sábado, 2 de febrero de 2019

AISLARSE DE LA TEMPESTAD QUE VIENE DEL SUR


Un periódico digital publicaba el pasado martes el siguiente titular; “la ciclogénesis explosiva llegará a Euskadi después de comer”.  Sorpresa. No sabía yo que los fenómenos climatológicos se alimentaban  previamente a manifestarse.   Podían presentarse improvisadamente. Pero no, tenía que ser  después de comer.  Mejor si se hubiera echado la siesta.

A tenor de la cantidad de agua y viento que la tormenta vomitó sobre nuestras cabezas, el almuerzo debió haber sido copioso.

Alguien había bautizado a la borrasca como “Gabriel”. Tiene guasa el tema. Eso de poner nombres a las tormentas está reglado. El  sustantivo, desde 1954, lo determinaba la Universidad Libre de Berlín, que  democratizó la denominación de los efectos meteorológicos admitiendo que cualquier persona, previo pago, pudiera poner nombre a los anticiclones y borrascas acontecidas en Europa.

Los nombres de los anticiclones deberían ser femeninos, y su precio era superior (299 euros frente a 199)  al de las borrascas, habida cuenta de su mayor durabilidad temporal.  Sin embargo, hace bien poco,  la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), junto a sus homólogas MétéoFrance y el Instituto Português do Mar e da Atmosfera (IPMA) rompieron  con el monopolio alemán y comenzaron, por su cuenta, a denominar, según su albedrío, a las “bajas presiones” de sus entornos. El nomenclátor se extendió y al igual que los ciclones y huracanas, las adversidades  climáticas en nuestro entorno tendrían un apelativo  más común que las hasta entonces  calificaciones teutónicas.

Así, el último temporal llevó el sustantivo de  “Gabriel”,  un nombre de origen hebreo que viene a significar “fuerza de Dios”.  Y, por Dios que sí la tuvo. Como si en la colación que nos anunciaba  “El Correo”  hubiera almorzado  una sobredosis de las espinacas de Popeye.

La meteorología ya no es una cuestión de fe.  Los que somos  viejunos recordamos aquellos informes que en la tele de blanco y negro  a diario relataba como un autómata  Mariano Medina, el “hombre del tiempo”.  Sus indescifrables pronósticos comenzaron a ser  entendidos cuando en aquellos mapas, hechos con cartón y tizas  se insertaron paraguas o soles. Mariano Medina  era el paradigma del “busto parlante”.  Imperturbable ante las cámaras. Cuenta una leyenda urbana de la televisión que un día Pedro Macías, para  poner a prueba sus nervios de acero, le bajó los pantalones mientras, en directo,  hablaba de isobaras y chubascos. El “hombre del tiempo” ni se inmutó. Cuando terminó  su discurso y fuera de cámara, se subió los pantalones y santas pascuas. A partir de entonces, y para evitar situaciones similares, Mariano Medina presentó el “tiempo” sentado a una mesa.  

Ahora todo es distinto.  Basta echar un vistazo a la pantalla del móvil para informarse por dónde llega el frío, la lluvia  y hasta el granizo.  Todo es mucho más dinámico y próximo pues puede contemplarse, casi en tiempo real, la evolución del ambiente.  Sabemos a qué hora comenzará a llover  y cuando escampará con una fiabilidad impresionante.  De ahí que los expertos nos hayan alertado de que en esta situación climática tan extraña, con números fenómenos extremos, hayamos entrado en un proceso de sucesión de borrascas.

Y como todo es previsible, sabemos que a la ciclogénesis “Gabriel” ya pasada le sobrevendrán otras  que se llamarán  Helena, Isaias, Julia, Kyllian, Laura, Miguel, Nicole, Óscar, Patricia, Roberto, Sara, Teo, Vanessa y Walid.

La política está más revuelta aún que la propia climatología.  Los “elementos adversos” se extreman y por doquier arrecian  truenos, relámpagos y “chuzos en punta”. No hay atisbo de “anticiclón”  o de calma. Todo lo contrario. Lo abrupto sustituye a lo duro y la aspereza  de los discursos  amenaza con convertir el escenario en una grosera pugna de descalificaciones al por mayor.

Es como si asistiéramos a una competición de estupideces. Mientras todos esperaban que Rivera moderase su discurso para aprovechar el hueco abierto en la centralidad  por el desplazamiento del PP hacia VOX, su movimiento ha sido el de acompañar la deriva de exageración. La moderación no casa con su temperamento. Así, el partido naranja  hacía rodar por las redes sociales  su última “perla” destructiva. En  cuarenta y tres segundos y con su firma bien  remarcada,  decía lo siguiente; “Sánchez agacha la cabeza otra vez.  Cede ante quienes asesinaron y secuestraron. Mercadea con la dignidad de las víctimas del terrorismo. Para conseguir el apoyo del PNV y Bildu. Transfiere prisiones al País Vasco. Acerca a los presos de ETA. Excarcela a terroristas. ¡Basta de burlarse de las víctimas! España está por encima de los presupuestos de Sánchez. Elecciones ya”.

La manipulación de la extinta violencia  y de las víctimas  por ella injustamente provocadas no es nueva  en relación a las formaciones españolas.  Es más, diré que  ha sido consustancial  a los partidos estatales de centro derecha que han utilizado  - en el peor sentido del término-  la instrumentalización del dolor como herramienta de coacción política.  Una práctica  impresentable a la que también Ciudadanos se ha abonado.  Y es que para buscar rentabilidad  política, todo  le vale a Rivera. Todo menos ser propositivo.

Luis Garicano, gurú económico de los “naranjas”, parecía salvarse  de estas  prácticas stempestivas. Pero no. El pasado miércoles el candidato a eurodiputado de Ciudadanos  vino hasta Bilbao y en un acto público tuvo el poco respeto de decir que “la subida de las pensiones la van a pagar todos menos lo vascos”.  Su afirmación tenía como base falsa la afirmación de que la deuda pública no entra en el cálculo del cupo”. Ni que decir tiene que mentía. Un “prestigioso economista” como él debería tener mucho más rigor. Pero el afán de Garicano  a quien vivir a caballo entre Ámsterdam, Londres y Madrid parece haberle aturdido,  no se detuvo ahí y dedicó  un “twit” a sus compañeros de partido en Euskadi  “impresionado por vuestra ilusión, energía para acabar con el régimen  de “partido único”  del PNV que a base de euskaldunizar a la fuerza a un Euskadi más provinciano, más cerrado y con menos capacidad de elegir” (sic).  El “faro” liberal de Ciudadanos  dejó de ser referente de moderación. Se apagó su crédito..

Para pocas luces, una nueva comunicadora que parece desenvolverse  en esto de reproche desmedido como pez en el agua. Además no oculta  que se encuentra feliz  en esta fase de creatividad argumental. La barbaridad, en este caso, la ha patrocinado el PP y en concreto su portavoz en el Congreso, Dolors Monserrat. En su particular carrera por ingeniarse  la mayor  maledicencia, la diputada popular solicitaba la comparecencia en la cámara baja de la Ministra de Política Territorial  y Función Pública, Merichell  Batet a fin de “informar sobre el desmantelamiento del Estado con el traspaso de treinta y tres competencias, incluida la competencia en materia de prisiones, al País Vasco”.  Al cumplimiento de la ley, porque como tal debe entenderse el desarrollo del Estatuto de Autonomía de Gernika,  la voz de Casado en el Congreso  calificaba, ni más ni menos, que “desmantelamiento del Estado”. Sólo le faltó comparar el momento  con la caída del imperio romano.  No hay palabras para responder a tanta ignorancia. 

El vendaval de posicionamientos hirientes para cualquier entendimiento, regresivos en lo democrático,  amenazantes e involucionistas en  relación al reconocimiento del Estado autonómico parece no tener fin. Y de acostumbrarnos a  la obscenidad ni nos inmutamos al escuchar  llamar “cobarde” repetidas  veces al presidente de su gobierno.   Es como si asistiéramos a las consecuencias  nocivas de un “cambio climático”  devastador y destructivo para la democracia. Los tiempos venideros auguran una “tormenta perfecta”.  El aguacero de irresponsabilidades, la sacudida  de las ráfagas de ira y el frío helador de las mentiras nos va a obligar a  arroparnos  adecuadamente. A aislar las puertas y ventanas de Euskadi con cierres térmicos para evitar las consecuencias del “viento que viene del sur”. Llega un invierno duro con copiosas precipitaciones y temporales con nombre propio. La borrasca “Casado”, el tornado “naranja”, el ciclón  “boina verde”.

Últimamente se ha hablado demasiado de establecer un “cinturón sanitario”.  En Euskadi, tonterías las justas. Vacunas, prevención y buenas prácticas. Aislémonos, si podemos, de la tempestad  que arrecia en España  y sigamos construyendo Euskadi con seguridad, respeto, trabajo y confianza. Porque así, llegará la primavera.

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