Para un
chaval de apenas 16 años y con el espíritu combativo por la coyuntura histórica, conocer
personalmente a los dirigentes políticos que marcaban el paso y el rumbo del
país resultaba épico. Sin más
conocimiento que el ímpetu, formalizamos
militancia con “algo más” que un
partido. Era “el Partido”, la esencia del movimiento abertzale democrático. Y
al frente del mismo aparecía una generación que había sostenido la legitimidad
histórica de la lucha nacional vasca en el exilio y en la represión.
Junto a
ellos se encontraba el relevo
generacional. Personas también curtidas
que desde el interior habían forjado un activismo heroico y que estaban
llamados a romper la historia para construir una nueva nación vasca, una nueva
Euskadi.
Allí,
en primera línea, junto a Ajuriagerra, Retolaza, y otros tantos, destacaba el
perfil de un hombre que había encabezado la lista nacionalista al Congreso de
los diputados por Gipuzkoa. Era Xabier Arzalluz Antia. Su militancia abertzale
venía de lejos, del oscuro túnel de la clandestinidad en el que el joven
Arzalluz se había dedicado a auxiliar a
los represaliados a través de profesión de abogado. Antes había curtido su intelecto con una
enriquecedora formación jesuítica que le hizo disponer de una notable cultura
humanística. De origen familiar humilde
conoció la dureza de la miseria en las minas de Riotinto. Y en Alemania
sirvió como apoyo de gran numero de
emigrantes españoles desplazados hasta aquel país en búsqueda de una
oportunidad de vida digna.
De vuelta
a Euskadi, se incorporó a la militancia
nacionalista en los tiempos de
persecución y de la Brigada Político-Social.
La
claridad en las ideas y su dominio de la oratoria le hizo destacar pronto en
aquella Euskadi que se sacudía las últimas ligaduras con la dictadura. El PNV
había decidido, entre la confrontación y la
convivencia democrática, construir
una sociedad desde el respeto a
los derechos humanos y la libertad. Así, de la mano de Juan de Ajuriagerra, fue
la cabeza visible del primer PNV postfranquista
en Madrid. Suyos fueron los alegatos en
defensa de la amnistía, de la recuperación de la soberanía vasca y el
derecho del Pueblo vasco a ser dueño de su destino en el debate constitucional.
Él fue,
igualmente, la referencia negociadora
del Estatuto de Gernika, el primer ámbito institucional propio que albergaba a
dos terceras partes de la población total del Pueblo Vasco.
La
muerte de Ajuriagerra, la incompatibilidad de funciones (interna y externa) por
medio de la bicefalia, hizo que su dedicación se centrara en cuerpo y alma al
Partido Nacionalista Vasco.
La
historia nos demuestra que toda transición, sobre todo cuando se producen
relevos personales, genera tensiones. Y más cuando los protagonistas atesoran una personalidad tan acusada como la
de Xabier Arzalluz. Su llegada a la
presidencia del Bizkai Buru Batzar se produjo en uno de esos momentos de pugna
interna. Al día de hoy no sabría decir la razón última que provocó aquella
primera quiebra de la unidad. Quizá estuvo impulsada desde el exterior. Tal
vez, pero no merece la pena distraerse demasiado en buscar la chispa de
conflicto. Lo cierto es que aquella
crisis de crecimiento produjo heridas internas. Daños que, afortunadamente,
están superados y olvidados.
Años
más tarde llegó una segunda ruptura traumática que seccionó la Partido
Nacionalista Vasco en dos con sus
secuelas de sufrimiento y desgarro. El
tiempo ha conseguido mitigar todo
aquello y desde el respeto a lo que cada cual es y quiere representar, hoy el
nacionalismo vasco que lideró Xabier Arzalluz ha vuelto a reverdecer. Entre
otras razones, porque esta organización es lo que es gracias, en buena medida,
a él. A sus enseñanzas. A sus principios. A su firmeza, y también, a su
pragmatismo.
Quienes
hoy ostentamos la representación del Partido Nacionalista Vasco lo aprendimos
todo de Xabier Arzalluz. Fue nuestro maestro a la hora de analizar las
coyunturas, de determinar el camino a seguir. Siempre buscando el bien común, y la defensa de los
intereses de quienes aquí viven, trabajan y quieren forjar su provenir. Suya
fue la contundencia a la hora de
reivindicar la libertad de Euskadi.
Recuerdo la imagen de la cita que representaba la rebeldía
frente a la “bota de Madrid”. La vehemencia a la hora de reivindicar el objetivo
del Estado Vasco. Y también la icónica
meta de “euskera eta teknologia”, o el respeto a la pluralidad en el “espíritu
del Arriaga”.
Hoy que
predomina la política “líquida”, la acción evanescente, Xabier Arzalluz
representa el polo contrario; la política real. El diálogo. Hablar hasta con el
diablo si fuera preciso para defender los intereses comunes. Los intereses de
Euskadi. Y en esa franqueza sin doblez,
Arzalluz fue calumniado, injuriado e insultado hasta la extenuación.
En esa
máquina del fango que algunos convirtieron la opinión publicada, trataron de arrastrar el buen nombre de
Xabier Arzalluz por las cloacas inmundas de la mentira, vinculando su acción
política con el terrorismo y con ETA. Instauraron el libelo del “árbol y las
nueces”, publicaron supuestas biografías
infectas para desacreditarle. Le convirtieron en el “enemigo número 1” de la
política española. Y aunque Xabier
Arzalluz decía tener la piel dura
como la de un paquidermo, sufría. Porque
una de sus obsesiones era ver el final de ETA. El final democrático de ETA.
Nadie recuerda que fue el PNV -bajo su
dirección- el primer partido en salir a la calle para pedir el final de ETA
(manifestación de 1978)
Doy fe
de que la búsqueda de la paz era una de
sus grandes preocupaciones. Y en ella volcó
buena parte de su fuerza última.
Arriesgando hasta el límite. Despreciaba la violencia. Por ética. Por
política. Quería acabar con ETA. Con
inteligencia, con la concienciación de la gente. Con el pacto de Ajuria Enea en
el que fue partícipe destacado. Con la apertura de canales de diálogo. Con la
firmeza y los principios democráticos y
humanísticos que el PNV siempre había
actuado.
Cuando
ETA anunció en la BBC el final de su “lucha armada”, Xabier Arzalluz volvió a Sabin Etxea para felicitar al Pueblo
Vasco por la buena nueva. Para brindar por el futuro, por la oportunidad de
paz que se nos abría. Fue uno de esos momentos difíciles de olvidar. Por los que no estaban.
Y por los que vendrán en un país mejor.
Me he
leído una y otra vez sus artículos publicados. Sus intervenciones
parlamentarias. Los mensajes de los
mitines. Hasta los documentos internos en los que dejó su impronta y su
sabiduría. Tuve la fortuna de entrevistarle
en numerosas ocasiones. Y, sobre todo,
el enorme honor de haber convivido a su lado durante mucho tiempo. Espero
guardar en mi recuerdo todos aquellos
momentos irremplazables. La tarde del 23-F en la sede de Marqués del
Puerto. La comida-reunión con los jóvenes en Bedia tras las inundaciones del 83.
La celebración de cumpleaños de Peru y Xabier en la txabola de Emilio en
Galdakao. Los análisis de situación junto a Gorka Agirre. La asamblea del PPE
en la Haya junto a Kohl, Lubbers , y otros jefes de gobierno. El discurso europeísta
de las “trece estrellas”. La firma del
manifiesto del centenario. Espero que mi memoria atesore estos recuerdos. Y, si
en algún momento falla, que borre las
experiencias ásperas, que como en cualquier familia, también las ha habido.
Xabier
Arzalluz fue, como alguien ha dicho, un político gigante. Un abertzale entregado
a la causa. El líder indiscutible que
este partido necesitaba para reemprender
la marcha hacia la tierra
prometida. Fue el maestro y el guía del nuevo nacionalismo vasco. Él me enseñó
muchas cosas. Desde escuchar a Bach –especialmente su “Pasión según San Mateo”-
a degustar un licor benedictino o un buen whisky escocés de turba. Pero, especialmente, me formó para amar apasionadamente
a este país, a Euskadi. Sin odio. Con vocación de servicio. Y con la verdad por
delante.
En
diciembre de 1979 –recuerdo que se había producido el asesinato de Argala- Xabier Arzalluz se dirigió a los jóvenes
nacionalistas de Bizkaia. Sus palabras fueron para nosotros un estímulo que aún
se mantiene. “Lo duro, lo explosivo, lo desestabilizador es el trabajo diario, el esfuerzo de todo un
pueblo por no dejarse sumir en el atraso
o en la dependencia”. “El arte, la literatura, las ikastolas, ésos son los
caminos para la liberación de Euskadi, y no otros. Este es nuestro programa
porque a nuestro pueblo no lo salvarán
los tiros, sino el propio pueblo con su trabajo diario”.
Maisu Xabier;
en ello estamos. Siguiendo tu ejemplo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario