Según estudios científicos, el cerebro humano desarrolla alrededor de 60.000 pensamientos al día. Y de ellos, cerca del 80% son involuntarios y negativos.
No discutiré lo que las eminencias investigadoras han
llegado a identificar, pero, en mi caso, creo que esa cifra es exagerada. En mi cabeza no entran tantas cavilaciones.
Además, cuando ordeno media docena de ideas me suelo atascar. Sin ir más lejos,
el pasado sábado sufrí un lapsus, de esos que solo se explican por sobresaturación
mental. Al levantarme de la cama intenté poner en orden la cantidad de cosas
que debería hacer para que mi día se estructurara bien y ordenadamente. Primero
me asearía, la ducha, los dientes, la ropa. A continuación, tomaría un cafecito
como acompañamiento a la medicación ordinaria. Luego, bajaría la basura para
que el cubo de la cocina no oliera a desperdicios. Y, acto seguido, iniciaría
la ronda de recados previos a comenzar a preparar el menú gastronómico de la
jornada.
Todo perfectamente planificado. Así que, superada la fase de
acondicionamiento, me presté a llevar a cabo el resto de las tareas
estructuradas. Recogí la bolsa de basura
y ya en la calle me apresté a depositarla en el contenedor orgánico. De allí,
pasé a la pescadería. No tuve dudas: merlucita y anchoas para el fin de
semana. Finalizada la compra, me dirigí
a la carnicería situada justo al lado.
Pollo, queso y, tentado por su magnífica imagen, aproveché a comprar unas
lentejas pardinas que parecían caviar. Y para acompañarlas en un menú de
proyección semanal, un buen trozo de costilla adobada. La siguiente parada, en
la farmacia. Allí el descargo de la tarjeta sanitaria en lo vinculado a
recetas. Y, como final de trayecto
callejero, el acopio del pan y del periódico.
Las ideas vinculadas al exterior estaban satisfactoriamente completadas.
Ahora tocaba poner en práctica las siguientes. Pero antes, había que llegar a
casa. Con cuatro bolsas a cuestas, el retorno se hizo un poco gravoso. Y lo fue
mucho más incómodo al intentar abrir la puerta del portal.
Lo intenté una vez, dos, tres veces, pero no acerté con la
cerradura. Era extraño ya que la llave era la correcta. Sin embargo, no conseguía
embocar satisfactoriamente la llave con el cerrojo. ¿Qué ocurría? Muy sencillo.
Mi vista no enfocaba adecuadamente. Algo había hecho mal y me perturbaba. Miré
al reflejo del cristal de la puerta y lo descubrí; había salido a la calle sin
gafas. Hora y pico de aquí para allí y sin los lentes correctores de la miopía.
Entre tanto pensamiento, tanta planificación y orden había dejado al margen de
la ecuación la necesidad de portar las correspondientes antiparras. Con esta
herramienta correctora de la visión había tenido otro sucedido hace unos meses.
Y fue en sentido contrario a lo ocurrido el pasado sábado. Entonces aconteció
que me coloqué las gafas anticipadamente y ni corto ni perezoso percibí que las
llevaba puestas cuando el chorro de la ducha comenzó a gotear por sus
cristales.
Todo esto me pasa por pensar demasiado. Muchas ideas para
una cabeza limitada. La conclusión; que de tanto pensar la realidad se vuelve
borrosa.
Quien ha aparecido sin gafas en estos pasados días ha sido
el líder del PP, Núñez Feijóo. Me
imagino que el gallego se ha sometido a algún tipo de tratamiento médico para
corregir su presbicia. Pero, a pesar de todo y de la corrección los órganos de visión,
su discurso sigue siendo extremadamente desenfocado, borroso y errático.
Su forma de entender de la vida política sigue siendo
irreal, falta de nitidez y con toques de impostura. Feijóo ha creído que lo
mejor para su formación es acentuar la crítica al gobierno de Sánchez
acusándole de corrupción continuada y de inmoralidad personal y partidista. Y
el líder del PP no se ha dado cuenta de que su partido no es una buena
referencia para abonar tal denuncia pues desde sus filas la depravación y el
envilecimiento de la actividad pública han sido unas de sus principales
características. Hasta el punto de la investigación
y condena judicial en múltiples casos.
Feijóo no tiene credibilidad en este campo aunque sus
asesores le insistan en lo contrario y le pidan nuevas vueltas de
tuerca a un discurso que se cae por su
propio peso al ocultar que la inmoralidad
que imputa al jefe de gobierno convive igualmente en su principal activo
político de la capital del Estado sin
que de su boca haya salido ni el más mínimo reproche.
Otro al que también la abundancia de pensamientos le hace patinar es al líder de los
socialistas vascos. Andueza tiene la extraña habilidad de creer que fortalece
su perfil descreditando a sus socios. Y centra sus ideas negativas en
confrontar con sus aliados. Yerra cuando trata de exhibir firmeza denunciando
las “obsesiones identitarias” de los demás, sin tan siquiera respetar sus ideas.
Desvaría abiertamente al acusar al PNV de plantear un
modelo de "dumping fiscal" que responde a "intereses personales
o de partido" al cuestionamiento de que el actual gravamen a las empresas
energéticas y a la banca adquiera un carácter permanente.
Andueza no sabe de lo que habla. Desconoce el fondo de
la cuestión e ignora lo que el ministerio de Economía y Hacienda del Gobierno
español está negociando con sus socios del PNV a fin de sacar adelante sus
proyectos inmediatos.
En el fondo de sus palabras está el complejo. Complejo de
creer que los socialistas están perdiendo la batalla de la imagen. Que
necesitan recuperar su identificación de ser una “organización de izquierdas”.
De ahí su vocación por lanzar mensajes que, según ellos, les reposicione aunque
esa actitud les haga mostrarse incómodos
y hasta ariscos para con el PNV
transformándose en la escena pública en un compañero de viaje difícil e
inestable.
En ese afán, la tentación de reconvenir a su socio
gubernamental allá donde lo consideren, sin tener en cuenta las consecuencias
que sus palabras de reproche puedan tener, puede dañar gravemente la
convivencia y la confianza que una asociación gubernamental necesita.
Andueza, como otros dirigentes que buscan la inmediata repercusión
mediática, suele pecar en formular titulares fáciles que expresen disonancia sin detenerse un
instante a evaluar el porqué de las cosas. Él necesita diferenciarse del PNV
porque cree que los jeltzales minimizan su protagonismo. Y en ese sentimiento
de inferioridad rompe la cordialidad
porque cree que su atrevimiento le saldrá gratis. Pero en política nada es
inocuo.
El PNV no ha hablado de perdonar impuestos a nadie, ni de
hacer “dumping” para buscar mejores inversiones industriales. Los nacionalistas
solo han planteado que los “gravámenes” deben dejar de serlos para convertirse,
en su caso, en impuestos y si es así , el Gobierno del Estado y la Comunidad
Autónoma Vasca deberían “concertarlos”
posibilitando que las Juntas Generales de los Territorios Históricos tuvieran
capacidad normativa plena para desarrollarlos.
Pero, frente al rigor y a la defensa del autogobierno vasco
y la singularidad fiscal y tributaria, Andueza ha optado por el populismo. Un
populismo que no es ni de izquierdas ni de derechas. Es un populismo
irresponsable y de mecha corte.
Envalentonado por su “gracia”, Andueza ha llegado a redoblar
su ataque al PNV con un mensaje en redes sociales. “El PNV, el lehendakari y la
diputada general de Gipuzkoa dicen que no se puede decir sí a todo, pero entre perdonar
impuestos a las energéticas o facilitar que los menores de 12 años viajen gratis
en el transporte público, yo digo que sí a lo segundo, sin ningún lugar a
dudas”.
Política de brocha gorda. La gratuidad del transporte
público a los menores de 12 años es una medida unilateral de la consejera de
Transportes, Susana García Chueca, que por convencimiento propio y sin consenso
alguno, ha decidido sacar a la arena pública como anuncio y promesa- otra vez
con el populismo a vueltas. Medida legítima pero que no cuenta ni con la financiación
ni el consentimiento del resto de las instituciones del país a quienes la
consejera trata de imponer su criterio.
Es la teoría del “yo invito y tú pagas” que creíamos pertenecía
a las formaciones extragubernamentales que podían prometer cualquier cosa a
sabiendas de que no la cumplirían. Si Andueza y la consejera quieren que esa
medida sea posible, a pesar del rechazo institucional del resto, lo tienen bien
fácil; soportar dicha decisión con su presupuesto propio. Es decir, predicar y
dar trigo. Solo así los pensamientos desordenados tendrán su tracto lógico y
cabal Y si nuestra visión desenfoca, tranquilidad. Pongámonos las gafas que aun
siendo incómodas, nos permitirán ver la realidad con nitidez .
Que te aprobechen la merluza y las anchoas, el queso y el pollo. Pero vuestros
ResponderEliminarSocios de gobierno los/os habeis elegido vosotros. Para bien o para mal
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