Ya en el agua, el tuerto aleccionaba a sus remeros procurando de viva voz el ritmo de palada. “Uno, dos. Uno, dos”. La nave comenzó a avanzar adecuadamente. En unos minutos llegaron al centro del embalse. Allí el viento arreció y las pequeñas olas por el provocado generaron inestabilidad en el bote. Y con ella, llegó el desconcierto. El guía quiso corregir el rumbo. “A la derecha, más a la derecha”. La lancha se escoró y en esa posición cada ciego comenzó a bogar a su albedrío. Las palas chocaron unas con otras y en medio del caos, uno de los remos golpeó al timonel en un ojo. En el ojo bueno del tuerto. Éste, enfurecido, gritó: “¡Ya estamos!”. Y aquellos remeros invidentes se ahogaron todos. Fin de trayecto y de chiste.
La secuencia viene al pelo para identificar la situación que vive el Partido Popular. Con Pablo Casado como capitán, el barco del PP se hundió en las elecciones generales del pasado domingo. Por extraño que parezca, todavía nadie en el partido conservador ha hecho autocrítica por las consecuencias del naufragio. Un batacazo electoral con bajas numerosas y relevantes.
El hecho objetivo es la caída sin precedentes de la representación parlamentaria del que hasta el domingo era el primer partido del Estado español. En el Congreso, el PP ha perdido ni más ni menos que 71 escaños pasando de los 137 conseguidos en tiempos de Rajoy a los 66 actuales, Y en el Senado, donde el PP ostentaba una mayoría absoluta aplastante, los populares solo han conseguido 56 actas de las 130 que le permitieron dominar la Cámara Alta. El batacazo ha sido memorable. El mismo partido que en noviembre de 2011 aglutinó a 11 millones de votos y en 2016 a 7,9 millones, se queda ahora en 4,3 millones de sufragios. En Euskadi pasa a ser fuerza extraparlamentaria. En Catalunya solo ha conseguido un escaño. En Andalucía, donde acaba de estrenar gobierno autonómico, pasa de 23 a 11 escaños. En Madrid es ya tercera fuerza. En Valencia, en las dos castillas y hasta en Galicia donde el PP ha ganado en todas las elecciones, el resultado ha sido calamitoso.
Por si todo esto fuera poco, Ciudadanos le pisa los talones por la derecha y Vox, su escisión extrema, irrumpe en el Congreso con 2,6 millones de votos y 23 parlamentarios.
El varapalo político tendrá una consecuencia más; la merma de las subvenciones públicas establecidas por ley, un quebranto que diversos medios de comunicación estiman cercano a los 8,5 millones de euros. Pero eso no es todo. Al PP le espera, aún, conocer la profundidad de su agujero con la inminente celebración de los comicios municipales, europeos y autonómicos. Una coyuntura negra e incierta en la que todos los indicios apuntan a un desastre total. Desastre que aventura ERE, desbandada y quiebra.
Pese a todo, Casado sigue al frente del partido. La imagen de la noche electoral delataba funeral. Tres representantes de luto riguroso –García Egea, Casado y Suárez Illana- salieron a dar la cara. Pero lejos de asumir responsabilidades descargaron la derrota en la fragmentación del voto de la derecha, teniendo el descaro de solicitar a los demás (se supone que a sus socios de Colón) “una reflexión” por dividir el voto y hacer presidente a Sánchez.
Además Casado se autoconvocó para liderar la campaña municipal y autonómica del 26 de mayo, eludiendo cualquier posibilidad de renuncia. Y en su entorno consideró su continuidad como segura ya que “otros ganaron elecciones a la tercera”.
Con una nueva consulta a las urnas a la vuelta de la esquina no sería fácil intentar un relevo en la dirección del partido. Así lo opina una mayoría de los dirigentes del PP que se han manifestado públicamente. En Euskadi, donde los resultados están a la vista, Amaya Fernández y Raquel González (secretarias generales del País Vasco y Bizkaia respectivamente) niegan la realidad. “No ha habido debacle” y desde su exigua posición se reivindican como alternativa para desbancar al nacionalismo vasco. ¡Cuanta ineptitud!
Sin embargo, desde los sectores críticos a Casado se valora suicida la opción continuista apuntando que si “la situación externa es grave, la interna es de disolución”. Tal apreciación coincide con la “maldad” pronunciada por Abascal, al indicar que a los dirigentes del PP “se les está poniendo cara de UCD”. La comparación no tiene desperdicio, conociendo cómo terminó en un abrir y cerrar de ojos aquel partido extinguido.
Ya a primeros de año apunté el desenlace que hoy conocemos. Decía en enero que “por donde galopa Casado no vuelve a crecer la hierba. Pablo Casado ha iniciado la autodestrucción del PP. Su caída libre lo anuncian todas las encuestas. En España sus excesos alimentan a Rivera y Abascal. En Euskadi es aún mucho peor… los populares pasarán de ser minoritarios a casi extraparlamentarios” “Lo que no pudo hacer ni la Gürtell, ni la Púnica, ni la corrupción sistémica, lo puede hacer Casado y sus excesos. El PP se autodestruye”.
Los hechos conocidos confirman plenamente tal vaticinio. El día 26 del mes corriente, el Partido Popular constatará su práctica extinción en Bizkaia y Gipuzkoa, y su supervivencia a duras penas en Araba. Será el balance de una cuenta de resultados repleta de desatinos. Una suma de despropósitos que el electorado vasco penalizará con dureza.
Su alternativa en Euskadi tampoco es la de Ciudadanos. La formación de Rivera resulta exótica para los vascos. Exótica cuando no nociva. Sus excesos, su exacerbado españolismo, ha sido más un revulsivo de fortaleza defensiva del voto vasco que otra cosa. Enric Juliana apuntaba el otro día que “en el País Vasco el bloque constitucionalista aznariano no ha obtenido ningún diputado y Bildu ha pasado de dos a cuatro escaños. En este caso, la obra maestra lleva la firma de Albert Rivera e Inés Arrimadas”. No le falta parte de razón al analista catalán. Sin embargo, el buen resultado obtenido por EH Bildu tiene más razones (el abandono del maximalismo, la moderación en la campaña, su interés por participar en la política de Estado, la no pugna con el PNV…)
La Izquierda Independentista ha ganado la apuesta que tenía con Elkarrekin Podemos, la formación que hasta en dos ocasiones ganó las elecciones generales en la Comunidad Autónoma Vasca. La coalición “morada” ha perdido posiciones pero aún mantiene un nivel de fortaleza en Euskadi. Vigor que también se verá menguado sensiblemente en las elecciones próximas.
Otros que deben sentirse satisfechos con los resultados alcanzados el pasado domingo son los socialistas vascos. Contentos por el triunfo de Sánchez en el Estado y por su recuperación en el País Vasco, segundos en el ranking. Su ilusión ahora es prolongar el “estado de gracia” que les ha generado Pedro Sánchez hasta finales del presente mes. Hacer que el “voto recuerdo” les permita mantener las posiciones alcanzadas en los municipios de la Margen Izquierda de la ría y, con ese “efecto esperado” recuperar alguna alcaldía. No lo tendrá fácil.
El resultado del PNV ha sido magnífico. Ha ganado en los tres territorios de la Comunidad Autónoma con casi 400.000 votos y un 31% de los sufragios emitidos. Ha obtenido 6 diputados y 9 senadores (la cuarta fuerza en la Cámara Alta). Su posición en el tablero político del Estado vuelve a ser determinante y el respaldo social alcanzado en esta consulta general –la más difícil de cuantas se enfrenta el PNV- le presagia una inmejorable posición para revalidar su liderazgo en los próximos comicios municipales, forales y europeos. Su objetivo inmediato se centra en obtener un escaño en Europa, ganar con amplia base las elecciones forales, de manera que le posibilite gobernar en las diputaciones de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, y mantener la primacía en los ayuntamientos vascos. De los 251 municipios existentes en la Comunidad Autónoma Vasca, el PNV ostenta la alcaldía en 122. Eh Bildu tiene 77 presidentes de corporación, 9 el Partido Socialista, 3 el Partido Popular y el resto pertenecen a agrupaciones independientes. Superar esos niveles de representación parece difícil. Pero el desafío es este. Para ello se necesita abrir bien los ojos, tener una buena tripulación y fijar nítidamente el rumbo.
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