Ya me parecía a mí que tardara tanto en aparecer a escena. Toda la vida nos habían amenazado con su condena y de un tiempo a esta parte nadie pronunciaba su nombre. Pero ya. El infierno, el demonio, han vuelto a la palestra.
Cuando la iglesia controlaba férreamente la conducta de la sociedad con sus dogmas, su poder y sus castigos, la gente vivía atormentada con el pecado. El dinero, la lujuria, la gula, la pereza, la envidia eran razones que te invitaban a sufrir padecimientos eternos. La moral imperante obligaba a vivir temerosos de Dios, y lo que era aún peor, de quienes se proclamaban sus representantes en la tierra.
Recuerdo unas jornadas de “ejercicios espirituales” en las que aquellos curas creaban la atmósfera adecuada para que sufriéramos ataques de pánico. En la penumbra de un viejo colegio con enrejado en las ventanas y mobiliario espartano, se nos susurraban salmos, sentencias y admoniciones que acojonaban al personal. Esa era la intención; amilanar el ánimo para domesticar el cuerpo de jóvenes asalvajados. Todo era pecado. Primero, los “pensamientos impuros”. Luego, lo peor; “tocarse a uno mismo”. Yo siempre he sido un poco corto y cuando aquel jesuita hablaba de pensamientos “impuros” creía que se refería a problemas higiénicos o escatológicos.
Lo del “amor propio” creí que era un tema de egoísmo. Para nada pensé en que con aquel eufemismo se refería a lo que en nuestro argot era “matarse a pajas”. Además, si fuese verdad de que, además de quedarse ciegos uno se condenaba al fuego eterno por el roce sexual onanista, estaba convencido de que el infierno estaría repleto de pecadores con alzacuellos o sotanas. Además, todos los curas y frailes que yo conocía tenían gafas, lo que demostraba una incipiente pérdida del sentido de la vista. Algo tenía que significar aquello.
Sí, lo reconozco. Siempre he sido un ingenuo. Incluso, en una de esas jornadas de “convivencia” me tragué que el vómito nauseabundo de uno de los compañeros de pupitre se debía al exorcismo practicado por el “pater confesor” y no a una sobredosis nocturna de “sol y sombra” cazallero. Por no hablar de mi desconocimiento del significado del dicho popular; “tiene más rabo que el demonio”.
Lo comprendí cuando un desinhibido compañero de trabajo decidió, en un ejercicio exhibicionista, “sacar a pasear su culebrilla” ante el asombro de unos y las risas de otras. Aquel individuo tenía, a mi juicio, una anómala malformación en uno de sus apéndices que le hizo muy popular entre quienes le conocieron. Aunque para famosa de verdad entre la gente de mi entorno juvenil estaba una chica a la que llamaban la “diabla de la Peña”. Vivía en ese barrio bilbaíno y se llamaba “Lucifer”.
Bueno, exactamente, Lucía Fernández, pero por aquello de ahorrar palabras se quedó como la princesa de las tinieblas.
El averno, la “caldera de Pedro botero”, el fuego eterno… siempre han estado ahí. Como castigo o como representación del mal. Hasta que, de repente, el Papa Francisco acabó con la sede de los ángeles caídos; “el infierno no existe”. La iglesia heredera de San Pedro, tarde, pero había evolucionado. Primero nos dijeron que no existía el limbo. Luego le tocó el turno al purgatorio. Juan Pablo II, tan conservador él, fue quien fue abriendo camino sobre la realidad del “más allá”. “El Cielo, dijo el Pontífice polaco, no es "un lugar físico entre las nubes". El Infierno tampoco es "un lugar", sino "la situación de quien se aparta de Dios". Y el Purgatorio es un estado provisional de "purificación que nada tiene que ver con ubicaciones terrenales”. Dieciocho años más tarde fue Bergoglio quien sentenció. Preguntado el Papa en una entrevista por el destino de las almas pecadoras contestó: "No son castigadas. Aquellas que se arrepienten obtienen el perdón de Dios, pero quienes no se arrepienten y no pueden ser perdonadas, desaparecen. El infierno no existe. Lo que existe es la desaparición de las almas pecadoras”. Toda una revolución. Si lo hubieran sabido Erasmo de Rotterdam, Lutero o Galileo…
Ni que decir tiene que, pese a la “infalibilidad” de las afirmaciones del “Pastor de la Iglesia”, sus palabras han generado una controversia enorme en el seno de la organización que dirige Francisco.
