Aunque
no lo parezca, estamos escasamente a un
mes vista de las próximas elecciones autonómicas vascas. El ambiente no refleja aún el clima de pugna ideológica entre partidos
que toda cita con las urnas provoca, pero
es preciso decir que resulta
lógico que tal percepción pase a un
segundo plano ante la alarma sanitaria
generada por la epidemia del
coronavirus y sus consecuencias.
El
ambiente político, por lo tanto, no se ha calentado en Euskadi, pese a las
previsiones más pesimistas que hablaban
de una “primavera roja” o de una ofensiva por parte de las formaciones de
oposición contra el gobierno presidido
por Iñigo Urkullu. El adelanto de la fecha electoral parece haber
mitigado, en parte, la acometida contra el PNV. Es más, ha generado un
fenómeno no esperado; la crisis interna en el PP y en Podemos de cara a la determinación de sus carteles
electorales.
Que las
aguas no bajaban calmadas en el Partido Popular vasco era algo conocido
desde hace tiempo, pero que la agitación
provocada por la intervención de la cúpula de Génova, imponiendo una
coalición con Ciudadanos, ha inducido a que la descomposición interna
se haya extendido a todo el cuerpo del partido, causando la baja de Alfonso
Alonso, la nominación dirigida de Carlos
Iturgaiz y la confección de unas listas
escoradas totalmente hacia la derecha extrema. El PP vasco no saldrá bien de la deriva a la que le ha sometido Casado y
Cayetana Álvarez de Toledo. Y éstos
últimos podrán perder su liderazgo
interno si la debacle que se barrunta en
Euskadi se confirma.
La otra
crisis inesperada es la que ha vivido
Elkarrekin Podemos. La victoria en las
primarias de Miren Gorrotxategi, candidata impulsada por la oficialidad de
Pablo Iglesias, ha descabezado al
partido morado en Euskadi. La purga es
tal que ninguno de los actuales parlamentarios
representativos de los Círculos
repetirá en los comicios del 5 de
abril. Y un efecto más, la formación
morada acudirá a dichas elecciones con Ezker Anitza , pero no con Equo, partido
vetado por el propio Iglesias por su
apoyo pasado a los errejonistas.
La
depuración en el partido de Iglesias (más de Iglesias que nunca) tampoco augura
buenas perspectivas para los de la
“nueva política” que han tratado de esconder su debilidad en una propuesta de
salida; la de constituir un gobierno de izquierdas que desaloje al PNV de
Ajuria Enea.
Lo de
formalizar una “alianza de izquierdas” que acabe con el mandato del PNV no es un invento nuevo. Ya
en el año 86 del pasado siglo, tras la
escisión de los nacionalistas, estuvo a punto de fraguarse un gabinete tripartito formado por el PSE, EA y Euskadiko Ezkerra.
Benegas, Garaikoetxea y Bandrés fueron quienes
estuvieron a punto de conformar lo que se llamó el “gobierno de la
seguridad social” (el PSE accedió a incluir
tal competencia en su programa). Sin embargo, la división de opiniones
sobre quien debería ser el lehendakari frustró el pacto.
La
segunda vez en la que se urdió una estrategia para llevar al PNV a la
oposición fue en el año 2001. De la mano
de Mayor Oreja y Nicolás Redondo se
diseñó una campaña “constitucionalista”
que acabara con el liderazgo del
PNV en la comunidad. Aquella
alianza, consagrada por Fernando Savater
y el “Basta ya”, tampoco pudo con el
PNV y con su lehendakari, por entonces
Ibarretxe. Sin embargo, el intento
prosperó en el 2009 de la mano de Patxi López y Antonio Basagoiti. Pero en
aquel momento, el pacto PP-PSE
fraguó por la alteración de los
números de parlamentarios que la aplicación de la Ley de partidos tuvo en la cámara de Gasteiz, ilegalizando
las listas electorales de la Izquierda Abertzale.
Es
ahora “Podemos” y su candidata quien ha
avanzado su pretensión de impulsar un “gobierno de izquierdas” frente al PNV.
No deja de ser curioso que la
representante de Pablo Iglesias en Euskadi pida
“echar del gobierno” al PNV cuando gracias al apoyo que ha prestado este partido
el propio Iglesias es vicepresidente del ejecutivo español. Una paradoja
más de los morados cuyas
contradicciones comienzan a ser notables.
La
alternativa de izquierdas ha sido bien recogida por EH Bildu. La Izquierda Independentista ha tenido, desde
siempre, un afán recurrente; sustituir al PNV al frente del liderazgo vasco.
Esa ansiedad de sustitución, de relevo, se mostraba latente en las conversaciones
mantenidas en Txilarre entre Arnaldo
Otegi y Jesús Egiguren.
El
sorpasso ha sido casi una obsesión en la izquierda abertzale y su retorno a la
legalidad de la mano de Sortu casi
consiguió su objetivo. Bildu llegó a
gobernar en Gipuzkoa, pero su desastrosa gestión le mantuvo en el poder solamente un
mandato. La salida de Otegi de la cárcel
volvió a encender las esperanzas
de derrota del nacionalismo. Pero su estrategia por minar el prestigio del PNV
como gestor volvió a fracasar. Otegi,
como poli-mili sociológico, tiene interiorizado su anhelo de cimentar una
estructura de izquierda que gobierne el país. Para ello necesita no sólo de su
buen resultado electoral sino también del apoyo de los morados de Iglesias y la colaboración socialista de Mendia.
En
estas elecciones autonómicas, y a rebufo de la propuesta de Podemos, lo va a
intentar, aunque para ello deba comerse varios sapos como que alguien le recuerde que fueron los socialistas los que les
ilegalizaron, o los que apoyaron el 155 en Catalunya. Otegi, el “tapado” de EH
Bildu en esta campaña, lleva un tiempo acercándose al Partido Socialista. Bien
por su necesidad de encontrar una
salida al ámbito penitenciario que le aprieta en el zapato, o por vocación y su intervención política comienza a recordar
a aquella Euskadiko Ezkerra del siglo
pasado. Cuando la necesidad apremia,
todo es bueno para el convento y el apoyo a Chivite o a Sánchez, le están
convirtiendo en un agente de Estado.
Aunque eso le genere el malestar
de quien a su lado cree que la Izquierda
Independentista no surgió para pisar moqueta o para apoyar medidas tan poco
revolucionarias como la regla de gasto o
la senda de déficit.
Sea
como fuere EH Bildu se apuntará a un
bombardeo si la posibilidad de desalojar al PNV del gobierno vasco se presenta. Pero, para que ello fructifique, será
imprescindible que los socialistas jueguen
en esta partida.
El
blanqueo de posiciones de EH Bildu que desde la Moncloa – y especialmente desde algún representante navarro con mando en plaza en Ferraz- se está haciendo, alimenta la hipótesis de
una aproximación entre ambas formaciones.
Ya se sabe que “por el interés te quiero
Andrés”. Además, Pedro Sánchez y los suyos saben bien que si
quieren ganar cinco votos en el Congreso
pueden perder 6 en la Cámara baja
y 10 en el Senado, y eso, creo, son
palabras mayores. Además, están los principios.
Mientras EH Bildu siga siendo incapaz de reconocer que el daño causado
por la violencia de ETA fue “injusto”, me temo que no habrá convención posible
con los socialistas. Creo que las heridas aún están frescas y la ausencia de
autocrítica imposibilita, hoy por hoy,
acuerdos más amplios de los que se promueven. Pero ese día llegará. Será más pronto que
tarde. Y cuando se produzca, con total legitimidad, se aceptará democráticamente.
El PNV
atiende con serenidad todos estos movimientos que van a marcar el desarrollo de
la campaña electoral. Unos y otros pretenden
su derrota en las urnas, o, en su
caso, la configuración de una
alianza del resto de partidos que valide
una alternativa. Por encima de este
desafío, el PNV teme más a la desmovilización de su votante por exceso de
confianza. Todo el mundo da a este
partido por ganador. Y tal sensación tiene una doble lectura. La buena es que
la ciudadanía vasca mantiene un grado de
sintonía en relación a la reputación de
los jeltzales. Y la visión negativa alerta de que
un exceso de confianza puede primar
a una parte de su base sociológica a la no participación, por
considerarlo innecesario. Ahí es donde
el PNV y especialmente su candidato la reelección, Iñigo Urkullu, debe volcar sus mensajes para tratar de
convencer a los electores de que hay
muchas cosas que seguir mejorando en Euskadi. Mejorar en el empleo, en el
relevo generacional, en la defensa del medio natural, en el sostenimiento de
los servicios públicos. El PNV debe
convencer a la ciudadanía de la
necesidad de asumir un nuevo contrato social
para seguir impulsando Euskadi. Y que
dicho impulso cuenta en Urkullu con
la garantía que este país necesita. Si
esta propuesta resulta convincente, el PNV no debe temer ni a una “alianza de izquierdas” ni a la
abstención. El resultado, en un mes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario