sábado, 1 de febrero de 2020

UN POQUITO DE RESPETO


Una de las series televisivas que más me impactó  de joven fue  aquella mezcla de western y película de Bruce Lee  titulada “Kung-fu” que protagonizaba David Carradine .  Lo tenía todo, la aventura del viejo oeste, la filosofía oriental, los buenos y los malos, el pacifismo extremo, las peleas salvajes…. Me gustaban especialmente los “flashback” o retornos visuales al pasado para alimentar una historia con un contexto.  Así, el protagonista, Kwai Chang Caine, de viaje  por los remotos pueblos norteamericanos, recordaba  su niñez como monje en el templo chino de Saholin  donde  retenía las enseñanzas de su mentor, el maestro Po.  La imagen de los encuentros pasados era alucinante. Un monje budista, ciego –con los ojos  en blanco-y perilla y bigote  de chivo,  impartía su especial  sabiduría al discípulo preferido, el “pequeño saltamontes”. Las enseñanzas pretendían  templar el ánimo  y curtir la personalidad humana  frente a la injusticia, la desesperanza o la maldad humana.  "Ocultar una verdad es fortalecerla y hacerla más resistente" decía aquel chino  de imagen enigmática y artes marciales  depuradas.

Todo era muy oriental. Filosófico y profundo. En los guiones televisivos, estas escenas retrospectivas  se insertaban en momentos de  una trama de tensión. Se pretendía relajar el ambiente, destensarlo. Pero, inmediatamente después acontecía una ensalada de palos en las que Carradine, sin más armas que sus manos y pies, y una flauta, repartía estopa a diestro y siniestro. Una máquina de “hostiar” con el regodeo de la cámara lenta para apreciar bien los mamporros.  Era impresionante. Un tímido mestizo,  callado y humilde, se convertía  en  superhéroe para defender causas justas  y a los más débiles, vilipendiados  en el salvaje oeste.

Así que de “Kung-Fu” me quedé prendado de la necesidad de control mental  en las situaciones  complicadas. Abstraerse  de todo, apaciguar el ánimo. Juntar los dedos, contar hasta diez. Ommmmmmmmmm!!! Y si es preciso, tocar la  flauta. Luego, si  se tercia,  un desahogo. Egurre!  (siempre figuradamente).  

No hay nada mejor para expresar un estado de ánimo  alterado que la ironía.

Los sindicatos convocantes de la huelga general del pasado jueves estaban convencidos  de que su llamamiento  recabaría la adhesión de una parte mayoritaria de la sociedad.  Sus reivindicaciones eran tan evidentes, la excepcionalidad del momento  apretaba tanto  y la concienciación de la gente, indignada con la coyuntura,  invitaba a la unanimidad en la respuesta. Por eso  estaban tan seguros de que, voluntariamente, la ciudadanía  de este país iba a participar de forma masiva, solidaria y consecuente  a su llamamiento de huelga general. 

Tal vez por esa seguridad preconcebida, por esa confianza ciega  en el éxito de su demanda de paro, los sindicatos  “convocantes”  llamaron a sus seguidores a manifestarse  a primera hora de la mañana – en eso que se llama “hora punta” – en las inmediaciones de los principales acceso por carretera  de las capitales de nuestra comunidad. Evidentemente, tales citas nada tenían que ver con una intención oculta de colapsar  la circulación viaria, impedir  el libre movimiento de personas  y mercancías  e incomodar a las decenas de miles de mujeres y hombres  que, insolidariamente, habían decidido trabajar con total normalidad.  Nada que ver  con un sabotaje a la libertad de elección de la ciudadanía. Nada que ver  con unas medidas de presión y coacción para que el paro fuera secundado. Nada que ver  con el ejercicio antidemocrático de utilizar la fuerza, la amenaza o la coacción para que el objetivo por ellos perseguido – la parálisis-  fructificara.  

Yo también creo que  el derecho de un puñado de manifestantes a ejercer su libre opinión taponando y cerrando las carreteras de acceso a las capitales debe ser respetado. Como quien respeta estoicamente que le toquen los cataplines con las manos fría  desde primera hora del día. Es cuestión de resignación o mansedumbre cívica.  Y, de ironía. De mucha ironía.

