sábado, 16 de marzo de 2019

JON DARPÓN


El propietario de un pequeño comercio del barrio en el que resido me preguntaba ayer  extrañado por la dimisión de Jon Darpón  “¿Por qué se marcha? –me interpeló- Me parece un despropósito que un hombre que ha demostrado una gran valía tenga que irse así. ¿Por qué? ¿Porque no le quieren los de Batasuna? ¿Por qué el PP está cabreado con el PNV tras haber echado a Rajoy  y le quiere pagar con la misma moneda?” “Esa política es la que la gente de la calle no entiende –prosiguió mi vecino-. Tenemos una sanidad que, con sus problemas  y fallos es la envidia de todo el Estado. Además, no hace falta que nadie nos lo diga. Basta con ser un usuario de la misma para darse cuenta de que los impuestos que pagamos están bien dedicados. Nos sentimos seguros y protegidos y eso es gracias a los profesionales, a los médicos, a los enfermeros, a todo el personal. Y también a los políticos que gestionan Osakidetza, que es una de las joyas de la corona del País Vasco. Pero eso no parece ser suficiente para algunos.” “Darpón –finalizó su  monserga el tendero-  es un buen tío. Yo confiaría en él para lo que hiciera falta. No entiendo a quienes  se lo han cargado. Son unos irresponsables.”
Me quedé sin argumentos con los que responder. Él lo había dicho todo y vehementemente. Nada que apostillar. Salvo un “mecagüen” que me tragué para mis adentros.
Y en ese trago amargo me vienen muchas sensaciones  a la cabeza. Injusticia, crueldad, desvergüenza, falsedad.
Mi más profundo desprecio para quienes, sin ningún fundamento –ninguno- han cargado contra la profesionalidad, la integridad y el buen nombre de Jon Darpón. Parlamentarios  sin escrúpulos, sin filtros éticos. “Caníbales” miserables a los que “todo les  vale” con el bajo instinto de desacreditar al adversario. Portavoces  de la infamia que no necesitan probar  nada de lo que acusan.  Inquisidores que se sienten fiscales, jueces y verdugos a la vez. “Revolucionarios” de guillotina y cadalso.  Políticos de basurero que nunca han sabido aportar nada en positivo y que  han convertido su acta  representativa  en una licencia para  denigrar. Sí. Mezquinos manipuladores  de la realidad  que sólo aplican el principio de la “presunción de inocencia” para los amigos. Para los demás, látigo, sospecha, difamación y escarnio.
En las antípodas de esta “clase política”  de barraca y taberna, sitúo a Jon Darpón. Un hombre  honesto, íntegro. Sin doblez. Un profesional de la medicina que  ganando tres veces más de la retribución  que cobraba como alto cargo, decidió  comprometerse con una gestión pública. Por vocación de servicio. Por compromiso de país. Para mejorar el bienestar de la gente.
No aceptó “entrar en política” para forrarse. Ni para alimentar su vanidad o su expectativa  de conocimiento público. Todo lo contrario. Y en ese ímpetu de modernizar y mejorar  las prestaciones sanitarias volcó todo su bagaje profesional. El de un médico incansable al servicio de sus pacientes. Pese a la grave crisis económica pasada, mantuvo  el pulso de la sanidad pública vasca. Inauguró nuevos centros hospitalarios  comunitarios (Gernika, Urduliz, Eibar).  Planificó la atención primaria y la investigación (Biocruces). Consiguió nuevas inversiones tecnológicas. Impulsó  una planificación  de primer nivel en oncología. O defendió, entre otras medidas, las ayudas públicas a  los sectores más necesitados en el denominado “medicamentazo”.  Ahora, estaba  dispuesto a dotar al servicio vasco de salud de los recursos humanos  necesarios para  garantizar la estabilidad –a un 95%- de su plantilla estructural.  
Todo ese magnífico balance de gestión  no le ha servido ante el feroz acoso al que se ha visto sometido.
En la  presión externa  que ha motivado la salida del Gobierno del consejero Darpón  han coincidido, a modo de ariete inculpatorio,  dos ámbitos; el político, modulado por la oposición parlamentaria, y el mediático  en el que cabe resaltarse el papel agitador de determinados opinadores habituales.  
Los críticos, los comentaristas y los parlamentarios de la oposición no han podido confirmar a través de pruebas incontestables las graves acusaciones que han vertido  en torno al proceso selectivo de la OPE de Osakidetza. Ni una sola evidencia. Si así hubiera sido, deberían haberla comunicado inmediatamente  al juzgado de guardia correspondiente. Pero no. Difamar es fácil. Cosa distinta  contrastar verazmente los recelos.
Que hay indicios de irregularidades nadie lo niega. Ni tan siquiera la investigación interna  llevada a cabo por la propia Osakidetza, lo que permite creer que ésta se ha llevado diligentemente y sin cortapisas. Pero, una cosa es hallar apariencia de infracciones y otra bien distinta  documentar y probar que las ha habido determinando los responsables  que presuntamente las han cometido.
Pese a eso, y por elevación, quienes han sido incapaces de constatar  dónde estuvo el presunto fraude, quien lo cometió y cómo lo llevó a efecto,  fijaron el ámbito de responsabilidad de las sospechas  al referente político  del departamento de Salud. Caza mayor.  Como si el bueno de Jon Darpón  hubiera, por acción u omisión, participado o consentido  las presuntas irregularidades.
Es muy fácil tirar la piedra y esconder la mano.  Y en este caso fueron muchos los guijarros lanzados contra Darpón, incluida una propuesta  parlamentaria de reprobación y la latente alternativa de censura  que algunos grupos barajaban  decididamente.
Alguno interpretará  que las iniciativas llevadas a cabo por el Gobierno vasco para esclarecer  lo ocurrido en las primeras pruebas de la oferta pública de empleo de Oskidetza  han sido  insuficientes. Será una opinión discutible. Lo que nadie  podrá argumentar es que ante  las primeras denuncias de irregularidades, el equipo de Jon Darpón  asumió el compromiso de investigar a fondo. No solo desde el ámbito  gubernamental sino colaborando activamente con el Ararteko y la Fiscalía.  Y así lo ha hecho.
El procedimiento de la OPE, se olvide o no, fue pactado con los sindicatos SATSE, SME y UGT. Nadie lo cuestionó. Ni los sindicatos firmantes ni quienes no lo hicieron que sólo fueron capaces de criticar el número de plazas ofertadas. Nunca las bases ni los procedimientos.
Fueron los tribunales, órganos independientes y soberanos, quienes tras la investigación interna, decidieron remitir cuatro expedientes a la fiscalía. Esta, en su denuncia admitida por el juzgado ha señalado indiciariamente a tres personas, conformantes de tribunales como investigadas en la causa.  Tres personas imputadas  de los centenares  de funcionarios que conformaron y tomaron parte activa en los tribunales y en el proceso selectivo. Tres personas, tres,  sin ninguna responsabilidad política ni identificación partidaria. Lo digo por el mantra de “enchufismo”, “clientelismo” y “nepotismo” repetido insidiosamente en sede parlamentaria.
La búsqueda de la verdad  es una quimera en la política que algunos practican. Ni el bien común, ni la transparencia son el objetivo. Lo que se pretende  es simple y llanamente la destrucción del adversario. Debilitar al gobierno como sea, al margen del contraste democrático y de la decisión final de la ciudadanía.  Ganar con la calumnia lo que no se puede hacer en las urnas.
La víctima propiciatoria en este caso ha sido Jon Darpón, pero no nos equivoquemos, el reputado médico bilbaíno no ha sido sino la víctima colateral de una estrategia que apunta más arriba. De ahí el valor del gesto del ya ex consejero  de apartarse para evitar que la campaña difamatoria infectara  al Gobierno, a su lehendakari o al PNV.
Su sacrificio no ha contentado a quienes exigían su cese. Estaba cantado que así fuera. Como lo está que en lo sucesivo padezcamos nuevos episodios que  pretendan incriminen a otros representantes públicos de este gobierno.  Así lo apuntan  las dinámicas de agitación y protesta político-sindical que amenazan con arreciar en los próximos meses en una estrategia de derribo electoral.  La historia se repite. Antes fue la acusación generalizada de la “corrupción vasca” del “partido del negocio”. Ahora, el descrédito  busca  sectores sensibles de la gestión pública; la sanidad, la educación, la seguridad…
El paso dado por EH Bildu en este caso, rompe cualquier hipótesis de colaboración entre los jeltzales del PNV y esta formación.  El partido de Otegi ha traspasado una línea roja, la del respeto y sin respeto no hay posibilidad de acuerdo alguno. La persecución hasta la censura de un consejero sería considerado “casus belli”. Que ahora no se llamen a equívocos.  Estaban advertidos.
 

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