Uno
estaba acostumbrado a identificar
“caristios”, “várdulos” y “autrigones” pero no sabría distinguir las diferencias de las nuevas especies. Así
que pregunté a un amigo sobre los
principales rasgos de la nueva fauna. A
los “hipster” conseguí identificarlos
por mí mismo. Barbudos, gafapastas, camisas de cuadros, relojes caros…Vamos, un
espécimen petardo de los de antes pero
con gustos refinados tirando a
“vintage”.
Creí
reconocer a los “bobos” -los “esféricos”,
los “activos”, los “útiles” y los peores de todos, los “vovos”- pero no. La clasificación actual de tal tribu no tiene
nada que ver con la definición tradicional
por mí asimilada. Los “bobos” de
hoy son una mezcla de burgueses y bohemios. Es decir, pijos acomodados de costumbres de vida alternativa. Modernos con ropa cara, bicicleta y tarjeta de crédito.
Los
“Muppies”, según el análisis de mi amigo, son una evolución de los “hípster”. Sus
hábitos pasan por practicar deporte a menudo (lo que ahora se llama “running”),
comen raro (vegetarianos y veganos) y,
sobre todo, viven su experiencia personal en las redes sociales, inundándolas
de “hashtags”.
Los
“lumbersexuales” pueden inducir a confusión. Su apariencia es rústica. Camisas
de cuadro ancho de franela, botas de monte, aspecto desaliñado. Podría un
individuo de este rango ser confundido
por un leñador, pero en las ciudades es improbable encontrarlos, y menos si la
camisa que porta cuesta más de 300 euros.
Finalmente,
los “coolturetas” son la vertiente más
intelectual de las nuevas estirpes. Leen
a Kafka y Feuerbach. Citan a Kierkegaard
, pero no como Faemino y Cansado, ven
películas japonesas con subtítulos y su música preferida no sale en
Spotify.
Agradecí
a mi amigo, de nombre Charles y apellido Darwin, sus explicaciones sobre el
origen y evolución de las especies que
ocupan nuestro mundo actual. ¡Dónde
vamos a parar! –pensé-. Caminamos un
nuevo orden con cánones de pura
impostura. ¿Dónde queda la tradición,
los valores populares que han forjado
nuestro recio carácter de “personas
humanas”?
El
estereotipo genuino de “civilización occidental” se desvanece.
Ahora todo es “running”, correr de forma organizada para mejorar la forma
física. Ya nadie se acuerda de la
función social que guardaba el deporte espontáneo. Aquellas emblemáticas carreras
en calzoncillos que se
organizaban en un pis-pas tras una cena de
amigos. Lo importante no era el deporte sino hacer el gamberro.
El
individualismo ha vencido a lo
comunitario. El entretenimiento actual se guarda en el Ipad o en la
“Tablet”. No como
antaño, alrededor de una mesa con el lenguaje inteligente de las señas, los
“hamarrakos” y los “órdagos” sonoros.
A este
paso, en poco tiempo, se extinguirán las carreras de caracoles y las bajadas en
goitibera. Hasta el guipuzcoano que rompía 76 nueces con el culo en un minuto
pasará al olvido y su gesta será un
simple apunte en la hemeroteca. Y, con
él, el recuerdo de una competición sin igual. El “lanzamiento de rabiosa”. En la
Marcilla navarra donde mozos y mozas
arrojaban una azada de kilo y medio de peso hasta alcanzar el récord de
treinta y ocho metros.
Todo
eso, y mucho más, lo creíamos perdido por el inexorable imperio de la
postmodernidad. Pero no. Afortunadamente ha irrumpido en escena un personaje
singular que nos ha hecho
recuperar las antiguas sensaciones. Como los “fogones tradicionales” que
emite “Canal cocina”. Un auténtico líder capaz de no amilanarse ante los
complejos. “Nosotros – ha dicho en un chute de autoestima- celebramos la
Navidad, ponemos el belén, el árbol, festejamos nuestras tradiciones y nuestra
semana santa y nos sentimos orgullosos. Y al que no le guste que se aguante,
porque nosotros somos españoles".
Se
trata del secretario general del Partido Popular, Teodoro García Egea. Un
hombre sin filtros, “orgulloso de
defender la caza, y los toros.”
Teodoro
es, como la etimología de su nombre indica, un “don de Dios”. Ingeniero en telecomunicaciones, el murciano
de Cieza es como el “hombre del renacimiento” pero en la versión española que
pudiera presentar Lauren Postigo.
Judoka,
maratoniano, mountain biker, amante de las travesías por la nieve, se atreve
aún a hacer prácticas de marcha con las
COEs (es reservista alférez del Ejército del aire). Toca el piano, el
clarinete en la banda de su pueblo
y hasta redobla el tambor.
El
secretario general del Partido Popular que sustituyó en el cargo a María
Dolores de Cospedal posee, además de las
habilidades antes señaladas, una cualidad
difícil de igualar. En
2008, Teodoro García se proclamó campeón del mundo en la prueba de lanzamiento
de hueso de la oliva mollar chafá, originaria de Cieza. Proyectó el güito a 19
metros y ganó un torneo que todos los años paraliza la región de Murcia. La compleja
especialidad competitiva consiste en
propulsar con la boca un hueso de aceituna sin que para el lanzamiento se
permita la utilización de canuto o cualesquiera artilugio. Simplemente el
pulmón y la dominación de la técnica del escupitajo.
“Nunca había lanzado más de 11 metros – ha declarado años
después Teodoro-. Ganar el campeonato mundial de lanzamiento de hueso de
aceituna “abrió una nueva etapa en mi vida” aseguró el murciano en declaraciones recogidas en la
web del concurso. De allí, al
estrellato. A la cúspide del Partido Popular.
La mano derecha de Pablo Casado es un fiel representante del transformado Partido Popular. A la
búsqueda de sus raíces aznarianas, los dirigentes de Génova han conseguido, por primera vez en la
historia reciente, alzar a uno de sus
representantes hasta la presidencia de la Junta de Andalucía. Pese a perder
siete escaños y más de trescientos
veinte mil votos (casi un 7% de su electorado), el PP saca pecho escondiendo su
fracaso. El responsable del trampantojo
en buena parte es Teodoro García Egea quien personalmente negoció y pacto con
la ultraderecha de VOX la investidura de
Moreno Bonilla. El peaje a pagar por los
populares a los radicales pasa por
efectuar modificaciones en las políticas de
gestión de la inmigración, la violencia contra las mujeres, la memoria
histórica, los impuestos o el retorno a
un modelo de Estado centralizado.
El “Frente Nacional” de Abascal no ha necesitado matizar demasiado su
discurso ni sus pretensiones para que el PP se las comprara. Bastó la amenaza
de una repetición electoral para que los populares, tras una negociación opaca,
cerraran los flecos del acuerdo.
El partido de Albert Rivera (que ha estado desaparecido en
combate en las últimas semanas), cooperador necesario de las nuevas derechas,
reniega en público del compromiso y de los votos suscritos por VOX. Pero, aún con una pinza en la nariz,
Ciudadanos sumará sus 21 escaños a la coalición del “cambio” y su hombre fuerte en Andalucía,
Juan Marín, será el vicepresidente de un gobierno bendecido por quienes han celebrado la “reconquista”. Una colaboración que la formación naranja
deberá explicar ante quienes en Europa les reclamaba establecer una actitud beligerante contra la extrema derecha, a modo
y manera como lo hiciera Macron con Marine Le Pen.
Sea como fuere, el pacto andaluz huele a rancio. A tiempos en los que se cantaba “montañas nevadas” o se
arengaba el patriotismo español tras el
incidente del peñón de Perejil.
El “pacto andaluz” tiene un poso argumental cercano al
“Mercader de Venecia”. Vox, el usurero de la trama, reclamará del PP –el
necesitado de votos- una libra de su carne
si no cumple con lo pactado. La libra de carne más próxima a su corazón.
El precio resulta demasiado alto. Quizá no para Casado y su lanzador de
aceitunas favorito. Pero, para el conjunto de la democracia, la “postderecha”
fraguada estos días puede suponer una
amenaza muy seria de involución. Involución en libertades, individuales y
colectivas. Involución en diálogo, tolerancia y respeto a la diferencia.
Involución en la convivencia.
Teodoro se ha venido arriba.
“Moreno Bonilla va a hacer mucho más por Andalucía en sus primeros días
de gobierno de lo que ha hecho el socialismo en 36 años”.
Ya podemos apartarnos de su radio de acción. Como coja aire
nos puede dar un aceitunazo. Cuanto más lejos, mejor.
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