¿Disparidad de criterios?. No, simples matices. Ha ocurrido siempre en la Iglesia. Por ejemplo, fumar mientras se reza es una irreverencia. Pero si lo que se hace es rezar mientras se fuma estaríamos ante un acto de misericordia.
Pese a todo, en cualquier otro momento de la historia, la manifestación de Francisco habría sido calificada de “herejía” y, por menos de lo dicho, la congregación de la doctrina de la fe, a través de su “santísima inquisición” hacía expiar “sacrilegios” menores. Benedicto XVI, el antecesor vivo de Bergoglio y anteriormente Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, no parece coincidir con la desaparición argumental de la casa de Belcebú. Al menos eso dice Jorge Fernández Díaz , un hombre especializado en revelaciones divinas . Según el ex ministro de interior el Papa emérito le alertó hace cinco años de las satánicas intenciones de los separatistas. Según Fernández Díaz, Ratzinger le reveló que “el demonio quiere destruir España por los servicios prestados a la Iglesia de Cristo”. ¿Por qué será que todos los “eméritos” que conozco son tan puñeteros?
En la misma lucha “contra el Maligno” encontramos al arzobispo Antonio Cañizares. Sus homilías nunca defraudan. El pasado sábado Cañizares identificó la última obra del diablo: una vacuna contra el coronavirus con base en células de fetos abortados.
Pero Cañizares no está solo en esta identificación del “castigo divino” y la negra mano de Satán. El presidente de la Universidad Católica de Murcia, José Luis Mendoza, ha identificado el coronavirus como el “anticristo” y ha señalado al fundador de Microsoft, Bill Gates, y al magnate de origen judío George Soros, como dos inconfundibles “servidores de Satanás” que se preparan para aborregar a la población mundial aprovechando la aplicación de las nuevas tecnologías 5-G y la instalación de microchips en la venidera vacuna contra el COVID 19. Alucinante. La conspiración de Leviatán con la pandemia no solo la defienden mentes preconciliares sino personajes que visten de Prada.
Cantantes como Miguel Bosé o Búnburi han incendiado las redes sociales con teorías conspiratorias demoníacas . Según éstos, la enfermedad fue creada por un poder en la sombra -Bill Gates nuevamente- cuya intención es dominar el planeta apropiándose de una vacuna tecnológicamente manipulada para someter la voluntad de la ciudadanía.
El demonio ha vuelto para acabar con España, para hacerse con el poder económico del mundo y someter a la especie humana a su dictadura maligna apoyada en rojos, separatistas, científicos y el contubernio judeo-masónico. Solo falta que alguien diga que al igual que la maldición de Tutankamón, el desastre se extendió entre nosotros desde que otra momia, la de Franco, fuera desalojada de su tumba en el “Valle de los Caídos”. Pero, al tiempo, que mayores disparates ya hemos escuchado.
La campaña electoral no ha empezado aún en Euskadi y ya se sienten los primeros dislates. Que EH Bildu haya solicitado a la Junta Electoral suspender la celebración de la Comisión Mixta de Transferencias donde se va a hacer efectivo el traspaso de tres competencias aún no asumidas por la Comunidad Autónoma, solo puede ser un disparate. Pedir que se evite incrementar el fondo de poder del autogobierno vasco, porque “no es de recibo” que se lleve a efecto “a escasas veinticuatro horas del inicio de la campaña”, es un desvarío. Tantos años de “destrucción nacional” hacen mella. Confunden el culo con las témporas, olvidando que la defensa de los intereses de Euskadi está por encima del provecho particular.
No ha arrancado aún la maquinaria electoral e Iturgaiz se ha vuelto a demostrar pletórico. Casi nos habíamos olvidado de su retórica del esperpento, pero su ingenio sigue rebosante. Cada día que pasa el candidato del PP va dejando huella. Como el caballo de Atila. Terminará identificando a Urkullu con el demonio. Lo veremos, seguro. Nos va a dar momentos memorables.
Ahora, lo que va a ser impagable será contemplar a Inés Arrimadas pedirnos el voto so el Árbol de Gernika. “Foralista” a tutiplén. ¿Una consecuencia más de la “nueva normalidad”?. Aún así, por si las moscas, yo no me quitaría la mascarilla y guardaría la distancia de seguridad. Ya se sabe, que si hay moscas, el demonio las puede espantar con el rabo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario