Ocurrió
la tarde noche del pasado jueves. Llegaba a casa escuchando la radio en el coche. La real
Sociedad había hecho ya el segundo gol al Madrid en el Bernabeu. La jornada
pintaba bien. En poco más de una hora, comenzaría el partido entre el Athletic
y en Barcelona en San Mamés. Bilbao había estado “petado” de gente y el espíritu
rojiblanco había invadido las calles.
Comenzaba a refrescar y en el cielo se observaban pocas nubes. Era ya de noche.
En una esquina se apelotonaba un
corrillo de gente. Algo extraordinario ocurría. Pero nada advertía
de cual era el fenómeno que captaba aquel interés. Se palpaba una cierta ansiedad por vislumbrar lo que celosamente se
aguardaba. Había un puntito de tensión.
Hasta que uno de los allí concentrados, al borde de la acera señaló al cielo. “Está allí –señalando con el
dedo índice hacia el norte- “ ¿Allí?.
¿Qué aparición era aquella que tan
inusitadamente era seguida? ¿Un pájaro?
¿Un avión? ¿Un ovni?.
Picado por
la curiosidad me detuve yo también. El género humano tiende a replicar el
comportamiento que observa en los
individuos de su alrededor. Yo lo
denomino, “efecto pingüino”. Basta ver a
un pingüino que se tira al agua desde el
borde de un islote de hielo para que, detrás de él le imiten y se lancen al mar, uno tras otro,
decenas de palmípedos que le acompañaban en comunidad. Las personas funcionamos de manera parecida. Pongan ustedes el ejemplo práctico que
quieran. Monten una fila de gente en la calle. El objeto de la hilera es lo de
menos pero la imagen social de
espera provocará que haya personas que ,
sin saber por qué, se sumará a la columna. Inconscientemente ocurrirá.
Y más si se corre la voz de que, al final de la línea hay alguien que
regala algo. Tampoco importa el qué. Estoy convencido de que si
publicitara en una concurrida calle
que se iban a regalar chupitos de lejía –gratis-, más de uno aguardaría la cola y, luego, cogería dos si pudiera. Las ocasiones hay que aprovecharlas.
Hice el
pingüino y como los demás me quedé
oteando el horizonte. La visibilidad era
magnífica. Entonces apareció. No era un avión. Sus luces no parpadeaban
de modo intermitente. Tampoco era un
astro, una estrella, o Venus –el lucero del alba- . Su reflejo tampoco titilaba. Su brillo era especialmente luminoso y se
movía. Iba a toda leche. El pingüino
mayor que había iniciado la concentración me sacó de dudas. “Es la estación
espacial internacional”. ¡Un satélite
tripulado por encima de nuestras
cabezas!
Efectivamente,
la estación espacial internacional se desplaza cada día sobre nuestros
cielos a una altura de unos 400 kilómetros. Su capacidad para reflejar la luz
del sol hace posible que la podamos contemplar fácilmente ya que su acerada
superficie la convierte en el segundo objeto más brillante en la noche, después
de la luna y por delante de Venus.
Por un ratito me quedé
siguiendo su trayectoria. Se fue
en un pis-pas ya que su velocidad de rotación es de 7,7 kilómetros por
segundo, o lo que es lo mismo, 28.000 km/h. Una centella que completa una vuelta alrededor
de la tierra en poco más de 90 minutos, dando casi 16 vueltas diarias a una
altura de 400 km de la superficie terrestre.
Me quedé con la boca abierta. Hoy sábado, las previsiones
indican que el satélite podrá volverse a ver
sobre las siete y media de la tarde. Y el martes pasará por encima de
nuestras cabezas sobre las ocho y cuarto.
Si puedo, no me lo pierdo.
Muchas veces vivimos abstraídos en nuestro mundo, agobiados
por las preocupaciones, y no percibimos
que en nuestro rededor ocurren innumerables cosas que apenas percibimos. Necesitamos olvidarnos de que el mundo no empieza ni termina en
nosotros mismos. La vanidad o la arrogancia
nos lleva a creernos nuestras propias fabulaciones y el adanismo se convierte en un defecto de grandes dimensiones. Sobre todo en
política.
