sábado, 22 de diciembre de 2018

MEMORIA Y CONVIVENCIA. CUESTIÓN DE RESPONSABILIDAD


Cuanto más se acercan fechas con carácter electoral, las formaciones políticas (algunas)  se abandonan al camino fácil del cambalache y el lío.  Es como si admitieran existiera una bula  de dispensa del principio de responsabilidad contraído con la sociedad y con los electores. Es una situación ridícula en la que el “bien común” deja de existir y prevalecen los intereses particulares  de quienes buscan atajos  en la pugna por convencer  al electorado  de que su formación  es merecedora, más que nadie, de la confianza de un preciado voto.

El contenido se olvida por el continente, por la estridencia, por el mensaje hueco pero sonoro. Por la diferencia. Se minusvalora el acuerdo  o la capacidad de diálogo en detrimento de la confrontación y así  se embrutece la acción política y pierde parte del crédito  concedido por la ciudadanía.

Es razonable que existan diferencias entre partidos políticos a la hora de analizar o valorar  compromisos de tan profunda intensidad como  los relacionados a la convivencia, la pacificación, el respeto a los derechos humanos, las víctimas, su reparación  o la construcción de un nuevo tiempo de concordia.

No discuto que con el abrupto  y dramático pasado que este país y sus gentes ha padecido  existan sensibilidades que difícilmente vayan a coincidir en diagnosticar  primero qué nos pasó  para cimentar un compromiso futuro de no repetición.  Entiendo que mirar al pasado divida más que alimentar con ilusión el futuro.  Lo que jamás llegaré a comprender es que  habiendo decidido formalizar en el seno parlamentario un punto de encuentro donde evacuar  inquietudes  y propuestas sobre esta delicada cuestión, ahora, en el momento de la síntesis,  se pretenda echar por la borda todo lo andado, reflexionado y compartido. Y lo entiendo mucho menos porque en esta materia, afortunadamente, la sociedad vasca no admitirá réditos políticos o electorales. 

Hago estas consideraciones tras el lamentable espectáculo que estamos viendo en relación a la ponencia parlamentaria de Memoria y Convivencia. Un organismo legislativo  específico del que, desde su origen nacía con el déficit del Partido Popular  que, voluntariamente,  había decidido quedarse al margen de dicho foro.  Un afán  incomprensible  pues se sustentaba en la supuesta “incompatibilidad” de esta formación para compartir debate con EH Bildu, cuando en el resto del universo parlamentario tal impedimento no ha existido, como lo demuestra habitualmente el diario de sesiones y la tozuda realidad. 

Vetos políticos e instrumentalizaciones  a un lado, la  ponencia  venía a continuar los pasos dados en la legislatura anterior, incorporando al debate a la nueva formación política surgida de las urnas, Elkarrekin Podemos. Su objetivo compartido era “la búsqueda de amplios consensos en relación a la memoria, la convivencia, las víctimas, la deslegitimación del terrorismo y la violencia, la política penitenciaria, la libertad, la paz y los derechos humanos”.  

Desde que se constituyera, allá por marzo de 2017, se han sucedido  las iniciativas, los consensos, las diferencias. Y también los acontecimientos externos  que han obligado a  adecuar los pronunciamientos parlamentarios y el cuadro de objetivos y compromisos a la nueva coyuntura del país.

No hay que olvidar que en este tiempo se ha producido notabilísimas novedades como puedan ser el desarme y la propia desaparición de ETA.  De ahí la necesidad  de involucrar –desde el obligado acuerdo parlamentario- al conjunto de la ciudadanía en el proceso de recuperación de la convivencia.  

Por la sede legislativa han comparecido víctimas. Del terrorismo de ETA  y de otras expresiones de violencia  habidas en el pasado. Han expresado sus pensamientos íntimos personas  represaliadas por la intolerancia.   Gente de bien  que ahora espera  que el Parlamento les devuelva, a modo de acuerdo amplio, un compromiso  para construir  una sociedad vasca distinta, respetuosa y abierta.  Sin embargo, tal anhelo se enfrenta con la cruda realidad de un irresponsable  desentendimiento  de determinadas formaciones  que, en lugar de mirar al horizonte, prefieren  marcar territorio en la defensa de  su propia estrategia y necesidad electoral.

 

Había llegado el tiempo de elaborar  un documento básico que sintéticamente contuviera un acuerdo mínimo de diagnóstico; un pronunciamiento compartido, una propuesta de pacto social y, finalmente, una serie de resoluciones que respaldar en sede parlamentaria. Un  documento síntesis  que las formaciones políticas  sentadas en la ponencia deberían  respaldar o enmendar, en un ejercicio constructivo de participación  colectiva.

Tal práctica de pluralidad, y de compromiso, corre el riesgo  absurdo de  no llevarse adelante.  A la ausencia premeditada del PP   se le suma ahora el bloqueo , cuando no el rechazo, de EH Bildu y del Partido Socialista para intentar una declaración final, que con sus luces y sombras,  nos cite políticamente con un prometedor punto de convivencia compartida.

No quisiera hurgar en los argumentos que unos y otros están, insensatamente, aireando en la opinión pública. Explicitar las diferencias dificulta aún más un punto de consenso . Y eso es precisamente lo que este país necesita y reclama.

Según la Izquierda Abertzale, no se dan las condiciones básicas para alcanzar un acuerdo. Y en esa apreciación, se  vuelve a “totemizar” el lenguaje,  cerrándose en banda  a cualquier  paso que evidencie una autocrítica. Ello se explica en la incomodidad que tal ejercicio provocaría en una parte de su militancia.  El pasado les pesa y EH Bildu no termina de darse cuenta de que en tanto no supere tal prueba no podrá homologarse como formación política normalizada. Mientras sigan atados  a la “injusticia” de un pasado  no conseguirán obtener la credencial  de alternativa democrática con la que es posible gobernar, pactar, sumar  o colaborar.  No se percatan de la rémora que arrastran e impiden, con el blindaje de su relato, cualquier  desarrollo y progreso de su propia alternativa.  La Izquierda Abertzale siempre ha llegado tarde a todo.  Y de continuar  con el empeño de no moverse  hacia su liberación definitiva de la historia de la violencia desarrollada en este país,  se volverá a quedar atrás. Sin margen de progreso.

El Partido Socialista por su parte vuelve a evidenciar en este terreno una calculada falta de gallardía para mantener  posiciones abiertas y de no trinchera. Es como si vivieran permanentemente acomplejados por el PP. Y lo que es peor,  so pretexto de  no se sabe bien qué “firmeza democrática”, no tienen escrúpulos a la hora de airear sus desencuentros, faltando al compromiso adquirido de “arreglar las cosas dentro” del Parlamento y no en los medios de comunicación. Este “vedetismo” al que empezamos a estar acostumbrados  es nocivo  para la política.  Porque desacredita  y daña la confianza. Porque convierte  las intenciones  de buscar el bien en un acto artificial y frívolo.

La actitud de unos y otros, que parece obedecer a una estrategia compartida,  indica que, en el fondo, socialistas y EH Bildu estarían encantados en olvidarse de los acuerdos parlamentarios en materia de memoria y convivencia. Porque para ellos es más fácil, más cómodo,  mantener las posicione que arriesgar para llegar a un acuerdo.  Por eso eluden cualquier responsabilidad.

Confío en que la sensatez impere y los partidos políticos  representados en el Parlamento Vasco sepan dar respuesta  a un compromiso compartido con las víctimas, con la memoria, con la convivencia y con los derechos humanos. Aún estamos a tiempo.

 


No quisiera terminar este escrito sin referirme, aunque sea escuetamente, a Félix Aranbarri.  El pasado miércoles llegó la fatal noticia de su fallecimiento.  Aún me duele el alma. Félix fue un abertzale. Un servidor público. Un hombre bueno.  Un ejemplo de los que nos iluminan en los momentos oscuros.

Él supo entregarse a su pueblo. A Ondarroa. A Euskadi. No fue un usurpador, ni ilegalizó a nada ni a nadie. En su integridad, él y su familia  sufrieron la persecución, el insulto, la amenaza, la violencia  física y latente. Sufrió  -sufrieron- mucho. En silencio. Sin aspavientos. Sin rendirse. 

Ese sufrimiento  fue el “injusto daño causado” que algunos cuestionan.  Un daño que espero, por humanidad, sepa reconocer  en un gesto que aguardo impaciente, Unai Urruzuno.  Con la misma firmeza  y la misma notoriedad que cuando, sentado a la puerta del ayuntamiento  y rodeado de los suyos, impedía a Félix entrar en la casa consistorial.  Es cuestión  de reconocimiento, memoria y reparación. No de odio.

Félix Aranbarri, agur eta ohore.

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