viernes, 19 de abril de 2019

LA CONFIANZA, COMO NÔTRE DAME, SE QUEMA


Mi incapacidad por entender las matemáticas tuvo como consecuencia  lógica (que contrasentido)  que volcara los estudios hacia las humanidades. Aquello de los logaritmos neperianos y que “n” tendía a infinito no me entraba en la cabeza, así que  a las “lenguas muertas” –latín y griego- añadí como asignatura la historia del arte. Tenía cierta querencia por la historia, la literatura e incluso la filosofía. El problema es que aquello de “hincar codos” no era mi fuerte. Todo para el último día o para el último minuto.  El arte me entró bien. La pintura, la escultura, la arquitectura…Todo lo visual que no necesitara de interpretaciones  cuánticas lo asimilaba fácil. Me encantaba el renacimiento. El “uomo universale”. Fra Angelico, Miguel Angel , Rafael, Filipo Lippi… Leonardo. Todo iba como la seda. Llegamos al barroco y aquello me encantó. Hasta que se cruzó en el camino  la imaginería religiosa. En filosofía me pasó lo mismo.  Todo como “un tiro” hasta que le tocó el turno a Kant.  Y la “razón pura”  se me atragantó.
En la historia del arte fue otro el factor de atasco.  Abordado el barroco, entre Velázquez, Caravaggio o en escultura Bernini o las escuelas castellana o andaluzas me fue suficiente. Pero al profesor de arte no. Al fraile en cuestión  le encantaba  la arquitectura y así hizo especial incidencia  en una tendencia que a mí me parecía menor. Tan menor que ni tan siquiera me miré el nombre de su principal creador.  Así que cuando  de viva voz  aquel docente citó  el nombre y el apellido del autor como pregunta  de examen,  el “listo” de turno –o sea yo- , lo adecuó a su imaginario.  De tal guisa empecé el texto de la prueba; “Josetxu Riguera fue un arquitecto  exponente del barroco….”. Sí. Tal cual. “Josetxu”, como el del “tebeo”. “Josechu el vasco”.  Ni que decir que el artista de turno se llamaba José. Y que su apellido era Churriguera . Yo sincopé y vasquicé  la identidad  de quien promovió el estilo arquitectónico (recargado en las formas) bautizado como  “churrigueresco”.  Mi ignorancia, al contrario que el saber, no ocupó lugar. Pero sí la chanza y el escarnio de un profesor que ridiculizó  mi respuesta ante el auditorio completo del aula  que profirió una sonora carcajada al grito de “Josetxu, josetxu, josetxu es cojonudo…”

Cuento todo esto para contextualizar mi sentimiento de perplejidad ante la destrucción de Nôtre Dame tras el incendio del pasado lunes. Mi sensación fue de incredulidad. Es una frivolidad pero estoy seguro que hubo gente  que se sintió más afectada por el fuego en la catedral parisina que ante las imágenes cotidianas de cadáveres aparecidos de migrantes en las playas  empujados por las aguas del Mediterráneo. Es la diferencia entre el arte y la miseria de una vida. Entre la belleza inanimada y la efímera existencia humana.
Por lo demás, Nôtre Dame era  un símbolo. Un emblema del París originario y universal, de la Francia laica y pía a la vez. Del imaginario de nuestra historia de ciudadanos europeos. Situada en la emblemática isla sobre el Sena de la Cité,  la catedral comenzó a construirse en el año 1163, si bien estudios etnográficos recientes  han encontrado en las proximidades  vestigios de una tribu gala coetánea con la pugna entre Vercingétorix y Julio César.  Vamos, en los tiempos de Asterix y Obelix.
Nôtre Dame  terminó de construirse hacia el año 1260 aunque cuentan las crónicas que sus obras no se dieron por concluidas hasta  el año 1345. Originalmente románica, su estructura y fisonomía sufrió múltiples alteraciones. Del románico primitivo evolucionó  al gótico temprano y  fueron muchas sus  remodelaciones, la última, a mediados del siglo XIX.
Durante los ocho siglos de existencia, este templo, sede de la archidiócesis parisina, ha sufrido  y sido testigo  de los avatares de la historia. Durante la revolución francesa la catedral se convirtió en almacén de alimentos y con la entrada de las tropas aliadas tras la ocupación nazi su imagen representó la liberación de Francia, aunque algunos solo identificarán en ella a la morada del Quasimodo  de Víctor Hugo o a las gárgolas fantasmagóricas de su fachada.
Ocho siglos de civilización fueron consumidos en unas horas por el fuego. Metáfora  hasta en la tragedia.  Es fácil entender por qué los franceses se han impuesto el compromiso de la reconstrucción. Ahora bien. ¿Reconstruir qué? ¿La iglesia original? ¿La última  imagen reformada? ¿Un nuevo templo con diferente fisonomía? Un dilema  que traerá controversia.
En resumen, que la destrucción de Nôtre Dame nos debe hacer pensar  que hasta lo que creíamos tremendamente sólido y perenne en el tiempo puede sucumbir en un momento creando un vacío  en la vida de difícil recuperación. Que hasta lo más valioso se puede perder si no se cuida adecuadamente.
Sin llegar a la incompatibilidad de Kant o Churriguera, hay otro elemento  de actualidad que  comienza a resultarme insoportable y de difícil digestión; la estupidez  de la crítica gratuita con la que el sindicato mayoritario de Euskadi  se prodiga cuando se refiere al Gobierno vasco y, más señaladamente, al Lehendakari.
La última comunicación de ELA  en relación al Aberri eguna retrata fielmente la imagen de una organización que por pura densidad se está convirtiendo en el gran agujero negro del país. Una fuerza representativa  potente. Muy potente,  pero tremendamente  opaca antimateria. Sus posiciones son tan radicalmente extremas que es irreconciliable con la realidad que interpretamos  la mayoría de los mortales pues vive en otra dimensión de espacio y tiempo.
Más allá de las valoraciones ideológicas y de clase que el sindicato hace de la coyuntura actual, en su manifiesto hay dos menciones directas  que merecen respuesta. Ambas señalan, tendenciosa y maledicentemente a “descorazonadoras actuaciones” del  Lehendakari Urkullu.
La primera hace referencia a la situación catalana y reprocha al presidente vasco  su testificación en el juicio del “procés”. “Ha quedado claro –indica ELA- que, una  vez se reveló vano su intento de mediación (con un estado que niega a Cataluña el pan y la sal), decidió no hacerse solidario con el liderazgo político catalán y con la consulta. Su oposición a que un proceso similar (de activación social y confrontación democrática) tenga lugar en la CAPV le ha llevado a perder todo equilibrio, haciendo gala de una posición política alejada del sentir del universo abertzale respecto al procés.  Un relato al servicio del statu quo”.
ELA sabe, aunque lo oculta, que el Lehendakari compareció en el juicio a petición de parte; de las defensas de los políticos catalanes procesados. No fue al Tribunal Supremo porque quiso. Sino porque se le llamó en calidad de “testigo” con obligación de decir la verdad, cosa que hizo. ¿Debía haber mentido e inventarse alguna respuesta según se desprende del escrito sindical? ¿En qué contravino  su declaración la posición de los acusados o de la situación  judicial generada? En nada. De ahí el agradecimiento de sus defensas a sus aclaraciones, que fueron las justas  y las precisas.
Segunda imputación impresentable. ELA señala que el pasado día 11 de marzo, día europeo en memoria de las víctimas del terrorismo el Lehendakari “volvió a exigir un reconocimiento del daño injusto causado” y circunscribe tal reclamación en la “batalla del relato” que “no tiene más objeto que el de inhabilitar políticamente a la izquierda abertzale”. “Se apela -dice el principal sindicato de Euskadi- torticeramente a la ética  para perpetuar un cuadro de alianzas  concreto y una agenda netamente estatutista y neoliberal”. ¿Acaso los crímenes de ETA no fueron “injustos”?. Que diga ELA  lo contrario si así lo cree.
 
Creo que la cita se contesta sola. De dar arcadas.
Pensaba que la reivindicación del Aberri eguna  debía servir para, por encima de las diferencias, sintonizar a quienes nos sentimos abertzales. Nunca para  separar y debilitarnos. Pero, por lo visto, no todos lo piensan así pues parecen anteponer su principio de “contrapoder” y “antisistema” a la vocación de  fraguar una mayor conciencia nacional en este país.  Mal comienzo de mandato del nuevo secretario general Mitxel Lakuntza.  La recia relación de años entre el principal sindicado del país y el partido mayoritario de Euskadi se resquebraja. La confianza, como Nôtre Dame, se quema. Las llamas avanzan sin cesar. Y aquí no hay bomberos que detengan la hoguera.  Un símbolo parece sucumbir.

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