Cuanto
más se acercan fechas con carácter electoral, las formaciones políticas
(algunas) se abandonan al camino fácil
del cambalache y el lío. Es como si
admitieran existiera una bula de
dispensa del principio de responsabilidad contraído con la sociedad y con los
electores. Es una situación ridícula en la que el “bien común” deja de existir
y prevalecen los intereses particulares
de quienes buscan atajos en la
pugna por convencer al electorado de que su formación es merecedora, más que nadie, de la confianza
de un preciado voto.
El
contenido se olvida por el continente, por la estridencia, por el mensaje hueco
pero sonoro. Por la diferencia. Se minusvalora el acuerdo o la capacidad de diálogo en detrimento de la
confrontación y así se embrutece la
acción política y pierde parte del crédito
concedido por la ciudadanía.
Es
razonable que existan diferencias entre partidos políticos a la hora de
analizar o valorar compromisos de tan
profunda intensidad como los
relacionados a la convivencia, la pacificación, el respeto a los derechos
humanos, las víctimas, su reparación o
la construcción de un nuevo tiempo de concordia.
No
discuto que con el abrupto y dramático
pasado que este país y sus gentes ha padecido
existan sensibilidades que difícilmente vayan a coincidir en
diagnosticar primero qué nos pasó para cimentar un compromiso futuro de no
repetición. Entiendo que mirar al pasado
divida más que alimentar con ilusión el futuro.
Lo que jamás llegaré a comprender es que
habiendo decidido formalizar en el seno parlamentario un punto de
encuentro donde evacuar inquietudes y propuestas sobre esta delicada cuestión,
ahora, en el momento de la síntesis, se
pretenda echar por la borda todo lo andado, reflexionado y compartido. Y lo
entiendo mucho menos porque en esta materia, afortunadamente, la sociedad vasca
no admitirá réditos políticos o electorales.
Hago
estas consideraciones tras el lamentable espectáculo que estamos viendo en
relación a la ponencia parlamentaria de Memoria y Convivencia. Un organismo
legislativo específico del que, desde su
origen nacía con el déficit del Partido Popular
que, voluntariamente, había
decidido quedarse al margen de dicho foro. Un afán
incomprensible pues se sustentaba
en la supuesta “incompatibilidad” de esta formación para compartir debate con
EH Bildu, cuando en el resto del universo parlamentario tal impedimento no ha
existido, como lo demuestra habitualmente el diario de sesiones y la tozuda
realidad.
Vetos
políticos e instrumentalizaciones a un
lado, la ponencia venía a continuar los pasos dados en la
legislatura anterior, incorporando al debate a la nueva formación política
surgida de las urnas, Elkarrekin Podemos. Su objetivo compartido era “la
búsqueda de amplios consensos en relación a la memoria, la convivencia, las
víctimas, la deslegitimación del terrorismo y la violencia, la política
penitenciaria, la libertad, la paz y los derechos humanos”.
Desde
que se constituyera, allá por marzo de 2017, se han sucedido las iniciativas, los consensos, las
diferencias. Y también los acontecimientos externos que han obligado a adecuar los pronunciamientos parlamentarios y
el cuadro de objetivos y compromisos a la nueva coyuntura del país.
No hay
que olvidar que en este tiempo se ha producido notabilísimas novedades como
puedan ser el desarme y la propia desaparición de ETA. De ahí la necesidad de involucrar –desde el obligado acuerdo
parlamentario- al conjunto de la ciudadanía en el proceso de recuperación de la
convivencia.
Por la
sede legislativa han comparecido víctimas. Del terrorismo de ETA y de otras expresiones de violencia habidas en el pasado. Han expresado sus
pensamientos íntimos personas
represaliadas por la intolerancia.
Gente de bien que ahora espera que el Parlamento les devuelva, a modo de acuerdo
amplio, un compromiso para
construir una sociedad vasca distinta,
respetuosa y abierta. Sin embargo, tal
anhelo se enfrenta con la cruda realidad de un irresponsable desentendimiento de determinadas formaciones que, en lugar de mirar al horizonte,
prefieren marcar territorio en la
defensa de su propia estrategia y
necesidad electoral.
Había
llegado el tiempo de elaborar un documento
básico que sintéticamente contuviera un acuerdo mínimo de diagnóstico; un
pronunciamiento compartido, una propuesta de pacto social y, finalmente, una
serie de resoluciones que respaldar en sede parlamentaria. Un documento síntesis que las formaciones políticas sentadas en la ponencia deberían respaldar o enmendar, en un ejercicio
constructivo de participación colectiva.
Tal práctica
de pluralidad, y de compromiso, corre el riesgo
absurdo de no llevarse
adelante. A la ausencia premeditada del
PP se le suma ahora el bloqueo , cuando
no el rechazo, de EH Bildu y del Partido Socialista para intentar una
declaración final, que con sus luces y sombras,
nos cite políticamente con un prometedor punto de convivencia
compartida.
No
quisiera hurgar en los argumentos que unos y otros están, insensatamente,
aireando en la opinión pública. Explicitar las diferencias dificulta aún más un
punto de consenso . Y eso es precisamente lo que este país necesita y reclama.
Según
la Izquierda Abertzale, no se dan las condiciones básicas para alcanzar un
acuerdo. Y en esa apreciación, se vuelve
a “totemizar” el lenguaje, cerrándose en
banda a cualquier paso que evidencie una autocrítica. Ello se
explica en la incomodidad que tal ejercicio provocaría en una parte de su
militancia. El pasado les pesa y EH
Bildu no termina de darse cuenta de que en tanto no supere tal prueba no podrá
homologarse como formación política normalizada. Mientras sigan atados a la “injusticia” de un pasado no conseguirán obtener la credencial de alternativa democrática con la que es
posible gobernar, pactar, sumar o
colaborar. No se percatan de la rémora
que arrastran e impiden, con el blindaje de su relato, cualquier desarrollo y progreso de su propia
alternativa. La Izquierda Abertzale
siempre ha llegado tarde a todo. Y de
continuar con el empeño de no
moverse hacia su liberación definitiva
de la historia de la violencia desarrollada en este país, se volverá a quedar atrás. Sin margen de
progreso.
El
Partido Socialista por su parte vuelve a evidenciar en este terreno una
calculada falta de gallardía para mantener
posiciones abiertas y de no trinchera. Es como si vivieran
permanentemente acomplejados por el PP. Y lo que es peor, so pretexto de
no se sabe bien qué “firmeza democrática”, no tienen escrúpulos a la
hora de airear sus desencuentros, faltando al compromiso adquirido de “arreglar
las cosas dentro” del Parlamento y no en los medios de comunicación. Este
“vedetismo” al que empezamos a estar acostumbrados es nocivo
para la política. Porque
desacredita y daña la confianza. Porque
convierte las intenciones de buscar el bien en un acto artificial y
frívolo.
La
actitud de unos y otros, que parece obedecer a una estrategia compartida, indica que, en el fondo, socialistas y EH
Bildu estarían encantados en olvidarse de los acuerdos parlamentarios en
materia de memoria y convivencia. Porque para ellos es más fácil, más cómodo, mantener las posicione que arriesgar para
llegar a un acuerdo. Por eso eluden cualquier
responsabilidad.
Confío
en que la sensatez impere y los partidos políticos representados en el Parlamento Vasco sepan
dar respuesta a un compromiso compartido
con las víctimas, con la memoria, con la convivencia y con los derechos
humanos. Aún estamos a tiempo.
No
quisiera terminar este escrito sin referirme, aunque sea escuetamente, a Félix
Aranbarri. El pasado miércoles llegó la
fatal noticia de su fallecimiento. Aún
me duele el alma. Félix fue un abertzale. Un servidor público. Un hombre
bueno. Un ejemplo de los que nos
iluminan en los momentos oscuros.
Él supo
entregarse a su pueblo. A Ondarroa. A Euskadi. No fue un usurpador, ni
ilegalizó a nada ni a nadie. En su integridad, él y su familia sufrieron la persecución, el insulto, la
amenaza, la violencia física y latente.
Sufrió -sufrieron- mucho. En silencio.
Sin aspavientos. Sin rendirse.
Ese
sufrimiento fue el “injusto daño
causado” que algunos cuestionan. Un daño
que espero, por humanidad, sepa reconocer
en un gesto que aguardo impaciente, Unai Urruzuno. Con la misma firmeza y la misma notoriedad que cuando, sentado a
la puerta del ayuntamiento y rodeado de
los suyos, impedía a Félix entrar en la casa consistorial. Es cuestión
de reconocimiento, memoria y reparación. No de odio.
Félix
Aranbarri, agur eta ohore.
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