sábado, 2 de marzo de 2019

NUESTRO MAESTRO Y GUÍA


Para un chaval de apenas 16 años y con el espíritu combativo  por la coyuntura histórica, conocer personalmente a los dirigentes políticos que marcaban el paso y el rumbo del país resultaba épico.  Sin más conocimiento  que el ímpetu, formalizamos militancia  con “algo más” que un partido. Era “el Partido”, la esencia del movimiento abertzale democrático. Y al frente del mismo aparecía una generación que había sostenido la legitimidad histórica de la lucha nacional vasca en el exilio y en la represión.

Junto a ellos  se encontraba el relevo generacional. Personas también curtidas  que desde el interior habían forjado un activismo heroico y que estaban llamados a romper la historia para construir una nueva nación vasca, una nueva Euskadi.

Allí, en primera línea, junto a Ajuriagerra, Retolaza, y otros tantos, destacaba el perfil de un hombre que había encabezado la lista nacionalista al Congreso de los diputados por Gipuzkoa. Era Xabier Arzalluz Antia. Su militancia abertzale venía de lejos, del oscuro túnel de la clandestinidad en el que el joven Arzalluz se había dedicado a auxiliar  a los represaliados a través de profesión de abogado.  Antes había curtido su intelecto con una enriquecedora formación jesuítica que le hizo disponer de una notable cultura humanística.  De origen familiar  humilde  conoció la dureza de la miseria en las minas de Riotinto. Y en Alemania sirvió como apoyo de  gran numero de emigrantes españoles desplazados hasta aquel país en búsqueda de una oportunidad de vida digna.

De vuelta a Euskadi,  se incorporó a la militancia nacionalista  en los tiempos de persecución y de la Brigada Político-Social.

 
 
 

 


La claridad en las ideas y su dominio de la oratoria le hizo destacar pronto en aquella Euskadi que se sacudía las últimas ligaduras con la dictadura. El PNV había decidido, entre la confrontación y la  convivencia democrática, construir  una sociedad  desde el respeto a los derechos humanos y la libertad. Así, de la mano de Juan de Ajuriagerra, fue la cabeza visible del primer PNV  postfranquista en Madrid.  Suyos fueron los alegatos en defensa de la amnistía, de la recuperación de la soberanía vasca   y el derecho del Pueblo vasco a ser dueño de su destino en el debate  constitucional.

Él fue, igualmente, la referencia  negociadora del Estatuto de Gernika, el primer ámbito institucional propio que albergaba a dos terceras partes de la población total del Pueblo Vasco.

La muerte de Ajuriagerra, la incompatibilidad de funciones (interna y externa) por medio de la bicefalia, hizo que su dedicación se centrara en cuerpo y alma al Partido Nacionalista Vasco.

La historia nos demuestra que toda transición, sobre todo cuando se producen relevos personales, genera tensiones. Y más cuando los protagonistas  atesoran una personalidad tan acusada como la de Xabier Arzalluz.  Su llegada a la presidencia del Bizkai Buru Batzar se produjo en uno de esos momentos de pugna interna. Al día de hoy no sabría decir la razón última que provocó aquella primera quiebra de la unidad. Quizá estuvo impulsada desde el exterior. Tal vez, pero no merece la pena distraerse demasiado en buscar la chispa de conflicto.  Lo cierto es que aquella crisis de crecimiento produjo heridas internas. Daños que, afortunadamente, están superados y olvidados.

Años más tarde llegó una segunda ruptura traumática que seccionó la Partido Nacionalista Vasco en dos  con sus secuelas de sufrimiento y desgarro.  El tiempo ha conseguido mitigar  todo aquello y desde el respeto a lo que cada cual es y quiere representar, hoy el nacionalismo vasco que lideró Xabier Arzalluz ha vuelto a reverdecer. Entre otras razones, porque esta organización es lo que es gracias, en buena medida, a él. A sus enseñanzas. A sus principios. A su firmeza, y también, a su pragmatismo.

Quienes hoy ostentamos la representación del Partido Nacionalista Vasco lo aprendimos todo de Xabier Arzalluz. Fue nuestro maestro a la hora de analizar las coyunturas, de determinar el camino a seguir. Siempre  buscando el bien común, y la defensa de los intereses de quienes aquí viven, trabajan y quieren forjar su provenir. Suya fue la contundencia a la hora de  reivindicar la libertad de Euskadi.  Recuerdo  la imagen  de la cita que representaba la rebeldía frente a la “bota de Madrid”. La vehemencia a la hora de reivindicar el objetivo del Estado Vasco.  Y también la icónica meta  de “euskera eta teknologia”, o  el respeto a la pluralidad en el “espíritu del Arriaga”.

Hoy que predomina la política “líquida”, la acción evanescente, Xabier Arzalluz representa el polo contrario; la política real. El diálogo. Hablar hasta con el diablo si fuera preciso para defender los intereses comunes. Los intereses de Euskadi.  Y en esa franqueza sin doblez, Arzalluz fue calumniado, injuriado e insultado hasta la extenuación.

En esa máquina del fango que algunos convirtieron la opinión publicada,  trataron de arrastrar el buen nombre de Xabier Arzalluz  por las cloacas  inmundas de la mentira, vinculando su acción política con el terrorismo y con ETA. Instauraron el libelo del “árbol y las nueces”, publicaron  supuestas biografías infectas para desacreditarle. Le convirtieron en el “enemigo número 1” de la política española. Y aunque Xabier  Arzalluz  decía tener la piel dura como la de un paquidermo, sufría.  Porque una de sus obsesiones era ver el final de ETA. El final democrático de ETA. Nadie recuerda que fue el PNV  -bajo su dirección- el primer partido en salir a la calle para pedir el final de ETA (manifestación de 1978)

Doy fe de que  la búsqueda de la paz era una de sus grandes preocupaciones. Y en ella volcó  buena parte de su fuerza  última. Arriesgando hasta el límite. Despreciaba la violencia. Por ética. Por política.  Quería acabar con ETA. Con inteligencia, con la concienciación de la gente. Con el pacto de Ajuria Enea en el que fue partícipe destacado. Con la apertura de canales de diálogo. Con la firmeza  y los principios democráticos y humanísticos que el PNV siempre había  actuado.

Cuando ETA anunció en la BBC el final de su “lucha armada”, Xabier Arzalluz  volvió a Sabin Etxea para felicitar al Pueblo Vasco por la buena nueva. Para brindar por el futuro, por la oportunidad de paz  que se nos abría.  Fue uno de esos momentos  difíciles de olvidar. Por los que no estaban. Y por los que vendrán  en un país mejor.

Me he leído una y otra vez sus artículos publicados. Sus intervenciones parlamentarias.  Los mensajes de los mitines. Hasta los documentos internos en los que dejó su impronta y su sabiduría. Tuve la fortuna de entrevistarle  en numerosas ocasiones. Y, sobre todo,  el enorme honor de haber convivido a su lado durante mucho tiempo. Espero guardar en mi recuerdo  todos aquellos momentos   irremplazables.  La tarde del 23-F en la sede de Marqués del Puerto. La comida-reunión con los jóvenes en Bedia tras las inundaciones del 83. La celebración de cumpleaños de Peru y Xabier en la txabola de Emilio en Galdakao. Los análisis de situación junto a Gorka Agirre. La asamblea del PPE en la Haya junto a Kohl, Lubbers , y otros jefes de gobierno. El discurso europeísta de las “trece estrellas”.  La firma del manifiesto del centenario. Espero que mi memoria atesore estos recuerdos. Y, si en algún momento falla, que borre  las experiencias ásperas, que como en cualquier familia, también las ha habido.

Xabier Arzalluz fue, como alguien ha dicho, un político gigante. Un abertzale entregado a la causa. El líder indiscutible  que este partido necesitaba para reemprender  la marcha  hacia la tierra prometida. Fue el maestro y el guía del nuevo nacionalismo vasco. Él me enseñó muchas cosas. Desde escuchar a Bach –especialmente su “Pasión según San Mateo”- a degustar un licor benedictino o un buen whisky escocés de turba.  Pero, especialmente, me formó para amar apasionadamente a este país, a Euskadi. Sin odio. Con vocación de servicio. Y con la verdad por delante.    

En diciembre de 1979 –recuerdo que se había producido el asesinato de Argala-  Xabier Arzalluz se dirigió a los jóvenes nacionalistas de Bizkaia. Sus palabras fueron para nosotros un estímulo que aún se mantiene. “Lo duro, lo explosivo, lo desestabilizador  es el trabajo diario, el esfuerzo de todo un pueblo  por no dejarse sumir en el atraso o en la dependencia”. “El arte, la literatura, las ikastolas, ésos son los caminos para la liberación de Euskadi, y no otros. Este es nuestro programa porque a  nuestro pueblo no lo salvarán los tiros, sino el propio pueblo con su trabajo diario”.

Maisu Xabier; en ello estamos. Siguiendo tu ejemplo.

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