sábado, 8 de diciembre de 2018

BUSCANDO CULPABLES


Ha transcurrido apenas una semana desde que el pasado domingo los votantes andaluces provocaron un terremoto político en la comunidad de Blas Infante. Los resultados escrutados en las urnas  no dejan dudas en relación a la voluntad mayoritaria de una ciudadanía que ha optado por el cambio de gobierno tras cuarenta años ininterrumpidos de socialismo. 

El batacazo electoral del PSA resulta elocuente a pesar de que la formación liderada por Susana Díaz  sea la que más representación ostente en el futuro parlamento andaluz.
Junto a esta apuesta por la alternancia política en la Junta de Andalucía, los comicios del pasado domingo evidenciaron una segunda consecuencia, el afloramiento y con fuerza de la extrema derecha con una docena de escaños. El “susto” ha sido mayúsculo porque si bien todo el mundo coincidía en apuntar a la notoriedad de Vox en las elecciones nadie pensaba que su irrupción fuera tan potente ni que contara con casi 400.000 votos.

El descalabro socialista ha estado provocado, básicamente, por el abandono de su tradicional votante que, por unas razones u otras, se quedó en casa refugiándose en la abstención (cuatro de cada diez).  El desgaste del gobierno prolongado, la falta de entusiasmo en las propuestas y   la penalización por la corrupción  son algunas de las razones  que han estado detrás de la falta de movilización del electorado socialista.

La “sultana” Díaz se había propuesto hacer bajar el diapasón de la campaña, eliminar cualquier “contaminación” externa y desarrollar lo que ella mismo denominó un programa “con acento andaluz”, que no fue otra cosa que el victimismo de quien se siente agraviado por todo el mundo (por la derecha, por los nacionalistas, por Catalunya…)  . Con la situación política existente en España, tal intento resultaba inviable. Bastó observar la agenda para darse cuenta de que el líder del PP, Pablo Casado se pasaría los quince días de campaña en los ocho provincias del sur, lo que certificaba el intento pretendido por algunos de convertir la cita autonómica en una prueba previa de comicios generales.

Para cuando Susana Díaz se quiso dar cuenta, el discurso político corría por arriba y para apuntarse al mismo cometió el enorme error de emplazar a las formaciones políticas del centro derecha a posicionarse en relación a Vox. Con esta torpe maniobra, Susana Díaz colocó a los de Abascal en el centro del tablero, haciéndoles crecer en notoriedad e influencia.

La otra parte de las “izquierdas” representada por una sopa de letras –Adelante Andalucía- que aglutinaba entre otros a Podemos, Izquierda Unida, Equo, etc, no supo “leer” la oportunidad que la coyuntura le brindaba como posible recambio de progresista del gobierno andaluz, denominado peyorativamente por Teresa Rodríguez como “susanismo”.

Los “anticapitalistas” lejos de sumar, restaron con sus propuestas radicales dejando todo el espacio electoral de centro abierto para que una formación como Ciudadanos, que había servido de muleta al socialismo, lo ocupara plácidamente. Y desde ese lugar permitir a Inés Arrimadas que hiciera su campaña catalana en Andalucía y es que la manipulación del “procés” y la explotación  de un españolismo reactivo ha calado profundamente en el conjunto de la península.

El Partido Popular ha sido en segunda  derivada quien más ha perdido en los comicios. Sin embargo su resultado  resulta engañoso, ha perdido para ganar. Su minoración de escaños –hasta siete le ha arrebatado su derecha extrema- contrasta con el encuadre global en el que su candidato, Mariano Bonilla se postula como sucesor de Susana Díaz (si la soberbia innata de Ciudadanos no lo impide).

El denostado Mariano Rajoy solía decir que para el PP el problema no era Ciudadanos sino Vox. El dicho popular insiste en que no hay peor cuña que la  de la propia madera, y en el caso de Vox sus componentes  militaron en el PP y muchas de sus reivindicaciones se las escuchamos también a Maroto, a Ruiz Gallardón, Vidal Cuadras, Mayor Oreja, Esperanza Aguirre o al mismísimo Jose María Aznar.

Su “mice en place” en la campaña andaluza no dejaba dudas de sus intenciones. A lomos de un caballo y con la banda sonora del “señor de los anillos”, Abascal y los suyos tiraban de épica para anunciar el “inicio de la reconquista” y emulando a la publicidad presidencial de Trump  fijaba su objetivo de “Volver a hacer grande a España”.

El partido en el que milita Ortega Lara , como lo definió recientemente Pablo Casado, ha utilizado un marketing político  sencillo pero eficaz. Directo. Sin matices. Buscando culpables directos a los problemas sociales.

El “bien” frente al mal. Frente a lo desconocido. Frente a la inmigración, a la “pérdida de valores”. “Los españoles primero”. “España una y fuerte”.
No era algo que sonara a nuevo. El Partido Popular o algunos de sus dirigentes habían prodigado esos mismos discursos.

Vox no es el postfranquismo. Tal componente tiene sus organizaciones tradicionales en la Falange o en los círculos fascistas. No es tampoco la Fundación Franco. Abascal no es Blas Piñar. Es otra cosa. Es la acerada imagen de un PP escorado. Es una mezcla de MayorOreja, de Gallardón, de Esperanza Aguirre, de Vidal Cuadras, de María San Gil o Maroto. Es una especie de radical con pistola al cinto.
Los ultras existieron siempre. Yo les recuerdo desde mi juventud con los guerrilleros de cristo rey. 

Pero llevaban un tiempo camuflados.  Integrados en el paisaje de un Partido Popular en que cabía todo el mundo, desde los liberales conservadores  hasta los neofranquistas. La cuestión es que ahora, esa derecha extrema ha decidido emerger con firma propia. Lo ha hecho aprovechándose de la coyuntura y libres de la tutela de un partido común que durante años  se había preocupado de mantener las filas prietas. Rajoy, en privado lo advertía. El problema del PP no era Ciudadanos sino Vox. Sabía lo que decía aunque nadie le entendía.

 Pero, ¿qué representa Vox?. Vox es la marca española de la ultra derecha europea y mundial. Una formación  supremacista que busca culpables a los males sociales que afectan a las democracias occidentales. Y los culpables siempre son los demás. Los diferentes. Los inmigrantes. Los que no comulgan con su totémica  idea de Estado-nacional (la España una, grande y libre). Los diferentes. En género. En derechos. En valores. Los que se sienten amenazados y tratan de imponer su supuesta supremacía. De raza. De credo. De nacionalidad.

Vox es la respuesta simple del ajuste de cuentas. De la ley de la selva. Y la contundencia de ese mensaje falso puede afectarnos a todos. También en Euskadi, y en Catalunya donde la crispación y el enfrentamiento parece subir de temperatura en los últimos tiempos.

Como la extrema derecha francesa, la española puede nutrirse de votantes de procedencia izquierdista. Radicales  de un signo u otro desengañados de la política y su capacidad de crecimiento dependerá proporcionalmente de los errores o aciertos  con los que las formaciones democráticas se enfrenten a ella. Reaccionar indignados con manifestaciones en las calles es un craso error. Mejor haber convencido a los que no fueron a votar para que lo hicieran que  arengar ahora  que las urnas han hablado. Invocar a una movilización  de las izquierdas a modo del Frente Popular frente a la  CEDA –Confederación Española de Derechas Autónonas- de hoy día resulta  de una ineptitud supina pues invocar a la repetición del pasado reciente (pre guerra) no hace sino alimentar el miedo. Y es precisamente el combate del miedo donde  la extrema derecha se desenvuelve como pez en el agua, aprovechando la fuerza del adversario para enfrentarse al mismo (la teoría del judo).

Mucho me temo que la derecha extrema ha llegado para quedarse. El PP ya no le da cobijo y vuela libre en un horizonte tensionado por los conflictos y la falta de acuerdos.

Del resultado de las elecciones andaluzas debemos extraer varias conclusiones. La primera de ellas que la voluntad del electorado es dinámica. Que no hay feudos ni graneros de voto que perpetúen opciones de gobierno. En segundo lugar, que  una formación política con vocación de pervivencia, debe permanecer alerta al sentimiento social de la gente. Volar bajo para percibir los mismos olores y sabores que las personas  interpretan en sus vidas. Y que frente a los problemas y las dificultades, es mejor buscar acuerdos que culpables.

Acuerdos entre diferentes para tejer confianzas y despejar amenazas totalitarias. Acuerdos grandes o pequeños. De convivencia o prespuestarios. Acuerdos que nos permitan a cada cual, con respeto,  vivir y avanzar lejos de la confrontación y de las tentaciones de imposición.

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