos humanos no son respetados y estoy en
contra de eso, pero mientras, ¿qué comemos? Hoy en día soy alcalde de esta
ciudad y la responsabilidad es mirar por el interés de sus vecinos y la
construcción de los barcos no va a acabar con la guerra en Yemen. Si no los
hacemos nosotros, los harán otros. Quién me iba a decir que iba a defender un
contrato de Navantia con Arabia Saudí, pero hay que ver la situación real de
las familias de Cádiz".
Lejos de ser criticado por los suyos, “Kichi” fue respaldado en las declaraciones públicas
realizadas por Pablo Echenique y por el propio Pablo Iglesias. Y es que la “responsabilidad” de gobernar tiene esas
cosas, y cuando hay que elegir entre “paz y pan”, la paz no quita el hambre.
¿Cuándo aprenderemos los “burgueses” tales enseñanzas?
Hay que ver las vueltas
que da la vida. Hace unos meses, los compañeros del gaditano “Kichi”, los
anticapitalistas del Podemos vasco organizaron un show de primera magnitud respaldando a un bombero vizcaino amigo que
se había negado a participar en el operativo de carga de un contenedor con
armamento dirigido a Arabia Saudí en el
puerto de Bilbao alegando objeción de conciencia. En aquel caso, en el que las
infraestructuras portuarias no eran sino
el punto de salida de un material legalmente contratado y los bomberos forales actuaban según el protocolo de custodia de materiales peligrosos, los activistas de los “Círculos” no tuvieron empacho en denostar a quienes,
según ellos, cooperaban con el asesinato de yemeníes. Reproches al por mayor, a la autoridad portuaria, a las
administraciones vascas, a sus dirigentes… Populismo de garrafón que muchos
medios de comunicación “compraron” como de auténtica destilería.
Ahora, la teoría de
la doble moral impone cerrar filas con los propios. Es, sin duda, una de las características
más reconocible de la “nueva política”. Desacreditar a los demás evitando la autocrítica.
Exactamente eso hizo el secretario de comunicación de “Ahal
dugu-Podemos” Endika Larrea que en rueda de prensa celebrada el pasado martes solicitó
la comparecencia parlamentaria del consejero Erkoreka de cara a explicar “la
falta de diligencia en perseguir la corrupción que afecta a cargos del PNV”.
Para el dirigente de Podemos, “algo huele muy mal” por el “hedor” de las “redes
clientelares vinculadas al PNV” que, a
su juicio, están haciendo “un grave daño a Euskadi”. Con ese mantra
de vincular a los jeltzales a la corrupción “Podemos” desarrollará su
inmediata campaña electoral.
Pero acto seguido a sus rotundas afirmaciones y cuestionado
en dicha comparecencia por la imputación judicial de tres junteros guipuzcoanos
de “Podemos” por una supuesta “coacción” a una compañera, Larrea, sin ánimo
clientelar, ni de complicidad o de falta de diligencia, se limitó a decir que aún era pronto para
pronunciarse ya que estaban recabando información al respecto. Ni olor, ni
hedor, ni peste. Ni vergüenza.
El histrionismo de “Podemos”, su afán por dogmatizarlo todo,
su falta de introducir matices en las situaciones les hace perder la credibilidad
en su discurso. Otro ejemplo; Lander Martínez en la evaluación del discurso del
lehendakari Urkullu en el pleno de política general.
“Urkullu vive "de espaldas a la realidad social" y
su tono "monocorde y gris" es el "fiel reflejo de la apatía del
Gobierno Vasco para ofrecer las soluciones que se necesitan para la Euskadi
real". "Hemos visto al lehendakari vender humo". “Ante el país
de piruletas, caramelos y gominolas que nos quiere vender el lehendakari, aquí
está la izquierda vasca para aportar soluciones” ¿Realidad? ¿Soluciones?
Realidad de panfleto, de arenga o de consigna. “Podemos” ha
renunciado a ser influyente, a participar en el cambio social. Es más cómoda la protesta profesional, cambiar
el mundo viendo la televisión. Comiendo chuches y jugando a conquistar los cielos de Matrix. Nadie les espera
ya. Ni en el presupuesto, ni en la modernización de la RGI, ni en el impulso de
los planes de empleo, ni en la
actualización del autogobierno. Su política es de campanario. De nada más. Gila
les dedicaría un monólogo
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