Tras seis años -seis- de instrucción, la magistrada del Juzgado de Instrucción número 2 de Vitoria-Gasteiz decidía sobreseer la causa por las presuntas filtraciones de exámenes en la Oferta Pública de Empleo del Servicio Vasco de Salud -Osakidetza- 216-17 al concluir que no existen “indicios racionales de la comisión del ilícito”. La magistrada expresa en un auto de 165 páginas que pese a observar “patrones atípicos en los resultados y posibles conflictos de interés, no se han encontrado pruebas concluyentes que acrediten la comisión de un delito de revelación de secretos o infidelidad en la custodia de documentos”.
La juez relata que la investigación partió de las
denuncias de sindicatos y testimonios que apuntaban a posibles filtraciones de
exámenes en diversas especialidades médicas. Sin embargo, tras analizar la
documentación aportada, como actas notariales, informes psicométricos y
declaraciones de testigos, el auto concluye que gran parte de las acusaciones
se habían basado en “sospechas, conjeturas y rumores”.
Seis años después para concluir que las acusaciones no tenían
pruebas y que se sustentaban en “sospechas, conjeturas y rumores”.
Todos tenemos en mente el impacto que supuso el denominado caso de
la OPE de Osakidetza. Fue el “escándalo” más importante que afectó a un servicio básico del Gobierno
vasco liderado por el PNV y quienes
alimentaron su virtualidad, con una campaña feroz de desprestigio que
evidenciaba, según ellos, el “nepotismo” y el “clientelismo” del nacionalismo,
obtuvieron notable eco en la opinión
pública, gracias -también- a la inestimable colaboración de determinados medios
de comunicación, que cedieron la necesaria
objetividad del contraste informativo por el sensacionalismo y el jaleo.
Para quien haya perdido la perspectiva de todo aquello recordar
que el caso comenzó el año 2018, después de que varios sindicatos denunciaran
posibles filtraciones de exámenes en las especialidades de Anestesia y
Angioleogía. Las denuncias y las sospechas se fueron sumando para conformar una
gran bola de nieve, hasta considerar que el fraude y el engaño afectaban a la
totalidad de la oferta pública de empleo. La Fiscalía Superior del País Vasco,
con la diligente Carmen Adán a la cabeza, abría diligencias para investigar si
hubo irregularidades en diecinueve especialidades médicas de esa OPE.
Tal denuncia, a la que se sumaron como acusación particular los
sindicatos LAB y ESK, recayó en el juzgado número 2 de Vitoria-Gasteiz que
ahora ha determinado el sobreseimiento de la causa.
El nivel de “ruido” generado por esta denuncia y las gravísimas
acusaciones que en el ámbito político y profesional se vertieron alrededor del
caso trajo consigo una notable pérdida reputacional del Gobierno vasco provocando,
entre otras consecuencias, la dimisión del entonces consejero de Salud, Jon
Darpón, así como de la directora general de Osakidetza, María Jesús Múgica, la del
director de recursos humanos, Juan Carlos Soto y también la subdirector de
dicha entidad, Xabier Balerdi.
Basta echar un somero vistazo a la hemeroteca de la época para
darse cuenta de la presión mediática y social que los entonces responsables
públicos, y también los investigados por participar en los tribunales de la
OPE, tuvieron que soportar. Fueron
muchas las imputaciones gratuitas, las acusaciones sin pruebas. Los juicios de
valor malintencionados cuyo objetivo no era esclarecer la verdad de lo ocurrido
sino derribar al adversario. Aunque fuera con falsedades, con imputaciones nunca
probadas.
Personalmente recuerdo los esfuerzos por Jon Darpón por intentar
aclarar las sombras de sospecha. Pero todo fue en vano. Determinados partidos
convirtieron el Parlamento en una especie de tribunal revolucionario donde
quien acusaba dictaba sentencia y esperaba que el filo de la guillotina cayera
mientras que junto al cadalso las “tricoteuses” tejían calceta a la espera
de que la cabeza del ajusticiado rodara por los suelos.
Recordamos claramente las intervenciones incendiarias de las parlamentarias
Rakel Ubera (EH Bildu), Cristina Makazaga (Elkarrekin Podemos) y Laura Garrido (PP). En
los diarios de sesiones quedan, como tacha de su actitud miserable las pruebas de
su hostigamiento, sus calumnias continuadas, sus falsas críticas y su discurso
de odio y desprecio para con unos representantes públicos a los que faltaron en
su integridad presentándolos ante la opinión pública como delincuentes
mentirosos culpables de nepotismo, tráfico de influencias, clientelismo y otras
ofensas que nadie ya podrá reparar-
No espero que se retracten hoy o que pidan perdón a los afectados.