En estos tiempos líquidos de comunicación fulgurante, en los
que las ideas perduran un instante, lo
necesario para alcanzar un titular o un corte audiovisual, es preciso recuperar
acciones o posicionamientos de larga perdurabilidad. Entre ellos, esta semana
entrante, se cumple el trigésimo aniversario de un acuerdo adoptado por el
Parlamento Vasco que debemos atesorar como base de un desarrollo futuro. Se
cumplen treinta años desde que la Cámara de Gasteiz, con los votos favorables,
38, de PNV, EA y EE, 23 en contra –PSE,
PP , CDS y UA- y la no participación de Herri Batasuna, aprobara una Proposición No de Ley en la que reconocía
el derecho de autodeterminación del Pueblo Vasco.
En momentos como los
actuales donde se acentúan las acusaciones
severas, y en la que la nueva Izquierda Independentista trata de
arrogarse la genuina representación del autogobierno denostando al nacionalismo
vasco, es obligado volver la vista atrás
para conocer la literalidad de aquel acuerdo parlamentario, y , también –cómo no- el papel de cada cual en su debate y
aprobación en sede parlamentaria.
Aquel día (16 de febrero de 1990) los electos de la
Izquierda abertzale participaban por
segunda vez en la historia en una sesión de la cámara de Gasteiz. HB había
decidido ausentarse de las instituciones pues su dinámica de lucha buscaba la ruptura, deslegitimando el
armazón de autogobierno construido por el Estatuto de Gernika. Para ellos – HB-
el Parlamento “vascongado” , no representaba a la voluntad de “Euskal Herria” y de ahí
que en aquella circunstancia sus
13 parlamentarios electos solo
asistieran al debate, abandonando el
hemiciclo cuando se produjera la votación.
El acuerdo adoptado entonces por el Parlamento Vasco, con la
incomparecencia voluntaria de la
Izquierda Abertzale es aún hoy un hito
que, por su relevancia es de justicia
recuperar. Sobre todo como antídoto contra los desmemoriados de conveniencia o
quienes no tienen empacho en acusar a
los demás de haber “traicionado” el derecho a decidir.
Aquella proclamación, efectuada, sin la participación de los predecesores de
Otegi y compañía dice textualmente que “el
Pueblo Vasco tiene derecho a la autodeterminación. Este derecho reside en la
potestad de sus ciudadanos para decidir libre y democráticamente su estatus
político, económico, social y cultural, bien dotándose de un marco propio o
compartiendo, en todo o en parte, su soberanía con otros pueblos.”. Pero afirma
más cosas; “que el ejercicio del derecho a la autodeterminación tiene como
finalidad la construcción nacional de Euskadi”, un “proceso dinámico, gradual y
democrático, integrado por el conjunto de decisiones, incluidas en su caso, las
de carácter plebiscitario, que el Pueblo Vasco vaya adoptando a lo largo de su
historia atendiendo a los condicionamientos internos o externos de la coyuntura
histórica, sus posibilidades reales y de interés de los vascos”
Aquella proclamación solemne
a la que negó su apoyo HB decía igualmente que “ el Estatuto de
Autonomía, resultado de un pacto refrendado libremente por la ciudadanía vasca,
constituye un punto de encuentro de su voluntad mayoritaria y el marco jurídico
del que la sociedad vasca se dota en un determinado momento histórico, para
acceder al autogobierno y regular la convivencia pacífica, representando, en
consecuencia, la expresión legítima de la propia voluntad del pueblo vasco”,
siendo el “marco válido para la resolución progresiva de los problemas de la
sociedad vasca, así como para avanzar en la construcción nacional de Euskadi”.
Finalmente, el texto aprobado hace treinta años afirmaba que
“la legitimidad de todas las ideas políticas, expresadas democráticamente,
tiene en el marco parlamentario la vía de defensa y, en su caso, de
incorporación al ordenamiento jurídico de cualquier reivindicación”.
Traer hasta nuestros días un acuerdo parlamentario de
esta trascendencia nos debe hacer sentir
orgullosos del bagaje y del pronunciamiento de nuestras instituciones. Y al
mismo tiempo, no olvidar el comportamiento
que durante años algunos tuvieron
para con este país y su construcción nacional. Por eso cuando leemos la última entrevista que el diario “Gara” ha realizado al coordinador general de EH
Bildu, Arnaldo Otegi, y contemplamos el titular de portada; “Los valores del
país hoy son los que hemos defendido 40 años”, no nos queda otra que sonreír,
mirar al cielo y sonrojarnos ante tanta desvergüenza. Y con un poco de fortuna veremos a un satélite por encima de nuestras cabezas. Será
más fácil esto que esperar una rectificación en toda regla.
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