Respeto  el ejercicio de tolerancia  y de educación de quienes como consecuencia de su vocación de protesta  insultan, coaccionan  y tratan de imponer, por la fuerza de los hechos –de los suyos- un paro que como alguno de sus dirigentes ha calificado, obedece a razones estrictamente políticas. Respeto hasta a los intransigentes, a los falsos profetas, a los que desde su posición privilegiada se autoasignan el papel de defensores de los más desfavorecidos.  Respeto incluso a  quienes  no entienden la discrepancia. A los que siempre tienen la razón. A los que lo quieren todo y ahora en la vida. A los que solo creen en derechos y para quienes los deberes no existen.  Respeto a quienes minusvaloran el valor del acuerdo y afirman que la huelga es una bendición del cielo. A quienes son profesionales de la exigencia. Pero tal requerimiento  siempre se refiere a los demás. A los que piden compromiso, y se comprometen con la “pólvora del rey”. A los que prometen el oro y el moro. A los que invitan a todo siempre que paguen los demás. A los que siempre quieren más. 1080, 1200…órdago. A los que  denostan  los acuerdos que no satisfagan ciento por ciento sus apetencias. A los que  desprecian el incremento del salario mínimo porque lo pactado, según ellos, debilita  a la izquierda. Aunque haga ganar un poco más a quienes menos tienen.

Respeto a  quienes critican los fondos de pensiones particulares pero se garantizan  sus jubilaciones  con inversiones opacas colectivas que les permitirán   subsidios de retirada anticipada a sus parroquianos. Un previsión social voluntaria que les permita “renovar”  sus cuadros. Los suyos.

He de confesar que desde un principio,  desde que hace meses se explicitara la posibilidad de convocar un paro general,  no me gustó la idea de una huelga  excepcional. No encontraba sentido a tan extraordinaria protesta. La creía sinsentido. Una medida de presión política en un año electoral. Una irresponsabilidad.

Transcurrida la jornada del pasado jueves he de significar que  mi sensación es aún peor. No entiendo por qué  se sabotean líneas férreas con el consecuente peligro para los viajeros de este tipo de transporte. Ni encuentro sentido a los cortes de carretera con barricadas. O la destrucción  de mobiliario urbano. Y mucho menos concibo  que  se justifique  la alteración de la convivencia o los estragos provocados por la dinámica de  huelguistas y piquetes.  Lo lógico es que quienes se responsabilizaran de la “movida” lo hicieran también de sus consecuencias, de sus daños y sus respectivos costes –yo les giraría una factura del importe económico generado por la acción de los piquetes contra el patrimonio público-

 Pero mucho me temo que tal cosa no pasará. Lo digo porque el balance de la jornada hecho por los secretarios generales de los principales sindicatos solo encuentra autocomplacencia ante el “enorme eco y la creciente incidencia que ha tenido la huelga general. Ha sido un gran éxito”.

Garbiñe Aranburu,  secretaria general de LAB fue más allá. “Si lo que están pensando es que lo de hoy va a ser una tormenta y que después amainará, están muy confundidos”. Y amenazó a los poderes públicos: “tienen dos meses para que respondan afirmativamente a estas reivindicaciones. Si transcurrido  ese plazo no hay una respuesta afirmativa, nos volverán a encontrar en la calle y verán florecer una primavera roja y en lucha”

Por su parte, Mitxel Lakuntza, cabeza visible de la organización sindical mayoritaria de Euskadi se mostró muy contento con el resultado de la huelga, reiterando su voluntad de continuar  con la estrategia de presión y no de negociación. “Nuestra fuerza está en la calle. Solo desde la calle y movilizándonos podremos abrir las oportunidades que necesitamos para conseguir una sociedad más justa”. El paro provocado “no es una llegada sino un punto de partida. Mañana seguiremos, pero más fuertes.”

Ni una autocrítica. Ningún pero. Y, al mismo tiempo ningún logro social que exhibir. Ninguna mejora. Ningún acuerdo. Resultado positivo cero. Conjunto vacío. Simplemente satisfacción por la protesta, y se supone, por lo que alrededor aconteció.  Y un mensaje final   preocupante; “La gente que ha salido hoy a la calle –dijo Lakuntza- es lo mejor que tiene este país”.

Según esta afirmación, los que no secundamos la huelga, se supone, debemos ser lo peor que hay en Euskadi. 

¡Pobre país si su futuro y dignidad pasa por estos profetas!

Ommmmmmmmmm!!!

Pequeño saltamontes; “si se planta arroz, arroz crecerá. Si usted planta miedo, será el miedo lo que crezca”.

Camarada secretario; plante usted un poquito de respeto. Nos irá mejor a todos.  

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