sábado, 7 de marzo de 2020

¿ALIANZA DE IZQUIERDAS?


Aunque no lo parezca, estamos  escasamente a un mes vista de las próximas elecciones autonómicas vascas.  El ambiente no refleja aún  el clima de pugna ideológica entre partidos que toda cita con las urnas provoca, pero  es preciso decir que  resulta lógico que  tal percepción pase a un segundo plano ante la alarma sanitaria  generada  por la epidemia del coronavirus y sus consecuencias.
El ambiente político, por lo tanto, no se ha calentado en Euskadi, pese a las previsiones  más pesimistas que hablaban de una “primavera roja” o de una ofensiva por parte de las formaciones de oposición  contra el gobierno presidido por Iñigo Urkullu. El adelanto de la fecha electoral  parece haber  mitigado, en parte, la acometida contra el PNV. Es más, ha generado un fenómeno no esperado; la crisis interna en el PP y en Podemos  de cara a la determinación de sus carteles electorales.
Que las aguas no bajaban calmadas en el Partido Popular vasco era algo  conocido  desde hace tiempo, pero que la agitación  provocada por la intervención de la cúpula de Génova, imponiendo una coalición con  Ciudadanos,  ha inducido a que la descomposición interna se haya extendido a todo el cuerpo del partido, causando la baja de Alfonso Alonso, la nominación  dirigida de Carlos Iturgaiz y la confección de unas listas  escoradas  totalmente  hacia la derecha extrema. El PP vasco  no saldrá bien  de la deriva a la que le ha sometido Casado y Cayetana Álvarez de Toledo.  Y éstos últimos  podrán perder su liderazgo interno  si la debacle que se barrunta en Euskadi  se confirma.
La otra crisis inesperada  es la que ha vivido Elkarrekin Podemos. La victoria  en las primarias de Miren Gorrotxategi, candidata impulsada por la oficialidad de Pablo Iglesias,  ha descabezado al partido morado en Euskadi.  La purga es tal que ninguno de los actuales parlamentarios  representativos de los Círculos  repetirá  en los comicios del 5 de abril.  Y un efecto más, la formación morada acudirá a dichas elecciones con Ezker Anitza , pero no con Equo, partido vetado por el propio Iglesias  por su apoyo  pasado a los errejonistas.
La depuración en el partido de Iglesias (más de Iglesias que nunca) tampoco augura buenas perspectivas  para los de la “nueva política” que han tratado de esconder su debilidad en una propuesta de salida; la de constituir un gobierno de izquierdas que desaloje al PNV de Ajuria Enea.
Lo de formalizar una “alianza de izquierdas” que acabe con  el mandato del PNV no es un invento nuevo. Ya en el año 86 del pasado siglo,  tras la escisión de los nacionalistas, estuvo a punto de fraguarse un gabinete tripartito  formado por el PSE, EA y Euskadiko Ezkerra. Benegas, Garaikoetxea y Bandrés fueron quienes  estuvieron a punto de conformar lo que se llamó el “gobierno de la seguridad social” (el PSE accedió a incluir  tal competencia en su programa). Sin embargo, la división de opiniones sobre quien debería ser el lehendakari frustró el pacto.
La segunda vez en la que se urdió una estrategia para llevar al PNV a la oposición  fue en el año 2001. De la mano de Mayor Oreja y Nicolás Redondo  se diseñó una campaña “constitucionalista”   que acabara  con el liderazgo del PNV en la comunidad.  Aquella alianza,  consagrada por Fernando Savater y  el “Basta ya”, tampoco pudo con el PNV  y con su lehendakari, por entonces Ibarretxe.  Sin embargo, el intento prosperó en el 2009 de la mano de Patxi López y Antonio Basagoiti. Pero en aquel momento, el pacto PP-PSE  fraguó  por la alteración de los números de parlamentarios que la aplicación de la Ley de partidos  tuvo en la cámara de Gasteiz, ilegalizando las listas electorales de la Izquierda Abertzale.
Es ahora “Podemos” y su candidata  quien ha avanzado su pretensión de impulsar un “gobierno de izquierdas” frente al PNV. No deja de ser curioso que  la representante de Pablo Iglesias en Euskadi pida  “echar del gobierno” al PNV cuando gracias al apoyo que ha prestado  este partido  el propio Iglesias es vicepresidente del ejecutivo español. Una paradoja más de los morados  cuyas contradicciones  comienzan a ser  notables.
La alternativa de izquierdas ha sido bien recogida por EH Bildu.  La Izquierda Independentista ha tenido, desde siempre, un afán recurrente; sustituir al PNV al frente del liderazgo vasco. Esa ansiedad de sustitución, de relevo, se mostraba latente en las conversaciones mantenidas en Txilarre  entre Arnaldo Otegi y Jesús Egiguren. 
El sorpasso ha sido casi una obsesión en la izquierda abertzale y su retorno a la legalidad de la mano de Sortu  casi consiguió su objetivo.  Bildu llegó a gobernar en Gipuzkoa, pero su desastrosa  gestión le mantuvo en el poder solamente un mandato. La salida de Otegi de la cárcel  volvió a encender  las esperanzas de  derrota del nacionalismo. Pero  su estrategia por minar el prestigio del PNV como gestor volvió a fracasar.  Otegi, como poli-mili sociológico, tiene interiorizado su anhelo de cimentar una estructura de izquierda que gobierne el país. Para ello necesita no sólo de su buen resultado electoral sino también del apoyo de los morados de Iglesias  y la colaboración socialista de Mendia.
En estas elecciones autonómicas, y a rebufo de la propuesta de Podemos, lo va a intentar, aunque para ello deba comerse varios sapos  como que alguien le recuerde  que fueron los socialistas los que les ilegalizaron, o los que apoyaron el 155 en Catalunya. Otegi, el “tapado” de EH Bildu en esta campaña, lleva un tiempo acercándose al Partido Socialista. Bien por  su necesidad de encontrar una salida  al ámbito penitenciario  que le aprieta en el zapato, o por  vocación y   su intervención política comienza a recordar a aquella Euskadiko Ezkerra  del siglo pasado.  Cuando la necesidad apremia, todo es bueno para el convento y el apoyo a Chivite o a Sánchez, le están convirtiendo en un agente de Estado.  Aunque eso  le genere el malestar de quien a su lado cree que  la Izquierda Independentista no surgió para pisar moqueta o para apoyar medidas tan poco revolucionarias como la regla de gasto  o la senda de déficit.
Sea como fuere  EH Bildu se apuntará a un bombardeo si la posibilidad de desalojar al PNV del gobierno vasco se presenta.  Pero, para que ello fructifique, será imprescindible que los socialistas jueguen  en esta partida.
El blanqueo de posiciones de EH Bildu que desde la Moncloa – y especialmente  desde algún representante navarro  con mando en plaza en Ferraz-  se está haciendo, alimenta la hipótesis de una aproximación  entre ambas formaciones. Ya se sabe que  “por el interés te quiero Andrés”. Además, Pedro Sánchez y los suyos saben bien  que  si quieren ganar cinco votos en el Congreso  pueden perder 6  en la Cámara baja  y 10 en el Senado, y eso, creo, son palabras mayores. Además, están los principios.  Mientras EH Bildu siga siendo incapaz de reconocer que el daño causado por la violencia de ETA fue “injusto”, me temo que no habrá convención posible con los socialistas. Creo que las heridas aún están frescas y la ausencia de autocrítica imposibilita, hoy por hoy,  acuerdos más amplios de los que se promueven.  Pero ese día llegará. Será más pronto que tarde. Y cuando se produzca, con total legitimidad, se  aceptará democráticamente.
El PNV atiende con serenidad todos estos movimientos que van a marcar el desarrollo de la campaña electoral.  Unos y otros  pretenden  su  derrota en las urnas, o, en su caso, la configuración de  una alianza  del resto de partidos que valide una alternativa.  Por encima de este desafío, el PNV teme más a la desmovilización de su votante por exceso de confianza.  Todo el mundo da a este partido por ganador. Y tal sensación tiene una doble lectura. La buena es que la ciudadanía vasca  mantiene un grado de sintonía  en relación a la reputación de los jeltzales. Y  la visión negativa  alerta de que  un exceso de confianza puede primar  a una parte de su base sociológica a la no participación, por considerarlo innecesario. Ahí es donde  el PNV y especialmente su candidato la reelección, Iñigo Urkullu, debe  volcar sus mensajes para tratar de convencer  a los electores de que hay muchas cosas que seguir mejorando en Euskadi. Mejorar en el empleo, en el relevo generacional, en la defensa del medio natural, en el sostenimiento de los servicios públicos.  El PNV debe convencer  a la ciudadanía de la necesidad de asumir un nuevo contrato social  para seguir impulsando Euskadi. Y que  dicho impulso  cuenta en Urkullu con la garantía  que este país necesita. Si esta propuesta resulta convincente, el PNV no debe temer  ni a una “alianza de izquierdas” ni a la abstención.  El resultado, en un mes.
 

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