sábado, 16 de febrero de 2019

LEÓNIDAS Y LA FOTO DE COLÓN


Las fotografías  captan un momento efímero entre  las coordenadas de espacio y tiempo. Es la captura de una secuencia dinámica irrepetible porque por mucho  que se parezcan las instantáneas entre sí, por mucho que sean ejecutadas consecutivamente  en ráfagas  inmediatas, siempre presentan matices diferenciados  lo que hace que cada imagen resulte genuina y única.

Las fotos, muchas de ellas, además de presentar  una realidad determinada, contextualizan  la imagen. La dotan de historia, de significados que van más allá de un encuadre, de una luz  o un contraste. 

La última foto comentada  cuyo desarrollo me encantó la publicó mi amigo Txema Montero en el diario DEIA. Era una ilustración histórica; el encuentro  en 1914 de Pancho Villa y Emiliano Zapata en el salón presidencial de la república mexicana  tras la victoria de  los revolucionarios. Un momentazo inmortalizado magníficamente  en una instantánea  en la que  una masa coral de personajes rodeaba y acompañaba a los líderes  Zapata y Villa , aposentado en la silla presidencial de Porfirio Díaz, el mandatario  derrotado.

La fotografía que hoy  someto a análisis es mucho más reciente y, probablemente  tenga mucho menos épica y significado histórico.  Fue un “posado”. No una estampa improvisada, ni un “robado” que dirían los “paparazzi” del colorín.  Fue un voluntario y buscado bodegón  humano en toda regla  al que solo faltó la alfombra roja  y el fotocol.

El retrato coral se captó el pasado domingo en la madrileña plaza de  Colón.  Tras una concentración reivindicativa  “por la unidad de España”  y  en demanda de “elecciones  ya”,  los promotores del evento fueron llamados a posar  ante las cámaras  para dejar huella de su iniciativa.  La comitiva de próceres “patriotas “subió  al monumento del descubrimiento de América. En su muro  pétreo se podía leer la palabra “Capitulación”, lo que ya era un indicio  del carácter  que aquel encuentro  tenía. A la mayoría de los intervinientes en  el mural  se les veía enardecida. Se  creían  protagonistas de una gesta de raíces épicas. Como  don Pelayo  en el inicio de una nueva “reconquista de los corazones”.

Con anterioridad al fotograma, como ocurre en toda buena imagen de familia,  el orden del cuadro costó en hacerse. Y como en cualquier  acto de resonancia pública se vivió una pugna por el protocolo. En el centro de la imagen  dos protagonistas buscaban el primer plano a codazos. Uno era Maroto que pretendía ganar la posición a un desconocido personaje que braceaba  mejor que el vitoriano.  Codo va, codo viene. Como dos chiquillos que se pelean por estar delante.  El “bracilargo” era un tal Cristiano. No era Ronaldo  aunque manejara  los codos mejor que el defraudador portugués a la salida de un córner. Era Cristiano  Brown líder de UPyD. ¿UPyD? Sí. ¿Pero no se había desintegrado? Pues no.  Y ahí estaba el sucesor de Rosa Díez y Gorka Maneiro  para acreditarlo.  Buscando hueco  a golpe de brazo.


 Rivera no quiso aparecer solo junto  a Casado y Abascal. Rompiendo  el compromiso contraído quiso estar arropado de los suyos para hacer más  numerosa la estampa. Como quien huye de una imagen conjunta con el cuñado  indeseable. El joven líder de Ciudadanos  estaba nervioso. Incómodo ante la tesitura en la que se veía envuelto. Momentos antes, integrado entre la gente  había compartido concentración con Garicano, Manuel Valls y Mario Vargas Llosa. Su “gurú económico”, con “menos luces que un barco contrabandista” debió perderse  en la espesura. El  ex primer ministro galo  desapareció  “a la francesa” en cuanto alguien mencionó  la posibilidad de una  foto en la que  se compartiera  encuadre con  los espartanos hoplitas de VOX.  Y el tercero, el “patriota español-peruano”, se esfumó de la escena. Como Pantaleón en busca de las “visitadoras”, el nobel  hizo mutis  y dejó al joven valor del Íbex-35 sin escolta que le resguardara.  Así que  abrumado por la posible compañía y temeroso del reproche  que  pudiera tener de los líderes europeos  se hizo rodear  de sus candidatos  madrileños. Y del “peón negro” Girauta, un buen guardaespaldas  para cualquier momento.

 Rivera  jugaba al despiste. Hasta se hizo acompañar de banderas arcoíris  para diferenciarse de tanta enseña preconstitucional,  pero  por mucho que  pretendiera desviar la mirada hacia otro lado, su propósito fue inútil.  Estaba allí, en el mismo tiro de cámara  que sus asociados  “boinas verdes” y la rojigualda  con el “pollo”  levantisco.  Se lo tendrá que explicar  a Macron o a quienes  activamente han trabajado para combatir a la extrema derecha en Europa.

En el centro del encuadre  de la instantánea se aposentó Pablo Casado.  Con él su portavoz,  Dolors Monserrat  y los “primos” navarros y asturianos de UPN y Foro Asturias, Yolanda Ibáñez y Carmen Moriyón.

El presidente del PP parecía pagado de sí mismo.  Henchido  de orgullo y satisfacción.  Lleva un tiempo así, en levitación nacional. Por eso, cuando habla se desparrama. Se desborda y no sabe diferenciar entre lo real y lo imaginario. La verdad y la postverdad.  Se cree en las Termópilas  dispuesto a acabar con el ejército de “Jerjes “ Sánchez; el “felón” . El  “traidor”.

En posición de “firmes”, como los  buenos soldados a la llamada de cornetín de mando, invocaba a la “unidad”. Pero por mucho  que Casado se crea protagonista, su altura de estadista no medrará como la de Sarkozy  y sus alzas en los zapatos.  Cada exceso de su nueva política “sin complejos”   le empequeñece y hace que su partido, poco a poco,  pierda fuerza en beneficio de quien no necesita hiperventilarse  para demostrar  rudeza. Porque de por sí su carácter es así de natural. Naturalmente extremo quería decir.

Casado pierde y gana quien ha emergido  del propio PP para emanciparse  como formación propia. Es el “Leónidas “de la foto; Abascal. El caudillo de los “españoles de bien”  que definiría su lugarteniente Ortega Smith.

En la foto  está situado en su sitio. A la derecha, en el extremo. Su mirada es altiva y desafiante.  Sólo le faltaba  arengar a la tropa. “ ¡Por España! ¡Por una patria grande y libre!”. Entonces escucharíamos  por respuesta el grito de los espartanos de la foto. Un rugido  repetido ; “¡Aú, Aú, Aú!”.

Quienes convocaron la concentración  patriótica española del pasado domingo se habían propuesto  trasladar un mensaje  nítido a la opinión pública. Un mensaje  de unidad y fuerza de cara a la delicada coyuntura política vivida en el Estado. Sin embargo ni las mentiras contenidas en el comunicado leído, ni el “pinchazo” en la movilización, ni la falta de propuesta política alguna salvo la mano dura, consiguieron  que el objetivo se cumpliera. Lo que sí provocó la “foto de las Termópilas” fue  inducir al  miedo. Miedo  al enfrentamiento, a la radicalidad. A volver al pasado más oscuro. Y el miedo es un componente  muy peligroso de utilizar porque  su socialización puede mover voluntades insospechadas.  Es probable que una parte de quienes  han impulsado la unidad de acción de las derechas para forzar el cambio político en España no hayan sopesado  esa posibilidad de despertar y movilizar a un electorado aletargado hasta ahora.  Si no lo han tenido en cuenta, pagarán las consecuencias y , de manera especial, el PP de Casado cuya ciega estrategia  por acabar con Sánchez puede provocarle un corrimiento de votos que propicie el “sorpasso” con Ciudadanos, y el trasvase de una parte de sus apoyos  al “lado oscuro” de derecha. Si esto ocurre,  y todo apunta a que así sea,  Casado será el responsable del final de una  carrera delirante  y autodestructiva.

Querían elecciones anticipadas y ya las tienen. El 28 de abril. Tras una semana de pasión, Sánchez  pretende resucitar en el tiempo de Pascua. El inquilino de la Moncloa no quiere que sus baronías entorpezcan  su campaña.  Ganará o perderá él buscando la centralidad y el refugio de la izquierda  ante el previsible naufragio de Podemos.
La política líquida española se transformará en gaseosa. Y la desafección provocada por ésta se acrecentará aún más en Euskadi, acostumbrada a la solidez de las cosas con fundamento.  Una solidez demostrada en los acuerdos  que se siguen sucediendo a pesar de gobernar en minoría. Acuerdos como las tres leyes  aprobadas en el Parlamento (incremento salarial funcionarios, RGI y enseñanza concertada y universitaria) o la difícil cuadratura  alcanzada en materia de financiación entre diputaciones, ayuntamientos y gobierno.  Cada cual tiene su foto, su experiencia  y el descargo de su influencia. Ahora toca a la gente decidir con que retrato quedarse.

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