También al conjunto de profesionales de Osakidetza que tomaron parte en la OPE
y a los miles de personas que participaron en el proceso de selección y a las
que se les impidió tomar posesión de sus plazas por la avalancha de recursos
que hicieron imposible ultimar las pruebas.
Tampoco espero que dimitan o que abandonen la actividad pública
como consecuencia de su intolerable falta de respeto a la verdad. Solamente les
reclamaría que no insistieran en mantener el discurso de la infamia como, por
desgracia, han sostenido que frente al auto judicial de sobreseimiento han
insistido en la sospecha y en el fraude “impune”.
Asistimos a tiempos en los que la destrucción del adversario se ha
convertido en el gran objetivo de algunos. Eso ocurre aquí y allí. En todas
partes. Basta mirar en el espejo del Estado para apreciar la degradación de la
convivencia democrática. Para tal fin se utilizan todo tipo de estratagemas y
de herramientas. Desde la politización de la justicia hasta el alineamiento
comunicativo de medios, plataformas y servicios de propagación masiva de bulos,
falsas noticias y campañas de desprestigio. El fin no es buscar el bien común o
la transformación del bienestar de la comunidad. Es, simplemente llegar al
poder a cualquier precio.
La manipulación y el hostigamiento que en Euskadi hemos visto a
través del denominado caso de las OPE de Osakidetza, forma parte de esa
política “líquida” de combate sin escrúpulos. Su resultado nos debe hacer
pensar en el tremendo daño que con actitudes como la se ha mantenido con este
caso se hace al sistema democrático y el innegable deterioro provocado en la
pérdida de la confianza de la ciudadanía en sus instituciones y en sus
representados.
Con campañas de acusación como la vivida en la OPE de Osakidetza,
se ha aniquilado un principio básico. El de la presunción de inocencia. Aquí,
al revés de como debía considerarse, todo el mundo es culpable hasta que se
demuestre lo contrario. Bajo ese axioma, se alimenta permanentemente la sospecha,
el “todos son iguales”. Y, al final del ciclo de deslegitimación se identifica
a la política con una porquería.
A ello coadyuba la utilización interesada y dañina de
formulaciones presumiblemente garantistas, como la acusación particular, que
lejos de estar reservada para las víctimas del delito son utilizadas por formaciones ideológicas o de presión
para incidir en la opinión pública mediante un juicio paralelo, ilegítimo e
interesado.
Las instituciones públicas vascas y quienes en ellas están representadas
harían bien en ratificar su compromiso con la verdad, con la justicia y con el
juego limpio. Porque, lo que está en juego son los derechos básicos de todos
nosotros.
Hace no mucho tiempo, en una cámara representativa de este país,
escuché a un señor -por decir algo- que había llegado a ser europarlamentario y
que ostentaba entonces un acta electa de un partido progresista, democrático y
representante de lo que denominaba la “nueva política”. Aquel “prócer del
pueblo” -hoy en activo en otra institución- daba lecciones de moralidad y de
buen gobierno cada vez que hablaba. El individuo, perfil genérico de una nueva
clase de políticos que venía a “romper el régimen del 78”, utilizaba la retórica
como arma arrojadiza. Decía sin decir, insinuaba sin afirmar, y especulaba con
formas impersonales -“se dice”, “se comenta” “se sabe” …- ocultando siempre su
implicación en la difusión de bulos y patrañas. Pues bien, dicho individuo, que
sigue ejerciendo de predicador del populismo de izquierdas, ante un caso
similar al de Osakidetza de hoy, en el que un juzgado desestimaba una querella
a un cargo público igualmente perseguido y asediado por los “torquemadas” de
siempre, en lugar de asumir el pronunciamiento de la justicia, se permitió
hacer una afirmación que retrata bien el peligro que nos acecha. “Que alguien
sea exculpado de un delito y declarado “no culpable” no significa que sea
inocente”. Y el mangarrán, sigue ahí.
Ensuciando, que es gerundio, a la espera de “asaltar los cielos”.
Calma Koldo, que todavia no es firme el archivo. Ademas ocurren cosas inexplicables como que por este sumario ha pasado creo que cuatro juezas o jueces alargandolo de forma excesiva. Algo muy similar ocurrió con Burukide De Miguel (que por cierto ya disfruta de algún permisillo). Luego dicen que hubo dilación indebida. ¡Vaya morro! En fin, que tu partido controla bien a algun@s magistrad@s. Acuérdate del caso Bidegi
ResponderEliminarPor cierto, ¿porqué dimitió Darpon si no habia nada punible? Algo muy extraño teniendo en cuenta que aqui no dimite ni Dios. No os apresureis a reivindicar inocencias que como dice el dicho, hasta que pasa el rabo todo es toro.